EL MAR
DESATADO

Me despierto de otra de mis pesadillas, con la respiración entrecortada y sudada. Era la misma de la última vez. Roth me perseguía a través de las cavernas de cristal y el bosque. Los espectros me agarraban en la nieve. Ese mismo vacío enorme en el pecho mientras me arrodillaba sobre la piedra angular, en el centro de la Cuna. La misma conciencia terrible de que mi padre y Violet estaban muertos y que todo era culpa mía. El mismo terror mientras el poder me abandonaba y agitaba el mar de la Cuna. Esa misma voz susurrante.

«Vuelve».

Sin embargo, en esta ocasión, la pesadilla continúa. He visto un mundo de hielo, un mundo de agua, un mundo de montañas neblinosas, un mundo en llamas. He visto unas ciénagas oscuras y pueblos bulliciosos de otros mundos. Ciudades extranjeras y templos tranquilos. He visto puertas de la Mansión que se abrían en cuevas y paredes de acantilados, en cimas de montañas y bajo unos viejos árboles inmensos, y el mar de la Cuna precipitándose entre todo aquello con oleadas de un agua destellante de un blanco candente. He visto a la gente de Bluehaven corriendo a cobijarse, a la vez que el mar se precipitaba por la Escalinata Sagrada y arrasaba con todo a su paso. He visto a Winifred Robin, envuelta con su capa roja, observando cómo la avalancha de agua engullía Outset Square. He oído los chillidos de la gente. No he sentido más que desesperación cuando se han ido.

En esta ocasión, he visto a mi padre hundiéndose en la oscuridad. Muerto.

Leches, es casi un milagro que no haya provocado un terremoto mientras dormía.

Estoy temblando. Las antorchas se han apagado. Veo la luna en forma de hoz por la ventana del balcón. Violet duerme profundamente en la cama que hay a mi izquierda, aferrada a la pata de una silla como si fuera un arma. Hickory aún duerme, a mi derecha. Aparte de los ronquidos suaves y vibrantes de Aki, en la habitación de al lado, todo está en silencio absoluto. Ni rastro de tambores. Ni de ovaciones.

La fiesta ha terminado.

Salgo al balcón, preparada para recibir el frío. Contemplo el desierto llano y plateado. El cielo despejado, inundado de estrellas. Salientes y balcones salpican la pared del acantilado a mi alrededor. Me asomo un poco. Estamos a tanta altura que apenas distingo el sendero por el que hemos subido. Las vistas son de vértigo, y estoy casi tan mareada como cuando tengo esa pesadilla.

«La Mansión te ha estado llamando, Jane —me dijo Violet—, toda tu vida».

«Debes escuchar».

¿El qué? ¿Mis miedos? ¿Cómo mi propio cerebro se vuelve en mi contra?

Me froto las sienes, trato de aclarar mis ideas, pero no puedo dejar de pensar en mi padre. Mientras nosotros atravesamos este mundo, un foso salino, él está atrapado dentro de la Mansión a merced de un loco. ¿Cuántas veces Roth ha hurgado en su mente? ¿Cuánta información ha obtenido?

Estamos perdiendo un tiempo precioso.

—Aguanta, viejo Johnny. —Lanzo las palabras al otro lado del desierto, a través de la puerta de la salina, a lo largo de los pasadizos serpenteantes de la Mansión, al interior de la fortaleza de Roth y a la celda de mi padre. Me imagino que las palabras penetran sigilosas en sus oídos mientras duerme—. Aguanta.

—¿Hablas sola, Doe? —Hickory está justo en la puerta que hay detrás de mí, mirando al suelo, con una manta sobre los hombros. Me cruzo de brazos—. ¿Qué? —dice.

—Todavía espero que me des las gracias. Te he salvado la vida.

—Sí, bueno, nadie te lo ha pedido. —Se pasa la mano por la cabeza rapada. Se queda inmóvil al oír los ronquidos vibrantes tan escandalosos de Aki, que duerme en la habitación de al lado—. Dime que no es lo que estoy pensando.

—Lo es —confirmo—. Pero está todo controlado. Creo que Aki es —no puedo creer que esté a punto de decir esto— un buen cabeza de cuero. Gorani, quiero decir. Es como los llaman aquí.

—¿Aki? Oh, qué barbaridad. Deberías recoger a un piel de hojalata, ya que estás. Podría dormir a los pies de tu cama.

—Hickory.

—¿Mmm?

—Mírame. —Sacude la cabeza. Chuta una piedra. Todavía no se ha acostumbrado a este cielo abierto. Ni me imagino lo raro que tiene que ser para él el simple hecho de estar fuera. Le tiendo la mano—. No te pasará nada.

Poco a poco, vacilante, Hickory levanta la cabeza y mira a las estrellas. La luz de la luna se refleja en sus ojos. De pronto coge aire, lo retiene, sale al balcón y espira. Parece un niño pequeño sobrecogido ante las maravillas del mundo. Por un segundo, estoy convencida de que va a sonreír. Luego, carraspea y vuelve a bajar la vista al suelo.

—Así que... ¿eres la tercera llave?

—Sí.

—Debería haberlo supuesto, de hecho.

—Tal vez. —Me froto el vendaje de la palma de la mano—. Me refiero a que supongo que tiene sentido, sí.

Hickory me mira con atención la mano durante un instante y suspira, como si eso fuera todo lo que necesitamos decir al respecto. Con un movimiento de cabeza señala nuestra habitación—. ¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar?

—Orin-kin. Un puesto fronterizo de camino a Asmadin.

—¿Y qué hay en Asmadin?

—La segunda llave.

—Entiendo. —Se vuelve hacia la puerta—. Suerte, pues.

—Tú también vienes, Hickory.

Se detiene.

—En la Mansión te morías de ganas de deshacerte de mí. Dijiste que, en cuanto encontrarais a Elsa, ya no me necesitaríais. A no ser —se vuelve de nuevo hacia mí— que no tenga todas las respuestas que esperabais. Aún no os ha dicho dónde está la Cuna, ¿verdad?

—Estamos en ello.

Hickory hace como si no me hubiera oído.

—Pero eso no es lo peor. —Da un grito ahogado para enfatizar lo que va a decir—. No os fiais de ella. Después de todo lo que pasamos para encontrarla. Qué pena.

Menudo energúmeno está hecho.

—¿Qué demonios te pasa? —le espeto—. Creía que...

—¿Qué? ¿Que soltaría unas lagrimitas porque has saltado a un pozo para salvarme? ¿Acaso creías que vería la luz y te ayudaría a salvar los mundos? Que quede claro: tú y yo no somos amigos. ¿Cuánto hace que te conozco, una semana? Tengo dos mil años, ¿recuerdas? Eres un granito de nada, Doe. Tú y Violet. Un par de anécdotas en mi vida.

—¿Anécdotas? —repito—. Te sacamos de la Mansión.

—Y eso me ha venido muy bien hasta ahora. Gracias.

—Sé que te importamos, Dawes.

—Os he estado utilizando, Jane. Quería...

—Apoderarte de la Cuna y destruir la Mansión. Lo sabemos.

—Entonces, ¿por qué queréis que vaya?

—Porque no creo que lo hubieras hecho. Puede que seas idiota de remate, pero no eres malo. Necesitamos tu ayuda, Hickory. Por favor.

—Oh, necesitáis ayuda, de acuerdo. No podríais estar más lejos de la Cuna, aún no tenéis la segunda llave, y la única forma que tenéis de regresar a la Mansión es cruzando la puerta del tipo malo. Y, por si fuera poco, os habéis buscado a un cabeza de cuero como colega y una guía que es una alcohólica acabada. Diría que vuestras posibilidades de aniquilar a Roth y salvar el mundo son una entre mil millones.

Eso es la gota que colma el vaso.

—Primero, Aki no es mi colega. Simplemente, se ha quedado a dormir esta noche. Segundo... Vale, es probable que Elsa sea alcohólica, pero tercero, por lo menos hay una forma de regresar al interior de la Mansión. Y sabemos dónde está la segunda llave, o sea que más o menos es como si la tuviéramos.

—Más o menos es como si la tuvierais. Qué descanso.

—Pues sí, así es. —Me encaro con Hickory—. Básicamente, todo se reduce a esto, pelón: nosotras te necesitamos, y tú nos necesitas a nosotras, lo reconozcas o no. Pero si la lías, si intentas fastidiarme otra vez o buscas que te maten, te juro que te llevaré de vuelta a la Mansión, te encerraré en la primera sala vacía que vea y me aseguraré de que nadie te encuentre. Nunca. Jamás.

—Impresionante el discurso, pequeña Doe. —Hickory entorna los ojos—. Lo crees de veras, ¿no? ¿Crees de veras que soy uno de los buenos?

—Me jugaría la vida. Cuando llegue la hora de verdad, estarás de nuestro lado.

—¿Cuando llegue la hora de la verdad?

Asiento con la cabeza.

—A la hora de la verdad.

—Entonces es que no me conoces en absoluto. —De nuevo, Hickory se vuelve hacia a la sala—. Regreso a la cama. Supongo que os iréis en cuanto amanezca. No os molestéis en despertarme cuando os vayáis.

Otra vez sola, contemplo las estrellas y me cojo las manos temblorosas.

¿Cómo puedo conseguir que Hickory esté de nuestro lado? ¿Cómo puedo hacer que se dé cuenta?

Estoy a punto de entrar cuando algo se precipita en un balcón que hay más abajo, a mi izquierda. Una botella. Me asomo al muro y miro arriba. Veo la luz tenue de una antorcha en el balcón más alto, cerca de la cima del acantilado.

Una sombra que se mueve.

De pronto, me pongo nerviosa. Ando de un lado a otro del balcón durante un rato. Vuelvo a entrar, me arropo con una manta y me calzo las sandalias.

Estoy harta de ir a ciegas.

«Aún no os ha dicho dónde está la Cuna, ¿verdad?».

Hickory ya se ha dormido.

«¿Y si solo quiere despistarnos?».

Violet también duerme.

De pie al lado de su cama, le digo en voz baja, como excusándome:

—Eh, ya sé que hemos dicho que hablaríamos con Elsa por la mañana, pero está despierta y, seguramente, también está sola, y como veo que esta noche ya no voy a dormir más, he pensado que podría salir un momento e interrogarla ahora. —Violet emite un suave ronquido. Lo interpreto como un «Claro, ve»—. Y, bueno... Solo para que quede claro: esto no cuenta como que me he fugado. Estaré de vuelta antes de que te despiertes, y te contaré todo lo que me ha dicho. ¿Trato hecho? —Violet se da la vuelta. Asiento con la cabeza—. Trato hecho.

Esto es lo que digo, pero la verdad es que quiero hacerlo sola.

Esto es algo entre Elsa y yo.