AL CAER LA tarde, Jack se reunió con su padre en el campo de prácticas Biltmore. Harry estaba en lo alto de una loma cubierta de hierba, vestido con pantalones bombachos, calcetines de rombos y una gorra de golfista de tweed clásica, el tipo de atuendo que un hombre no se atrevería a vestir sin un hándicap de un solo dígito. Jack vio desde el banquillo cómo Harry, a su ritmo, lanzaba una bola tras otra al campo. Parecía como si el maná estuviera cayendo del cielo, cientos de pequeñas bolas blancas esparcidas por la hierba verde que había frente a ellos.
—¿Papá?
Harry se detuvo en mitad de su backswing, un poco molesto por lo inoportuno que era su hijo.
—¿Sí?
—¿Crees que hay algo que un hombre no deba saber acerca de su esposa?
Harry hizo una pausa, como si se hubiera sentido abrumado por la pregunta.
—Si un hombre hace una pregunta a su esposa, lo que debería obtener es la verdad.
—¿Y qué pasa si él no pregunta? ¿Debería contárselo alguien?
—¿Te refieres a si su esposa debería contárselo?
—No. Digamos que ella no puede. ¿Debería contárselo alguna otra persona? Alguien que sepa la verdad.
Harry parecía entre confundido y suspicaz.
—¿Qué te traes entre manos, hijo?
Jack se quedó sin habla. ¿Qué iba a decirle a su padre? ¿Que Ana María había dado a luz un hijo que murió en Cuba? ¿Que ella misma nunca habría muerto si Jack no hubiera nacido? ¿Que ella habría conocido los peligros de no haber sido por su antiguo y obsesivo novio, Héctor Torres, el viejo amigo de Harry? Todo lo que Harry Swyteck tenía de su primera esposa eran recuerdos de treinta y seis años de edad. Jack se había quedado sin palabras por una buena razón, pero aun así no estaba seguro de cómo manejar la situación.
Jack dijo:
—He estado pensando en Lindsey Hart, en todas las cosas horribles que han visto la luz con el juicio. La forma en que Óscar la trataba. Si ella sale absuelta y se vuelve a casar, ¿querría su nuevo marido saber todos los detalles? ¿Tendría él derecho a saberlos?
—Supongo que estar al tanto de todas esas cosas le ayudaría a entender los miedos de ella, sus cambios de humor. Si eso fortaleciera el nuevo matrimonio, entonces debería saberlo.
—Pero saber solo por el hecho de saber . . .
—¿A qué apuntas? Es como mirar a los ojos de tu mujer en tu lecho de muerte, después de cincuenta años de matrimonio, y contarle que besaste a una mujer cuarenta y nueve años atrás. No lograrías nada, excepto si tu meta fuera romperle el corazón.
—¡Exactamente! —dijo Jack, a lo mejor con demasiado entusiasmo—. Entonces, si fuera tu caso, tú no querrías saber esos detalles.
Harry dejó un momento a un lado su hierro cinco. Su confusión se estaba convirtiendo en sospecha.
—¿Hay algo que estés intentando decirme?
Jack buscaba pistas en los ojos de su padre, una necesidad de saber, el deseo de saber. No vio nada de eso. Pero Jack de repente sintió algo en su interior: comprendió que llega un momento en la vida de todo niño en que ya no toca que el padre cuide del niño, sino que es el niño el que protege al padre.
—No, nada —dijo Jack—. Como te he dicho, he estado pensando mucho en Brian Pintado y en su madre.
—¿Estás seguro de que era eso de lo que querías hablar?
La respuesta no llegó de inmediato, pero Jack habló con toda la firmeza de la que fue capaz.
—Sí. Bueno . . . Quiero decir que todo el asunto es un desastre, y lo único que pasará es que se complicará más todavía a medida que Brian vaya haciéndose mayor. ¿Qué pensará él de su madre en unos cuantos años?
Harry observó la expresión de su hijo, como si hubiera notado que Jack había cambiado sutilmente de tema, de lo que un marido debería saber sobre su mujer a los sentimientos que un hijo tiene por su madre. Pero el anciano lo dejó correr.
—Dependerá de cuál sea el veredicto del jurado, me imagino.
—Por suerte, la absolverán.
—¿Y entonces qué? ¿Las autoridades del tribunal de menores acudirán en busca de Brian por haber asesinado a su padre?
Jack estaba en silencio. Eso era algo en lo que no quería pensar.
—Es difícil de decir. No es como si Brian hubiera comparecido y confesado el asesinato en el estrado.
—Sin embargo, tú lo llevaste hasta el borde del abismo, y finalmente él admitió que había deseado alguna vez que su padre estuviera muerto.
Intercambiaron unas miradas. El distanciamiento entre padre e hijo ya no existía, pero pese a todo el pasado distante no se había borrado completamente. Ninguno de los dos dijo una palabra, pero Jack sabía que estaban pensando lo mismo: cuando era niño, ¿cuántas veces se había enfadado Jack con su padre y le había dicho en un arranque: «Ojalá que estuvieras muerto»?
—Los niños tienen esos pensamientos, pero no hablan en serio —dijo Jack.
—Sí —admitió Harry—, eso es verdad.
Más silencio. Entonces Harry dio medio paso hacia delante y puso una mano sobre el hombro de Jack.
—Estoy orgulloso de lo que has hecho en ese tribunal. Aceptaste un caso difícil, y has hecho un trabajo de miedo. Acabe como acabe, no hay nada de lo que debas avergonzarte.
—Gracias. —Jack sonrió con sequedad mientras miraba a su padre recoger su driver y preparar otra bola. Harry lanzó un par; Jack estaba a punto de marcharse, pero había otra cosa que tenía que decirle—. ¿Papá?
—Hmm —dijo Harry mientras ajustaba la postura, con la cabeza hacia abajo.
—Héctor Torres no es tu amigo.
Harry hizo un swing sin apartar los ojos de la bola.
—¿Crees que no lo sé?
—¿Lo sabes?
—Lo sé desde hace más de treinta años, Jack. Nunca he sido capaz de meter el dedo en la llaga. Pero créeme, conozco a un tonto farsante cuando lo veo venir.
Harry lo sabía, pero no sabía otras cosas.
Harry dijo:
—¿Por qué lo dices? ¿Torres te ha dado una puñalada trapera o algo por el estilo?
—Podría decirse que sí.
—Bueno, no te contengas porque creas que es mi viejo amigo. Dale un buen derechazo y que tenga lo que se merece.
Harry golpeó la bola con todas sus fuerzas. Voló con libertad y aterrizó justo enfrente de un marcador de doscientos cincuenta metros.
—Gracias, papá. Definitivamente, voy a hacer eso.