A LAS SIETE en punto de la tarde, Jack se dirigió al parque Alice Wainwright, justo al sur del centro de Miami. Dejó el coche, siguió la pista de entrenamiento hacia el borde de roca de la bahía de Biscayne y se sentó en el banco de madera junto a un quiosco situado frente a los manglares. Sabía que estaba en el lugar correcto porque estaba setenta y cinco pasos al este del muro cubierto de graffiti que proclamaba: MADONNA, TU GUARDIA ES UN IDIOTA, una queja de hacía años, cuando la cantante vivía en una de las exclusivas mansiones frente al mar en el barrio.
Y entonces esperó, exactamente como le habían indicado que hiciera.
El juicio se había acabado a las cinco de la tarde. La sesión de la tarde se había destinado a los expertos forenses a quienes Jack había contratado para neutralizar el testimonio del médico forense, en particular con respecto a la hora del fallecimiento del capitán Pintado. Todo había ido bastante bien, pero Jack tenía expectativas mucho más altas de lo que podría traer consigo la noche.
Su teléfono móvil sonó y respondió de inmediato. Era Sofía.
—¿No tenemos una reunión? —Sofía se refería a la cita diaria nocturna para tratar el transcurso del juicio después de la jornada.
—Esta noche no —dijo Jack.
—¿Todavía estás pensando en retirarte como abogado del caso? No te culparía si así fuera.
—No. Como dijo Lindsey, prometí quedarme siempre y cuando siguiera creyendo en su inocencia. Y no creas que estoy loco de remate, pero de pronto me estoy inclinando por esa opción otra vez.
—¿Qué ha pasado?
—Alejandro Pintado me ha devuelto la llamada. Se supone que nos vamos a reunir en unos dos minutos.
—¿Para qué?
—Después de que Lindsey declarara esta mañana, Pintado se marchó a casa y buscó entre los objetos personales de su hijo. Supongo que Lindsey debía de estar demasiado angustiada como para encargarse de la mudanza en barco de sus cosas desde Guantánamo después de la muerte de su esposo, así que el padre de Óscar se hizo cargo de ello y mandó traerlo todo hasta Miami. Sea como sea, creo saber qué es lo que ha encontrado el viejo.
—Ni idea.
—La cámara digital de la que habló Lindsey en su declaración.
Se hizo un silencio.
—No me digas que . . .
—Sí . . . —dijo Jack—. Algunas fotografías muy interesantes seguían allí. Ya te contaré cómo va nuestro encuentro.
Jack colgó y se metió el móvil en el bolsillo. Esperó unos minutos más y miró la hora en su reloj. Las siete y cuarto. Pintado le había indicado que se sentara en aquel banco en concreto no más tarde de las siete de la tarde. Todavía no era tarde, al menos no para lo que era habitual en Miami. Jack observaba a dos universitarios sin camiseta jugar al frisbee en el césped, y le resultó difícil creer que hacía solo cinco mil cervezas que él también había tenido unos abdominales así.
—Hola, Jack.
Se volvió y vio a Alejandro Pintado sentado en el extremo opuesto del banco, lo que lo asustó un poco.
—¿Qué es usted? ¿El bombardero furtivo o algo así?
—¿Cómo dice?
—Nada. Me alegro de que haya venido.
—Esto es algo que no podíamos tratar por teléfono.
Jack se dio cuenta del dosier que Pintado llevaba bajo el brazo.
—¿Eso que lleva ahí es para mí?
—Sí.
—¿Fotografías?
—No.
—¿No? —dijo Jack, sorprendido.
Pintado dejó el portafolio en el banco junto a Jack.
—No interesa a nadie que esas fotografías lleguen nunca a ver la luz del día.
—No es mi intención llevarle la contraria, señor Pintado, pero esas fotografías son pruebas.
—Son lo que prueba que su cliente tuvo relaciones sexuales con el mejor amigo de Óscar. Lindsey ya lo ha admitido. No hay necesidad de mostrar esas fotos al mundo.
—Esa no es la cuestión. Se tomaron con la cámara de fotos de su hijo. Y probablemente las hiciera su hijo.
—Es probable —dijo Pintado, y luego apartó la mirada—. Cuando fui a Guantánamo, después de que Óscar muriera, limpié su taquilla del club de oficiales. Es posible que Lindsey ni siquiera lo supiera. Supongo que por eso ella nunca encontró las fotos. Ni siquiera pensé en descargar las imágenes por mí mismo hasta que ella declaró la existencia de aquella cámara digital.
Jack permaneció un momento en silencio con el objeto de que Pintado no se sintiera avergonzado.
—Mire, señor Pintado. Sé que esto debe de ser horrible para ustedes. Su hijo está muerto, y ahora usted descubre que había estado haciéndole esas fotografías a su propia mujer. Pero el de ellos no era un triángulo amoroso común y corriente. Se trata de una mujer de la que se abusó y atrapada entre dos hombres. No sé qué llevaría las cosas hasta ese extremo. Tal vez a Óscar no le gustase que el teniente Johnson empezara a acudir a la casa cuando él no estaba allí y molestara a Lindsey para que se acostasen juntos. Puede que de alguna forma un tanto enfermiza a Johnson empezara a gustarle de verdad Lindsey, y se cansara de que Óscar merodeara y les hiciera fotografías cada vez que se encontraba con ella. Algo fue mal, y Óscar recibió el disparo. El padre de su nieto está muerto. Y ahora su madre está enfrentándose a un juicio por un asesinato que ella no ha cometido.
—Usted cree que fue Johnson —dijo Pintado.
No era una pregunta, sino más bien una afirmación.
—¿No lo cree usted? —dijo Jack.
—No lo sé. Pero hay una cosa que sí sé: quiero escuchar lo que el teniente tenga que decir.
—Y yo también. Por eso el otro día le pedí que me diera cualquier tipo de información sobre su paradero. Quiero citarlo a declarar.
Una gaviota se posó a sus pies. Pintado la espantó.
—Usted tenía razón, ¿sabe? Johnson está en Miami. Torres quiere mantenerlo al margen del juicio mientras pueda. Dice que quiere que esté en la ciudad por si acaso lo necesita para la refutación. Sin embargo, yo creo que Torres quiere que Johnson esté aquí para que usted no pueda dar con él.
—Estoy seguro de que Torres está convencido de que Lindsey lo hizo. Y no quiere que yo vaya a aguijonear a Johnson en el estrado y llene las mentes de los miembros del jurado con dudas plausibles.
—Yo estaba de acuerdo con esa estrategia —dijo Pintado—, pero no estoy seguro de querer continuar con ella.
Jack miró el portafolio.
—¿Tiene usted algo para mí?
—La dirección está ahí dentro. Si avisa al secretario del juzgado esta misma noche, mañana Johnson comparecerá en el juicio.
Jack se dispuso a coger la carpeta, pero Pintado se le adelantó.
—No tan rápido.
—¿Qué sucede?
Pintado le lanzó una mirada de reojo y luego la sostuvo.
—¿Le ha contado Lindsey alguna vez por qué se quedó sordo Brian?
Jack se quedó un poco impresionado por el cambio de rumbo repentino que había tomado la conversación.
—No. Solo me ha dicho que no fue culpa suya.
—No me sorprende que se lo haya ocultado.
—¿Ocultarme qué?
Pintado le dio una palmadita al portafolio y dijo:
—Aquí dentro hay una copia del historial médico de Brian. Le dirá cómo se quedó sordo.
Jack quería saberlo, pero no estaba seguro de qué pretendía Pintado.
—¿Cómo lo ha conseguido?
—Por mi abogado. Como abuelo no he tenido derecho a verlo hasta ahora. Pero ahora que Lindsey está en la cárcel y mi mujer y yo somos los responsables de la custodia de Brian, el médico tuvo que entregárnoslo. Lo recibí hará un par de días.
—¿Qué quiere que haga con él?
—Léalo. Y una vez lo haya hecho, creo que estará de acuerdo conmigo.
—¿De acuerdo en qué?
Pintado entrecerró los ojos con gesto serio.
—No importa cómo acabe este juicio, y aunque se demuestre que Lindsey no mató a Óscar, Brian pertenece a sus abuelos.
—Creo que no le entiendo.
—Lea el informe, Jack. Entonces lo entenderá.
Sus ojos se quedaron fijos durante unos momentos. Entonces Jack alcanzó la mano para coger el portafolio y esta vez Pintado no se lo quitó. Jack lo cogió y dijo:
—Está bien, lo leeré. Con mucho interés.