X. UN JUEGO RITUAL DE LOS NAHUAS
Tochtecómatl:El tazón del conejo

RESULTA difícil comprender desde el punto de vista de nuestra llamada “cultura occidental”, formada por elementos de tan variadas procedencias, a veces faltos de integración y de un último sentido unificador de la existencia, cuál era el ambiente cultural en el que se movía el hombre náhuatl prehispánico. Por una parte, la profunda religiosidad de los nahuas al teñir y matizar todos los aspectos de su vida, comunicaba de hecho a su acción y su pensamiento, un auténtico sentido de unidad. Por otra, la educación náhuatl plasmada en la ixtlamachiliztli, o “acción de dar sabiduría a los rostros”, se encargaba luego de trasmitir a los nuevos seres humanos desde pequeños, ese supremo intento de hallar en todo un sentido coherente con su arraigada visión religiosa del mundo.

Así es como su simbolismo religioso, reflejado primero en sus artes y en su poesía, en sus “flores y cantos”, llegó a ser también la inspiración de todas sus creaciones culturales y de todas las instituciones de su vida familiar y social. Porque no sólo las supremas manifestaciones de su cultura como la educación, la moral, el arte, el derecho, el calendario, la filosofía, la guerra, la agricultura, etc., estaban hondamente matizadas por los grandes ideales de la visión náhuatl del mundo. El impulso unificador llegó asimismo hasta las diversas formas de juego y diversión, que poseían siempre un manifiesto carácter simbólico. A su modo vio e interpretó esto fray Juan de Torquemada, cuando a propósito del tlachtli o juego de pelota, escribió:

no jugaban pelota sin hacer primero ciertas ceremonias y ofrendas al ídolo del juego; de donde se verá cuán supersticiosos eran, pues aun hasta en las cosas de pasatiempo tenían tanta cuenta con sus ídolos.1

Pero esto que Torquemada califica de superstición, en realidad muestra y confirma una vez más lo dicho un poco antes: el sentido unificador de la religión náhuatl era tan hondo y extendido que llegó a hacerse también presente hasta en los mismos juegos y diversiones.

Sin embargo, no hay que pensar que por esto, dichos juegos perdían su carácter de esparcimiento, destinados a dar solaz y alegría a quienes participaban en ellos. Los textos y los testimonios recogidos a raíz de la Conquista nos muestran la pasión con que buscaban los nahuas esta clase de diversiones. Tan sólo que entre ellos el jugar y divertirse no implicaba prescindir por un momento de los ideales de su cultura. La misma diversión, todo lo agradable que se quiera, poseyendo un hondo sentido simbólico y ritual, servía por tanto como factor de integración del hombre náhuatl dentro de su forma peculiar de pensar y vivir.

Entre los varios juegos y diversiones practicadas por los nahuas, se habla con frecuencia de su “juego de pelota” (tlachtli), así como del famoso patolli, que como se sabe, guardaba cierta semejanza con nuestro juego de la oca. Hay también en los cronistas numerosas descripciones del juego conocido como “el volador”, que hasta la fecha se repite cada año en algunos lugares como el Tajín, en Papantla, Veracruz, así como acerca de las distintas formas de danzas y de los numerosos géneros de suertes que hacían prestidigitadores y saltimbanquis, como hoy anacrónicamente podríamos llamarlos.2 Sin embargo, al lado de estos juegos mejor conocidos, existieron también entre los nahuas otros casi por completo olvidados, no obstante que hay abundante material en el que pueden ser estudiados.

Junto con estas líneas se presenta aquí la relación indígena acerca de uno de esos juegos rituales, que hasta ahora, según creemos, no ha sido dado a conocer. Encontramos esta descripción en la documentación náhuatl recogida por Sahagún de labios de los indígenas de Tepepulco en la región de Tetzcoco. Así como éste, se mencionan y describen allí otros varios juegos que merecen también especial atención. Aquí vamos a referirnos tan sólo al llamado tochtecómatl: “tazón del conejo”. La traducción que se da del texto original pretende reflejar hasta donde es posible los giros y matices propios de la descripción náhuatl.

Se trata de un juego en el que tomaban parte quienes tenían a su cargo los templos de los dioses del pulque. Podían participar en él muchos a la vez, ya que en realidad se quería simbolizar allí la presencia de los llamados “cuatrocientos conejos”, esto es, las numerosas divinidades relacionadas con el pulque. Presidía el juego ritual un sacerdote dedicado al culto del dios Patécatl, que por esto recibía el mismo título. Entre sus atribuciones estaba precisamente la de organizar estos juegos.

Se evoca en el tochtecómatl o “tazón del conejo”, la famosa leyenda del descubrimiento del pulque por obra de Mayahuel, Patécatl y otros más. Sahagún, aprovechando los informes en náhuatl que recogió acerca de esta antigua tradición, nos ofrece en su Historia general el siguiente relato acerca de ella:

era mujer la que comenzó y supo primero agujerear los magueyes, para sacar la miel de que se hace el vino, y llamábase Mayauel, y el que halló primero las raíces que echan en la miel se llamaba Patécatl.

Y los autores del arte de saber hacer el pulcre, así como se hace ahora se decían Tepuztecatl, Quatlapanqui, Tliloa, Papaztactzocaca, todos los cuales inventaron la manera de hacer el pulcre en el monte llamado Chichinauhia […] y hecho el vino convidaron los dichos a todos los principales, viejos y viejas, en el monte que ya está referido, donde dieron a comer a todos y de beber del vino que habían hecho, y a cada uno estando en el banquete dieron cuatro tazas de vino, y a ninguno cinco por que no se emborrachasen.

Y hubo un cuexteco, que era caudillo y señor de los cuexteca que bebió cinco tazas de vino, con las cuales perdió su juicio y estando sin él echó por allí sus maxtles, descubriendo sus vergüenzas, de lo cual los dichos inventores del vino, corriendo (se) y afrentándose mucho, se juntaron todos para castigarlo; empero, como lo supo el cuexteco, de pura vergüenza se fue huyendo de ellos con todos sus vasallos y los demás que entendían su lenguaje, y fuéronse hacia Panotlan de donde ellos habían venido […]

Y así [por esto] por injuriar a algún alocado [los nahuas] lo llamaban de Cuextécatl, diciendo que él también había bebido cinco tazas del vino, y que las acabó de beber sin dejar gota, y que por esto andaba como borracho.3

El baile alrededor del tazón del conejo.

Era pues la expresión “pulque de cinco” —usada en el texto en el que se describe la fiesta y el juego del tochtecómatl o “tazón del conejo”— una forma de aludir al pulque que embriaga, como sucedió en el caso de los cuextecas o huastecos de la leyenda. Y no deja de haber una cierta gracia picaresca en la forma de evocar en el juego la antigua leyenda: va a beberse el “pulque de cinco”, el pulque que embriaga, pero esto tan sólo será privilegio de uno de los “cuatrocientos conejos”, o aprendices de sacerdotes de los dioses del pulque. Se organiza la danza durante la noche, tal vez al resplandor de la luna, en la que según otro mito está dibujada precisamente la figura del conejo. En el centro de algún patio o explanada se coloca el “tazón del conejo”, junto con la imagen del dios Patécatl. El tazón está lleno de “pulque de cinco”. En él se ponen numerosos tubos de caña para poder beber el pulque. Pero de todos los tubos tan sólo uno está perforado. Los demás por mucho que ávidamente se chupen, estando obstruidos, no permitirán el paso del pulque.

Por esto todos los “conejos” terminándose el baile, a la señal convenida van hacia el pulque divino, y con gran tumulto, se empeñan en descubrir la caña agujereada. El que por fin la hace suya es en realidad el vencedor del juego. Respetando su triunfo, todos lo dejan. Es privilegio suyo quedarse bebiendo el “pulque de cinco” ante la mirada tal vez un poco envidiosa de los otros jóvenes, a quienes —como se sabe— les estaba rigurosamente prohibido beber pulque, fuera de este juego ritual.4

Tal es la trama del tochtecómatl, “tazón del conejo”, auténtico ejemplo del modo como se aunaban en el mundo náhuatl prehispánico la leyenda, el rito y aun la misma diversión, ofreciendo al individuo la posibilidad de moverse siempre dentro de su propio ambiente cultural y de su propia y unificada visión del mundo. A continuación, se da una versión lo más apegada posible al texto náhuatl original, donde describen los informantes indígenas de Sahagún el juego ritual cuya presentación y breve introducción se ha hecho.

EL TOCHTECÓMATL: “TAZÓN DEL CONEJO

El oficio del sacerdote del dios dos conejo consistía en lo siguiente:

 

reunía a todos los cuatrocientos conejos,
a ninguno olvidaba;
allí los presidía el llamado Patécatl,
que era tenido como su jefe.

 

En seguida colocaban el tazón del conejo
y allí ponían el pulque de cinco,
que llamaban pulque divino.

Luego sacaban la figura de Patécatl,
colocaban tubos de caña allí en el pulque divino.
Aunque eran doscientos tres tubos de caña,
sólo uno estaba perforado.

 

Y habiéndolos colocado,
en seguida se hace el baile,
van dando vueltas alrededor del tazón
los cuatrocientos conejos.

Van hacia el pulque divino,

muchos allí se aglomeran,

quieren ver quién descubrirá la caña agujereada;

y al que ha cogido el tubo perforado,

luego todos lo dejan.

 

Sólo éste se queda bebiendo el pulque sagrado;
cuando ya se ha embriagado,
luego todos se van.5