Capítulo 32


LA MAÑANA TUVO de todo excepto fluidos corporales. Jack había estado esperando sangre, fotos de la escena del crimen, análisis del reparto de la pulverización, ese tipo de cosas. El fiscal se presentó con algo totalmente diferente.

Torres dijo:

—Doctor Vandermeer, por favor, ¿podría presentarse usted mismo al jurado?

Un hombre pequeño con la barba bien recortada y bigote se inclinó hacia el micrófono. El estrado de los testigos casi lo empequeñecía, y Jack tenía la sensación de que debía de estar sentado en una guía telefónica o algo así. Se inclinó hacia Lindsey y susurró:

—¿Conoces a ese tipo?

—En mi vida lo he visto —respondió ella.

El testigo se aclaró la garganta y dijo:

—Me llamo Timothy Vandermeer. Soy doctor en psicología y médico especializado en el tratamiento de pacientes con problemas de infertilidad.

—¿Está usted acreditado?

—Sí. Tengo un diploma del Consejo Americano de Obstetricia y Ginecología. También estoy acreditado en la subespecialidad de endocrinología reproductiva.

—¿Qué otra experiencia y estudios tiene en esa área?

Sus respuestas siguieron una detrás de otra, desde su época como estudiante de una doble maestría en biología y psicología, hasta los numerosos artículos académicos que había publicado en revistas médicas de todo el país. Jack dejó de tomar notas cuando Vandermeer mencionó un trabajo de investigación titulado: «Es un niño, es una niña: la alegría de escoger los mejores espermatozoides».

El fiscal lanzó una mirada al jurado, como para asegurarse de que seguía allí. Parecía estar satisfecho.

—Doctor, antes mencionó usted que tiene un doctorado en psicología. ¿Considera usted que los factores psicológicos afectan en algo durante los tratamientos de pacientes con problemas de infertilidad?

—Sí, no hay duda. No hace falta tener un doctorado en psicología para saber que los factores emocionales, como el estrés, pueden afectar a la capacidad de procrear.

—¿Y se puede afirmar que afecta igual a hombres que a mujeres?

—Por supuesto. Les afecta a ambos. Los hombres, sin embargo, suelen estar menos dispuestos que las mujeres a hablar de esos factores psicológicos. Pero eso no quiere decir que no estén presentes.

Una vez más, el fiscal comprobó que el jurado seguía allí, quizá para asegurarse de que no estuviera avergonzando a ninguno de sus miembros. A continuación cambió de asunto.

—Doctor, ¿fue la acusada, Lindsey Hart, su paciente?

—No, no lo fue.

—¿Y su esposo, el capitán Óscar Pintado, fue paciente suyo?

—Sí, él fue paciente mío.

Se oyó un rumor tranquilo en la sala, y el juez también se reavivó un poco. Jack pudo disimular la mirada de reojo que le lanzó a su cliente. En sus ojos percibió que ella no tenía ni idea de qué se estaba hablando.

El fiscal dijo:

—Cuéntenos cómo sucedió, por favor.

—El capitán Pintado acudió por primera vez a mi oficina de Miami hará un año. Estaba de permiso con su esposa y su hijo. Pero no acudieron con él a la consulta. De hecho, debo aclarar que el capitán Pintado me pidió expresamente que no le contara nada a su esposa sobre su visita.

—¿Y cuál fue el motivo de la consulta?

—Como él mismo me explicó, durante muchos años él y su esposa intentaron concebir un hijo. Adoptaron a su hijo, pero no habían perdido la esperanza de tener un embarazo propio. Me contó que él y su mujer habían consultado a un especialista en infertilidad. Por desgracia, el doctor no pudo hacer nada para ayudarles.

—¿Le dijo por qué había acudido a verlo a usted?

—Sí. Su padre le recomendó visitarme. Alejandro Pintado, o tal vez la señora Pintado, me vio en un programa de televisión al que acudí para hablar sobre mi último trabajo de investigación en asuntos de infertilidad.

—Brevemente, doctor, ¿sería tan amable de describirnos la naturaleza de los hallazgos de dicho estudio?

A Vandermeer se le iluminó el rostro, como si no hubiera otra cosa que le gustara más.

—Con mucho gusto. En líneas generales, la naturaleza de mi investigación trata sobre el análisis del esperma. Comparé dos grupos de hombres. En el primer grupo, analicé el esperma de los hombres que mantenían una relación del todo monógama con una mujer, ya fuera casados o en pareja, y desde hacía mucho tiempo. El otro grupo estaba compuesto en su totalidad por hombres que admitieron haber tenido relaciones sexuales con mujeres que tenían múltiples parejas sexuales.

—Permítame comprobar si comprendo a qué se refiere con el segundo grupo. No eran los hombres los que tenían múltiples parejas sexuales, sino las mujeres.

—Correcto. Yo estaba buscando a un hombre de una sola mujer, es decir, un caso en el que la mujer no hubiera cumplido el compromiso de exclusividad con aquel hombre en concreto. Para serle franco, la mayoría de los hombres que entraban en esta categoría eran hombres solteros que mantenían una relación con una mujer casada.

—De acuerdo. Doy por hecho que recogería usted muestras de esperma de hombres de ambos grupos.

—Así es.

—¿Y qué tipo de análisis hizo usted?

—El primer paso fue un análisis de semen estándar. Quería asegurarme de que estaba trabajando con muestras de esperma que entraban dentro de los parámetros normales. Especialmente con respecto a la motilidad y el movimiento hacia delante.

—¿Podría explicar esos términos, por favor?

—Con motilidad nos referimos a la medida en que el esperma se mueve realmente. Como ese viejo dicho machista que dice: «Mis muchachos saben nadar». Si no se mueven, son prácticamente inútiles. Sin embargo, el hecho de que sepan nadar tampoco es el punto culminante en la etapa reproductiva. Si el esperma nada estilo espalda, es muy probable que no llegue a fecundar el óvulo.

SE OYERON ALGUNAS risitas en la sala. Incluso el juez sonrió. El fiscal preguntó:

—Por tanto, ¿el movimiento hacia delante es un elemento al margen de la motilidad?

—Así es.

—Tiene sentido. ¿Y cuál fue la siguiente fase de su análisis?

Sonrió, como si estuviera muy satisfecho de sí mismo.

—No es por echarme flores, pero en este punto del análisis es donde entra en juego el elemento de innovación. Examiné la motilidad del esperma en dos ambientes diferentes. En primer lugar, analicé el esperma de cada hombre por separado e hice mis mediciones. Una vez hecho esto, añadí esperma de otro hombre en cada una de las muestras. Y de esta manera obtuve los resultados más interesantes.

—¿Qué encontró usted, doctor?

—En ambos grupos de hombres, algunos de los espermatozoides móviles seguían nadando hacia delante, como si se dirigieran directamente al óvulo. Otros espermatozoides móviles, sin embargo, nadaban directamente hacia el esperma invasor. Esos espermatozoides atacaban al invasor, lo golpeaban y terminaban destruyéndolo.

—¿Y qué le reveló ese hallazgo, doctor?

—Mi conclusión es que los hombres tienen dos tipos de espermatozoides. Unos tienen la fecundación como misión principal. Y otros actúan como soldados y se aseguran de que el esperma invasor nunca llegue al óvulo. Yo los llamo «espermatozoides asesinos».

—¿Y dice usted que esto sucedió así en ambos grupos de hombres?

—Sí, ambos grupos tenían espermatozoides asesinos. Pero aquí es donde los resultados se vuelven muy interesantes. Los hombres emparejados en una relación monógama tenían relativamente pocos espermatozoides asesinos. En comparación, los hombres emparejados con mujeres con múltiples compañeros sexuales tenían, con diferencia, muchos más espermatozoides asesinos.

—¿Y qué explica esa diferencia?

—En mi opinión, se trata de un elemento puramente psicológico, el estado mental del hombre. Si el hombre cree que es el único candidato para fecundar el óvulo, su recuento de esperma asesino es inferior. Pero si cree que está compitiendo con otro hombre, su cuerpo genera más esperma asesino.

El fiscal hizo una pausa para permitir que el jurado asimilase bien aquel punto. No estaba claro que entendieran hacia dónde se dirigía aquel testimonio, pero Jack sí, y ya estaba planeando su protesta.

Torres dijo:

—Volvamos al examen del capitán Óscar Pintado. ¿Analizó usted su esperma?

—Sí.

—¿Y qué tipo de análisis fue?

—El mismo que acabo de describir. Realicé primero un análisis estándar, que reveló que su esperma cumplía los parámetros normales, incluida la motilidad normal.

—¿Y a continuación analizó su esperma con . . .? ¿Cómo decirlo? ¿Con esperma invasor? —Lo hice.

—¿Y qué encontró?

Jack se puso de pie.

—Protesto. Quisiera consultar un asunto, por favor, señoría.

El juez se acomodó en la silla y con un gesto de la mano les pidió que se acercaran al estrado. Se reunieron de manera que ni el testigo ni el jurado pudieran oírles.

Jack dijo:

—Señoría, en primer lugar, nunca he oído hablar de análisis de esperma asesino. La sola idea de que el esperma de un hombre haga kung fu en el de otro y luego se choquen la mano microscópicamente me suena en sí misma un poco ridícula.

—Es un hecho científico aceptado —replicó Torres.

—Tal vez lo sea —dijo Jack—, pero en este caso el testimonio del doctor no equivale a otra cosa que a un esfuerzo disimulado y por la puerta de atrás de demostrar que mi cliente le fue infiel a su marido.

—No es por la puerta de atrás. Estamos hablando de un análisis científico efectuado en el esperma de su marido. El capitán Pintado tenía un alto nivel de esperma asesino, lo que demuestra que estaba casado con una mujer con más de un compañero sexual.

—Ni mucho menos —respondió Jack—. A lo mejor demuestra que él creía que tenía más de una pareja sexual. Entiendo que las pruebas de infidelidad pueden ser probatorias como presunto móvil de la esposa para matar a su marido. Pero la mera prueba de que la víctima creyera que su mujer le estaba siendo infiel no se suma a ningún otro motivo que mi cliente hubiera podido tener para cometer el crimen.

—Puede que el señor Swyteck tenga razón —dijo el juez.

Torres hizo una mueca de clara frustración.

—Señoría, ¿podría hablar un momento a solas con el señor Swyteck? Creo que podemos resolver este asunto entre abogados.

—Está bien. De todas maneras mi vejiga me está reclamando atención. —El juez dio un golpe con el mazo y encendió el micrófono—. Se hace un receso en la audiencia —anunció—. Volveremos en cinco minutos.

El juez caminó en línea recta hacia el baño. El público presente se dividió en cientos de corrillos. Jack les hizo una seña a Lindsey y a Sofía, como para decirles que todo iba a salir bien. Entonces él y el fiscal se apresuraron a salir por la puerta lateral hasta una sala privada.

En cuanto cerraron la puerta, el fiscal miró a Jack y le dijo:

—Voy a concederte la oportunidad de retirar la protesta.

—¿Y por qué tendría que hacerlo?

—Porque, de una u otra manera, voy a probar que tu cliente le estaba siendo infiel a su marido, y que ese fue el motivo por el que lo mató.

Jack se mostró impasible.

—No me importa lo que espere usted probar. En este momento lo único que le digo es que no voy a permitirle que lo intente por esta vía.

—Entonces será su hijo el que sufra las consecuencias.

—¿Cómo?

—Mi primera opción es utilizar el testimonio del doctor Vandermeer para probar que Lindsey estaba engañando a su marido. Pero si no me dejas hacerlo así, llamaré al niño al estrado. Le preguntaré a cuántos hombres vio entrar y salir de la casa cuando su padre no estaba presente.

—Eso es un farol —dijo Jack.

—No, no lo es. Así que está en tus manos, Jack. Puedes retirar la protesta y permitir al doctor Vandermeer que termine de declarar. O puedes mantenerte firme y hacerme traer al niño hasta el estrado. Pero no te hagas ilusiones. Antes de que acabe este juicio, el jurado entenderá a la perfección que fuiste tú el que me obligó a sentar a un niño de diez años en el estrado de los testigos para que pudiera pregonar a los cuatro vientos que su madre es una puta.

Jack se esforzó por no mostrar su reacción. Muchos pensamientos distintos le rondaban la cabeza, un caos enmarañado de información contradictoria que parecía envolverle el cerebro y paralizar toda la capacidad de razonar. Entonces se percató de que no eran ni los pensamientos ni la razón lo que lo ensombrecía todo. Era la emoción, pura y simple, sus sentimientos amorfos por aquel hijo biológico al que nunca había visto. Reunirse con Brian por primera vez en aquellas circunstancias era algo que ni siquiera quería considerar.

—Déjeme hablar con Lindsey —fue todo lo que acertó a decir.