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Rumbo a ti

de Olivia Ness

 

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Capítulo 1

Candela temblaba. Temblaba de ira, asco y tristeza. En su interior albergaba una mezcolanza de sentimientos que ni ella entendía, eso sí, ninguno positivo. Sentía rabia, estaba furibunda de pensar en quién había provocado esa situación. Se sentía ridícula, avergonzada, indignada...Y también sentía pena, mucha pena por sí misma. Pena como la que sentía desde hacía tres años.

Solo deseaba que se acabara el día ya. Debía de ser una broma de esos programas televisivos que, cuando ya no podías más, salía una cámara detrás de un árbol que te había grabado y alguien exclamaba: «¡Es una broma!». Sí, definitivamente debía de ser eso, alguien debía de estar gastándole una broma; eso o le habían echado mal de ojo. En realidad, Candela no creía en esas cosas, no era supersticiosa, pero no podía ser cierto que todas esas situaciones le pasasen a ella el mismo día.

En Valencia, donde ella vivía, solo llovía seis días al año, y no estaba previsto que el jueves fuese a ser uno de ellos; así que Candela no cogió el paraguas cuando salió de su casa para ir a trabajar al spa. ¡Si lo iba a echar de menos cuando terminara su jornada!

Tampoco estaba previsto que una bici la atropellase al ir a coger el autobús porque el alcalde, en su afán de peatonalizar todo el centro y fomentar el uso de la bicicleta, se olvidó de ordenar que pintasen unos cuantos pasos de peatones entre las paradas de autobús y la acera. Por supuesto, había perdido el transporte y había tenido que esperar treinta y cinco minutos al siguiente mientras diluviaba y se calaba hasta los huesos.

Pero lo siguiente ya era demasiado, era el colmo del egoísmo, la suciedad, la dejadez y la mala educación; además, estaba convencida de que sabía quién era el responsable de su entrada estelar en el portal de su casa. Ni siquiera los payasos del circo provocarían tantas carcajadas. No lo vio; claro que, si lo hubiese visto, tampoco le habría dado tiempo a reaccionar. Nada más entrar en el portal del edificio donde vivía, Candela puso el pie en un charco que la hizo resbalar y caerse de bruces sobre este.

Cuando apoyó la mano en el suelo para levantarse, sé fijo en que el líquido sobre el que descansaba su trasero era de color amarillo y desprendía un fuerte olor. ¡Era orín! Orín de perro, y el único perro que había en ese edificio era el de la puerta 16. No era la primera vez que, cuando llovía, su dueño no se molestaba ni siquiera en sacarlo a la calle para no mojarse, lo bajaba al portal a que hiciera sus necesidades y después no las limpiaba.

Candela no tenía nada en contra de los animales, aunque los perros le daban un poco de miedo, pero sí tenía muchísimos motivos para estar en contra de su vecino. Ya mismo tenía un precioso vestido empapado de motivos.

Candela fue directa al ascensor, tiritaba de frío, subió al cuarto y llamo al timbre de la puerta 16. El perro comenzó a ladrar desde dentro, oyó cómo su vecino iba hasta la puerta, miraba por la mirilla y... nada. ¡Nada! Candela volvió a llamar al timbre y le pidió que le abriera, pero ni siquiera le contestó, de manera que le dijo todo lo que pensaba de él y de su perro a través de la puerta. Se dio media vuelta y se dirigió hacia su casa mientras añadía frustración e impotencia por no haber podido siquiera decirle todo eso, toda esa lista de sentimientos, a la cara.

Cuando entró a su departamento, escuchó voces que provenían del comedor y caminó hasta pararse en el umbral de la puerta. Magda reparó en su presencia y se giró hacia ella.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Magda poniendo cara de asco—. No tienes buen aspecto, y hueles fatal.

—Mejor os lo cuento luego. Hola, Roma— saludó Candela—. Voy a darme una ducha y ahora salgo.

—Hola. Vamos a encargar la cena, ¿te apuntas? —inquirió Roma.

—No tengo mucha hambre —respondió Candela mientras caminaba hacia el cuarto de baño.

Candela entró en el cuarto de baño, se deshizo de la ropa sucia y mojada, conectó el altavoz y comenzaron a sonar las canciones de Bruce Jones, su cantante favorito. Se dio la vuelta y se metió en la ducha.

Hizo un repaso mental del día mientras el agua tibia se deslizaba sobre su piel, haciéndola entrar en calor. La jornada no había comenzado nada mal. Por la mañana había estudiado para el examen de Bienes y Patrimonio Cultural que tenía la próxima semana. Después se había ido a trabajar al spa, fue un día muy ajetreado ya que habían llegado un par de autobuses de turistas. Y cuando salió del spa... Mejor olvidarlo.

En días como esos, echaba terriblemente de menos a sus padres, en especial, a su madre. Lo que daría por abrazarla solo una vez más, por escuchar la voz de su padre diciendo que los malos días nos ayudan a apreciar los buenos...

Candela había perdido a sus padres cuatro años atrás. Cada vez que pensaba en ellos notaba un nudo en el estómago, y en muchas ocasiones rompía a llorar. A veces el dolor era tan fuerte que pensaba que no podría soportarlo. Las lágrimas se mezclaban con el agua de la ducha y bajaban por su cuerpo mientras deseaba tenerlos allí de nuevo.

Magda y Roma eran amigas suyas desde siempre y se habían convertido en su familia desde que sus padres se fueron. No la habían dejado sola en ningún momento, y les estaría eternamente agradecida por ello. Pero, a veces, tan solo los echaba tanto de menos que el dolor la desbordaba y rompía a llorar.

Cuando salió de la ducha, se puso un pijama, peinó su suave cabello de color azabache y lo dejó caer sobre sus hombros para que se secase al aire. Fue hasta el comedor y vio que Magda y Roma estaban poniendo la mesa.

—¿Os ayudo?

—¿Estás mejor? —preguntó Roma.

—Creo que sí —respondió Candela—. La verdad es que ha sido un día horroroso.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Magda mientras dejaba una jarra sobre la mesa.

—Pregunta más bien qué no ha sucedido.

Candela relató todo su día, cuando observó atónita a Roma que estallaba en carcajadas.

—¿Por qué te ríes?

—Lo siento. Tienes razón, no tiene gracia. ¿Del pis? ¿En serio te has caído encima del pis? —preguntó Roma con los ojos como platos, recomponiéndose del ataque de risa—. ¿Y porque había pis en el portal?

—Porque tenemos un vecino que es un guarro —intervino Magda—. Y la consecuencia es que, de vez en cuando, pasan cosas como esta.

Candela se dejó caer encima de la silla.

—¿Os podéis creer que he ido a su casa y ni siquiera me ha abierto la puerta?

—¡Ah! ¿Eras tú la que dabas esos gritos en la escalera? —consultó Roma.

—Supongo que sí. He tenido un día agotador, y a estas horas, la amabilidad que me caracteriza está de huelga.

—A la par que horroroso, un día agotador y horroroso, no te olvides de eso —dijo Roma.

—Eso, tú dame ánimos —contestó Candela.

Roma y Magda se miraron con complicidad y sonrieron.

—¿Qué pasa? —preguntó Candela—. ¿Por qué sonreís? A mí no me hace gracia.

—No nos estamos riendo —respondió Magda sirviendo la cena en los platos—. Venga, come algo, te vendrá bien.

—Magda me ha hecho una propuesta muy interesante —comentó Roma.

—¿De verdad? ¿De qué se trata? —preguntó Candela interesada.

—Un cliente importante de mi empresa quiere organizar un crucero para promocionar su nuevo álbum. Va a realizar parte de la gira desde el buque, y mi jefe me ha pedido que lo organice yo.

—¡Eso es fantástico! —exclamó Candela.

—Sí, lo es. He pensado en contratar a Roma para que su empresa provea las delicatessen para este cliente.

—¡Qué buena idea! No se me ocurre nadie mejor que ella —dijo Candela.

—La verdad es que esto podría ser una gran oportunidad —agregó Roma—. Si sale bien, tal vez nuestros productos puedan traspasar fronteras.

—¿Y quién es el cantante? ¿Alguien conocido? —preguntó Candela con curiosidad—. Bueno, si es confidencial no te preocupes, no hace falta que me lo digas.

—Eso es lo mejor de todo —respondió Magda sonriendo mientras le guiñaba un ojo a Roma—. ¡El cantante es Bruce Jones! —gritó Magda.

Cuando Candela escuchó el nombre del artista, expulsó toda el agua que tenía en la boca como si fuese un aspersor.

—Menos mal que no me he puesto mi blusa nueva— se quejó Roma, limpiándose con una servilleta.

—¿Me tomas el pelo? —exclamó Candela sorprendida—. ¿Bruce Jones? ¿El mismo Bruce Jones que escucho todos los días cuando me levanto? ¿El mismo Bruce Jones que he escuchado mientras me duchaba?

—Ese, ese Bruce Jones —dijo Magda cantarina.

—¡Qué suerte tienes! Me alegro mucho por ti, Magda. Oye, si llegas a conocerlo, ¿podrías pedirle que te firmase un autógrafo para mí?

—Sí, podría —respondió Magda—. Pero también podrías pedírselo tú misma.

—¿Yo misma? No te entiendo —respondió Candela confusa.

—Yo tendré que estar en el crucero, no será muy largo, pero tengo que estar allí para organizarlo todo. Y tú, si quieres, también puedes venir conmigo al crucero. Creo que podría conseguir un descuento para ti y colarte en los eventos vip. ¡Seguro que podrás ver a Bruce muy de cerca!

—Yo también voy a ir —intervino Roma—. Tengo que asegurarme de que todos los productos se sirvan correctamente y sean de su agrado. Es una oportunidad única para la empresa, y no confío en nadie lo suficiente como para delegar.

Los ojos de Candela, de repente, se apagaron y su sonrisa se tornó triste.

—¿Qué te pasa? —preguntó Roma, que notó enseguida el cambio en su amiga.

—Me encantaría, pero no puedo ir. Tengo que trabajar y ponerme al día con los trabajos de la UNED.

—Eso ya lo haces todos los días —respondió Magda—. Venga, Candela. Te mereces unas vacaciones, todavía te deben la mitad de las vacaciones del año pasado en el spa y todas las de este año en el escape room.

—No puedo pagarlo. No sé cuánto cuesta, pero seguro que es carísimo, y no puedo permitirme el lujo de irme a un crucero.

—Yo podría ofrecerte un pase vip y el descuento que te he comentado antes, con eso quedaría un precio más que razonable para unas vacaciones. Además, es nuestro cantante favorito. ¿Cuánto hace que no nos vamos de vacaciones juntas? ¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de vacaciones?

—Ya casi ni me acuerdo —reconoció Candela.

—Dela —intervino Roma, cautelosa—. Necesitas esas vacaciones, será increíble poder estar las tres juntas lejos de todos los agobios diarios.

—Pero vosotras tenéis que trabajar allí. No quiero estar sola todo el día en un barco.

—Tendremos que dedicar algún rato a trabajar, pero el resto del tiempo lo tendré libre para estar con vosotras —respondió Roma.

—En realidad, yo solamente voy a tener dos días fuertes de trabajo, los dos días que esté Bruce Jones en el crucero, el resto del tiempo son vacaciones para mí, y la excusa perfecta para descansar y viajar. No puedes decir que no, Candela, no me imagino un concierto de Bruce Jones sin ti. Prométeme que, por lo menos, hablarás con tus jefes sobre las vacaciones.

—¿Y J.?

—¿Qué pasa con él? —bufó Roma con evidente fastidio.

—No lo veré durante el tiempo que dure el crucero.

—¿Y...?

—No puedo irme sin saber qué sucede entre nosotros.

—¡Pues pregúntaselo! Habla con él de una vez y aclara lo que sea que tengáis que aclarar, y después vámonos de crucero —alegó Magda perdiendo la paciencia.

—¡No puedo hacer eso! —exclamó Candela—. No quiero presionarlo. Estoy segura de que pronto me va a pedir que quedemos.

—Cariño, si quiere quedar contigo, ya te lo dirá. No hay nada de malo en que te eche un poco de menos. Pasáis mucho tiempo juntos.

—Pasamos tiempo juntos porque trabajamos juntos —respondió Candela—, pero no es así como me gustaría pasar tiempo con él.

—Roma tiene razón —añadió Magda—. No hay nada de malo en que te eche un poco de menos. Tal vez así, cuando vuelvas, se decida a pedirte una cita.

—Puede que tengáis razón —suspiró Candela.

—Entonces, ¿nos vamos de crucero? —preguntó Roma esperanzada.

—Está bien —dijo Candela sonriendo—. Tenéis razón. Me merezco esas vacaciones, nos las merecemos las tres; además, no creo que aguante muchos más días como el de hoy. Esta semana hablaré con mis jefes.

***

Era casi media noche. Enzo esperó a Fabián y a Alec sentado en una mesa del bar del pueblo mientras miraba cómo John, el dueño del local, se movía tras la barra. Hacía ya cuatro años que el escocés había decidido quedarse y comprar un comercio en el pueblo. Había hecho un buen trabajo con aquel antro. Lo redecoró entero, revistió las paredes de madera y espejos, colgó de estas algunos objetos típicos de su país y forró las sillas y taburetes con una tela en tonos rojos, parecida a la que utilizan para hacer los kilts escoceses. No entendía qué podía haber visto aquel hombre en un pueblo como Biescas, pero allí decidió asentarse.

Ese había sido un buen día. Enzo, entre muchas otras cosas, trabajaba como monitor multiaventura y guía para una empresa local. Por la mañana tenía una actividad de piragüismo con un grupo.

Se levantó pronto y corrió hasta llegar al embalse de Búbal. Cuando arribó, se dirigió a la caseta junto al embarcadero, saco las piraguas y preparó el equipo necesario para la actividad. Después almorzó, mientras esperaba al grupo.

Cuando finalizó la actividad, recogió todo, se dio un baño en el embalse y volvió a Biescas a comer. Por la tarde, acudió al colegio donde trabajaba como monitor de extraescolares. Los jueves tenía futbito, una de sus favoritas. Al terminar pasó por su casa a recoger a Fuji para dar un paseo por la Vía Verde.

Esa noche, Enzo había invitado a su hermano a cenar en su casa. Preparó tallarines de calabacín con pisto de verduras y queso de oveja. Le encantaba cocinar. Su hermano llevó el postre, tarta de queso. Mientras cenaban, mantuvieron una conversación animada sobre todo y nada en especial, pero de repente, su hermano se puso serio, carraspeó y le dijo que había visto a Sergio, el hermano de Elena, la ex de Enzo. Sergio le había comentado que Elena iba a ir a visitar a sus padres y estaría un par de semanas en el pueblo.

Lo cierto es que no le apetecía ni lo más mínimo coincidir con ella. Después de tanto tiempo, todavía había gente que cuchicheaba cuando lo veía pasar por delante, y la vuelta de Elena solo haría reavivar los rumores y habladurías.

Mientras esperaba a sus amigos en el bar, Enzo pensó que solo le quedaba un mes para coger las vacaciones, pero las necesitaba como el aire que respiraba. Ese año no había sido el mejor de su vida. Se sentía cansado. Todavía se estaba recuperando de una lesión que le había impedido entrenar y poder salir a la montaña durante bastante tiempo.

Estaba convencido de que las vacaciones lo ayudarían a reponerse y coger fuerzas para la siguiente temporada.

Sumido en sus cavilaciones, le dio un sorbo al refresco que tenía delante y oyó el tintineo de las campanas que había en la puerta del pub. Levantó la mirada y vio a Fabián y a Alec que hablaban mientras lo buscaban.

—Llegáis tarde. Espero que sea importante eso que tenías que decirnos —dijo Enzo—. Mañana he quedado para salir un rato a correr e intuyo que me voy a acostar tarde esta noche.

—¿Qué ha pasado? ¿Hay algo importante que contar? —preguntó Alec—. No me has dicho nada mientras veníamos. Pensaba que solo habíamos quedado a tomar algo.

—Tengo que haceros una proposición —dijo Fabián, poniéndose muy serio.

—¿Una proposición indecente? —replicó Enzo divertido—. Porque si es como la de la película, no cuentes conmigo, amigo.

—Será todo lo indecente que tú quieras que sea —respondió Fabián—, pero eso lo dejo a tu elección.

—Venga, suéltalo ya —intervino Alec—. Nos tienes en ascuas.

—Esta mañana me han llamado de la galería para darme fecha. Expondré en octubre.

—¡Enhorabuena! —exclamó Alec.

—Eso es una muy buena noticia, llevabas casi un año detrás de esa galería. ¡Tenemos que celebrarlo! —gritó Enzo, girándose para llamar al camarero.

—Sí, nunca me había costado tanto acceder a una muestra, pero la espera ha merecido la pena. Pero no es la única noticia que tengo que daros —añadió Fabián.

—¿Más noticias? ¿Buenas noticias?

—Bruce Jones va a comenzar su nueva gira en un crucero.

—Oye, ¿Bruce Jones no es ese cantante que te gusta tanto? —dudó Alec.

—Sí, el mismo —respondió Fabián—. Y como estoy de acuerdo con que hay que celebrar lo de la exposición, os propongo hacerlo a bordo del crucero que va a realizar en junio.

—Celebrarlo en un crucero... —repitió Enzo.

—Os propongo que nos vayamos los tres al crucero de Bruce Jones.

—¿Y qué pintamos nosotros en ese crucero? Al que le gusta Bruce Jones es a ti, aunque todavía no entiendo muy bien por qué. —Rio Enzo.

—Venga, será divertido. Habrá conciertos de él, veremos otros países, haremos turismo y seguro que podremos hacer alguna actividad multiaventura. Habrá mujeres preciosas, ¡mujeres que no conocemos! Tendremos las vacaciones que tanto nos merecemos los tres y el viaje que siempre hemos querido hacer. Tal vez yo pueda tomar algunas fotografías más para la exposición.

—Ni hablar —respondió Enzo riendo—. Si a esas mujeres que tú dices que habrá en el barco les gusta Bruce Jones, posiblemente no tendrán cumplida la mayoría de edad. No quiero verme involucrado en ninguno de tus líos de faldas.

—Es un crucero temático organizado por y para Bruce y su banda, para promocionar su nuevo álbum. Será divertido, podremos descansar y viajar. ¿Cuánto hace que no tienes vacaciones, Enzo? ¿Y tú, Alec?

—La verdad es que hace más de cinco años que no viajo por placer —apuntó Alec.

—Enzo, tú trabajas muy duro durante todo el año, y a principios de junio todavía no estamos en temporada alta, podrías organizarte.

—Sigo sin ver qué hago yo en un crucero de Bruce Jones —respondió Enzo.

—Creo que Fabián puede tener razón —sugirió Alec—. No te vendría mal salir del pueblo una semana. Lola me ha dicho que Elena estará un par de semanas aquí por esas fechas y, si fueras al crucero, no tendrías que encontrártela.

—No quiero tener que irme de mi casa para no ver a Elena. Es verdad que no me apetece tener que aguantar más chismorreos, pero no creo que la solución sea irme de crucero —bufó Enzo.

—Pues yo creo que podría estar bien cogerme unas vacaciones —afirmó Alec—. Sería divertido irnos los tres.

—¿De verdad te dejas convencer para ir a un crucero de un cantante que ni siquiera te gusta? —preguntó Enzo incrédulo.

—No, me dejo convencer para cogerme unas vacaciones e irme de crucero. Llevo muchos años sin tener un descanso de verdad, y me gustaría poder desconectar y conocer un poco más el Mediterráneo antes de febrero. Sería estupendo poder hacer el viaje que siempre hemos soñado antes de volver a Escocia, después... será mucho más difícil poder hacerlo.

—El viaje del que siempre hemos hablado incluía una mochila, una bicicleta y muchos países. No un barco enorme con un cantante rodeado de groupies.

—Venga, chicos, será divertido.

—No es muy caro, acabo de ver los precios y hay una oferta especial para las quinientas primeras personas —añadió Alec.

—¿Lo estás diciendo en serio? —preguntó Enzo sorprendido.

—Claro que sí, ya sabes que no suelo bromear con este tipo de cosas.

—Querrás decir que no sueles bromear nunca.

—En esas fechas no tengo exámenes del máster ni prácticas, así que puedo faltar algunos días a clase si me organizo bien y hablo con los profesores —comentó Alec.

—Es cierto que no es el viaje que habíamos planeado, no se parece en nada, pero Alec vuelve a Escocia en febrero y pasará bastante tiempo antes de que podamos juntarnos de nuevo los tres. ¿Cuántas ocasiones más vamos a tener de viajar juntos? —expuso Fabián.

—No os prometo nada. Miraré las fechas porque tengo un curso en junio, aunque creo que es la primera semana.

—De momento me conformo con eso —contestó Fabián.