Capítulo 3

 

 

 

 

 

LOGAN no dijo nada hasta que llegaron al granero. Una vez allí no intentó ser sutil.

–La he fastidiado por completo.

Jed y Rob se miraron el uno al otro. Rob se encogió de hombros.

–Es robable. Abby es muy sensible.

–¡Maldita sea! No puedo tratarla como si fuese un hombre cuando es una mujer tan guapa. ¡Y pretendía que hablase de la cría de animales en la mesa! –gritó. Jed y Rob estallaron en carcajadas.

–¿Es una broma? –preguntó Logan. Aquella era la única explicación a sus risas

–No, Abby hablaba completamente en serio –le aseguró Jed, que aún sonreía.

–Y, ¿qué es tan divertido?

Rob intentó borrar la sonrisa de su cara pero no pudo.

–Te comprendemos –le dijo a Logan.

–¿Habéis tenido problemas con Abby también?

–No –se apresuró a decir Rob–, pero los dos tuvimos algún conflicto con unas mujeres.

Logan dio unos pasos hacia atrás y, de repente, se dio cuenta.

–¡Ya sé a qué os referís! Estáis hablando de vuestras esposas.

–Sí –dijo Jed.

–Escuchad, yo no… no se trata de eso, no tengo tiempo para las mujeres en estos momentos.

Rob miró a Jed.

–Claro que no –afirmó con suavidad–. Pero, ¿qué vas a hacer con Abby? ¿Aún te interesa el trabajo?

Logan frunció el ceño. Su instinto inmediato era asegurarles que aún quería aquel empleo pero no estaba seguro de la razón. La zona era perfecta para sus propósitos; las instalaciones buenas, y le gustaban aquellos hombres. Sería un privilegio trabajar con ellos, pero…

–Supongo que sí.

–Entonces hablaremos con ella, aunque no sé si podremos convencerla; puede ser muy testaruda. Cosas de familia –añadió sonriendo de nuevo.

–Así es –dijo Jed.

–¿Pensáis que debería volver a intentarlo mañana por la mañana?

–Por supuesto, pero no digas cosas como las de hoy. Piensa en Abby como si fuese un hombre –le avisó Rob.

Logan abrió la boca para protestar: aquel hombre le pedía lo imposible, pero se limitó a asentir.

–Bien –dijo Jed dándole una palmada en la espalda–, entonces no tendrás ningún problema.

–¿Tienes cama en el barracón? –le preguntó Rob.

–Sí, Floyd y Barney me dijeron dónde podía dormir.

–Está bien. El desayuno es a primera hora. Espero que mañana se te dé mejor –le dijo Jed sonriendo. Los dos hombres volvieron a la casa. Logan se quedó allí, de pie. Se encontraba a gusto en el granero, estaba familiarizado con los sonidos. Pero se sentía descolocado: había sido un día extraño desde el momento en que conoció a Abby Kennedy, y el día siguiente no parecía mucho mejor.

 

 

Abby no consiguió trabajar mucho en el despacho. Una y otra vez repasó mentalmente lo que había ocurrido durante la cena y, cada vez que lo pensaba, se enfurecía aún más. No permitiría que la tratasen como una mujer estúpida. La tía Beulah no lo habría tolerado. No importaba que ella hubiese muerto: le había dejado a Abby una herencia mucho más importante que el rancho. Le había dado autoestima, determinación e independencia. Pero, en ocasiones, Abby deseaba parecerse más a sus hermanas. Cada una de ellas había conocido al amor de su vida, se habían casado y eran felices; Beth iba a dar a luz un bebé y Melissa tenía seis hijos para darle amor.

Ella tenía vacas, pero podía cuidar de sí misma… y de aquellos animales.

Sabía sacarle beneficios al rancho, darles trabajo a los hombres, y era una tía estupenda. No iba a permitir que ningún hombre le dijese que se quedase sentada como una muñeca en una estantería.

Cuando el que creyó su primer amor le rompió el corazón, Abby lloró sobre el hombro de la tía Beulah. Ella le dijo que tenía que ser fuerte, cuidar del rancho e ignorar a los hombres.

El ruido de alguien llamando a la puerta la sacó de aquellos pensamientos.

–Adelante –dijo ella.

–Hola –la saludaron sus dos cuñados.

–Hola. Creía que ya estaríais en casa. Sé que Beth necesita descansar –dijo Abby. Esperaba que Jed saliese corriendo para ir a ver a su esposa pero, en vez de eso, se quedó allí de pie.

–Queríamos decirte que hemos hablado con Crawford –le dijo Rob sonriendo–. Es un buen hombre y conoce su trabajo.

Ella no dijo nada.

–Claro, que tiene un pequeño problema –añadió Jed.

–¿Solo uno? –comentó Abby.

–Creo que no está acostumbrado a trabajar con mujeres –dijo Jed–, y tú podrías enseñarle muchas cosas; pero, si no quieres asumir el reto, lo entenderé.

Ella hizo un gesto de impaciencia con los ojos.

–Hombres así son difíciles de encontrar –dijo Rob.

–Ya lo sé –contestó Abby.

–El rodeo es la semana que viene y yo no podré ayudar mucho –le recordó Jed.

–Ahórrate la saliva –dijo ella antes de que Rob le diera más razones para contratar a Logan–. No voy a darle el empleo.

–Tú eres la jefa, Abby, y Logan se ha dado cuenta de ello –dijo Rob–. Podrías darle otra oportunidad.

Ella suspiró.

–Buenas noches, chicos. Dádselas a mis hermanas de mi parte también.

–Eres una mujer testaruda, Abby Kennedy –le dijo Jed, pero su sonrisa le quitó dureza a las palabras.

Los dos hombres se despidieron de ella y cerraron la puerta al marcharse.

Ella hundió la cabeza entre las manos. ¡Menudo día!

 

 

A la mañana siguiente, Abby pensó en la posibilidad de quedarse en su habitación hasta que Logan se marchara; pero aquello sería de cobardes, se dijo. De manera que se trenzó el pelo, se puso sus pantalones vaqueros habituales, una camisa, las botas y se dirigió al piso de abajo.

Ellen estaba poniendo la mesa y Floyd acababa de salir a tocar la campana que llamaba al desayuno.

–Buenos días –dijo Abby llenando su taza de café–. Lo necesitaba –murmuró después de beber un poco.

–¿No has dormido bien? –le preguntó Floyd, que entraba justo en aquel momento.

–No mucho.

–Estaba seguro de que dormirías como un bebé ahora que sabes que tienes ayuda –le dijo él sonriendo.

Ella se había olvidado de que Floyd y Ellen se habían marchado a la cama antes de la pequeña discusión de la noche anterior.

–No voy a contratarlo, Floyd.

–¿Por qué?

–No quiere trabajar a las órdenes de una mujer –le explicó Abby. Aquella era una interpretación un poco libre, pero Abby se sintió justificada.

Floyd frunció el ceño.

–No parecía ese tipo de hombre.

La puerta trasera se abrió y Dirk y Barney, seguidos de Logan, entraron en la cocina. Ella les dio los buenos días y evitó mirar al atractivo vaquero.

Cuando ella se sentó a la cabeza de la mesa, Floyd comenzó a servir el café.

–El desayuno huele muy bien, Ellen –dijo Logan sonriendo.

Abby lo estaba mirando de reojo y pensó que con aquella sonrisa en la cara no podía estar muy preocupado por no conseguir el puesto.

Para sorpresa suya, el desayuno transcurrió con normalidad. Barney y Dirk no solían hablar; Floyd era el que normalmente mantenía la conversación viva, pero no aquella mañana. Logan hizo algún comentario, aunque ninguno relacionado con su actual situación ni con los ranchos. Ella supuso que estaba siguiendo las normas de comportamiento de su madre. Bien, aquello evitaría cualquier situación incómoda.

Cuando terminó de desayunar, se levantó a buscar el cheque que había extendido la noche anterior para Logan. En cuanto se lo diese, se libraría de él.

Tendría que volver a empezar a buscar un encargado.

–Señor Crawford –empezó a decir cuando sonó el teléfono–, yo contestaré.

–Señorita Abby, tenemos problemas –le informó Duffy. Era el guarda del rancho Prine, las tierras de los hijos adoptivos de Melissa y Rob.

–¿Qué ocurre, Duffy?

–La valla que separa estas tierras y las de Pritchard se ha caído y el ganado que tenías en los pastos de la zona sur se ha mezclado con sus vacas.

–De acuerdo. Dos de los nuestros irán enseguida –le dijo Abby mientras intentaba pensar con cuántos hombres podía contar.

–Será mejor que os deis prisa: el toro de Pritchard está allí y, como se junte con alguna de tus vaquillas, vas a tener crías inservibles.

¡Maldita sea! Había programado aquel rebaño para una inseminación artificial a la mañana siguiente, justo antes del rodeo. El toro de su vecino no era aceptable.

–De acuerdo, haz lo que puedas hasta que lleguemos.

–¿Qué ocurre? –preguntó Floyd en cuanto Abby colgó el auricular. Se dio la vuelta y descubrió que todos estaban pendientes de ella.

Les hizo un breve resumen de la situación.

–Dirk y Barney, ¿podéis mover ese rebaño vosotros solos? Floyd y yo iremos a ayudar a Duffy. Floyd, necesito que enganches el traíler de los caballos.

–¿Es que no te acuerdas, Abby? Hace dos días se me pinchó una rueda y aún no he tenido ocasión de arreglarla –le dijo Floyd. Parecía tan preocupado como ella.

–Si queréis, estaré encantado de ayudar –dijo Logan con tranquilidad–. Mi traíler está listo.

–No puedo…

–No dejes que tu orgullo se interponga, Abby –la interrumpió Floyd.

Ella lo miró furiosa y se volvió hacia Logan.

–No sería justo aprovecharme de usted.

Sorprendida, ella vio cómo él sonreía.

–No. Pero si hacemos una apuesta no se estaría aprovechando.

–¿Qué tipo de apuesta?

–Si mi trabajo hoy está a la altura de sus expectativas, me concede el puesto con un período de prueba de un mes. Si no le gusta lo que ve, me marcho esta misma tarde. Sin ningún rencor.

Abby dudó. La apuesta estaba de su parte ya que el factor determinante era su opinión, y les vendría bien su ayuda… y su traíler. Por fin, alargó la mano.

–Trato hecho, señor Crawford. Gracias.

Entonces Logan dudó y, después de observar la mano que ella le ofrecía, la estrechó.

–Trato hecho –dijo y se dirigió a Floyd–. Vamos a meter los caballos en el traíler. ¿Sabes qué caballo querrá llevar Abby?

–Por supuesto, querrá a Ruby. Es su favorito.

Después de un par de horas de duro trabajo, Abby se dio cuenta de que Logan había supuesto una gran ayuda aquel día. Sin él no habrían conseguido hacer todo el trabajo: había atado el toro de Pritchard para asegurarse de que no se juntase con las vaquillas y había manejado a su furioso vecino sin empeorar la situación.

Abby apreciaba lo que había hecho, hasta que se dio cuenta de que aquello significaba que tendría que contratarlo.