Capítulo 7

 

 

 

 

 

ABBY no entendía la extraña mirada que Logan le dedicó.

–¿Estás seguro de lo que haces? –le preguntó y suspiró aliviada cuando éste asintió.

Al cabo de una hora terminaron. La temperatura había bajado de forma drástica y todos se apresuraron a entrar en las furgonetas.

–Espero que Ellen tenga algo caliente preparado –murmuró Barney–. Creo que cada centímetro de mi cuerpo está congelado.

Cuando aparcaron las furgonetas, Abby se dirigió hacia el traíler de Logan para ayudar a descargar los caballos.

–Ya los tenemos, Abby. Entra en la casa –gritó Logan por encima de la tormenta.

Los demás hombres asintieron y ella sorprendió a sí misma al estar de acuerdo. Por lo general no se facilitaba las cosas más que a sus empleados, pero había cuatro hombres y cuatro caballos. No la necesitaban. De manera que se dio la vuelta y se encaminó hacia la casa. Fue entonces cuando vio un coche desconocido aparcado a la puerta. ¿Quién habría venido con aquel tiempo? Alguien que conducía un deportivo caro.

Cuando abrió la puerta trasera, una ráfaga de aire caliente la azotó y le provocó escalofríos. Apenas había entrado cuando Ellen salió a recibirla con una taza de café caliente.

–Tómate esto –le ordenó–. ¿Dónde están los demás?

–Con los caballos. Llegarán en cualquier momento –le aseguró–. ¿De quién es el coche que…?

Antes de que pudiese terminar, una jovencita salió de la cocina.

–Lindsay, esta es Abby Kennedy. Abby, esta es Lindsay Crawford.

Abby casi se atraganta con el café.

–¿Crawford? ¿Eres la hermana de Logan?

–Sí –dijo la chica y sonrió.

Era un poco más baja que Abby. Llevaba ropa muy a la moda y un bonito corte de pelo.

–¿Sabe él que estás aquí?

–No. Quería darle una sorpresa. ¿Te importa? –le preguntó.

–No. Claro que no. Creo que subiré a ducharme –le dijo a Ellen, aunque no dejó de mirar a Lindsay.

Se dirigió a las escaleras pero, en aquel momento, oyó el ruido de botas en el porche y se detuvo. Quería ver la expresión de Logan cuando viese a su hermana.

La puerta trasera se abrió y una corriente de aire frío entró a la vez que los cuatro hombres. Ellen estaba sirviendo tazas de café y ellos se acercaron a la encimera para sujetar con sus heladas manos las tazas calientes.

–Logan.

Aquella suave y femenina voz los paralizó a todos.

Abby vio cómo primero la incredulidad, después la alegría y, por último, la consternación se reflejaba en la cara de Logan. Después, cruzó la habitación y le dio un abrazo a su hermana.

–¡Estás helado! Y hueles a vaca –dijo Lindsay.

–No es de extrañar, cariño. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Quería verte.

–¿Papá y mamá lo saben?

La mirada de Abby se cruzó con la de Ellen y vio que su ama de llaves podía ocuparse de todo.

–Disculpadme –murmuró y subió al piso de arriba.

 

 

Logan se fue al taller a lavarse con los demás, dejando a su hermana con Ellen.

Le dio vueltas a la repentina visita de Lindsay.

El sonido de la nieve en las ventanas le dijo que no podría marcharse. ¿Qué iba a hacer con ella? Además, no había contestado a su pregunta. Si sus padres no sabían que estaba allí, tendría que llamarles enseguida.

–¡Date prisa! –lo apremió Barney–. Ya sabes que Ellen no servirá la comida hasta que estemos todos.

Cuando los tres hombres volvieron a la cocina, encontraron allí a las tres mujeres. Abby se había cambiado de ropa, pero aún llevaba atuendo de trabajo.

Lindsay, que estaba junto a ella, tenía el aspecto de una mujer ociosa. Logan sabía que su hermana iba a clases al instituto local, pero no tenía trabajo. Su padre le daba una paga muy generosa.

–Lindsay, ¿le has dicho a mamá y a papá que estás aquí?

Pero la chica ignoró la pregunta, al igual que Ellen.

–A la mesa todo el mundo. La comida está lista –dijo el ama de llaves.

Logan se sentó junto a su hermana.

–Contéstame –le exigió.

–No. No lo saben –espetó ella–. ¿Estás satisfecho?

–Abby, discúlpame, pero tengo que llamar a mis padres. Es probable que estén buscando a mi hermana como locos –dijo él poniéndose en pie.

–Logan, sabes que no les preocuparía tanto –dijo Lindsay deteniendo a su hermano–. Llevo mi teléfono móvil. Llamaron hace un par de horas y me dijeron que me quedase en la ciudad porque era demasiado peligroso conducir. Les prometí que no iría a casa –le explicó con una sonrisa triunfal.

Abby sonrió a Lindsay y después se volvió a él.

–Parece que el problema está resuelto, Logan. Siéntate y cómete el guiso.

Frustrado, él se sentó de nuevo y comenzó a comer.

¡Mujeres! ¿Qué otra cosa podía hacer?

 

 

Abby ocultó una sonrisa. La hermana de Logan estaba muy protegida, pero aquella protección no había evitado que hiciera lo que quisiese.

Además, había frustrado a su hermano.

Abby esperó a que los hombres terminasen de comer para anunciar las tareas de la tarde.

–Sé que hace mal tiempo, así que en cuanto carguéis la furgoneta con el heno os podéis tomar la tarde libre.

–¿Por qué? –espetó Logan, volviéndose hacia ella sorprendido.

Su atención había estado sobre su hermana casi toda la comida y, en aquel momento, miró a Abby como si fuese una extraña. Quizá lo fuese, pensó Abby, en comparación con la guapa y femenina Lindsay.

–Voy a salir a llevar heno al pasto de la zona sur. Había pensado en mover al rebaño esta tarde, pero como hace tan mal tiempo hoy le daré de comer y mañana lo moveré si el tiempo lo permite.

–¿Tú sola? No seas ridícula. Los hombres y yo nos encargaremos –le aseguró y pareció dar el asunto por zanjado.

A ella le animó ver que los demás asentían, mostrando así su disposición a pasar la tarde fuera con mal tiempo por ella. Les dedicó una sonrisa a modo de agradecimiento, hasta que miró a Logan. Entonces, su voz se volvió fría como el viento que les había azotado aquella mañana.

–Esa es mi decisión, Logan.

–Aunque el tiempo no fuese malo, es una tontería que salgas sola, que salgas cuando no hay necesidad.

–Quizá las vacas no estén de acuerdo contigo –murmuró ella y se puso de pie para llevar sus platos a la pila.

–Sabes que no me refiero a eso –gruñó Logan–. Pero no hace falta que lo hagas tú.

Abby lo miró con seriedad antes de dar la espalda a la mesa.

–Creo que con veinticinco fardos será suficiente, chicos –dijo ella y subió al piso de arriba a por la bufanda de lana que Melissa le había regalado las navidades anteriores.

Cuando volvió abajo, solo quedaban Ellen y Lindsay en la cocina.

–¿Han ido al granero? –preguntó Abby.

–Sí –contestó Ellen.

–Has puesto a Logan furioso –añadió Lindsay.

–¿De verdad? –dijo ella enarcando una ceja–. Es probable que no sea la última vez. Le cuesta acatar órdenes.

Mientras se ponía el abrigo, vio cómo Lindsay abría los ojos de par en par sorprendida.

–¿Eres su jefa?

–Sí. Este es mi rancho.

–Pobre Logan –dijo su hermana riéndose y vio cómo Abby la miraba sorprendida–. Lo siento, lo que quiero decir es que no está acostumbrado al mando de una mujer.

–Pues tiene un mes para acostumbrarse –dijo Abby sonriendo a su vez. Después de eso, se abrigó y salió al exterior.

Cuando llegó al granero, los cuatro hombres casi habían terminado de cargar la furgoneta.

–Gracias, chicos –les dijo cuando terminaron–. Os veré a la hora de cenar.

Todos se fueron al barracón, excepto Logan. Y cuando ella alargó la mano para abrir la puerta de la furgoneta, él posó la suya sobre la de ella.

–¿Quieres que conduzca yo? –le preguntó Logan.

–¿Por qué vas a conducir si ni siquiera vas a venir?

–Sí voy, Abby. Te guste o no. En un día como este, no es seguro que salgas sola. Si la furgoneta patina y vuelca, estarás sola.

–Si eso ocurre –le dijo mirándolo furiosa–, llamaré para pedir ayuda. Solo hace falta una persona para llamar.

–¿Y si la llamada no llega debido a la tormenta?

–No creo que la solución sea que nos congelemos dos en vez de uno.

–Si somos dos, podemos compartir el calor corporal –dijo él y sonrió de forma que hizo que ella se sonrojase.

–Conduzco yo –dijo ella agachando la cabeza y empujándolo–. Y no necesito ayuda.

Él, en lugar de contestarlo, dio la vuelta a la furgoneta y se sentó en el asiento del copiloto.

–Eres muy testarudo –murmuró ella mientras cerraba la puerta.

–¿Yo? Tú eres la que insiste en salir cuando no hace falta. Sabes que cualquiera de los chicos se habría ofrecido a venir conmigo.

–Ya no son jóvenes. Y dan todo lo que pueden a diario; no quiero pedirles demasiado –le explicó.

–Te preocupas de todos menos de ti –le dijo Logan.

–Supongo que tú no te preocupas por nadie –le dijo mientras pensaba en Lindsay–. ¿Y tu hermana? ¿Acaso no te preocupas por ella?

–Claro que sí. Se supone que tengo que cuidar de ella.

Abby movió la cabeza, pero no dijo nada más.

Él saltó de la furgoneta en dos ocasiones para abrir las verjas por las que tenían que pasar. Ambas veces volvió al automóvil cubierto de hielo.

–Creo que está empeorando –murmuró la segunda vez–. La temperatura está bajando.

Ella asintió. Le estaba costando controlar la furgoneta debido al hielo, pero no dijo nada. Cuando llegaron al rebaño, Logan se dispuso a salir de nuevo.

–Espera. Yo arrojaré el heno si tú conduces –dijo Abby y él hizo un gesto de impaciencia con los ojos.

–Yo arrojaré el heno, Abby. Tú conduces.

Ella pensó en discutir con él, pero era una buena oferta.

–Al menos ponte esto –dijo ofreciéndole la bufanda de lana rosa.

–¿Qué quieres que haga con eso? –preguntó él, frunciendo el ceño.

–Pues que te lo enrolles alrededor de la cara para que no te congeles –le explicó y se la lanzó.

–¡Oye!

–No protestes –dijo ella sonriendo. Por una vez, el vaquero no estaba al mando.

Le enrolló la bufanda alrededor del cuello y parte de la cara, y no pudo evitar pensar que era una pena tener que tapar aquellos labios. Para atársela, tuvo que inclinarse hacia delante y él pasó las manos por debajo de sus brazos, pillándola por sorpresa. A Abby se le aceleró el corazón y se apartó hacia atrás de golpe. Una sensación cálida le recorrió la piel.

–¿Qué haces?

–Pensé que perderías el equilibrio –le aseguró él.

–Tenemos que descargar el heno –murmuró ella, volviendo al volante.

–De acuerdo.

Cuando terminaron de distribuir todo el heno, Logan entró de nuevo en la cabina de la furgoneta. Estaba cubierto de nieve.

Abby sabía que la había salvado de acabar de igual. Se inclinó hacia él para desatarle la bufanda.

–Gracias –murmuró él–. Ha sido útil.

–No hay de qué. Te agradezco que hayas descargado el heno.

Él sonrió de forma que aceleró el pulso de Abby.

–Gracias por dejarme.

–Creo que exageras al darme las gracias por dejar que te conviertas en un polo.

Ella se dio cuenta de que tenía las manos apoyadas sobre el pecho de Logan y las retiró apresuradamente.

–Deberíamos volver.

–Sí –dijo él mientras se apartaba la bufanda del cuello y se quitaba los restos de nieve de encima.

Abby dio la vuelta a la furgoneta y tomó el camino por el que habían ido, pero era difícil verlo ya que la nieve había cubierto las huellas.

–Abby, mi hermana no podrá volver esta noche. ¿Te importa que se quede? Como yo estoy en el barracón…

–Ellen ya le ha preparado una habitación.

–Gracias –dijo Logan aliviado.

–¿De verdad pensabas que la iba a dejar marchar en una noche como esta? –le preguntó, mirándolo un instante.

–No. Pero me sabía mal preguntártelo.

–Tengo sitio de sobra.

La furgoneta chocó con algo bajo la nieve y patinaron. Ella consiguió controlarla y dobló la concentración.

Un poco más adelante estaba la parte que le preocupaba. Un pequeño arroyo cruzaba los pastos a menos de cinco kilómetros de distancia de la casa. No tenía mucha profundidad, pero las orillas eran escurridizas y, en aquellos momentos, no estaba segura de poder hacer subir a la furgoneta al otro lado del arroyo.

–¿Crees que lo conseguiremos? –le preguntó Logan como si le hubiese leído la mente.

Ella lo miró.

–No lo sé –dijo de nuevo, concentrada en el camino–. ¿Entras en calor?

–Sí.

Abby sonrió débilmente, pero no dijo nada. Estaban llegando al arroyo.

–Voy a tener que ir más rápido para poder subir. Agárrate.

Él alargó un brazo por el asiento y apoyó la otra mano en el salpicadero. Cuando ella lo miró, él le dedicó una sonrisa de ánimo.

Aquel gesto la emocionó. A pesar de haber discutido con ella para que se quedase en casa, estaba depositando su confianza en ella.

Cuando se acercaron al arroyo, Abby pisó el acelerador, esperando así conseguir velocidad suficiente para llegar hasta arriba antes de que el hielo les detuviese.

Botaron por el áspero y grueso lateral de la corriente de agua, y ella aceleró al máximo. Pero supo, antes de que la furgoneta se detuviese, que había perdido la batalla.

A mitad de camino hacia arriba la furgoneta patinó y comenzaron a deslizarse hacia abajo de nuevo; se detuvieron cuando chocaron contra una roca.

–Habrá que volver a pintarla –dijo Logan con calma.

Ella dio un profundo suspiro.

–¿Estás bien?

–Sí. Ha sido un buen intento, casi lo consigues.

–La verdad es que no –admitió ella suspirando y sacó el móvil de su bolsillo. Pero tal y como Logan había predicho, la tormenta imposibilitó la llamada–. No parece que vaya a venir la caballería a buscarnos –dijo y se guardó el teléfono. Si esperamos el tiempo suficiente, estoy segura de que alguien vendrá a buscarnos.

–Y para entonces puede que seamos polos, a no ser que compartamos mucho calor corporal –le dijo Logan sonriendo.

Abby sintió un escalofrío por todo el cuerpo que no era provocado por el frío. La idea de acercarse a él para compartir su calor corporal no era algo en lo que pudiese pensar con calma.

–Sugiero que caminemos hacia la casa. Son menos de cinco kilómetros.

Ella esperó que el paseo en la tormenta le refrescase su acalorada piel… y pensamientos. Sin embargo, no creía que lo hiciese.