Capítulo 45


EL JUEZ GARCÍA insistió en que el contrainterrogatorio de Lindsey fuera antes de la pausa para el almuerzo. El fiscal estuvo aguijoneando a la testigo en un intento por resaltar sus incongruencias ante el jurado. Torres terminó exactamente como Jack había esperado: la había pintado como una mentirosa desde el primer día.

Torres dio un paso hacia la testigo y le lanzó sus preguntas como lanzas.

—Usted nunca le contó a la policía que había estado manteniendo relaciones sexuales con el teniente Johnson, ¿o sí lo hizo?

—No.

—Nunca les contó que su marido la había drogado y obligado a mantener relaciones sexuales con otro hombre.

—No.

—Nunca fue a un refugio para mujeres maltratadas.

—No.

—Nunca buscó ayuda para hablar sobre esas violaciones.

—No.

—Nunca le contó a la policía que había sido usted la que le había puesto el seguro a la pistola de su esposo.

—No, no lo hice.

—De hecho, cuando la policía se lo preguntó sin rodeos, usted negó haber tocado el arma.

—Es verdad.

—Cuando el padre del capitán Pintado se lo preguntó a bocajarro, usted volvió a negar haber tocado nunca el arma.

—Eso también es cierto.

—Mintió a la policía.

—Sí.

—Mintió al padre de su esposo muerto.

—Me arrepiento de ello.

—Puede incluso que le haya mentido a su propio hijo.

—Protesto —dijo Jack.

—Protesta denegada.

Lindsey se acomodó en su asiento, como si con ello buscara fortalecer su determinación.

—No. A Brian nunca le mentiría.

—¿Nunca le mentiría a su hijo? —le preguntó el fiscal, incrédulo.

—No.

Torres se burló, aparentemente disgustado.

—Señora Hart, incluso ahora, cuando finalmente admite que le puso el seguro a la pistola, nos dice que lo hizo porque quería ser capaz de mentir a su propio hijo sobre la causa de la muerte de su padre. ¿No es así, señora?

Ella palideció ligeramente; no estaba segura de cómo manejar aquella pregunta.

—Pensé que era la mejor manera.

—Mentiras, todo mentiras —dijo Torres con la voz en su punto álgido—. ¿Cree usted que eso es lo mejor?

—Protesto.

—Protesta denegada.

Lindsey se llevó la mano a la frente, dolida.

—Ya no sé . . .

El fiscal se acercó un paso más. Entonces se volvió para mirar a Jack, y le lanzó una mirada acusatoria antes de formular su última pregunta.

—Señora Hart, ¿hay alguien a quien usted no haya mentido?

Jack estuvo a punto de objetar, pero hay ocasiones en que un abogado puede hacer más daño ante los ojos del jurado si corre en defensa de su cliente. Lindsey estaba débil, pero debía enfrentarse a aquella pregunta por su cuenta.

—No soy una mentirosa —dijo ella—. Y nunca he mentido a este jurado.

«Buena respuesta», pensó Jack.

Pero llegados a aquel punto, se preguntó si siquiera él la creía.

EL JUICIO SE interrumpió durante la hora del almuerzo, y Jack solo tuvo tiempo de comer algo rápidamente y hacer unas cuantas llamadas de teléfono. Hizo solo una en concreto sobre Brian.

No había ocupado una parte importante de su testimonio directo, pero la mención de Lindsey al hecho de que Brian poseyera algunas capacidades verbales pese a ser sordo se había quedado rondando en la mente de Jack. Recordó su conversación con Alejandro Pintado, quien había mencionado que Brian iría al campamento para niños con deficiencias auditivas cuando el juicio hubiera terminado. Las dos afirmaciones no eran contradictorias, pero tenían a Jack pensando en una de las primeras cosas que Lindsey le había contado sobre las circunstancias de Brian. Nació sordo, y esa era la razón por la que Lindsey había insistido en que Jack y Jessie sí habían tenido conocimiento de su sordera antes de darlo en adopción. Jessie probablemente no habría tenido forma de saberlo, como ya había descubierto Jack, pero su actual curiosidad tenía un matiz diferente, que era totalmente ajeno a lo que Jessie pudiera o no haber sabido.

Estaba más relacionado con las muchas mentiras que Lindsey le había contado a Jack.

Jack no tenía acceso ilimitado a los registros médicos de Brian, pero por lo general era capaz de conseguir lo que necesitaba cuando algo se le metía entre ceja y ceja. Desde un lugar tranquilo en la sala de los abogados del tribunal, comprobó en el listín el teléfono del único campamento de Florida para niños con discapacidad auditiva y marcó el número.

—Hola —dijo Jack—, llamo para hacer una consulta general.

—¿Qué tipo de información necesita, señor? —preguntó una mujer.

Jack no quería mentirle rotundamente, pero tampoco quería que supiera que él estaba haciendo trampa para obtener información acerca de un niño que ya estaba inscrito. Jack dijo:

—Tengo un amigo con un niño de diez años, y he pensado que a lo mejor su campamento podría ser provechoso para él.

—La mayoría de los niños se benefician enormemente de sus ventajas. ¿Qué tipo de discapacidad auditiva tiene el chico?

Jack conocía algunos detalles de sus conversaciones con Lindsey, pero tuvo que pensar un momento para responder a la pregunta correctamente.

—El chico tiene hipoacusia neurosensorial bilateral.

—¿De qué grado?

—No estoy familiarizado con la terminología, pero creo que es el más elevado.

—Consideramos que es profunda cuando supera los noventa y un decibelios, lo que significa que ni siquiera es capaz de oír sonidos fuertes sin amplificación.

—Esa es su situación.

—¿Es congénita o adquirida?

—Nació así.

La mujer vaciló, y le preguntó:

—¿Está seguro?

—Bueno, sí. Como le digo, se trata de hipoacusia neurosensorial.

—No quisiera llevarle la contraria, pero recibe el nombre de hipoacusia neurosensorial para distinguirse de la hipoacusia conductiva. Simplemente significa que los nervios están dañados, lo cual es permanente, y por lo general, irreversible. Aunque el aspecto neurosensorial puede ser tanto por causas congénitas como adquiridas.

—Estoy bastante seguro de que es congénita.

—La razón por la que se lo pregunto es que, en caso de ser congénita, este campamento no sería el lugar adecuado para el hijo de su amigo.

—¿Por qué no?

—Porque no contamos con personal para niños con sordera prelingual. Los niños que vienen a este campamento desarrollaron algunas de sus capacidades del lenguaje antes de haber sufrido una pérdida de audición adquirida.

Jack agarró el teléfono con más fuerza.

—¿Quiere usted decir que ustedes no acogen a niños con pérdida de audición congénita?

—No, si se trata de la forma profunda. Como le he dicho, no contamos con el personal adecuado para ese tipo de discapacidad, por lo que este no sería un lugar apropiado para ese niño.

—Ya veo —dijo Jack.

—Si echa un vistazo en nuestra página web, verá que en ella se proponen alternativas excelentes.

—Lo haré. Muchas gracias.

Jack colgó el teléfono. La directora del campamento no podría haber sido más concreta. Lindsey había sido igual de clara al afirmar que la sordera de Brian era congénita. Sin embargo, los Pintado habían hecho las gestiones para enviar a su nieto a un campamento que no era el apropiado para un niño como Brian. Eso dejaba solo dos posibilidades: o los Pintado enviaban a Brian al campamento equivocado, lo que no parecía muy probable, o . . .

Jack se volvió hacia la ventana y contempló el tráfico de la calle cinco pisos más abajo. El interrogatorio del fiscal de pronto se reprodujo en su mente.

«Mentiras, mentiras, mentiras.»

Jack se metió el móvil en el bolsillo y se dirigió a otra sala de conferencias cerca de la sala del tribunal, donde Sofía y Lindsey estaban almorzando. Puesto que Lindsey estaba bajo arresto, un agente montaba guardia en la puerta. Este permitió entrar a Jack.

Jack miró a Lindsey con los ojos brillantes.

—¿Cómo perdió Brian su capacidad para oír?

Ella estaba a punto de responder, pero se contuvo al ver la expresión de Jack.

—¿Quién lo pregunta?

—¿Así es como lo manejas todo? ¿Tu respuesta depende siempre de quién pregunte?

Sofía dijo:

—Jack, ¿qué pasa?

Él se adentró un poco más en la habitación, pero no se sentó.

—Te voy a contar qué pasa. Que estoy cansado de que mi propia clienta me mienta.

—Hoy he dicho la verdad —se defendió Lindsey.

—¿Ah, sí? —dijo Jack—. ¿O vives en un mundo donde el pronóstico es siempre el mismo: nublado casi en su totalidad y con continuos chubascos de mierda?

—¿De qué estás hablando? —preguntó Lindsey—. Admito que puedo haberte inducido a algún error en el pasado, pero fue únicamente porque la verdad es demasiado dolorosa. ¿Crees que resulta sencillo entrar en un juzgado lleno de gente y contarles que me acosté con un marino mientras mi marido hacía fotografías? ¿Me culpas por no haber ido corriendo a tu oficina el primer día y decirte: «Oye, Jack, ya tengo el argumento para la defensa. Le voy a contar a todo el mundo que era una esclava del sexo»?. La prensa no publica los nombres de las víctimas de violación por respeto a su privacidad. Sin embargo, si estás casada con un pervertido, su vida sexual aparecerá al completo en las primeras planas. ¿Te parece que es eso justo?

—No cambies de tema, Lindsey. Estoy hablando de lo que me has contado en nuestras reuniones confidenciales entre abogado y cliente.

—Pues yo también. Lo que pasa es que me ha llevado un tiempo sentirme cómoda con la idea de tener que desvelar estas cosas no solo ante ti, sino ante el público en general. Pero lo he hecho. He sido sincera contigo, y no he cometido perjurio. Todo lo que he dicho en el estrado de los testigos es cierto.

—¿Por qué me has mentido sobre la causa de la sordera de Brian?

—¿Cómo?

—Me dijiste que era sordo de nacimiento. Y no lo es, ¿verdad?

—¿Y qué diferencia hay? Es sordo.

—No entiendo qué razón tienes para mentirme en algo así.

—No es . . . no es importante.

—Cualquier dato falso es importante. ¿Por qué has mentido acerca de ello?

—Tengo mis motivos, ¿vale?

—¿Y qué demonios de motivos son?

—Porque . . . —Apretó los labios, como si estuviera a punto de explotar—. Porque no quise que pensaras que era una mala madre, ¿vale? Bien. Pues ahora, adelante, hazlo. Haz lo mismo que Óscar, que los padres de Óscar, que los amigos de Óscar. Culpa a Lindsey. Todos deben culpar a Lindsey. ¡Bueno, pues no fue mi puta culpa, maldita sea!

Su voz casi sacudió la habitación. Jack se quedó atónito en silencio, sin saber qué decir mientras veía a Lindsey bajar la cabeza y llorar. Sofía le puso una mano en el hombro, pero su toque solo pareció desencadenar una reacción más profunda en Lindsey. Fue una verdadera catarsis; puede que muchos meses de emoción contenida se hubieran desparramando sobre la mesa de aquella sala.

—Yo no te estaba culpando de nada —dijo Jack—. Lo único que quiero saber es la verdad.

Lindsey se secó los ojos con un pañuelo y recobró la compostura.

—No, tú quieres mucho más que eso. Quieres saber todo lo que hay que saber sobre mí y sobre Brian. Y tú no tienes ese derecho. Aceptar este caso no te ha convertido en el padre de Brian.

Jack pudo haber esgrimido la genética como argumento, pero sabía a qué se estaba refiriendo Lindsey.

—Nadie ha dicho que yo quiera formar parte de tu familia, Lindsey.

—Lo siento. No he querido decir eso. No quiero que pienses que soy una desagradecida por todo lo que has hecho.

Llamaron a la puerta. Jack abrió y el guardia dijo:

—El juicio se reanudará en dos minutos.

Jack le dio las gracias y volvió con su cliente.

Sofía dijo:

—Creo que será mejor que volvamos.

Lindsey y Sofía se levantaron, pero Jack no se movió. Lindsey lo miró y le preguntó:

—Vas a entrar de nuevo, ¿verdad?

Jack siguió quieto.

Sofía dijo:

—Yo puedo encargarme a partir de aquí, Jack, si es eso lo que quieres.

—¡No! —gritó Lindsey con voz apresurada—. No puedes abandonar. Prometiste seguir con el caso mientras creyeras que soy inocente. Una pequeña mentira sobre la causa de la sordera de Brian no cambia eso.

—Es más que eso —respondió Jack.

Lindsey lo cogió del brazo y le dijo:

—No me hagas esto. No es lo que yo . . . no es lo que Brian se merece.

Jack se quedó mirándola con frialdad, intentando restarle emotividad a su decisión. Finalmente dijo:

—Esta va a ser la última vez que te voy a permitir que juegues la carta de Brian. ¿Lo has entendido?

—Sí —respondió ella con calma al tiempo que lo soltaba.

Jack abrió la puerta y emprendió el camino de vuelta a la sala del tribunal, poniendo unos cuantos metros de por medio entre él y su cliente.