Dell llegó al estacionamiento.
No había lugar para él, para su auto, para su cuerpo ahora-siempre-adolorido-por-el-ejercicio.
Después de dar varias frustrantes vueltas, por fin encontró un lugar para estacionarse.
Era diminuto y estaba rodeado, por un lado, de una camioneta del distrito escolar y, del otro, por una reja que rodeaba toda la propiedad.
Dell pisó el acelerador con la intención de avanzar lentamente.
Pero su pie resbaló.
Cada pelo de su cuerpo se puso de punta con el sonido del metal contra metal cuando la reja talló una línea por todo el costado derecho del vehículo.
Dell apagó el auto mientras gritaba y maldecía y golpeaba con su puño (que se lastimó porque le dio al tablero en lugar de al tapizado).
Comenzó a pensar en Willow. Antes de que avanzara, ella le habría advertido que el espacio era muy pequeño. Quizás calcularía la masa o la distancia o habría pensado en algo.
Dell sacó de su cabeza a la niña y abrió la puerta.
Pero se encontró con otra dura realidad.
Como ahora había dejado un espacio entre la reja y el lado del copiloto, estaba tan cerca de la camioneta que dudaba poder salir de su auto.
Tenía que solucionar esto.
¿No era eso lo que la vida le estaba enseñando ahora?
Dell apretó los dientes y sacó su pierna izquierda y luego la cadera.
Pero su barriga, incluso de lado y sumiéndola, era un verdadero problema.
Esperando que algo bueno sucediera, soltó su panza. Se desparramó en todas direcciones y el borde de su puerta perforó el costado de la camioneta.
Otro sonido de metal contra metal.
Con los ojos como platos, se quedó viendo el daño.
Esa camioneta era como de papel.
Dell azotó la puerta y salió disparado de la escena del crimen.
Pero mientras corría entre las hileras de autos, una masa negra brincó de detrás de una llanta y se metió justo entre sus piernas.
Dell sintió que el pelaje tocaba sus tobillos y gritó como un niño asustado.
Dentro del edificio que alojaba casi toda la administración, en momentos veía cabezas asomándose por las ventanas.
Dell se tiró al piso para protegerse de los profesionales de la observación.
Y fue entonces cuando miró de cerca a la criatura antes conocida como Cheddar.
El gato estaba flaco y sarnoso, con una oreja calva y sin un pedazo de la ahora torcida cola.
Pero el animal estaba más que sucio y herido; estaba frenético y desesperado.
Cheddar arqueó el lomo, y en un intento de parecer feroz, mostró sus dientes afilados y sus ojos verde pálido se volvieron jade oscuro.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Dell.
Adoptó a Cheddar y luego lo dejó a su suerte en el estacionamiento.
No hizo un solo intento por encontrarlo.
Dell miró a los ojos al felino asustado y algo hizo clic.
Tenía que responsabilizarse más de sus acciones.
Comenzaría con el gato.
Dell tomó a Cheddar del pellejo del cuello, y se sorprendió de lo fácil que era controlar al animal.
Cheddar no era un gato salvaje.
Fue criado por un humano y parecía muy feliz de regresar a la compañía de un hombre, con posible acceso a comida enlatada.
Dell cruzó el estacionamiento de regreso a su auto, y como pudo se metió en él junto con Cheddar.
Cheddar brincó a la parte trasera cuando Dell prendió el motor.
Podía escuchar un nuevo sonido ahora. Era muy bajo, pero distintivo.
El gato ronroneaba debajo del asiento.
Dell echó reversa y, curiosamente, la cerca metálica ni siquiera tocó su auto esta vez.
Dell dejó a Cheddar con un veterinario en la Avenida Central, pidió que lo bañaran y le hicieran un examen completo. Lo recogería al final del día.
Después regresó a las oficinas del distrito escolar y, esta vez, se estacionó a dos cuadras.
Luego fue a la oficina principal y reportó el daño que le había hecho a la camioneta.
Resultó que el distrito escolar tenía seguro de autos y la mujer le dijo que no se preocupara.
Dell fue a su oficina con un pequeño brinco en su andar.
Quizás era el ejercicio. Había perdido casi siete kilos.
O tal vez porque había hecho lo mejor para Cheddar.