JACK TENÍA UNA cita en el Hospital South Miami.
Sabía que tenía que seguir centrado en Lindsey y el juicio, y aquella última información acerca de su madre y Héctor Torres ya lo estaba distrayendo lo suficiente. Aun así, Jack sintió de pronto la necesidad de hacer frente al menos a una de las cosas que lo habían estado royendo por dentro acerca de Brian.
Tenía que ver con la madre biológica de Brian.
Lindsey había parecido estar amenazando a Jack desde el día en que se conocieron, con su acusación oculta de que Jack y Jessie hubieran decidido renunciar a Brian por causa de su discapacidad auditiva. A pesar de que Jack ni siquiera sabía lo del bebé, y mucho menos su sordera, las palabras de Lindsey estaban empezando a hacerle sentir culpable. Tal vez fuera la razón por la que Jessie había decidido no decirle lo del bebé. ¿Habría pensado que él era tan absolutamente superficial que no habría querido tener nada que ver con un niño que fuera imperfecto? Había una manera de descartar esa posibilidad.
Jack se reunió con Jan Wackenhut en la cafetería del hospital en su hora de almuerzo. Era la jefa del departamento de patologías del habla y audiología. Jack había conseguido su nombre a través de un amigo que, por supuesto, no pudo evitar añadir que Jan era una castaña vivaz y una bailarina fenomenal. Jack obtenía muchas cosas de aquellos falsos bienhechores que no podían esperar más a que él volviera a pertenecer al Club de Casados Pedorros, pero eso era todo. Se sentaron uno frente al otro en una pequeña mesa redonda de una esquina. Mientras hablaban, Jack estaba tomándose un té helado y Jan un pequeño trozo de quiche.
—¿Cuándo dices que nació el niño? —preguntó Jan.
—Hace diez años.
Ella bebió un poco de agua helada para mojar un trozo de brócoli recalentado que al parecer le había abrasado la boca.
—Puedo decirte esto —dijo ella—. En este hospital examinamos a los niños para comprobar si han perdido audición. Pero no era el caso en la mayoría de los hospitales del país hace diez años. De hecho, no ha sido hasta hace solo dos o tres años cuando el cribado infantil ha empezado a hacerse más conocido. No hace mucho leí en un sitio que en 1999 solo un veinte por ciento de los recién nacidos eran sometidos a una prueba.
—Entonces, hace diez años es poco probable que mi amiga hubiera podido saber que su bebé recién nacido había nacido sordo y que por ello hubiera decidido darlo en adopción.
—Muy poco probable. Sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de las mujeres toman la decisión de dar a su hijo en adopción mucho antes de que nazca. Tu amiga tendría que haber sabido que el bebé era sordo antes de que naciera.
—¿Y eso es posible? —preguntó Jack.
—En realidad, no.
—¿Y mediante una prueba prenatal?
—¿Qué edad tenía tu amiga cuando dio a luz?
—Era joven, alrededor de veinte.
—A esa edad es probable que ella solo se hubiera sometido al ultrasonido, que se limita a identificar problemas físicos o de tipo estructural. No es capaz de detectar disfunciones como disminución psíquica, ceguera, sordera . . . No puede detectar anomalías cromosómicas como el síndrome de Down, que a veces puede ir acompañado de sordera.
—¿Y si se sometió a algún tipo de prueba más exhaustiva?
—Aunque fueran la amniocentesis y el análisis del vello coriónico para un número de cromosoma concreto, o alteraciones bioquímicas y estructurales. La sordera, la ceguera e incluso algunas patologías cardíacas y algunos tipos de disminución psíquica no los detectan esos tipos de pruebas prenatales. Es más, aunque se pudiera llevar a cabo una prueba para detectar la sordera, habría que buscar la patología para detectarla. No basta con poner una prueba con todos los defectos conocidos por la ciencia médica. Al menos, no todavía, y definitivamente hace diez años tampoco.
Jan se terminó la quiche en tres bocados rápidos.
—Tengo que volver al trabajo —dijo ella.
—Y yo igual —dijo Jack.
Le dio las gracias y luego recorrió el largo laberinto de pasillos congelados que finalmente lo condujeron hasta la salida del hospital y al aparcamiento. Perdió cinco minutos buscando su Mustang, un lapsus mental que terminó cuando cayó en la cuenta de que su coche se había marchado para siempre y que estaba conduciendo una mierda de alquiler.
Mientras se ponía tras el volante y encendía el aire acondicionado, no estaba pensando en su coche, ni en su antigua novia, ni siquiera en Brian. Estaba pensando en Lindsey, en cómo la madre de un niño sordo probablemente debería haber sabido que la sordera no se pudo haber detectado mediante pruebas prenatales, y que hace diez años un recién nacido probablemente no habría pasado una prueba.
Sin embargo, ella todavía lo miraba a los ojos y los acusaba a él y a Jessie de haberse deshecho de su bebé porque era imperfecto.
Sintió una oleada de amargura hacia Lindsey, pero se desprendió de ella. Su corazón latía con fuerza. Hacía tanto tiempo que Jessie ya no estaba . . . Pero de alguna manera esperaba que ella todavía pudiera oírle.
«Lo siento, Jessie. Siento mucho haberme permitido pensar eso de ti.»
A LAS TRES y diez, Jack estaba rodeado por un montón de mujeres que le habrían pateado el culo. Por suerte, la mayoría de ellas estaban tras las rejas.
Jack y Sofía tenían una reunión de estrategia previa al juicio con Lindsey en el centro de detención. Él pasó el control de seguridad en la entrada de los visitantes y luego pasó a la zona principal de visitas. Era una de las escenas más deprimentes que había visto nunca en una preciosa tarde de sábado, un buen día para ir a la playa, al parque, o quizá para organizar una pequeña barbacoa con amigos en el jardín trasero de la casa. Esposas con los ojos llorosos bailaban lentamente con sus maridos, mientras la música sonaba solo en sus cabezas. Las madres con el uniforme de la cárcel abrazaban a sus hijas con coletas. Los niños pequeños se reían con el sonido de las voces de sus madres, un sonido menos familiar con cada mes que pasaba. Jack sintió una punzada de tristeza por Brian al pensar que él debería acudir allí algún día a visitar a su madre. Entonces sintió la misma lástima por Lindsey, al darse cuenta de que Brian no estaba allí aquel día, en aquel mismo momento, porque sus abuelos ya la habían condenado y no le permitían visitarla.
Jack entró a una zona más tranquila que estaba reservada para las reuniones entre abogado y cliente. Sofía lo estaba esperando en la sala B, pero su cliente no había llegado todavía.
—¿Lindsey está de camino? —preguntó Jack.
—En realidad, se acaba de marchar a su celda. Hemos tenido una charla larga.
—¿Sin mí?
—Sí. Y tú y yo tenemos que hablar.
Ella lo invitó a sentarse con un gesto, pero Jack se quedó de pie. «Y tú y yo tenemos que hablar.» Nunca en su vida había oído a una mujer pronunciar aquellas palabras y que lo que siguiera a continuación fuera una buena noticia.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jack—. ¿Por qué os habéis reunido tú y Lindsey sin mí?
—Va a volver, así que relájate, ¿vale? Los tres vamos a tener nuestra sesión completa juntos. Pero había una cosa que ella tenía que comentar con una mujer. No es nada personal contra ti. Pero hay ciertas cosas de las que una mujer no puede hablar en presencia de un hombre. Aunque ese hombre sea su abogado.
—¿Me vas a contar lo que está pasando o voy a tener que adivinarlo?
—Es sobre el soldado cubano.
—¿El cubano? —preguntó Jack, incrédulo—. ¿Y cómo me implica eso?
—Pues sí te implica, y ya hablaremos más de ello cuando Lindsey vuelva. Lo que pasa es que hay un aspecto de su testimonio que es . . . bueno, francamente, muy embarazoso para Lindsey. Por eso ella y yo hemos hablado antes.
—Obviamente te refieres a la parte en la que ella y el teniente Johnson están en el dormitorio.
—Obviamente.
Jack dejó su maletín sobre la mesa y acercó una silla.
—No hay cabida para la vergüenza con esas cuestiones. Si llamamos al cubano a declarar, nos va a contar lo bueno y lo malo, todo.
—Lindsey lo entiende. Y en serio, yo no considero que sea tan malo.
—¿Tú no?
—No. He estado observando al jurado con cuidado. He visto cómo miran a Lindsey desde que ese doctor especialista en fertilidad expuso la teoría del esperma asesino. No me cabe ninguna duda de que todo el jurado la ha etiquetado ya como una adúltera.
—No te lo discuto —dijo Jack—, pero realmente corremos el riesgo de afianzar esa impresión al llamar al soldado cubano al estrado.
—Ese también era el miedo que yo tenía, pero antes de tener esta pequeña charla con Lindsey.
—Y ahora lo ves de otra forma, ¿no?
—Sí. Creo que el soldado cubano podrá ser el único que pruebe que Lindsey no está mintiendo cuando afirma que no estaba teniendo una aventura.
—¿Perdona? El cubano la vio mantener relaciones sexuales con el teniente Johnson. Como si fueran estrellas del porno, creo que fueron sus palabras exactas.
—Las cosas no son siempre lo que parecen —dijo Sofía.
—Ah, claro. Ya veo por dónde vas. Debe de haber sido una de esas clases novedosas de primeros auxilios. Reanimación ingle con ingle.
—Comprendo tu escepticismo, pero todavía no has escuchado la versión de Lindsey.
—¿Y tú sí?
—Sí.
—¿Y?
El rostro de Sofía estaba totalmente serio, como nunca antes lo había visto Jack.
—Tienes que llamar al cubano, Jack. Tendría que ser el testigo número uno de la defensa.