Capítulo 1

Willow Chance

Un genio dispara a algo
que nadie más puede ver, y le da

Nos sentamos juntos afuera de Fosters Freeze en una mesa de picnic color verde mar, de metal.

Los cuatro.

Comemos helado servido en un tazón de chocolate (que primero sirven derretido y después se endurece y forma una concha crujiente).

No le digo a nadie que esto lo consiguen poniéndole cera. O, para ser más precisos: cera comestible.

Cuando el chocolate se enfría, hace prisionera a la deliciosa vainilla.

Nuestro trabajo es liberarla.

En general no me como los conos del helado. Pero cuando lo hago, me obsesiono de tal manera que soy capaz de prevenir incluso una gota de desorden.

Pero hoy no.

Estoy en un lugar público.

Ni siquiera pongo atención.

Y mi cono de helado es un enorme desastre chorreante.

Ahora mismo soy alguien que para otras personas sería interesante observar.

¿Por qué?

Antes que nada, estoy hablando vietnamita, que no es mi “lengua materna”.

Me gusta mucho esa expresión porque, en general, creo que la gente no le da a este músculo que se contrae, el crédito por todo lo que hace.

Así que, gracias lengua.

Sentada aquí, protegida del sol de mediodía, uso mi vietnamita cada vez que puedo, que resulta ser muy a menudo.

Estoy hablando con mi nueva amiga Mai, pero incluso su siempre-malhumorado y aterrorizante-porque-es-hermano mayor, Quang-ha, me dice algunas palabras en su ahora casi secreto lenguaje.

Dell Duke, que nos trajo aquí en su auto, está callado.

No habla vietnamita.

No me gusta excluir a las personas (yo soy la que siempre es excluida, así que sé lo que se siente), pero no tengo problemas con que el Sr. Duke sea un observador. Es un consejero escolar y escuchar le sirve mucho para dar consejos.

O al menos debería serlo.

Mai es la que más habla y come (le doy mi cono cuando ya no puedo más), y de lo único que estoy segura, con el sol en nuestros rostros y el dulce helado atrayendo nuestra atención, es que éste es un día que jamás olvidaré.

Diecisiete minutos después de nuestra llegada estamos de regreso en el auto de Dell Duke.

Mai quiere pasar por Hagen Oaks, que es un parque. Unos enormes gansos viven ahí todo el año. Ella cree que yo debería verlos.

Como es dos años mayor que yo, cae en la trampa de creer que todos los niños quieren ver patos gordos.

No me malinterpreten, me gustan las aves acuáticas.

Pero en el caso del parque Hagen Oaks, más que las aves, me interesa la decisión que se tomó en la ciudad de sembrar plantas nativas.

Por la expresión en el rostro de Dell (puedo ver sus ojos por el espejo retrovisor), me doy cuenta que no está muy emocionado por ninguna de las dos cosas, pero de todas maneras va al parque.

Quang-ha está despatarrado en el asiento y me imagino que sólo está feliz de no haber tenido que tomar el autobús a alguna parte.

En Hagen Oaks nadie se baja del auto porque Dell dice que tenemos que regresar a casa.

Cuando llegamos al Fosters Freeze llamé a mi mamá para decirle que iba a llegar tarde de la escuela. Como no contestó, dejé un mensaje.

Hice lo mismo en el celular de mi papá.

Es extraño que no haya sabido nada de ellos.

Cuando no pueden contestar el teléfono, siempre regresan la llamada rápidamente.

Siempre.

Hay una patrulla estacionada en la entrada de mi casa cuando Dell Duke da la vuelta en mi calle.

Los vecinos al sur de nosotros se mudaron y su casa está hipotecada. Un letrero en el descuidado patio delantero dice PROPIEDAD DEL BANCO.

Al norte hay unos inquilinos a quienes sólo he visto una vez, hace siete meses y cuatro días, el día en que llegaron.

Miro la patrulla y me pregunto si alguien se habrá metido a la casa vacía.

¿No dijo mamá que era un riesgo tener un lugar vacío en el vecindario?

Pero eso no explica por qué la policía está estacionada en nuestra entrada.

Cuando nos acercamos puedo ver que hay dos oficiales en la patrulla. Y por la manera en que están tumbados, parece que llevan ahí un buen rato.

Siento que todo mi cuerpo se tensa.

Desde el asiento delantero Quang-ha dice:

—¿Qué hace la policía en tu entrada?

Los ojos de Mai pasan de su hermano a mí. La expresión en su rostro parece una pregunta.

Creo que se pregunta si mi papá es un ladrón, o si tengo algún primo que golpea gente. ¿Quizás vengo de toda una familia de vándalos?

No nos conocemos muy bien, así que todo podría ser posible.

Permanezco callada.

Estoy llegando tarde. ¿Mi mamá o mi papá se preocuparon tanto que llamaron a la policía?

Les dejé mensajes.

Les dije que estaba bien.

No puedo creer que hicieran eso.

Dell Duke ni siquiera ha parado por completo el auto cuando abro la puerta, cosa que es peligrosa, por supuesto.

Salgo y me dirijo a casa sin siquiera preocuparme por mi mochila roja con ruedas, donde está mi tarea.

Sólo he dado un par de pasos sobre la entrada cuando se abre la puerta de la patrulla y sale una mujer policía.

La mujer tiene una coleta espesa de cabello anaranjado.

No dice hola. Sólo se baja los lentes de sol y dice:

—¿Conoces a Roberta y James Chance?

Intento contestar, pero mi voz no es más que un suspiro:

—Sí.

Quiero añadir: “Pero es Jimmy Chance. Nadie llama James a mi papá”.

Pero no puedo.

La oficial juega con sus lentes. Aunque está vestida como tal, la mujer parece estar perdiendo toda su autoridad.

Murmura:

—Muy bien… ¿Y tú quién eres?

Trago saliva, pero de repente mi boca está seca y siento que se forma un bulto en mi garganta.

—Soy su hija…

Dell Duke está fuera del auto con mi maleta y comienza a cruzar la calle. Mai lo sigue. Quang-ha se queda quieto.

El segundo oficial, un hombre joven, sale y se para junto a su compañera. Pero ninguno habla.

Sólo silencio.

Horrible silencio.

Y los dos oficiales dirigen su atención hacia Dell. Se ven ansiosos. La oficial logra decir:

—¿Y usted…?

Dell se aclara la garganta. Parece como si estuviera sudando por cada glándula de su cuerpo. Apenas puede hablar:

—Soy Dell D-D-Duke. Soy c-c-consejero en el distrito escolar. Trabajo con dos de estos ch-ch-chicos. Sólo los estoy ll-ll-llevando a casa.

Veo que los dos oficiales instantáneamente quedan aliviados.

Ella comienza a asentir con la cabeza, mostrando apoyo y casi entusiasmo cuando dice:

—¿Un consejero? ¿Así que ella ya sabe?

Consigo suficiente voz para preguntar:

—¿Saber qué?

Pero ninguno de los oficiales me mira. Ahora sólo están interesados en Dell.

—¿Podemos hablar un minuto con usted, señor?

Veo que la mano sudorosa de Dell suelta la agarradera de vinil negro de la maleta y sigue a los oficiales que se alejan de mí, de la patrulla, hacia el pavimento todavía caliente de la calle.

Ahí parados, se juntan con las espaldas hacia mí y cuando los miro, iluminados por el sol bajo de casi-fin-del-día, parecen un malvado monstruo de tres cabezas.

Y eso son, porque sus voces, aunque contenidas, se pueden entender.

Escucho claramente tres palabras:

—Hubo un accidente.

Y después, en susurros llega la noticia de que las dos personas que más amo en el mundo se han ido para siempre.

No.

No.

No.

No.

No.

No.

No.

Debo retroceder.

Quiero regresar.

¿Alguien viene conmigo?