JACK MANTUVO UN ojo puesto en el jurado mientras su cliente pasaba frente al juez y se sentaba en el estrado de los testigos. Se había equivocado con los miembros del jurado, pero no necesitaba ser adivino para saber que a Lindsey le quedaba un largo camino por recorrer con aquel grupo.
Lindsey parecía estar un poco nerviosa, lo cual era de esperar, pero eso no le impidió mostrar exactamente el aspecto adecuado. Jack y Sofía habían orquestado su imagen al detalle, hasta en la diminuta bandera americana en la solapa de su traje azul marino. Sofía la había ayudado a arreglarse el pelo en el servicio, un moño conservador idóneo para una madre soltera. No quisieron exagerar con un toque demasiado tradicional, de mujer mayor a lo Laura Ashley, simplemente porque Lindsey no era así, aunque Jack tenía unas pautas bien definidas. Tacones de cinco centímetros o menos. Nada de escotes. Ningún tipo de joya llamativa; de preferencia, perlas. Maquillaje sencillo. Y decir la verdad.
El último punto era la única preocupación restante de Jack.
—Buenos días —dijo Jack—. ¿Podría presentarse al jurado, por favor?
—Mi nombre es Lindsey Hart. Estuve casada durante doce años con el capitán Óscar Pintado, del cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos.
—¿Tuvieron hijos usted y el capitán Pintado?
—No pudimos concebir ninguno, por lo que adoptamos a un bebé, un varón. Brian tiene ahora diez años.
—¿Diría usted que formaban una familia feliz?
Lindsey dudó, sopesando la respuesta.
—Hubo un tiempo en que lo fuimos, durante varios años, sí, fuimos muy felices.
—¿Cuándo empezaron a cambiar las cosas?
—Cuando Óscar fue destinado a la estación naval de Guantánamo. De eso hace unos cuatro años.
—¿Qué tenía Guantánamo que impactara de forma tan negativa en su familia?
—No creo que fuese nada concreto relacionado con Guantánamo. Simplemente sucedió que Óscar empezó a cambiar.
—¿Y de qué manera?
—Brian y yo parecíamos ser menos importantes para él.
—¿Hubo algo o alguien que cobrara más importancia?
—Diría que sus amigos.
—¿Y algún amigo en particular?
—El teniente Damont Johnson. Pertenecía a la Guardia Costera. Era el mejor amigo de Óscar.
—¿Se llevaba usted bien con el teniente Johnson?
Lindsey apartó la mirada.
—No, en lo más mínimo.
—Señora Hart, usted ha oído el testimonio sobre una posible relación que usted habría tenido con el mejor amigo de su esposo. ¿Mantenía usted algún tipo de relación con el teniente Johnson?
—Sí.
Jack suavizó el tono, aunque tampoco con eso conseguiría que la pregunta fuera más fácil.
—¿Era una relación de naturaleza sexual?
—Era enteramente sexual.
Aquello sorprendió a algunos en la sala, incluso al juez. Jack preguntó:
—¿Cuánto duró aquella relación?
—Diría que más de seis meses.
—Durante ese tiempo, ¿con qué frecuencia mantenía relaciones sexuales con el teniente Johnson?
Lindsey bajó la mirada y dijo:
—Todas las veces que me dijera Óscar.
Si las bocas al abrirse pudieran emitir un sonido, se habría oído una cacofonía en el lugar donde estaba el público. Jack dejó que la respuesta calara entre los miembros del jurado, y a continuación dijo:
—Cuéntenos cómo fue su primer encuentro sexual con el teniente Johnson.
—Nunca he tenido un recuerdo de ese encuentro.
—¿Quiere usted decir que lo ha olvidado?
—No me refiero a que en su día lo recordara y después lo olvidase. Desde el día en que sucedió, nunca he tenido recuerdo ninguno de ese encuentro.
—¿Estaba consciente cuando se produjo?
—No, me habían drogado.
—¿Entonces cómo sabe usted que ocurrió?
—Conozco mi cuerpo. Sé cuándo he tenido relaciones sexuales. Y no había ninguna duda: Óscar me enseñó las fotografías que había hecho.
—¿Fotografías en las que aparecían usted y el teniente Johnson manteniendo relaciones?
—Sí.
De nuevo, Jack hizo una pausa. La sala repleta de gente pareció tomar una bocanada de aire de forma colectiva. Jack prosiguió:
—Afirma usted que fue drogada. ¿Cómo sabe que la drogaron?
—Porque al principio yo me sentía bien. Entonces Óscar me llevó una copa de vino, de la que solo bebí la mitad, y nunca me he sentido como entonces: mareada, desorientada. Me desmayé. Cuando me desperté sentí que mi cuerpo estaba extraño. Lo único con lo que puedo compararlo es con cuando me extirparon el apéndice y me desperté de la anestesia. Y entonces . . .
—¿Y entonces qué?
—Entonces Óscar me enseñó las fotografías.
—¿En las que usted y el amigo de Óscar aparecían manteniendo relaciones sexuales?
Los ojos de Lindsey empezaron a llenársele de lágrimas. Le temblaba la voz cuando dijo:
—Sí.
Jack le dejó un momento para que se recuperara.
—¿Sabe quién le administró la droga?
—Supongo que fue . . .
—Protesto. La testigo claramente está especulando.
—Se acepta la protesta.
Jack preguntó:
—¿Se drogó usted misma?
—No.
—Así pues, ¿alguien la drogó?
—No me cabe duda.
—¿Sabe de qué tipo de droga se trataba?
—No, no lo sé.
—Volvamos a las fotografías en las que aparecen usted y el teniente Johnson. Cuando su marido le mostró dichas fotografías, ¿estaba el teniente Johnson con él?
—No. Solo estábamos Óscar y yo.
—¿Sabe quién tomó las fotografías?
—Lo único que puedo decir es que cuando Óscar me las enseñó, todavía estaban en su cámara digital. No estaban tratadas ni impresas en papel. Me las mostró electrónicamente en la pantalla LCD de la cámara.
—¿Cómo le hizo sentir ver aquellas fotografías?
Los ojos se le anegaron en lágrimas y cogió un pañuelo de papel.
—Me drogaron y el mejor amigo de mi marido me violó. Y mi marido hizo fotografías. ¿Cómo cree que me hizo sentir?
Jack le dio más tiempo para responder.
—Siento tener que hacerle estas preguntas —dijo Jack—. Solo serán un par más. ¿Sabe usted qué fue de esas fotografías digitales?
—No. Dios sabe que busqué la cámara por toda la casa. Quería destruir las imágenes, pero nunca encontré nada.
—Antes de que eso ocurriera, ¿describiría usted sus relaciones sexuales con su marido como normales?
—No —respondió ella con voz temblorosa.
—No le estoy pidiendo que dé muchos detalles, pero tengo que preguntárselo. ¿Qué no era normal en sus relaciones?
Lindsey se recompuso y tomó aire.
—Después de que nos resultara imposible concebir, Óscar se lo tomó como un golpe a su virilidad. Era un proceso lento, pero él nunca se recuperó. Era tan irracional . . . —Lindsey se detuvo, como buscando fuerzas para continuar—. Yo sentía que de él manaba mucha ira cada vez que teníamos relaciones íntimas. Era una perversión de la mentalidad de los marines, que si se aspira a algo y uno se esfuerza, tendrá éxito. Aunque al final tuvo que aceptar que había algo que no marchaba bien: no tendríamos a nuestro propio hijo. Y como he mencionado, darse cuenta de ello fue un golpe muy duro para él. Con el paso del tiempo, y hablo ya de hace años, se le hizo cada vez más difícil . . . mantener relaciones sexuales.
—Cuando sucedió ese incidente con el teniente Johnson, ¿mantenía usted algún tipo de relación sexual con su marido?
—No —respondió ella, mirando el pañuelo—. A menos que consideremos como «relación» que él se escondiera en el armario y me tomara fotografías con otro hombre.
—¿Qué hizo su marido con esas fotografías?
—Las conservó.
—¿Sabe por qué motivo?
—Óscar me dijo que . . .
—Protesto —dijo Torres—. Estamos entrando en el terreno de los rumores.
Jack dijo:
—Señoría, el testimonio se ofrece simplemente para probar que la testigo se sentía amenazada, no para probar la veracidad del asunto alegado.
El juez hizo una mueca. Él no era el más listo de la clase por lo que se refería a tratar las cuestiones de prueba como los rumores, y Jack le había dado lo suficiente como para que evitara excluir aquel testimonio.
—Protesta denegada. La testigo puede responder.
Lindsey dijo:
—Óscar me dijo que, si no seguía manteniendo relaciones con el teniente Johnson, se divorciaría de mí y utilizaría las fotografías para quitarme a Brian. Con ellas demostraría que era una mala madre, que practicaba sexo con otro hombre en mi propio dormitorio mientras mi hijo sordo dormía en la habitación de al lado.
—Pero las fotografías la mostraban a usted inconsciente, ¿no es ese el caso?
—Es difícil determinarlo en las fotografías. Muchas mujeres cierran los ojos en algún punto de la relación sexual.
—Entonces, ¿qué hizo usted?
—Hice lo que él quería que hiciera. —Su voz apenas era audible.
El juez dijo:
—Señora Hart, tendrá usted que alzar la voz.
—Hice lo que él quería que hiciera —repitió Lindsey—. Seguí manteniendo relaciones sexuales con el teniente Johnson.
—¿Y estaba usted drogada en aquellas ocasiones?
—No.
—¿Entonces por qué lo hacía?
—No veía otra alternativa. No quería perder a mi hijo.
—¿Está usted afirmando que estaba usted dispuesta a hacer eso el resto de su vida?
—No. Pero usted debe entender que Óscar pertenecía a una familia con mucho poder. Era un infante de Marina respetado en una base militar. Mi palabra contra la suya no iba a contar mucho. Hasta que pudiera idear algo y encontrar ayuda de alguien en quien pudiera confiar, tuve que convivir con eso.
—Por tanto, cuando aquel soldado cubano vino a esta sala y declaró haberlos visto a usted y al teniente Johnson juntos, ¿eso muy bien podría haber pasado?
—Si vio algo, me vio ceder ante las amenazas de mi marido. Yo tuve que convivir con ello.
Jack asintió, como si estuviera satisfecho con la respuesta. Sin embargo, en su mente no pudo evitar yuxtaponer su «convivir con ello» con el «se lo montaban como una pareja de estrellas del porno» del soldado. Por fortuna aquellas palabras nunca llegaron a oírlas los miembros del jurado.
—Señora Hart, ¿observó usted que ese «trío», vamos a llamarlo así, pudiera estar teniendo algún impacto en la amistad entre su marido y el teniente Johnson?
—Hacia el final, sí.
—¿Qué sucedió?
—El teniente Johnson empezó a ir a mi casa solo, cuando Óscar no estaba allí.
—¿Y mantuvo usted relaciones con él cuando su marido no estaba presente?
—No, nunca.
—¿Le contó a su marido que el teniente Johnson le hacía visitas extra?
—Sí.
—¿Y cuál fue su reacción?
—Se enfadó muchísimo. Me dijo que si alguna vez nos sorprendía juntos, nos mataría a los dos.
—Por tanto, usted podía estar con el teniente Johnson siempre y cuando su marido estuviera allí para observar.
—Sí. Estaba muy interesado en controlarlo todo.
—¿Observó alguna vez algún cruce de palabras entre su marido y el teniente Johnson durante esta situación?
—Solo una vez, y lo tuvieron fuera. No estoy muy segura de qué fue lo que dijeron.
—Después de aquella discusión entre los dos hombres, ¿siguió acudiendo el teniente Johnson sin ser invitado, por decirlo de alguna forma?
—No, no lo hizo.
—¿Se lo contó a su marido?
—No. De hecho le dije lo contrario. Le conté que Johnson seguía viniendo a casa a pedirme que nos acostáramos, solo los dos, sin hacer fotografías.
—¿Le mintió?
—Sí. Estaba desesperada. Vi una salida. Si Óscar se ponía furioso con Johnson, pensé que quizá fuera el final de aquella pesadilla.
—¿Qué ocurrió después de eso?
—No lo sé.
—¿Cuánto tiempo después apareció su marido muerto?
—Protesto —dijo Torres—. La pregunta implica injustamente que hay algún tipo de vínculo entre ambas acciones.
—¿Qué clase de protesta es esa? —preguntó el juez—. Denegada. La testigo puede responder.
—Óscar murió menos de dos semanas después.
Jack dijo:
—Señora Hart, usted no le contó a nadie las cosas que su marido la obligó a hacer con el teniente Johnson. Ni tan solo a la policía.
—No.
—¿Por qué no?
—Me sentía avergonzada. Pensé que nunca nadie podría entender lo atrapada que me sentía. Y por encima de todo, no quería que Brian lo supiera nunca.
Jack escuchaba como un abogado, pero su última respuesta lo dejó tocado como padre. Habían ensayado el testimonio con anticipación, pero ahora era muy diferente, dentro de aquella sala repleta de gente, con cientos de pares de ojos y orejas absorbiendo cada detalle. Todos aquellos secretos íntimos que Lindsey estaba tan avergonzada de contar a nadie (incluso a su propio abogado, hasta que ya fue demasiado tarde) podría engullirlos ahora cualquier patán que leyera el periódico. No sucedería aquel día, quizá ni siquiera el mes o el año siguiente. Pero algún día Brian lo sabría todo.
Jack dijo:
—Hablemos ahora de forma más concreta sobre la mañana del fallecimiento de su esposo. ¿Cómo empezó el día para usted?
—Como cualquier otro. Estaba durmiendo en el cuarto de Brian cuando el radiodespertador se apagó.
—¿Normalmente dormía con su hijo?
—Sí, desde que empezó el asunto con el teniente Johnson.
—¿Fue a comprobar cómo estaba su marido?
—Yo no hablaría de «comprobar». Estaba durmiendo en la cama cuando fui al dormitorio principal para ducharme y coger mi ropa.
—¿Está segura de que estaba vivo?
—Sí. Estaba roncando.
—Entonces, se duchó y se vistió, ¿y qué más?
—Cogí un plátano y me marché al trabajo.
—¿A qué hora?
—A la de siempre. A las cinco y media. Trabajaba en el hospital, y me gustaba el turno de mañana porque así podía llegar a tiempo para ver a Brian después del colegio.
—¿Y en el trabajo todo transcurrió como era habitual?
—Sí, hasta que Brian me envió una página digital. Eran casi las seis de la mañana.
—¿Y cuál fue el mensaje?
—Decía: «¡Mamá, ven a casa, ahora!». La palabra «ahora» estaba escrita en mayúsculas e iba acompañada de tres signos de exclamación.
—¿Y qué hizo usted?
—Me di prisa en llegar a casa.
—¿Llamó a la policía?
—No. Ya había recibido mensajes como aquel en otras ocasiones. Por lo general, eran porque Brian se enfadaba porque su padre lo castigaba, o porque le obligaba a hacer flexiones antes de ir al colegio, cosas así. No quise involucrar a la policía, Óscar se habría puesto furioso conmigo.
—¿Qué encontró al llegar a casa?
—Brian estaba en su cuarto, llorando. Tiene cierta capacidad verbal a pesar de la sordera, pero estaba tan alterado que no podía articular palabra. Por señas me dijo que fuera a echar un vistazo al dormitorio principal. Y fui.
—¿Qué encontró allí?
—A Óscar. Estaba en la cama, y había mucha sangre en las sábanas y en la almohada. Corrí hasta él, me arrodillé a su lado. Vi que le habían disparado en la cabeza. Era . . . —Lindsey cerró los ojos un instante y volvió a abrirlos—. Era una herida horrible. No tenía pulso y no respiraba. Sabía que estaba muerto.
—¿Qué hizo entonces?
—Llamé a la policía.
—¿Y algo más?
—Todo era muy confuso. Pero recuerdo . . . recuerdo haber visto la pistola en el suelo junto a la cama.
—¿La tocó?
—Sí.
—¿Por qué?
Miró al jurado y dijo:
—Le puse el seguro a la pistola.
Un leve murmullo recorrió toda la sala. El fiscal se había quedado perplejo, y varios miembros del jurado se enderezaron en sus asientos. La importancia de que el seguro estuviera o no activado —homicidio frente a suicidio— parecía haberse esfumado.
Jack esperó a que hubiera silencio en la sala y seguidamente preguntó:
—¿Por qué puso usted el seguro?
—Cuando vi su cuerpo allí tendido, muerto, mi primer pensamiento fue que Óscar se había quitado la vida. Estaba vivo cuando me marché a trabajar. Por lo que sabía, nadie había ido a la casa. Su arma estaba en el suelo al lado de la cama. Y todo el asunto con el teniente Johnson me había convencido de que Óscar estaba muy molesto o deprimido.
—Permítame que se lo pregunte otra vez: ¿por qué le puso el seguro a la pistola?
Ella tragó saliva.
—Eso es lo que estaba explicando. Me casé con un infante de Marina. El padre de Brian era capitán, un líder. En el mundo de la infantería de Marina, el coraje lo es todo. Sabía que algún día Brian se enteraría de la verdad sobre su padre. Pero en ese momento, lo único en lo que pude pensar fue en que no quería que mi hijo de diez años fantaseara siquiera con la idea de que su padre era un cobarde y se había suicidado.
—¿Por eso puso el seguro a la pistola?
—Sí. Sabía que la policía no pensaría que se trataba de un suicidio si descubría que el seguro estaba puesto.
—Sin embargo, al hacerlo se convirtió usted en sospechosa de asesinato.
—La posibilidad de convertirme en sospechosa no se me pasó por la mente en aquel momento concreto. En todo caso, no vi por qué podría ser sospechosa. Yo estaba trabajando cuando dispararon a Óscar.
—No, según la hora del fallecimiento que estableció el médico forense. Situó la hora de la muerte poco antes de que usted se marchara al trabajo.
—Bueno, lo único que puedo decir es que el forense está equivocado.
Jack se apartó del atril y dio algunos pasos sin rumbo para acercarse al jurado. Lindsey parecía haberse quedado sin energías. Jack sabía que había llegado el momento de ir terminando y así evitar que ella tuviera algo más que decir para repeler el ataque del fiscal en su contrainterrogatorio.
—Señora Hart —dijo él en un tono firme y directo—, ¿mató usted a su marido?
—No. No lo hice.
Jack lanzó una mirada rápida al jurado para comprobar si alguno de ellos parecía convencido. A lo sumo, parecían confundidos, sin saber qué creer. Pero para un abogado penalista, a veces con aquello bastaba.
—Gracias, señora Hart. No hay más preguntas, señoría.