XIX. CUAUHTÉMOC EN LA POESÍA NÁHUATL
SE ME ha preguntado si en la documentación en náhuatl que tenemos al alcance, particularmente entre los poemas y cantares, había encontrado yo algún texto que fuera evocación de Cuauhtémoc, toma de conciencia de lo que, para la gente de Anáhuac, significó su vida. Quise dar pronta atención a la consulta, sobre todo por venir de un amigo. Lo que a él manifesté, ahora lo hago público pues considero de interés difundir cualquier forma de testimonio, en este caso uno poco conocido, sobre quien se ha convertido en símbolo del ser de los mexicanos.
Diré, en primer lugar, que hay varios textos en náhuatl —redactados consumada la Conquista, algunos muy poco tiempo después de ella— en los que se habla de Cuauhtémoc y se describe, sobre todo, su actuación como defensor de Tenochtitlan. Varios de esos textos han sido publicados en versiones al español y a otros idiomas. Algunos de ellos, como los que se conservan en el manuscrito de 1528, intitulado Anales de la nación mexicana o los que, también en náhuatl, recogió de sus informantes fray Bernardino de Sahagún, quedaron incluidos, a modo de testimonios fundamentales, en la Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista.1 Otras crónicas y relatos se conservan, asimismo, en la lengua de los mexicas y aún en otra también nativa, como es el chontal de Tabasco, que son recuerdo de quienes, con sus propios ojos, contemplaron sufrimientos, heroísmo y muerte del más joven supremo gobernante de Anáhuac. De la existencia de tales fuentes históricas, de primerísima mano, no había duda alguna. La cuestión propuesta quedaba circunscrita, por tanto, al campo particular de la poesía.
Algunos fragmentos de icnocuícatl, “cantos tristes”, acerca de la Conquista, habían sido dados a conocer también, primero, en la Historia de la literatura náhuatl,2 por el padre Ángel María Garibay K., que tanto hizo por rescatar el legado literario indígena, y, más tarde, por quien esto escribe, al editar la ya citada Visión de los vencidos. Hurgar de nuevo en la documentación manuscrita debía equivaler, por consiguiente, a buscar otras formas de composición, poemas o cantos, en que se hiciera presente la figura de Cuauhtémoc, no ya a propósito de tal o cual acontecer, sino por sí misma, por lo que significó en su plenitud a los ojos del pueblo de Anáhuac.
Llevar a cabo la pesquisa implicaba aceptar una especie de reto: ¿no había habido acaso algún cuicapicqui, “forjador de cantos”, en las décadas que siguieron a la muerte de Cuauhtémoc, capaz de expresar la grandeza, atributo del rostro y corazón del príncipe joven? ¿O tal vez, existieron cantos y poemas, pocos o muchos, como el que ahora se deseaba hallar, que se perdieron o de intento fueron destruidos?
Un fruto he logrado en la búsqueda. Se trata de un texto en náhuatl, concebido para convertirse en canto, evocación maravillada de aquél cuya palabra —se nos dice— “resplandece con luz de amaneceres”. El poema en cuestión aparece en los folios 83 a 85 del manuscrito de Cantares mexicanos que conserva la Biblioteca Nacional. Se trata precisamente del postrero de los cantos incluidos en el documento. De hecho, en las ediciones —todas ellas hasta ahora parciales— de dicha colección, no se había atendido a estas últimas páginas del manuscrito.3 Curioso, o más bien muy significativo, es que la misma composición, con algunas variantes, aparezca también en los folios 54 a 55 del citado documento.
Para precisar, hasta donde sea posible, la fecha en que se concibió este poema, es necesario recordar hacia qué tiempo parece haberse concluido la redacción del manuscrito de Cantares mexicanos. Como fecha probable se le ha asignado una cercana a 1575.4 Sabido es que en el conjunto de cantares cuya transcripción recoge esta fuente tan importante hay algunos, a todas luces, de origen prehispánico. Otros hay de los tiempos que siguieron ya a la Conquista. Respecto de éstos se da, en ocasiones, la fecha de su composición. Algunos, según se dice, fueron dados a conocer en 1536, 1550, 1553, etc.5 El hecho de que el poema o canto a Cuauhtémoc haya sido copiado dos veces en el manuscrito, parece denotar, por una parte, que fue más de uno el compilador de estos textos y, por otra, que se trata de una composición bastante difundida. Cabe pensar, por consiguiente, que dicho poema date de 15 o 20 años antes de su transcripción primera en el documento que conserva la Biblioteca Nacional. De ser así, podría fecharse entre 1555 y 1560.
En una y otra de las veces en que aparece su texto se lee, al principio, la palabra Tlaxcaltecáyotl, que puede traducirse como “conjunto de aconteceres o realidades en relación con Tlaxcala”. A todas luces el autor anónimo de esta composición —como lo indican las anotaciones en náhuatl “con dos tambores (ic ontetl huehuetl), con tres tambores, con cuatro, con cinco […]”— la dispuso para ser entonada con acompañamiento de música. Los diálogos que en ella aparecen, al igual que varias exclamaciones, exhortación a la lucha y también a la danza, confirman que la obra implicaba actuación y tenía, en resumen, el carácter de una cierta forma de representación. Podría decirse de ella que fue una de las más antiguas “danzas de la Conquista” de que se conserva noticia. No resulta extraño, por tanto, que su desarrollo tenga la secuencia de un argumento.
La danza se inicia con un exordio, dirigido a tlaxcaltecas y huexotzincas que, en son de guerra, han llegado a Tenochtitlan. Participarán en la lucha al lado de Cortés. Vienen a ayudar a los señores vestidos de hierro, a quienes pondrán cerco a la nación mexicana. Comienza luego la batalla pero su duración se antoja la brevedad de un día, la fugacidad de un momento. Caen por tierra las defensas de águilas y ocelotes. Cuauhtémoc y otros señores son hechos prisioneros. Los mexicas han quedado cubiertos por el lodo; sus mujeres pasan a manos de los hombres de Castilla.
Drama, en el sentido de acción, fuerza y sentimiento, es el meollo de esta obra, concebida, ante todo, para evocar la Conquista. La expresión de hondo lirismo aflora en ella una y otra vez. Ahora bien, es precisamente al recordar cómo tlaxcaltecas y hombres de Castilla ponen cerco a Tenochtitlan, cuando se entona el canto, luminosa visión de Cuauhtémoc. Y no obstante que el poema es sólo una parte de la composición cuyo tema es la Conquista, tiene en sí mismo unidad y significación indiscutibles. Quienquiera que haya sido su autor, hombre de Anáhuac en fin, contempló a Cuauhtémoc, por encima ya del fragor de la lucha: “de prisa, en un día —exclama— pasó la flor de la guerra […]”
Se evoca el contraste; se hace afirmación de lo que queda y permanece. La palabra de Cuauhtémoc, sus flores, insignia de oro, en vez de ofuscarse —así lo entona el canto al son del tambor— “resplandecen con luz de amaneceres”. Otras flores y cantos nos traen luego nuevos rasgos del rostro y corazón de Cuauhtémoc: él ha llenado de asombro al Cerro del Colibrí, lugar de residencia del “colibrí izquierdero”, el dios Huitzilopochtli. ¿No es Cuauhtémoc quien da cimiento a la ciudad y quien hará posible que ésta siga existiendo? Con razón experimenta el joven príncipe la ira pero, como el poema en seguida lo añade, otra será su recompensa…
Éste parece ser el meollo del canto: reconocimiento y proclama de que, más allá de la guerra, del suplicio y la ira, más allá de la muerte, perviven la palabra, el rostro y corazón luminosos del joven príncipe, apoyo de Tenochtitlan y, para siempre, amanecer que alumbra al ser de los mexicas. Y si alguien piensa que, en esta interpretación, caigo en exageraciones, sólo respondo que el poema es de por sí elocuente: al dios protector de Anáhuac, al que mora en el Cerro del Colibrí, ya Cuauhtémoc llenó de asombro.
Con este comentario —que otros podrán enriquecer— ofrezco la versión castellana que he preparado empeñándome en ser fiel.
De prisa, en un día,
pasó la flor de la guerra.
Tu palabra, Cuauhtémoc,
tu flor, nariguera, insignia de oro,
resplandecen con luz de amaneceres.
Tu flor de algodón
con brillo de quetzal reluce.
Al Cerro del Colibrí llenas de asombro,
¡ea, ya, esforzaos!
¿Acaso tú, señor, das cimiento,
por ti seguirá siendo nuestra ciudad?
Arderás de cólera, se dice:
otra será tu recompensa.
Tu dorado atavío de pieles,
tu flor de algodón,
con brillo de quetzal relucen.
Al Cerro del Colibrí llenas de asombro,
¡ea, ya, esforzaos!6
Cuauhtémoc, según el Códice Florentino.