Aquí se habla vietnamita.
Les entiendo a las manicuristas, incluso a las que hablan rápido.
Nunca susurran sobre las uñas de sus clientes.
Hablan sobre sus vidas.
Mientras liman y pulen y pintan, escucho sus historias que son, casi todas, sobre esposos e hijos y otros miembros de la familia.
Muchas de ellas están emparentadas. Primas y hermanas. Madres y nueras.
Son una tribu.
No saben que lo que escucho me duele. Porque aunque se quejan de hombres malos o chicos perezosos, para mí es doloroso ver que están muy conectadas.
Una a la otra.
Y a sus familias.
Y al mundo.
Estas mujeres se envuelven en sus historias desde el momento en que atraviesan la puerta de cristal hasta el segundo en que se van al final del día.
Usan palabras para construir algo que es tan real como la tela.
Y aunque se quejan en voz baja una de otra, están unidas por la sangre y la circunstancia y la experiencia compartida.
Son parte de algo más grande que ellas.
Aun cuando no se den cuenta.
Yo sí me doy cuenta.
He visto árboles que sobreviven incendios.
Su corteza se calcina y sus extremidades son ramas muertas.
Pero escondido dentro de ese esqueleto hay una fuerza que lanza un solo disparo de verdor hacia el mundo.
Quizás, si tengo suerte, eso me suceda algún día.
Pero ahora mismo no puedo verlo.
Pattie está en la recepción.
Todo aquí es blanco. El área de recepción. Las sillas de manicura. El suelo.
Blanco = limpio.
Estoy segura de que, con la excepción del rojo, Pattie estaría muy complacida si todos los otros tonos del mundo desaparecieran.
Así es como ella ve las cosas.
Tiene horarios y reglas y métodos y cada día intenta imponerlos al mundo, un arreglo de uñas a la vez.
Mi madre utilizaba una vieja expresión: “Para todo hay un lugar y todo debe de estar en su lugar”. Pero no la llevaba a la práctica.
Pattie sí.
Diría que, con la excepción de mí sentada al fondo del salón, va ganando la batalla.
Pattie está sumando algo en la calculadora cuando suena el teléfono. Después de saludar, escucho:
—¿Hoy?
Miro hacia ella porque ahora soy una experta en su voz, y aunque fue calmada y plana, noté algo distinto en ella.
La persona al otro lado de la línea es quien está hablando.
Pattie mira hacia el fondo del salón y nuestros ojos se encuentran.
Ésta debe ser la llamada en la que oficialmente se deshace de mí.
La escucho decir:
—Trabajo hasta las seis y media.
Pattie mira por la ventana. Ahora está en apuros.
Quiero hacerlo fácil para ella. Me levanto de mi lugar y doblo la funda. Cierro mi computadora y me quito los anteojos.
Respiro profundamente.
Sé que no he sido más que un problema. Intenté ser invisible, pero mi sola presencia ha cambiado toda la dinámica del lugar.
Quang-ha estaba enojado desde antes, pero ahora es un volcán cuando nos cruzamos en el callejón por la noche.
Mai siempre pone buena cara, pero incluso ella parece cansada de todo esto.
Necesito que esto sea sencillo para Pattie.
Ha sido buena conmigo.
Así que volteo a verla y hago lo posible por sonreír.
Quiero que esta sonrisa diga que estoy agradecida por todo lo que ha hecho por mí.
Quiero que diga que lamento estar rota.
Quiero que diga que comprendo su situación.
Así que lo intento. De verdad lo intento.
Pero mis dientes se pegan a mis labios y mi boca entera tiembla.
Pattie ve mi rictus y se voltea.
Escucho su voz, ahora temblorosa, decir:
—Llegaremos a las seis cuarenta y cinco. ¿Es demasiado tarde?
Pattie cuelga y de inmediato marca un número.
Su actitud ecuánime es una de sus mejores cualidades. Y la mantiene. Más o menos.
Quizás eso sucede cuando has pasado por muchas cosas. Todos tus bordes están tallados, como vidrio de mar.
Es eso, o te quiebras.
Bakersfield está a doscientos kilómetros del océano Pacífico, pero dos veces fui a la playa, justo afuera de Santa María, con mis papás.
Durante un periodo breve estuve obsesionada con el estudio del océano, porque ocupa más de setenta por ciento del planeta.
Pero en las dos ocasiones que lo visitamos estaba asustada.
La corriente impredecible y el complejo y vasto sistema de fauna que habita debajo del agua agitada me daba urticaria.
Literalmente.
Era un cuerpo de bultos.
Así que admiro la compostura de Pattie.
Yo sabía que mi estancia aquí no sería larga.
Y hoy es la prueba de ello.
Ahora siempre me encuentro esperando las malas noticias.
Así que es casi un alivio recibirlas.
Camino hacia la recepción. Escucho que Pattie dice:
—Una mujer de Servicio Social llamó. Harán una visita hoy.
Cuando estoy cerca, me lanza una mirada y aprieta un botón, y de repente Dell Duke está en el altavoz.
—Bueno, ¡es muy obvio que no viven en mi casa!
Pattie sólo encoge los hombros y dice:
—Sólo es temporal.
Él pregunta:
—¿Por qué usamos mi dirección? ¿Qué tiene de malo en donde viven?
Pattie ignora la pregunta. Dice:
—Comencemos mirando tu departamento.
Escucho que Dell azota algo. ¿Su puño contra el archivero? ¿Su cabeza contra el escritorio?
—No puedo irme así nada más. Quiero decir, tengo que reportarme enfermo, o…
Pattie aprieta el botón del altavoz y la voz de Dell se corta. Entonces dice:
—Ven a recogernos. Aquí te esperamos.
Pone el auricular en su lugar y regresa a su trabajo. Dice de nuevo, sin dirigirse a nadie en particular:
—Temporal.