ABBY había marcado una línea. Si Logan la cruzaba, lo despediría. Al menos le había dejado aquello claro.
Durante la cena, la observó. Ella se unió a la conversación, pero no se había relajado del todo. Él podía ver que aún estaba furiosa.
–Abby, ¿podemos repasar las tareas de mañana? –le preguntó él.
–Quiero que hagamos la inseminación artificial al rebaño que hemos recogido hoy. El veterinario estará aquí a las siete de la mañana.
Logan asintió.
–Si los cuatro lo ayudamos, por la tarde habremos terminado. Después…
–¿Cuatro? Seremos cinco. Todos ayudaremos.
–Pero Abby…
–¿Me vas a decir que resulta poco femenino que yo esté presente? –le preguntó levantando la voz.
Aquello era justo lo que iba a decir, o algo parecido. Quizá, en vez de poco femenino, habría utilizado la palabra inapropiado. Pero…
–¡Olvídalo, Logan! ¡No soy una señorita! ¡Soy una ranchera!
–Y muy buena –intervino Floyd dándole unas palmadas en el hombro–. El chico no ha querido ofenderte, solo pensó que a lo mejor tenías más trabajo. Como todo el papeleo del que siempre te estás quejando.
El viejo vaquero guiñó un ojo a Logan y este asintió a modo de agradecimiento.
–El papeleo lo reviso por las noches –dijo ella. Se levantó y recogió sus platos.
Logan escondió una sonrisa. Era igual que su padre, trabajaba sin parar.
A la mañana siguiente, tras el desayuno, Logan y los chicos cargaron una jeringuilla portátil en la furgoneta de Abby. Después, metieron cuatro caballos en el traíler de él.
–Tengo que arreglar esa rueda –murmuró Floyd–. Abby se pondrá furiosa conmigo.
Logan sonrió.
–Es probable, pero solo necesitamos cuatro caballos esta mañana. Alguien tendrá que ayudar al veterinario.
–Sí –Floyd estuvo de acuerdo–. Por lo general, es Barney el que lo asiste.
–¿No es Abby? Pensé que ese trabajo sería más sencillo…
–¡Tienes que dejar de hacer ese tipo de comentarios! –lo avisó Floyd mirando por encima de su hombro–. Si ella te oye decir que no es capaz de hacer el trabajo, el ambiente se va a caldear.
–No estaría mal –murmuró Dirk mientras cerraba la puerta del traíler.
El viento era cortante aquella mañana y Ellen les había dicho que se aproximaba un frente frío.
Abby no le había dirigido aún la palabra, y él supuso que era por haberla esperado la noche anterior. Ella se había salido con la suya: se había marchado sola a ver a Pritchard después de cenar.
–Aquí viene –susurró Floyd.
Logan se giró para mirarla mientras ella se acercaba. Llevaba el sombrero bien calado y el cuello de la cazadora subido. Las manos las llevaba metidas en los bolsillos. Pero nunca la habría confundido con un vaquero; su forma de andar, con aquellos pantalones ajustados, la identificaba.
Barney caminaba a su lado y ella lo escuchaba mientras hablaba, pero al mismo tiempo comprobaba con la mirada el trabajo que habían hecho.
–¿Habéis cargado los caballos? –les preguntó cuando llegó donde estaban–. ¿A Ruby también?
Floyd dio un paso hacia delante.
–Claro, Abby. Está ahí dentro.
–Bien. Pongámonos en marcha. Creo que para la hora de la comida tendremos ganas de algo caliente –afirmó y subió a la furgoneta, colocándose en el asiento del conductor.
Logan se subió en la suya, acompañado por Floyd y Dirk. Barney se marchó con Abby.
El veterinario estaba en su propia furgoneta, esperándolos junto a la entrada a las tierras de Prine. Cuando pasaron por allí, se unió a ellos.
Al llegar al pasto de la zona este, los cuatro hombres descargaron la jeringuilla portátil. Abby y el veterinario se quedaron hablando. Parecían muy amistosos, pensó Logan.
–¿Es un buen veterinario? –le preguntó a Floyd.
–Sí.
–¿Está casado?
Floyd giró la cabeza y lo miró sorprendido.
–¿Por qué quieres saberlo?
Logan se encogió de hombros, intentando que su pregunta pareciese casual.
–Solo me lo preguntaba.
Floyd sonrió de una forma que irritó a Logan, pero esperó a que el hombre le contestase.
–Sí, está casado. Abby es amiga de su esposa.
Bien. Tampoco es que importase, se aseguró a sí mismo, pero era bueno saber cuáles eran las relaciones en una situación nueva.
Así que comenzó a descargar los caballos y, cuando todos los hombres estuvieron montados, los llevó hacia donde las vacas estaban pastando tranquilamente.
–Empezaremos con estas. Vamos a empujarlas. Barney, si vas a ayudar al veterinario, pásale tu caballo a Abby en cuanto lleguemos allí.
Fue un buen trabajo en equipo. A medida que pasaba la mañana, a Logan le complació ver la rapidez con la que trabajaban. El veterinario era eficiente; Dirk y Floyd empujaban a las vacas; Abby y él las dirigían, una a una, hasta el veterinario. Barney ayudaba al veterinario, y después marcaba a las vacas en un lado para controlar las que habían pinchado, antes de soltarlas.
Alrededor de las diez de la mañana comenzó a nevar. Logan quería decirle a ella que fuese a sentarse en la furgoneta hasta que terminaran, pero fue más listo que eso.
Además, era una vaquera experta.
Solo les quedaban unas veinticinco vacas cuando sonó el teléfono móvil del veterinario.
–Voy a tener que marcharme –le dijo a ella–. Un camión lleno de caballos se ha salido de la carretera debido al hielo. Hay muchos heridos.
–De acuerdo –dijo Abby frunciendo el ceño.
Logan se acercó a ellos.
–Si dejas el equipo aquí, yo puedo terminar el trabajo. Después te lo llevaremos a tu oficina.
–¿Has hecho esto alguna vez? –le preguntó el veterinario.
–Sí. En el rancho de mi padre llevábamos un tiempo haciéndolo.
–¿Te parece bien, Abby? –le preguntó el veterinario.
–Sí. No quiero tener que volver en otro momento, cuando la marca quizá haya desaparecido.
Logan bajó de su caballo, lo ató al traíler y tomó la pistola. El veterinario le dio unas palmadas en el hombro.
–Bien, los futuros bebés del rancho Circle K están en tus manos –le dijo y se marchó.
Logan la miró fijamente y pensó en otro tipo de bebés. De repente, se le pasó el frío.