Capítulo 3


LA TARDE SIGUIENTE, Jack estaba en el quinto piso de la oficina del fiscal, en el centro de Miami. Se había pasado casi toda la noche examinando una y otra vez la copia del informe de los SICN que Lindsey Hart le había entregado. Jack nunca había tenido en sus manos ningún informe de investigación de los SICN, pero aquel se parecía a las decenas de informes de homicidios de civiles que había examinado durante años, a excepción de un solo detalle: la información censurada. Parecía que habían eliminado algo de cada página —a veces un párrafo entero, o incluso la declaración completa de un testigo—, algo que el Comando Naval habría considerado demasiado delicado para los ojos de un civil.

Lo primero que pensó Jack fue que los SICN estaban ocultándole información a Lindsey porque ella era sospechosa. No obstante, llamó por teléfono a un amigo que trabajaba en la Abogacía General de Reserva, y se enteró de que no era nada extraño que los familiares de un militar asesinado recibieran informes de investigación tan bien redactados. Incluso cuando la muerte no había sido en combate (es decir, en el caso de un homicidio, un suicidio o un accidente), los familiares no siempre gozaban del privilegio de saber qué estaba haciendo exactamente su ser querido en el momento en que murió, con quién había hablado por última vez, o ni siquiera lo que hubiera podido escribir en su diario personal horas antes de que una bala de nueve milímetros le atravesara la parte posterior del cráneo. Sin lugar a dudas, los militares a veces tenían la necesidad de mantener ciertos aspectos en secreto, sobre todo en un lugar como Guantánamo, la única base norteamericana en territorio comunista. Pero Jack se veía obligado a ser escéptico.

—Sabes que no he querido hacerme el listo por teléfono, ¿verdad, Jack? En realidad no tengo absolutamente nada que ver con el caso Hart.

Gerry Chafetz estaba sentado detrás de su escritorio, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, una postura que Jack le había visto cientos de veces cuando Gerry era su supervisor. En aquel entonces, trabajaban hasta el agotamiento hasta la noche, y discutían sobre casi todo, desde si los Miami Dolphins habían ganado más partidos al llevar las camisetas verde agua o las blancas, hasta si su testigo estrella era un hombre muerto con o sin programa de protección federal de testigos. A veces Jack echaba de menos aquella época, pero sabía que aunque se hubiera quedado las cosas no habrían vuelto a ser iguales. Gerry se había abierto paso hasta convertirse en el asistente del fiscal, con quien habría sido mucho menos divertido discutir, porque ahora ya lo sabía todo.

—Este caso se está llevando aquí en Miami, ¿me equivoco? —preguntó Jack.

Gerry era una tumba. Jack dijo:

—Mira, no es ningún secreto que Lindsey Hart es una civil que no puede ser juzgada por un tribunal militar. Ella es de Miami, así que no estaríamos violando la seguridad nacional si nos imaginamos que, si la acusan por el asesinato de su marido, eso será en el distrito sur de Florida.

Gerry seguía callado.

En la comisura de los labios de Jack apareció una sonrisa.

—Venga, Gerry. ¿No vas a ayudarme ni siquiera un poco?

—Te lo diré de esta forma: lo que dices es, en teoría, correcto.

—Bien. Teóricamente, entonces, me gustaría que le pudieras transmitir un mensaje al fiscal que haya sido asignado a este caso. Que he leído el informe de los SICN. Bueno, lo que se puede leer, porque la mitad estaba censurado.

—En realidad, la señora Hart ha tenido bastante suerte al recibir un informe completo.

—¿Por qué lo dices?

—La agencia puede llegar a tardar por lo menos seis meses en enviar un informe final. Este se ha movido con bastante rapidez; tu cliente debería sentirse satisfecha.

Jack sonrió para sus adentros. Tal y como él había supuesto, el asistente lo sabía todo. Jack dijo:

—A decir verdad, no es mi cliente. Todavía no lo es. Como te dije por teléfono, aún me estoy pensando si aceptar el caso.

—¿Cómo sabes que va a haber un juicio?

—Los SICN han llegado a la conclusión de que la muerte de su marido fue un homicidio.

—Me refiero a un juicio contra ella.

Jack lo miró con curiosidad.

—Me estás diciendo . . .

—Yo no te estoy diciendo nada. Creo que lo he dejado bien claro desde el principio.

—Está bien. Sea verdad o no, la señora Hart cree que ella es la principal sospechosa.

Gerry se mostraba inexpresivo y guardaba silencio.

Jack dijo:

—Esa es una tesitura bastante estresante para una mujer que afirma ser completamente inocente.

—Todos proclaman su inocencia. Por eso todavía me siento a este lado de la mesa. Te respeto, Jack, pero duermo más tranquilo al saber que no defiendo al que es culpable.

Jack se movió hasta quedarse sentado al filo de su asiento y miró fijamente a los ojos de su exjefe.

—Por ese motivo estoy aquí. Me encuentro en una situación difícil ante este caso. Lindsey Hart es . . . —Se detuvo porque no quería hablar de más.

Gerry era un antiguo compañero pero, pese a todo, seguía estando en el bando contrario.

—Digamos que es amiga de un amigo. De un amigo muy cercano. Quiero ayudarla, si está en mi mano poder hacerlo. Pero no quiero estar metido en esto si . . .

—¿Si qué? —dijo Gerry en todo burlón—. ¿Si es culpable?

Jack no le devolvió la sonrisa; su gesto era serio.

—Vamos, Jack, ¿qué esperabas? ¿Que te mirara a los ojos y te dijera: «Sí, tienes razón, amigo, acepta el caso. Estos investigadores están pisándole los talones al sospechoso equivocado»?

—Llegados a este punto, solo quiero saber si mi cliente está siendo honrada conmigo. Necesito comprobar un detalle relacionado con la hora de la muerte.

—Aunque conociera los entresijos del caso, cosa que no sucede, no podría comentarte nada sobre la investigación.

—Claro que podrías. Solo es cuestión de si lo harías o no.

—Dame una buena razón para que lo hiciera.

—Porque te estoy pidiendo que me devuelvas cada uno de los favores, cada gota de la amistad que alguna vez hubo entre nosotros.

Gerry apartó la mirada, como si la súplica le hubiera hecho sentirse incómodo.

—Estás convirtiendo esto en algo terriblemente personal.

—Para mí, no hay nada más personal que esto.

Gerry se quedó un momento en silencio; por fin miró a Jack y le preguntó:

—¿Qué necesitas?

—Hay cantidad de información que no aparece en el informe de los SICN, pero hay un vacío en especial que no deja de rondarme la cabeza. Lindsey Hart afirma que su marido estaba vivo cuando ella se marchó de la casa a las cinco y media de la mañana. El forense estableció que la hora del fallecimiento fue entre las tres y las cinco.

—No sería la primera vez que las pruebas del forense contradicen la versión de los hechos que declara el sospechoso.

—Escucha esto. La víctima recibió un disparo en la cabeza que salió de su propia arma. El informe no menciona ningún silenciador. De hecho, le dispararon con su propia arma, que fue recuperada en el dormitorio, a pocos metros del cuerpo. No había ningún silenciador a la vista, ninguna almohada ni ninguna manta raída que se hubiera usado para amortiguar el ruido.

—¿Y qué?

—Tienen un niño de diez años. Si Lindsey Hart disparó a su marido entre las tres y las cinco de la mañana, ¿no te parece que el hijo habría oído el tiro?

—Depende de lo grande que sea la casa.

—Es una base militar, y aunque se trate de la casa de un oficial, estamos hablando de dos habitaciones contiguas y diez metros cuadrados.

—¿Y qué dice el informe de los SICN?

—Que yo haya podido encontrar, nada. Quizá esté en alguna de las páginas censuradas.

—Puede ser.

—Sea como sea, quiero saber cómo explican los investigadores el sonido del disparo. Cómo es posible que una mujer dispare una Beretta de nueve milímetros y que su hijo de diez años, que está en la habitación de al lado durmiendo, no se despierte.

—Podría ser que tuviera el sueño pesado.

—Seguro. Seguro que esa es su explicación.

—¿Y si lo fuera?

Jack hizo una pausa, como si quisiera subrayar sus palabras:

—Si esa es la mejor explicación que pueden dar, entonces puede que Lindsey Hart acabe de encontrar a su abogado.

Un silencio pesado se instaló entre ambos. Finalmente, Gerry dijo:

—Veré si puedo hacer algo. Mantener a Jack Swyteck al margen del caso quizá sea incentivo suficiente para que el fiscal suelte algo de información.

—Vaya, eso es lo más bonito que me has dicho nunca.

—O a lo mejor es que no me gustan las mujeres que asesinan a sus maridos y corren a contratar a un abogado astuto que las defienda.

Jack asintió lentamente con la cabeza, como si se hubiera merecido aquel comentario.

—Cuanto antes lo sepas, mejor, ¿de acuerdo?

—Ya te lo he dicho, veré qué puedo hacer.

—Claro.

Jack se levantó y le estrechó la mano a Gerry, le dio las gracias y se despidió. Ya sabía dónde estaba la salida.