—ELLA TE ESTÁ provocando, está claro —dijo Theo.
—¿Tú crees? —preguntó Jack.
—¿Cuántas veces te despedí cuando estaba en el corredor de la muerte?
—Casi una vez cada quince días.
—¿Lo ves? Y diez años después, todavía no me he podido librar de ti.
Jack estuvo a punto de recordarle que aquella era su casa, que estaban cocinado su comida, y que Theo se atornillaba a su sofá cada fin de semana, lo cual planteaba algunas dudas bastante razonables sobre quién no había podido librarse de quién. Sin embargo, Jack decidió dejarlo pasar.
Theo volvió a centrar su atención en la cocina. Estaba abrasando dos gruesos filetes de atún sobre una crujiente capa de pimienta con limón, semillas de sésamo y jengibre. Parecía un cocinero de barra, con la espátula en la mano y el delantal blanco y grasiento atado a la cintura. A ojos de la mayoría, Theo parecía el típico tipo cuya idea de una comida de cinco tenedores consistía en un pack de cervezas y una bolsa de patatas, pero en realidad era bastante buen cocinero y disfrutaba cocinando. Y como la mayoría de los buenos cocineros, odiaba que se entrometieran en la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a Jack.
Jack estaba de pie, delante del fregadero, lavando el cuenco para hacer las mezclas.
—Lavar —respondió.
—¿Y no te puedes esperar?
—Supongo que sí, pero es una especie de costumbre que arrastro.
—¿Hablamos de tu ex otra vez?
—Sí. Cindy no me dejaba acercarme a la cocina a no ser que fuera para que fregara mientras pasaba el tiempo.
Theo lo miró como si fuera un extraterrestre.
—¿Lavar mientras se cocina? Eso es como parar en mitad de un polvo a poner una puta lavadora.
Jack cerró el grifo mientras pensaba en lo que Theo acababa de decir.
—Creo que, de hecho, Cindy hizo eso una vez.
—Jacko, esa mujer no debe volver a tu vida jamás. Pero esta Lindsey, ella sí volverá. Créeme.
—Bah, al infierno con eso. Estoy mejor sin ella. —Jack negó con la cabeza—. Pero por otro lado, está Brian. Quiero decir . . . ¿y si su madre es inocente? Se estaría llevando lo peor de toda la situación.
Theo sonrió con complicidad mientras le daba la vuelta a los filetes de atún.
—Te está manipulando, tío.
—Si es así, de verdad que lo está haciendo realmente bien.
—Lo cual te hace dudar, ¿verdad?
—¿Dudar de qué?
Theo levantó la sartén de la llama y deslizó los filetes a un par de platos.
—A lo mejor deberías hacerle caso a ese tal señor Potato.
—Pintado.
—Lo que sea. A lo que voy es a lo siguiente: a lo mejor ella no es inocente.
Theo cogió los platos y empezó a caminar hacia la sala. Jack se quedó congelado, apoyado en la encimera de la cocina. A decir verdad, también él tenía sus dudas. Pero oírselo a Theo, escucharlo en voz alta, aquello lo impactaba de una forma totalmente diferente.
—¿Vas a venir? —preguntó Theo.
Jack estaba mirando entre una pila de cartas que había sobre el mostrador de la cocina.
—Oye, Clarence Darrow. Te he llamado a la mesa.
Jack llevaba en la mano un sobre grande para documentos.
—Es de Lindsey.
—¡Vaya! Esa es la carta de «todavía te quiero» más rápida de la historia del servicio de correos de Estados Unidos.
—No. Tiene matasellos de hace tres días. Es de antes de nuestra discusión.
Theo dejó los platos de pescado sobre la mesa.
—Pues esto se pone interesante . . .
—Está dirigido a mí, Theo. No a los dos.
—Me tienes como un esclavo todo el día, te cocino . . . ¿y así me pagas?
—Largo.
—Vale.
Theo recogió ambos platos y levantó el mentón, como si fuera el mejor defensa de la temporada fingiendo ser un ama de casa indignada.
—Hay Cheerios en el armario de la cocina.
«Si no te los has comido ya», pensó Jack.
Esperó a que Theo se hundiera en el sofá y se entretuviera con el canal ESPN antes de abrir el sobre con un cuchillo de cocina. Vaciló, luego hurgó en él y sacó unas cuantas fotografías. Las empezó a pasar rápidamente y después las volvió a pasar más despacio. En todas salía Brian; algunas eran bastante antiguas, otras más recientes. Una de Brian con su equipo de fútbol. Otra de Brian con su madre. Una más de Brian y su padre. Estaban haciendo el saludo a la bandera. Óscar vestía su uniforme caqui de la Marina.
La última fotografía era de Brian recién nacido. Sus padres estaban con él, abrazados de esa forma torpe y enredada tan típica de los padres primerizos que no tienen ni idea de cómo sostener a un pequeño bebé en brazos. Jack no lo sabía a ciencia cierta, pero parecía ser el primer día con sus padres adoptivos. Se les veía muy felices juntos, y eso le dio una buena sensación. Pero entonces se preguntó cómo debió de haberse sentido Jessie en ese mismo momento, la madre que dio a luz, completamente sola, muy lejos de cualquier tipo de celebración. El sentimiento de felicidad de Jack se desvaneció y desapareció por completo cuando pensó en su propia vida aquel mismo día. En el momento en que el jovencito Brian estaba mirando a los ojos de sus orgullosos padres adoptivos, Jack había pasado por fin página con respecto de Jessie, sin ni siquiera saber que ella estaba embarazada. Ya había llegado a un notable nivel de autoengaño, y se había convencido a sí mismo de que Jessie no era «la mujer de su vida», de que Cindy Paige viviría el resto de su vida siendo Cindy Swyteck.
Jack dejó a un lado las fotografías y sacó la carta del sobre. La desdobló lentamente, sin saber muy bien qué debía esperar de ella. Estaba escrita a mano en una preciosa y suave cursiva.
Estimado Jack,
Quería que tuvieras estas fotografías de Brian. Es un niño especial, y se está convirtiendo en un jovencito a pasos acelerados. Sé que en el futuro te estará muy agradecido por todo lo que estás haciendo para que nuestra familia siga unida, ahora que Óscar ya no está con nosotros.
Jack, sé que es importante para ti que yo sea inocente. Créeme, lo comprendo. Y también lo respeto. Yo no tendría derecho a criar a mi hijo si las cosas que la gente anda diciendo de mí fueran ciertas. No sé cómo transmitirte la tranquilidad que necesitas, pero si sirviera de algo, no me importaría en absoluto someterme a una prueba del detector de mentiras. Lo único que necesito que me digas es la fecha y el lugar.
Una vez más, gracias por estar ahí para ayudarnos.
Con cariño,
Lindsey.
Jack empezó a leerla otra vez desde el principio, y de repente la puso bocabajo sobre la encimera al ver que Theo volvía a la cocina. Su amigo casi rompe los dos platos vacíos al dejarlos en el fregadero. En menos de cinco minutos se había zampado el atún abrasado suficiente como para alimentar un suburbio de Tokio.
—¿Qué te ha picado? —preguntó Theo.
—Lindsey me ha enviado unas cuantas fotos.
Theo levantó una ceja.
—¿Te refieres a material de mamiscalientes.com?
—No, pervertido. Fotografías de su hijo. Y una carta.
—¿Y qué dice?
—Se ha ofrecido a pasar por el polígrafo. Y acuérdate: esto lo escribió antes de la discusión que hemos tenido hoy.
—¡Anda, menudo sorpresón!
—Sí.
—Pensaba que no te fiabas de los polígrafos.
—Y no me fío. Pero me inclino a creer a una viuda reciente y madre soltera que se ofrece a pasar por uno. Sobre todo cuando se ofrece a que yo escoja el momento, el lugar y el especialista. ¿Ves la diferencia?
—Sí, claro. Bueno, ¿y ahora qué?
—No sé. ¿Se te ocurre algo?
—Sí —respondió Theo mientras se dirigía al frigorífico—. ¿Tomamos un postre?
Jack miró la carta, totalmente confuso. Por fin, miró a Theo y dijo:
—Esa es la mejor idea que he oído en un buen rato.