JACK NO PODÍA recordar otro buen día en el que se hubiera sentido tan mal. Antes incluso de que hubiera empezado el juicio, Jack había sido muy consciente de que todo el caso podría volverse del revés solamente con que consiguiera que Damont Johnson subiese al estrado. Pero aunque la primera pregunta para el teniente hubiera salido de sus labios, lo máximo que esperaba Jack era convencer al jurado de que un trato perverso había ido muy mal y que el marido de Lindsey había acabado muerto a manos de su mejor amigo. Jack nunca se habría imaginado que Johnson le entregaría la victoria al señalar al hijo de Lindsey.
Por supuesto, Jack estaba hecho polvo. Por mucho que quisiera fingir que su decisión de aceptar aquel caso había estado del todo motivada por Lindsey y su hijo, por mantener a una madre inocente fuera de la cárcel, en realidad lo que lo había empujado era una razón mucho más profunda. Era un asunto entre Jack y su hijo biológico. Jack no estaba seguro de qué esperaba haber obtenido con ello, ni siquiera en las mejores circunstancias. Por lo menos le habría gustado reunirse con Brian, tal vez conocerlo un poco. Le preocupaba que Brian fuera a crecer sin un padre. También le dolía que Brian pudiera perder a su madre. Y le molestaba hasta el extremo que Brian pudiera crecer con sus abuelos, en una comunidad elegante pero cerrada, donde los niños lloraban en sus propias fiestas de cumpleaños porque mami les había prometido que el Cirque du Soleil estaría allí y lo único que había conseguido era una representación del elenco itinerante del musical de Broadway El rey león.
Sin embargo, el mero hecho de que Jack no hubiera sospechado de Brian era en sí mismo preocupante. Jack había sobrepasado la línea entre el interés personal y el juicio profesional. Estaba cegado por los sentimientos, que le habían dicho que nunca debería haber llevado el caso desde el primer momento.
Y ahora sabía exactamente por qué lo había contratado Lindsey.
Abrió una lata de cerveza con una mano mientras hacía zapping con la otra, ya que los presentadores de las televisiones locales le dieron su giro impactante a un día de interés periodístico en el juzgado.
«Un hecho sorprendente», decía uno.
«Un monstruoso golpe a la fiscalía», decía otro.
Jack cambiaba de un canal a otro, y los comprobaba todos rápidamente. Entonces hizo una doble comprobación. Se había pasado dos canales antes de que la imagen activara un resorte en su cerebro, pero se apresuró en dar marcha atrás hasta dar con uno de los canales donde le parecía haber visto a Héctor Torres hablando.
Era él. Se trataba de una grabación, pero de hacía apenas unos cuantos minutos. El fiscal estaba respondiendo a algunas preguntas de los medios de comunicación a la salida del juzgado. Jack subió el volumen y escuchó. Torres se limitaba a contestar una serie de preguntas fáciles del tipo: «¿Qué hará ahora la fiscalía?», sin perder el paso mientras repartía aquellas perogrulladas consagradas como: «Mantendremos el rumbo hasta que se imponga justicia». No obstante, una de las preguntas lo condujo a un punto muerto.
—Señor Torres, ¿cómo responde a las acusaciones del equipo de la defensa de que usted sabía desde el principio que Lindsey Hart era inocente?
Torres lanzó una mirada gélida y luego se recompuso ante la cámara. Se había hecho profesionalmente famoso por su capacidad de no perder nunca la calma en público.
—En primer lugar, Lindsey Hart no es inocente. Lo probaremos mañana en el alegato de refutación. En segundo lugar, nunca en mi vida he ocultado pruebas de la inocencia de un acusado, así que si hubiera tenido esas pruebas, Jack Swyteck lo habría sabido.
El periodista insistió y lo empujó un poco más contra las cuerdas.
—Entonces, ¿por qué cree que la defensa está haciendo esas acusaciones?
«¿Qué acusaciones?», pensó Jack. Él no había hablado con nadie.
Torres pareció componer una respuesta en su mente antes de contestar.
—NO ME ATREVO a dar fe de la integridad de Jack Swyteck, pero he sido amigo de su padre durante tres décadas. Debo suponer que una parte de la clase del padre se le ha pegado, en cuyo caso Jack nunca haría una acusación tan mal elaborada como esa. Así que, hasta que lo escuche de su propia boca, voy a tratar esas supuestas acusaciones como simples rumores que no merecen una respuesta.
La grabación terminó y el presentador apareció de nuevo en la pantalla. Jack cambió de canal, luego pasó a otro, pero todos habían cambiado ya a otra noticia. Podría haber llamado a Torres para asegurarle que aquellas acusaciones del «equipo de la defensa» no provenían de él, pero se contentó con dejarlo tal como lo había interpretado Torres: rumores.
Cambió al canal de deportes ESPN, y el teléfono sonó. Era Sofía. Había visto la misma emisión y oído las mismas acusaciones de la defensa.
—¿Has comparecido en una rueda de prensa y se te ha olvidado avisarme? —preguntó ella.
—No. ¿Y tú?
—Tú me conoces muy bien y sabes que no.
Sí, la conocía. Durante toda su carrera, Jack había orquestado todos los aspectos de un juicio, desde el número de veces que el acusado miraba al juez durante el interrogatorio directo, hasta el número de palabras que cualquier miembro del equipo de la defensa pronunciaba ante la prensa. Sofía no iba a socavarlo por ese punto.
Jack dijo:
—Estoy seguro de que el periodista solo le ha puesto un cebo, y ha atribuido puros rumores al equipo de la defensa.
—Está claro —corroboró ella—. Pero estoy empezando a pensar que alguien debería ponerse en pie y darle a Torres lo que se merece.
—No podría estar más de acuerdo contigo.
Sofía dijo:
—¿Crees que Torres sabía desde el principio que lo hizo el chico?
—No. Creo que sabía que si presionábamos a Johnson, este culparía al chico. Por eso mantuvo a Johnson escondido y alejado de nosotros. Pero, pese a todo, no termina de creerse que fue Brian el que lo hizo. De eso estoy seguro.
—¿Quieres que nos reunamos esta noche? ¿Para elaborar un plan para la refutación de Torres?
—No, a menos que hayas podido hablar con Lindsey para que se reúna con nosotros.
—Lo siento, pero lo único que quiere esta noche es quedarse sola.
—No la culpo. Todo lo que ella ha urdido durante los últimos dos meses, cada una de las mentiras que nos ha contado, se ha venido abajo y le ha estallado en la cabeza. O bueno, creo que más bien debería decir sobre la cabeza de Brian.
Se hizo un silencio en la línea, como si Sofía no supiera muy bien qué decir. Por fin, dijo:
—¿Vas a estar bien, Jack?
Jack estaba mirando el aparato de televisión. Baloncesto en el canal ESPN Classics. Por pensar, tan solo unos días antes había albergado pensamientos secretos de llevar a Brian al gimnasio, de hacer tal vez un uno contra uno. Podría haber sido divertido jugar con alguien que no te mutilara de camino a la canasta de la manera en que lo hacía Theo. No sería así.
—Claro —dijo él—, estaré bien.
—Llámame si necesitas algo. O simplemente si quieres hablar con alguien.
—Gracias. Nos vemos mañana.
Ella se despidió y Jack colgó el teléfono. Tomó aire, pero antes de que pudiera expulsarlo, el teléfono estaba sonando otra vez. Descolgó y dijo:
—¿Sí, Sofía?
—¿Estás seguro de que vas a estar bien?
—¿Sueno como si no estuviera bien?
—Suenas un poco como alguien que se está esforzando demasiado por hacer creer que está bien, o alguien que está bien ahora, pero que probablemente no lo esté cuando se siente y piense en qué ha sucedido realmente.
Jack miró el teléfono, incrédulo. La última vez que había tenido una conversación como aquella estaba casado.
—Estoy bien.
—¿Lo bastante bien como para hacer algo?
—¿Hacer algo al respecto de qué?
—¿Has estado alguna vez en Casa Tua, en la playa? En el piso de arriba sirven unas buenas tapas. Ni siquiera te hablaré del caso, si no quieres. Me siento muy mal por ti. Es horrible, por lo que has pasado hoy. Sentarte solo en casa solo te hundirá más.
—Gracias. Quizá otra noche.
—Vale. Llámame si cambias de opinión.
—Claro que sí. Buenas noches.
Colgó, luego cerró los ojos mientras el cómodo sillón de cuero lo engullía por entero. El teléfono sonó en el instante en que su cuerpo empezaba a descansar. Respondió con un punto de molestia en el tono.
—Sofía, te juro por la tumba de mi madre que estoy perfectamente bien.
La persona al otro lado del teléfono vaciló, y luego preguntó:
—¿Es usted Jack Swyteck?
Jack se enderezó en el asiento.
—Sí, perdone. Pensé que era usted otra persona. ¿Quién llama?
—Me llamo Maritza Rodríguez. Anteriormente Maritza Torres.
—Usted debe de ser . . .
—Soy la exmujer de Héctor Torres.
Jack iba a decir que la hija, solo para quedar bien, aunque la voz recordaba a la de una persona mayor.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Me gustaría reunirme con usted —dijo ella.
—¿Y por qué?
—He seguido este caso desde el primer día. Debo decir que he estado preguntándome todo el tiempo si Héctor no se habría equivocado de persona. Luego vi la forma en la que trataba a su cliente y todas mis dudas se esfumaron. Esa pobre mujer . . . Pero así es Héctor. Siempre trata a la víctima como si fuera un criminal, sobre todo cuando se trata de una mujer maltratada.
—¿Hay algo que quiera usted contarme sobre el caso?
—Podría decirse que sí. He estado viendo las noticias de la noche. Al oír a mi exesposo mencionar su larga amistad con su padre, no he podido soportarlo más. Tenía que decir algo.
—¿Sobre qué, exactamente?
—Sobre . . . —Su voz se apagó, como si no estuviera segura de cómo iría a reaccionar Jack—. Es sobre su madre.
Jack se quedó helado. Tenía muchas cosas en la cabeza, y a la mañana siguiente tendría que lidiar con lo que Torres se dignara a lanzarle en el alegato de refutación. Pero Jack sabía de sobra que quien en un momento dado estaba deseoso de hablar y contar algo, no siempre estaría dispuesto a hacerlo al día siguiente.
—Me encantaría hablar con usted, señora Rodríguez. Dígame solo dónde quiere que nos encontremos.