Capítulo 51


EL CASO LLEGÓ al jurado justo antes del mediodía. Jack tenía algo de tiempo, pero no sabía cuánto. La regla general era que un rápido veredicto era malo para la defensa, que en realidad no significaba nada, excepto que para el fiscal era una muestra de confianza merodear por el juzgado mientras el jurado deliberaba, y era un espectáculo de optimismo que un abogado de la defensa se marchara y siguiera a lo suyo. Así que Jack se marchó.

Jack estaba haciendo todo lo posible por mostrarse optimista.

Jack no había identificado ni un solo paso en falso en el alegato final del fiscal, sobre todo en la refutación, las últimas palabras al jurado. En su mente, Jack siguió pensando en aquel discurso nítido una y otra vez, cada vez con la esperanza de discernir un desliz en la lógica de la fiscalía, cierta incoherencia, algo parecido a la duda razonable a la que un miembro del jurado de carácter fuerte pudiera asirse a fin de obligar a los demás a votar por la absolución de Lindsey. Pero las palabras de Torres siguieron pinchándole como si fueran lanzas.

No todos los días un fiscal federal lo acusaba falsamente de hacer creer al público presente que su propio hijo era el chivo expiatorio del asesinato.

—ECHARLE LA CULPA de todo al niño —dijo Héctor Torres, repitiendo su mantra a un jurado que tenía toda su atención puesta en él. La sala del tribunal guardaba completo silencio, como si la gente supiera que era el último disparo de la fiscalía a reclamar la fuerza que él había dejado que se le escapara—. ¿Les sorprende, señoras y señores, que la defensa adoptara esta estrategia de última hora? No debería. Estas personas no se detendrán ante nada para avergonzar a la familia Pintado.

»El Sr. Swyteck ha hecho todo lo posible para dejar al niño como un asesino, pero permítanme que les recuerde que yo he sido el único que le ha preguntado a Brian Pintado si mató a su padre, y lo ha negado bajo juramento. Podría seguir y seguir, pero voy a dejarles con estos tres pensamientos.

»Primero —dijo mientras levantaba el dedo índice para contar sus puntos—, no se puede rebatir que las huellas dactilares de Lindsey Hart se encontraron en el arma homicida.

»Segundo: es indiscutible que Lindsey Hart mantuvo relaciones sexuales con un hombre que no era su marido.

»Tercero: ¿recuerdan la declaración del perito de la fiscalía, el doctor Vandermeer? Era el médico especialista en fertilidad que les dijo que Óscar Pintado tenía un porcentaje muy alto del llamado «esperma asesino», que significaba que era un hombre muy celoso. Me pareció muy interesante, y a ustedes también debería parecérselo. Cuando vuelvan a deliberar, háganse esta pregunta: si Óscar Pintado estaba obligando a su mujer a tener relaciones sexuales con otro hombre, si ese trío, por llamarlo de alguna manera, actuaba de la forma en que describió Lindsey Hart, entonces ¿por qué era tan celoso Óscar? Si disfrutó viendo a su esposa tener relaciones sexuales con otro hombre, entonces ¿por qué le molestaba tanto, hasta el punto de que pudo medirse fisiológicamente el efecto en su cuerpo? ¿Por qué? Les voy a decir por qué.

El fiscal hizo una pausa, y entrecerró los ojos cuando su mirada se desvió hacia la acusada.

—Porque Lindsey Hart es una mentirosa y una asesina. —Miró al jurado y añadió—: Trátenla como tal.

UN BOCINAZO ARRANCÓ a Jack de sus pensamientos. El tráfico se movía de nuevo, pero poco a poco. Jack avanzó con el coche un par de metros y luego pisó el freno, frenando a un punto muerto en una zona de setenta kilómetros por hora. Una larga estela de luces traseras de color naranja se encendían y apagaban delante de él. Enrique Iglesias cantaba con todas sus ganas no en una, sino en tres emisoras diferentes que Jack sintonizó en la radio. Una música de baile latina se oía desde el equipo de sonido del descapotable que estaba a su lado en el atasco. Conducir hacia el sur de la ciudad de Miami pasadas las cuatro de la tarde era como quedarse atascado en el extremo del trenecito de la conga más larga del mundo.

Giró en la autopista US-1, siguió a un coche que empezó a abrirse camino y se encontró junto al Mario’s, aquel pequeño supermercado cubano donde a Abuela le encantaba comprar, lo cual lo sumió de nuevo en sus pensamientos.

Encontró un sitio donde aparcar y fue a coger su billetera. Detrás de su permiso de conducir estaba la tarjeta de visita que Kiko le había entregado cuando Jack y Abuela habían visitado el supermercado a la mitad del proceso judicial, aunque le parecía que hubieran pasado años de aquello. La sacó y comprobó el nombre y el número de teléfono que Kiko le había anotado en la parte de atrás.

El Pidio: el hombre que le había contado a Kiko que Héctor Torres se parecía a Jorge Bustón, el hombre que había salido con la madre de Jack cuando vivían en Cuba.

Como había estado tan ocupado con el juicio de Lindsey como para buscarse encima distracciones añadidas, Jack no le había hecho seguimiento a aquel asunto. O tal vez fuera como Abuela, que no estaba seguro de querer saber la verdad. Sin embargo, tal y como había transcurrido aquel caso (o cómo iba a terminar), sintió la necesidad de que en su vida hubiera algo más cierto. Su encuentro con la exmujer de Torres había despertado otra vez su curiosidad sobre su propia madre. Le molestaba que hubiera empleado la palabra «obsesionado» para describir la atracción que Torres sentía por su madre. Cuanto más pensaba en ello, más curioso parecía ser que su medio hermano («Ramón», según la lápida que vio en Cuba) hubiera fallecido el día en que nació. Sus instintos seguía diciéndole a Jack que había algo que no marchaba bien.

Abrió su teléfono móvil y marcó el número.

Un hombre mayor respondió en español. Jack le contestó en el mismo idioma, si es que podía llamarse español a aquella especie de acento a lo John Wayne.

—¿Señor El Pidio?

—Señor El Pidio no —dijo el hombre quejándose—. Solo El Pidio.

—Soy Jack Swyteck, Le llamo . . .

—Ah, Swyteck. Sé quién es usted. Kiko me dijo que podía ser que me llamara.

—Tengo entendido que usted conocía a mi madre en Bejucal.

—Sí, yo era su médico. Traje al mundo a su hijo.

«¿Su médico?» De pronto muchas preguntas cruzaron la mente de Jack, pero se centró en lo que era más importante, la única cosa que casi era demasiado difícil preguntar.

—Entonces usted debe de saber . . . ¿Cómo murió mi hermano?

Hubo un silencio. Por fin, su voz crujió al suspirar profundamente y dijo:

—Ese es un asunto muy complicado, joven.