LOGAN, desde luego, no tenía ninguna objeción en cuanto a cómo alimentaba Abby a sus hombres. Ellen les había llevado sándwiches de rosbif. De hecho, podría considerar la comida como un aliciente y, aunque le dio muchas vueltas, no consiguió ponerle ninguna pega a la forma en que se dirigía el rancho. Pero tenía unas cuantas dudas respecto a Abby Kennedy; para empezar, lo distraía mientras bajaba del caballo: no pudo evitar dejar de mirarle el trasero y las largas piernas. Las fantasías de aquellas piernas rodeándolo, de sus curvas estrechadas contra él, casi hicieron que pisara un excremento de vaca al desmontar de su caballo. Pero Logan no podía quejarse porque ella siempre trabajaba tanto o más como el resto. Ruby, su caballo, estaba bien entrenado y Abby lo dirigía bien.
La madre y la hermana de Logan sabían montar a caballo, pero nunca trabajaban en el rancho. Su madre siempre había dicho que las mujeres eran demasiado delicadas para las labores del rancho; ella prefería dedicarse a las obras de caridad. Sin embargo, Logan no sabía cómo reaccionar ante una mujer guapa capaz de realizar el trabajo de un hombre.
–Logan –llamó Ellen–, aquí tienes una tónica para acompañar los sándwiches.
–Gracias, Ellen. Están buenísimos.
–Espera a probar el pollo frito que hay para cenar –le dijo Floyd, que siempre alababa las habilidades de su esposa.
Logan sonrió. Él sí que sabía.
–Floyd te llevará unos sándwiches para ti, Duffy –le dijo Ellen al hombre. Debía tener más de sesenta años y aquel día había trabajado duro. Pero Logan pensó que no podía dar mucho más de sí.
–Buen trabajo esta mañana, Duffy. Floyd y yo no lo habríamos conseguido sin ti.
Hubo un silencio repentino y Logan levantó la vista para descubrir que Abby lo miraba furiosa.
–Quiero decir Floyd, Abby y yo.
No había querido despreciar la contribución de ella pero no estaba acostumbrado a incluir a las mujeres.
–¿Quién entrenó a Ruby, Abby? Es un buen caballo –le preguntó Logan.
–Yo –dijo ella con frialdad–, con la ayuda de Barney –añadió a regañadientes.
Nadie volvió a hablar mientras comían. Luego, él se acercó a Abby. Pensó que debería oler a caballos, sudor y vacas; aunque así era, estaba mezclado con un aroma a flores que hacía que aquellos olores se fundieran en una especie de elixir.
–Creo que podemos arreglarnos sin Duffy. Si hay alguna otra cosa que él pueda hacer, algo menos agotador.
Ella miró al hombre y asintió.
–Creo que todo está controlado por aquí Duffy –le dijo ella–, así que te agradecería que comprobases todas las vallas que compartimos con Pritchard. No quiero que el incidente de hoy se repita.
–¿Estás segura, Abby? Puedo quedarme si me necesitas.
–Lo sé y te lo agradezco, pero prefiero asegurarme de que las vallas están bien –le dijo y le dedicó su mejor sonrisa.
–De acuerdo. Primero iré al norte, no creo que haya ningún rebaño en los pastos de la zona sur.
–Duffy, llévate unas galletas y una manzana –le ofreció Ellen.
–Gracias –dijo y, subiéndose en su caballo, se marchó.
Como si siguiesen ordenes silenciosas, los demás se dirigieron a sus respectivas monturas.
–Abby, ¿por qué no vuelves a la casa con Ellen? Floyd y yo nos podemos arreglar solos –sugirió Logan.
Ella se giró inmediatamente hacia él y lo miró furiosa.
–No necesito que me digan lo que tengo que hacer, Crawford. Me marcharé cuando todo esté terminado y no antes.
Había vuelto a meter la pata, lo sabía. Pero lo habían educado para no dejar que las mujeres hiciesen el trabajo duro. Además, sin ella solo tardarían un poco más, pero se encogió de hombros y montó en su caballo. Floyd se acercó a él.
–Ten cuidado o no durarás mucho tiempo aquí –le susurró.
Logan pensó que Floyd tenía razón, pero Abby había trabajado mucho durante toda la mañana y se merecía un descanso. Un par de horas más tarde, las vacas del rancho Circle K estaban en el lado correcto de la valla. Floyd llegó en aquel momento acompañado de varios vaqueros, y Logan aprovechó para soltar el toro de Pritchard.
–¡Uff! –exclamó Floyd cuando estuvieron dentro de la furgoneta–, por un momento pensé que íbamos a tener una pelea –dijo, haciendo referencia al enfrentamiento que acababan de tener con Pritchard.
Logan se aclaró la garganta.
–Si Abby no hubiese manejado la situación tan bien quizá se hubiese producido. Buen trabajo, Abby.
–Gracias. En ocasiones como estas se agradece no tener testosterona.
Floyd se rio y Logan sonrió.
–Sí, pero supongo que este no será el último de tus problemas con ese hombre. Parece que tiene algo contra ti.
Abby asintió, pero no dijo nada.
–¿Tienes idea del porqué? Parece ser algo más que rencor por haber perdido las tierras –dijo Logan.
Su padre siempre le había señalado la importancia de mantener buenas relaciones con los vecinos.
–Quizá debas hablar con Wayne –le dijo Floyd, refiriéndose al hijo adoptivo de Melissa y Rob–. Quizá su padre tuviese problemas con Pritchard antes de morir.
–Buena idea, Floyd –dijo ella, aunque no habló a Logan.
Este condujo en silencio de vuelta a la casa. Resultaba obvio que había perdido la apuesta. Aquella mujer no quería tener nada que ver con él, ni siquiera después del duro día de trabajo. Tampoco le hablaba; desde luego, no iba a contratarlo como encargado.
Cuando aparcó la furgoneta delante del establo, Floyd fue el primero en hablar.
–¿Quieres que vaya a ver cómo les va a Dirk y a Barney? Quizá necesiten ayuda.
–¿Te importa, Floyd? –preguntó Abby mirándolo–. ¿No estás demasiado cansado?
–No, no te preocupes. Además, aún faltan un par de horas para la cena.
–Gracias. Yo también iría, pero los chicos volverán del colegio en cualquier momento y quiero hablar con Wayne. Después iré a ver al sheriff.
–¿Vas a denunciar que han cortado los alambres de la valla? –preguntó Logan–. No tienes pruebas.
Logan no pretendía criticar su decisión. Solo se preguntaba qué conseguiría con ello, pero Abby se tensó ante aquel comentario.
–Lo sé, pero mi tía siempre creyó en sentar las bases. Como tú dijiste, no creo que sea mi último problema con Pritchard y quiero que el sheriff esté al tanto por si ocurre algo más.
–Bien pensado –dijo él asintiendo. Ella pareció sorprendida por su aprobación, pero no dijo nada.
Cuando Floyd se marchó, Logan se quedó de pie junto a ella, esperando. Después sacó a Dusty del traíler y, después de desensillarlo, lo llevó al establo donde Abby le estaba pasando el cepillo.
–Si no te importa, quisiera cepillar a Dusty antes de marcharme –le dijo mientras la observaba. Sabía que estaba forzando la situación. Pero quería oír su decisión, aunque estaba seguro de cuál era.
–¿Has cambiado de opinión respecto al trabajo? –le preguntó y levantó la vista para mirarlo.
–No, me imagino que tú tampoco lo has hecho.
Ella se mordió el labio inferior y una sensación de deseo inundó el cuerpo de Logan. No llevaba carmín para tentar a un hombre, pero quería probar aquellos labios más de lo que nunca había deseado saborear a una mujer. Aquello era una locura. Si le quedaba algo de sentido común, se marcharía rápido de allí.
–Hice un trato contigo y has mantenido tu parte del acuerdo. El trabajo es tuyo si lo quieres… por un mes.
Él la miró fijamente. Cuando se agachó bajo el cuerpo de Ruby y se acercó a él con la mano extendida enarcando las cejas a modo de pregunta, él se obligó a estrecharla. No era suave, sus dedos eran fuertes; eran manos trabajadoras.
–Te lo agradezco. Procuraré no decepcionarte.
–Volveremos a hablar cuando termine el mes –le dijo y se dio la vuelta para seguir cepillando al caballo.
–Hablaremos antes de eso ¿no? Me refiero a que necesitaré saber cómo quieres que haga las cosas.
–Por supuesto. Me refería a que volveremos a hablar sobre tu puesto de trabajo. Puede que para entonces estés harto de nosotros.
A Logan le sorprendió darse cuenta de lo extraño que le resultaba la idea de marcharse del rancho cuando solo llevaba dos días allí. ¿Cómo se sentiría después de todo un mes?
–No de la cocina de Ellen –dijo él esperando que ella no se diese cuenta de cómo le habían afectado sus palabras.
Abby sonrió. Estaba más relajada de lo que había estado en todo el día.
–Cocina bien, ¿verdad? Puedes dar gracias a que tus comidas no dependen de mí. Melissa es la cocinera de la familia.
–Cada uno tiene habilidades diferentes –le aseguró él encogiéndose de hombros. Había visto unas cuantas en Abby aquel día y estaba impresionado.
Continuaron pasándole el cepillo a los caballos en silencio, pero él observaba a su nueva jefa por el rabillo del ojo. Cuando ella se encaminó hacia la casa, la detuvo.
–¿Hay algo que quieres que haga hasta que vuelvan los demás? –le preguntó.
–No. Puedes ir a echarle un vistazo a la casa del encargado, si quieres. No está cerrada con llave y no debe estar en muy malas condiciones porque Rob vivió en ella hasta el verano pasado.
–¿Puedo acompañarte a hablar con el sheriff y con Wayne?
Aquella invitación pareció sorprenderla.
–¿Por qué?
–Me gustaría conocer a los niños que viven en el rancho y, además, soy testigo de lo ocurrido con la valla.
–De acuerdo –dijo, pero lo miró con seriedad–. De todos modos no necesito que cuides de mí: puedo arreglármelas sola –añadió.
–No lo he dudado ni por un momento, jefa –dijo él arrastrando las palabras.
Abby pasó por su lado con la barbilla levantada y él la siguió.
–Siempre y cuando no haya serpientes a la vista –murmuró.
Abby oyó sus palabras y apretó los puños. Las mejillas se le inflamaron. ¿No le iba a permitir olvidar aquella humillación? Pero había hecho un trato y lo iba a cumplir, la tía Beulah le había enseñado la importancia de mantener la palabra, al menos durante un mes. Inspiró profundamente y caminó más aprisa esperando aumentar la distancia entre los dos, pero Logan le siguió el paso.
Cuando llegaron al porche delantero de Melissa, Abby llamó a la puerta y sonrió al oír las pisadas de unos pies pequeños. Susie, la mayor de las tres niñas pequeñas, abrió la puerta.
–¡Es la tía Abby! –gritó por encima de su hombro y ella se arrodilló para abrazar a las tres sobrinas.
Las dos pequeñas, Jessica y Mary Ann, eran las hijas adoptivas de Melissa y Rob.
Su hermana apareció en la puerta.
–Abby pasa… vaya, Logan, no sabía que… vamos pasad los dos, estamos haciendo galletas. ¿Queréis probarlas?
De repente, comparada con la cálida y maternal figura de Melissa, Abby se sintió desaliñada.
–Estamos un poco sucios, Melissa. Yo solo quería…
–Logan puede utilizar el cuarto de baño que hay aquí abajo y Susie te llevará al del piso de arriba. Baja cuando estés lista.
Melissa apremió a las dos más pequeñas a entrar en la cocina.
–Te veré en la cocina –dijo Logan sonriendo, y se encaminó al cuarto de baño.
–Vamos, tía Abby, las galletas ya casi están.
–Te diré lo que haremos, Susie. Como yo sé dónde está el cuarto de baño, ¿por qué no vas a ayudar a mamá? Yo bajaré en un minuto.
La niña estuvo de acuerdo y se marchó alegre a la cocina. Abby se apresuró escaleras arriba, pero lo que en realidad quería hacer era esconderse en su habitación. Logan no pensaba que fuese femenina y cuando la viese junto a su hermana, se sentiría como un bicho raro. Se dijo a sí misma que estaba exagerando hasta que se miró en el espejo del baño: tenía la cara manchada y la trenza medio deshecha. Además, estaba empapada en sudor. Abby gruñó mientras se deshacía el peinado. Se cepilló el pelo y lo volvió a trenzar, después se lavó la cara y deseó tener un poco de maquillaje.
–¿Qué pasa contigo? –se dijo repentinamente furiosa consigo misma.
Una vez limpia y arreglada pensó que, si Logan Crawford necesitaba una belleza como jefe, entonces había ido al rancho equivocado y ella no iba a obligarlo a quedarse.
Con la cabeza bien alta bajó las escaleras, pensando en las sabias palabras de la tía Beulah. Ella no necesitaba a ningún hombre, tenía vacas. Sin embargo, ninguna era tan atractiva como Logan Crawford.