Sentí que mi presión arterial se elevaba.
Pero de una buena manera.
Esta adolescente de apariencia exótica era atrevida. Le gritaba al Sr. Dell Duke y su tono de voz exigía que el mundo entero escuchara cómo nos defendía a su hermano y a mí.
Fue ahí, en esa pequeña casa rodante a orillas del asfalto caliente del estacionamiento del distrito escolar de Bakersfield, donde encontré a una chica mayor que sólo me decepcionaba por su incapacidad de hablar el idioma de los miembros de la tribu cahuilla.
Encontré a Mai Nguyen.
Dell Duke nos miró fijamente pero no dijo nada.
Más bien, sacó el único conejo que tenía en la chistera, que resultó ser un gato dentro de una caja.
Nos lanzó una sonrisa débil y abrió la puerta de metal de la jaula de plástico.
Después dijo:
—Éste es mi gato, Cheddar. Pensé que les gustaría conocerlo.
Así que ésta era mi sorpresa.
Le había dicho que mi padre era alérgico al pelo de animales, por lo que yo no podía tener un perro o un gato, ni siquiera una cabra pigmea.
Éste era el intento de Dell de complacerme. De establecer un lazo. Trajo a su gato. Era extraño, pero en ese cuarto, ¿qué no lo era?
El gato dio varios pasos (que parecían en cámara lenta) sobre el escritorio. Yo sabía que los gatos se comportan de esa manera tan casual porque son más independientes.
No corren a saludar a una persona para llenarlo con su alegría.
No buscan validación ni reconocimiento.
No juegan con la pelota ni hacen caras lindas para decir: “Ámame, por favor”.
Su falta de interés no sólo es atractiva, sino seductora.
Porque los gatos te hacen intentar e intentar.
Todos vimos cómo Cheddar se desplazó por el escritorio, frotando su enorme cuerpo contra la jaula de plástico (en donde Dell tenía muchos papeles que parecían oficiales, y que de repente sentí que simplemente tiraba a la basura sin haberlos leído siquiera).
El gran gato olisqueó un par de espacios, pero no encontró el lugar muy satisfactorio.
Sin ninguna provocación evidente, saltó hacia el suelo y rebotó hacia la entrada como una pelota de futbol brillante y llena de pelo anaranjado.
Vimos cómo Cheddar llegó al estacionamiento y se echó a correr, y en unos instantes el gordo gato había desaparecido.
Durante 37 minutos seguidos buscamos a Cheddar debajo de los autos, detrás de los arbustos y alrededor del edificio.
Pero no lo encontramos.
Dell aseguraba sentirse muy mal, pero parecía que Mai y yo nos sentíamos peor.
Después de detener nuestra búsqueda, todos regresamos a la oficina de Dell a hacer volantes de GATO EXTRAVIADO.
Dell no tenía fotos de su gato, cosa que me pareció muy extraña porque, por lo que he leído, una de las mayores alegrías de quienes tienen una mascota, es sacarles fotos.
Pero el problema quedó resuelto cuando Quang-ha dibujo a lápiz un retrato perfecto de Cheddar, que pusimos en el centro del volante que decía GATO EXTRAVIADO–AYUDA–RECOMPENSA.
Dell no quiso poner un monto exacto para la recompensa.
Yo creo que los incentivos económicos son cruciales para la motivación, sobre todo en una sociedad de consumo como la nuestra.
Pero no discutí.
Nos juntamos alrededor de la fotocopiadora en la oficina principal y vimos juntos cómo se reproducía la imagen.
Fue entonces cuando pude identificar una nueva sensación.
Nunca había sido parte de un trabajo grupal con chicos más grandes.
Y aunque no tuvimos éxito en encontrar al gato perdido de Dell, no pude evitar experimentar una suerte de logro mientras estaba parada al lado de Mai y su arisco hermano mayor.
No pretendía ser nadie más que yo misma, y aun así me aceptaban en su tropa.
Me sentía humana.
Sólo así puedo describirlo.
El Sr. Dell Duke nos llevó a casa.
Dijo que tenía que llevarme a mí primero, y supuse que tal vez era inapropiado que estuviera solo en su vehículo con una niña.
Los padres debían dar permiso para que los estudiantes salieran de la propiedad escolar con algún trabajador del distrito.
Pero no quise levantar ningún tipo de alerta roja, aunque ése era mi color favorito.
Durante un momento comencé a divagar, pero no con pensamientos sobre estructuras celulares o algo similar.
Me encontré tratando de imaginar la casa de Mai y Quang-ha.
Quizás era una casa con algún pariente crónicamente enfermo, interesado en exámenes regulares efectuados por una persona joven que lo pudiera escuchar sin fin y tomar notas precisas.
O quizás tenían un departamento con un observatorio para aficionados construido en el techo con un poderosísimo telescopio.
En el asiento trasero, quería intercambiar información personal vital con esa chica tan intrigante llamada Mai.
En un destello de fantasía pura, me vi caminando con una muestra de su sangre para hacer una secuencia genómica.
Porque aunque Mai me había contado, mientras buscábamos al gato, que su mamá era de Vietnam, yo no me quitaba la idea de que podía tener algo que ver con la tribu cahuilla.
Éste era uno de mis secretos: cuando era más joven, imaginé que era una princesa india.
Mirando por la ventanilla del auto, y haciendo un repaso de mi vida, comprendí que los orígenes son de suma importancia.
Incluso si no los conocías.
Yo estaba llena de energía.
Ya en casa, fui a la cocina y me preparé un trago de agua caliente mezclada con una cucharada de miel (de mi propio panal) y una cucharada de vinagre hecho en casa (con manzanas bien maduras, azúcar morena y agua destilada).
Mientras tomaba mi bebida amarga, estaba segura de que ese día, a pesar de la pérdida del gato, había sido un triunfo.
Tener una amiga —incluso una que era más grande e iba a la preparatoria— me abriría las puertas a otro mundo.
Esa tarde tomé una decisión.
Aprendería todo lo posible sobre gatos perdidos y Vietnam.
Sentía como si estuviera subiendo una barrera después de pasar mucho tiempo intentando atravesarla.