Capítulo 32

No pasa mucho tiempo hasta que el Ford de Dell entra bruscamente al estacionamiento. Sale del auto como si su cabello estuviera en llamas.

Debería estar en pánico como él, pero mantengo la actitud de Pattie.

Ya no tengo bordes.

Soy un vidrio marino.

Si miras con atención, puedes ver a través de mí.

No hay mucho que discutir.

Pattie y yo nos subimos al auto de Dell y nos dirigimos al otro lado del pueblo.

Diez minutos después llegamos al 257 de Heptad Lane.

Miro los departamentos. Parece un edificio construido por un contratista ciego sin la ayuda de un arquitecto.

Todas las proporciones del lugar son desiguales, y no de una manera deliberada.

Parece como si alguien hubiera tomado una caja gigantesca, la hubiera pintado del color de la Serratia marcescens (que es una bacteria rosa con forma de bastón) y le hubiera hecho agujeros en los costados.

No me sorprende que Dell Duke viva aquí.

Seguimos al asesor por unas escaleras oscuras hasta el segundo piso, en donde abre una puerta. Ahora está murmurando:

—No esperaba compañía. No estoy preparado para visitas. Necesito guardar algunas cosas…

Y sale disparado como un hámster entrenado a través de un loco laberinto de cosas.

Escuchamos que una puerta se cierra en un pasillo invisible.

Me pregunto qué necesita esconder, porque aquí, en la sala, hay suficientes cosas como para avergonzarlo.

Obviamente, Dell Duke es una de esas personas que tiene problemas para deshacerse de las cosas.

Quizás no sufre de disposofobia total, que es acumulación, pero está cerca.

La Antigua Yo habría sentido mucho placer de observar en primera fila una condición emocional tan compleja.

Pero no ahora.

Pattie y yo nos paramos en la entrada y miramos los montones de periódicos, revistas y correspondencia que rodean los muebles de jardín, que yo decido es del mismo color que los ojos de un conejo.

Rosa con una gota de amarillo.

El set completo —llamado “salmón masculino” en una etiqueta que cuelga de una de las sillas baratas de metal— ha hecho varios círculos en la alfombra.

Entro un poco al cuarto para que Pattie pueda cerrar la puerta y me encuentro al lado de una sombrilla para el sol, aún tiene la envoltura.

Está recargada contra la pared.

Siento su tristeza.

Sigo a Pattie por un camino estrecho hacia la cocina.

Torres de charolas para microondas mal lavadas están en la mayoría de las superficies. A un lado veo columnas frágiles de vasos rojos desechables.

Me doy cuenta de que no he estado muy expuesta a las maneras de vivir de otras personas.

Nunca había visto una cochera como la de los Nguyen y, mirando este lugar, entiendo que hay estilos de vida enteros que me han sido ocultados.

Dell Duke tiene uno completamente distinto.

Si esto es lo que tiene a la vista, ahora tengo curiosidad de mirar en sus armarios.

Seguramente Pattie piensa lo mismo porque sale de la cocina, atraviesa el desorden de la sala y llega al apretado pasillo.

La sigo.

Pero con cautela.

Parece el lugar en donde un inesperado animal exótico podría aparecer, del tipo ilegal que la gente compra por capricho en la parte trasera de una tienda de mascotas, pero que después liberan en un callejón porque no pueden lidiar con sus garras afiladas o sus necesidades alimenticias.

La puerta de la primera habitación está cerrada, pero eso no impide que Pattie la abra.

Ambas vemos a Dell metiendo una bolsa de dormir grasienta en una bolsa de plástico.

Pero no hay cadáveres ni nada por el estilo.

Al menos no a simple vista.

Sólo es una habitación superdesordenada.

Revistas y cómics están desparramados al lado de la cama, que no tiene sábanas o protector.

Los cuellos de botellas de vino vacías se asoman en un bote de basura de metal (de los que deben estar afuera) colocado en la esquina.

A Pattie sólo le toma un instante encontrar la manija de la puerta del armario.

Dell grita:

—¡No!

Pero es demasiado tarde. Pattie ha abierto la puerta tipo persiana, detrás de la cual se esconde una pared de ropa interior.

Cientos de ella.

Solía disfrutar calculando cantidades, pero ya no. Me consta que en el pasado esto me habría interesado mucho.

Pattie da un paso atrás cuando Dell espeta:

—¡Estoy… atrasado con el lavado de mi ropa!

Esto es una clara subestimación. Pattie mira a Dell, a la ropa interior y luego a mí.

Es obvio que no hay manera de que parezca que Pattie y sus hijos viven en este departamento.

Pero estoy equivocada.

No estoy segura de qué la animó, pero tal vez fuera el tamaño del reto.

Ahora vamos en el Ford polvoriento de Dell (bajo la guía de Pattie) hacia las instalaciones del Ejército de Salvación, en la calle Ming.

Minutos después todos estamos frente al mostrador de la tienda de segunda mano.

Pattie escoge una mesa de formaica roja con cuatro sillas anodinas, un sofá color limón y una tumbona giratoria de cuero.

Tiene las etiquetas de una cama de metal, con colchón incluido, que parece haber pertenecido a un entusiasta militar. Estampas usadas de SEMPER FI cubren casi toda la superficie.

No es hasta que la tarjeta de crédito de Dell está afuera que se atreve a preguntar:

—¿Cómo vamos a llevar todo esto a mi casa?

Pattie, sin más explicaciones, se dirige hacia la puerta de vidrio y deja a Dell para que complete la transacción.

Dell y yo la encontramos en la acera, junto a un camión que dice WE HAUL.

Los dos hombres que salen a ayudarnos se llaman Esteban y Luis. Sus habilidades para cargar están muy bien desarrolladas.

No les toma mucho tiempo meter todos los muebles en la parte trasera del camión.

Al llegar a los Jardines de Glenwood, los dos hombres llevan todo al departamento de Dell sin sudar una sola gota.

Pattie supervisa.

Dell se quita del camino.

Yo soy la observadora silenciosa.

Ahora lo único que nos queda es deshacernos de toda esta basura.

Pattie pone una lista detallada en la mano de Dell y lo manda al mercado.

Una vez que se ha ido, me pone junto a Luis y Esteban en una fila en donde formamos una cadena humana.

Sólo somos cuatro, pero usando este medio ancestral de transporte, meses enteros de basura dejan el edificio.

Dell regresa dos horas más tarde, y ahora la mayoría de sus cosas están en el basurero del edificio. Dice que su plan era llevarlas al centro de reciclaje.

Pero sé que está mintiendo.

No parece muy molesto de que nos hayamos deshecho de sus cosas, así que supongo que no es un acumulador.

Sólo tiene problemas con llevar a cabo sus planes.