Nota de autora

East India Company: El 24 de septiembre de 1599, un grupo de comerciantes londinenses formaron una sociedad para comerciar directamente con las Indias Orientales; de este modo, evitaban la dependencia de los holandeses, que ejercían el monopolio sobre el lucrativo comercio de las especias.

Suscribieron un capital de 30.133 libras y decidieron buscar el apoyo de la Corona, apoyo que no fue concedido inicialmente. Sin embargo, un año después, la reina Isabel I de Inglaterra, el 31 de diciembre de 1600, mediante una Carta Real les concedió al «gobernador y a la compañía de los mercaderes londinenses que comercian con las Indias Orientales» el monopolio por 15 años para comerciar, comprar tierras, demandar y ser demandado. La empresa sería dirigida por un gobernador y un comité de 24 personas que serían nombradas anualmente.

Originalmente fletada para comerciar con las Indias Orientales, la empresa creció hasta representar la mitad del comercio mundial, en particular con productos básicos que incluían el algodón, la seda, el colorante índigo, la sal, el salitre, el té  y el opio. Finalmente la compañía terminó comerciando principalmente con el subcontinente indio y con la dinastía Ching o Qing, de la China. También guio los inicios del Imperio británico en la India.

La Compañía obtuvo la soberanía territorial en la India y mantuvo su posesión hasta que la Corona asumió el control directo, en la forma de un nuevo Raj británico, en 1858.

Alexander Fordyce nació en Aberdeen, Escocia. De joven se trasladó a Londres, donde consiguió trabajo como empleado externo de un banquero llamado Boldero; sin embargo, pronto demostró su valía y terminó por convertirse en el socio más activo de la firma Neale, James, Fordyce y Down.

Bajo su dirección, el banco se dedicó a especular libremente, obteniendo notables ganancias, especialmente con la Compañía de las Indias Orientales. Con este dinero, Fordyce compró una finca y se construyó una hermosa casa en Roehampton, donde vivió magníficamente. Se presentó como candidato en las elecciones generales de 1768 para el municipio de Colchester, pero fue derrotado por veinticuatro votos. Entonces decidió que volvería a presentarse más tarde, y construyó un hospital para cultivar al distrito. En 1770 se casó con lady Margaret Lindsay, segunda hija del quinto conde de Balcarres.

La suerte parecía sonreírle, pero la fortuna es caprichosa y cambió de rumbo. A principio de 1771, la disputa de Inglaterra con España a causa de las islas Malvinas provocó fluctuaciones en el mercado y las acciones perdieron valor. Sus socios del banco se alarmaron ante las pérdidas, pero Fordyce los tranquilizó asegurándoles que tenía todo bajo control. Sin embargo, las pérdidas continuaron y, ante la imposibilidad de hacer frente a los pagos exigidos, Alexander Fordyce huyó a Francia el 8 de junio de 1772.

La crisis crediticia de 1772: Alexander Fordyce había perdido 300.000 libras en acciones de la Compañía de las Indias Orientales. Tras huir a Francia para evitar el pago de la deuda, el banco del que era socio quebró, lo que provocó el pánico en Londres.

El crecimiento económico en ese período dependía en gran medida del uso del crédito, que se basaba, en buena parte, en la confianza de la gente en los bancos. Al tiempo que la confianza comenzó a disminuir, siguió la parálisis del sistema de crédito: una multitud de personas se reunieron en los bancos y solicitaron el pago de la deuda en efectivo o intentaron retirar sus depósitos. Como resultado, veinte importantes entidades bancarias se declararon en bancarrota o suspendieron el pago a fines de junio, y muchas otras empresas sufrieron dificultades durante la crisis. Esta crisis bancaria se extendió pronto a otros países de Europa, como Escocia o los Países Bajos.

La Compañía de las Indias Orientales sufrió también un gran revés a causa de las pérdidas. Al no poder afrontar la devolución del pago al Banco de Inglaterra, se vio obligada a vender a las colonias americanas los dieciocho millones de libras de té que poseía en sus almacenes. Esta venta debía de hacerse a través de intermediarios, lo que hacía que se encareciese el producto y los nativos prefiriesen comprar té de contrabando o el que se producía en las colonias. El impuesto que estableció el gobierno inglés en mayo de 1773, de tres peniques por cada libra de té vendida, hizo que la Compañía se alzase con el monopolio de la venta. Los colonos no aceptaron esta hegemonía sobre el mercado y la disputa terminó en la así llamada Boston Tea Party, o Motín del té (16 de diciembre de 1773), en el que unos colonos, disfrazados de indios, arrojaron al mar la carga de té de tres buques británicos.

Los Macaroni o Maccaroni: A mediados del siglo XVIII, un grupo de jóvenes aristócratas emprendieron el Grand Tour a lo largo de Europa tras finalizar su educación formal en los colegios ingleses. Trajeron consigo los estilos continentales extravagantes de los franceses y los italianos, llevados al extremo. De ahí, y debido también a su gusto por la comida italiana, comenzó a llamárselos «Macaroni».

Estos jóvenes estaban obsesionados con un estilo de moda peculiar: pelucas elevadísimas y elaboradas, con un minúsculo sombrero colocado encima; chalecos con patrones llamativos y medias de colores brillantes. Todos los detalles de su vestimenta eran exagerados. Incluso, llegaron a crear un lenguaje propio en el que mezclaban palabras francesas e italianas con el inglés, y usaban una pronunciación diferente.

Este llamativo estilo contrastó en una época en la que los caballeros habían vuelto al uso de prendas simples y llanas, confeccionadas por una cuidada sastrería. Finalmente, solo sirvió para convertirse en el blanco de las sátiras y las burlas de la sociedad.

La moda masculina evolucionó con rapidez hacia estilos más simples, defendidos por Beau Brummell, el árbitro de la moda masculina en el periodo de la Regencia, quien era de la opinión de que el buen vestir surtía efecto en detalles inmaculados, no en la ostentación.

Un periódico de la época nos presenta así este nuevo estilo: «Ciertamente hay una clase de animal, ni macho ni hembra, una especie de género neutro, que ha aparecido últimamente entre nosotros. Se llama Macaroni», Oxford Magazine, 1770.