Capítulo 43


JACK SE IMAGINÓ que siempre sería un misterio. Estaba de pie delante del lavabo de la casa de Sofía, con las manos chorreando. Su exmujer tenía el mismo hábito desconcertante, siempre almacenando en el aseo de invitados toallas de mano de lino y lazos que tenían suficientes volantes como para parecer de la realeza y tan absorbentes como el teflón. Siempre sospechó que las toallas que supuestamente estaban para ser utilizadas estarían escondidas en algún cajón secreto que solo las personas que habían sido educadas correctamente sabían cómo encontrar. Él, sencillamente, no lo entendía. Era uno de los pequeños enigmas de la vida.

Se secó las manos en el pantalón.

—Jack, ¿te sirvo un poco de café? —preguntó Sofía al otro lado de la puerta.

—Gracias, buena idea —dijo él.

Se estaba apoyando en el mueble del lavabo, con las palmas hacia abajo y los codos rectos, mientras miraba con cansancio su reflejo en el espejo. La sesión preparatoria en la cárcel con Lindsey les había deparado más sorpresas de las habituales. Podrían haberse pasado toda la noche con ella, pero el guardia solo les había permitido un cuarto de hora más una vez terminado el tiempo de visita. Jack esperaba poder disfrutar de una buena noche de sueño antes de que Lindsey subiera al estrado, pero él y Sofía había salido de la cárcel con la misma certeza: les quedaba un montón de trabajo por hacer.

—Estoy preparando un expreso —dijo Sofía. Jack adivinó que ya no estaba al otro lado de la puerta, sino que gritaba desde algún sitio cercano a la cocina—. ¿Quieres un poco o sigues queriendo el café?

—Doble expreso —le gritó Jack.

Era curioso cómo las jornadas laborales de dieciocho horas y los preparativos para el juicio hasta altas horas de la noche generaban tanta familiaridad entre los compañeros de trabajo. En realidad Sofía estaba manteniendo una conversación con Jack mientras él estaba en el baño. Por lo que ella sabía, Jack estaba sentado en el conocido trono, aunque aquello no parecía incomodarla. Ni siquiera su exmujer tenía la costumbre de hablar con él desde el otro lado de la puerta mientras estaba dentro, excepto en una ocasión concreta. «¡Cariño, date prisa, estoy ovulando!» Al final resultó que el mundo sería probablemente un lugar mejor por su decisión de seguir adelante y terminar aquel artículo del Sports Illustrated sobre Dan Marino y su récord de la actual temporada.

Jack todavía se estaba mirando al espejo. Parecía exhausto, al límite de la extenuación. Los juicios eran siempre agotadores, aunque pocos eran los abogados que se habían enfrentado en su carrera a un juicio por asesinato en el que los intereses fueran tan personales como lo eran en este para Jack. Brian era su hijo, y no importaba lo mucho que Jack intentara sobrellevarlo como una mera circunstancia biológica, no podía considerarlo irrelevante. ¿Y qué si la ley de adopción lo consideraba como alguien insignificante? Para Jack tenía un sentido, y mientras lo siguiera teniendo, le importaría no solo si Lindsey salía absuelta o condenada, sino también si era verdaderamente culpable o verdaderamente inocente. El juicio estaba tocando a su fin, y con todos aquellos altibajos y entradas y salidas, Jack todavía no sabía a quién creer.

Y la sesión de aquella noche no lo había ayudado en absoluto.

Se echó agua fresca en la cara y volvió a mirar su reflejo en el espejo.

Parecía que hiciera años luz, pero aquella misma tarde él había entrado en una buena racha. Su teoría sobre el tráfico de drogas por fin había cristalizado en su mente, y estaba empezando a darle crédito. Parecía totalmente plausible que Lindsey hubiera estado en lo cierto todo aquel tiempo. Habían asesinado a su marido porque sabía lo malo de la persona mala. Su teoría parecía encajar muy bien con su último pensamiento de que el capitán Pintado había descubierto una conexión entre su fuente en la Guardia Costera y un enredo de contrabando de drogas.

Entonces, una vez más, Lindsey volvió a la carga contra Jack.

—Hay algo que deberías saber —le dijo Lindsey.

Estaba sentada al otro lado de la mesa, con su uniforme de la cárcel. Su voz era serena y la expresión grave.

—¿Qué? —preguntó Jack.

—Hay una buena razón para que mi huella dactilar se encontrara en la pistola de Óscar.

—Cierto. Dijiste que era porque tú y Óscar habíais practicado antes unos cuantos tiros con el arma.

Ella negó con la cabeza.

—No es esa.

Jack tenía la clara sensación de que Lindsey estaba a punto de decirle algo que él debería haber escuchado mucho antes.

—Muy bien, pues dime cómo llegó tu huella en realidad hasta allí.

Ella dejó caer los hombros y clavó la mirada en la mesa.

—¿Recuerdas que hace tiempo hablamos de cómo habían encontrado el arma de Óscar con el seguro, y de que eso era probablemente lo que probara que su muerte no fue un suicidio?

—Sí.

Se hizo un largo silencio, y por fin Lindsey dijo con calma:

—Fui yo quien le puso el seguro.