Capítulo 8


AQUELLA NOCHE JACK se fue a la bolera. Hacía un siglo que no jugaba a los bolos, pero parecía que siempre que quedaba con su padre acababan haciendo algo que provocaba que Harry Swyteck negara con la cabeza al tiempo que decía:

—No sales mucho, ¿verdad, hijo?

La última vez habían jugado al golf, y Jack se sintió agradecido de que al menos en aquella ocasión hubiera espacios por los que poder colar las bolas y evitar así que golpearan a otros jugadores.

—Me debes treinta y dos mil setecientos sesenta y ocho dólares —dijo Harry.

Las apuestas a doble o nada podían hacerse de un momento a otro. Sobre todo cuando uno es malísimo.

—Te echo una carrera hasta casa —dijo Jack.

—¿Pretendes que apueste doble o nada en una carrera a pie? —preguntó Harry en torno burlón.

—Te prometo que no te haré la zancadilla.

—¿Qué quieres decir, que le acabas de salvar la vida a tu padre de un ataque al corazón y estamos en paz?

—Ah, vale. Pero solo porque es tu cumpleaños.

Harry le dio una palmada en el hombro a su hijo mientras caminaban juntos hacia el coche. Harry cumplía sesenta años, y eso no parecía molestarle ni siquiera un poco, siempre y cuando pudiera pasar un rato celebrándolo a solas con su hijo. Mientras Jack conducía hacia la casa, no pudo evitar pensar en la diferencia que suponían diez años. Jack no había estado presente en la celebración de los cincuenta. Había sido una gran fiesta en la mansión del gobernador, pero en aquel entonces él y el gobernador Swyteck ni siquiera se hablaban. Algunos pensaron que era porque Jack estaba trabajando en el Freedom Institute defendiendo a condenados a muerte, mientras su padre firmaba sentencias de muerte con más rapidez que cualquier otro gobernador de la historia de Florida. Probablemente aquel desacuerdo filosófico no hubiera ayudado mucho, pero las desavenencias entre ambos ya existían desde hacía años. Echando la vista atrás, ninguno de los dos había terminado de entender la situación, pero lo importante era que por fin habían conseguido superarlo. Pese a todo, Jack se planteaba lo diferente que habría sido la relación entre padre e hijo, lo diferente que habría sido para él su vida si su madre, la primera, joven y bella esposa de Harry, no hubiera fallecido al haber traído a Jack al mundo.

Llegaron a la casa de los Swyteck a las ocho, como estaba previsto. Jack estaba a punto de autoinvitarse para saludar a su madrastra cuando Harry se le adelantó.

—Bueno, ¿entonces vas a entrar para la fiesta sorpresa? —preguntó Harry.

Jack dudó. Su trabajo había consistido en mantener a su padre alejado de la casa y llevarlo de vuelta puntualmente a las ocho de la tarde.

—¿Qué fiesta? —preguntó él sin convicción.

—Jack, en serio. ¿Alguna vez has visto que Agnes haya sabido guardar un secreto?

—Bien visto.

Bajaron del coche y siguieron el camino hasta la puerta principal. Harry abrió y entró. Jack estaba justo detrás de él.

—¡¡Sorpresa!! —se oyó al unísono, una casa llena de amigos que saltaron con una enorme ovación.

Harry dio un paso atrás, como si se sintiera abrumado. Su esposa caminó hacia él, con una sonrisa de oreja a oreja. Hacía casi cuatro años que ya no vivían en la mansión del gobernador, pero ella todavía se comportaba como si fuera la primera dama.

—Esta vez te la he colado, ¿eh, Harry?

Él la abrazó y le dijo:

—Claro que sí, cariño —y le hizo un guiño a Jack como si dijera: «Nadie es más astuto que el propio zorro»—. Ha sido una auténtica sorpresa.

La casa estaba abarrotada de gente; la lista de invitados había aumentado desde los doscientos invitados de los amigos más cercanos del exgobernador a más de quinientos, la mayoría de ellos invitados por compromiso. Las bebidas iban y venían, al igual que circulaban los platos con sabrosos canapés y entremeses, y parecía que en cada uno de los corrillos de conversación la gente contaba historias sobre Harry a los veinte, a los treinta, y así sucesivamente. A Jack le resultaba divertido escuchar aquellas viejas anécdotas sobre la vida de Harry, en especial las que Jack se había perdido por elección propia y para su posterior arrepentimiento.

El grupo de música había empezado a tocar fuera, junto a la piscina. Estaba previsto que Jack dijera una palabras a modo de brindis antes de soplar las velas de la tarta, y a pesar de que no se sentía incómodo por tener que hablar ante tanto público, de todos modos estaba un poco nervioso. Mentalmente seguía dándole vueltas e intentaba decidirse entre si pronunciar un discurso que le saliera del corazón o uno más informal con un toque de humor. Se dio cuenta de que, escogiera lo que escogiera, el destino ya estaba escrito. No importaba lo mucho que se hubieran acercado él y su padre: siempre serían dos Swyteck. Siempre se quedarían cosas en el tintero por decir.

—Jack, quiero que conozcas a una persona —dijo Harry.

Jack se volvió y vio a su padre de pie junto a un distinguido señor latinoamericano, con el pelo entrecano, engominado y peinado hacia atrás, casi como si estuviera recién salido de la piscina. El brazo de Harry rodeaba con afecto el hombro de aquel hombre.

—Jack, este señor es Héctor Torres. Ocupa el puesto en el sur de Florida de nuevo . . .

—De nuevo fiscal. Lo sé, papá. Soy abogado penalista, ¿te acuerdas?

—No seas tan duro con tu viejo —intervino Torres, sonriendo—. Yo le pedí que nos presentara. Nunca nos hemos conocido formalmente, Jack, pero siento como si te conociera de siempre, he oído hablar mucho de ti.

—¿Se refiere a mi etapa en la fiscalía? —preguntó Jack.

—Más por tu padre. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Me acuerdo de la fiesta que dio al cumplir los treinta años.

—Vaya, de eso hace ya bastante tiempo.

—¡Bueno, tampoco hay que pasarse, hijo!

Los tres se rieron y de pronto Torres se puso serio:

—No creo que tu padre haya dirigido nunca un bufete sin mi apoyo. ¿Se te ocurre alguno, Harry?

—Pues no. Siempre has estado ahí.

—Es verdad. Siempre he estado ahí para ayudarte. —Torres hizo una pausa, como si dejara el recuerdo en el aire por un momento. Luego volvió a mirar a Jack y dijo—: Ahora hablando en serio, tu reputación sigue siendo muy buena en la fiscalía. Tengo entendido que eres un abogado excepcional.

—Depende de con quién hable usted —respondió Jack.

—En realidad, he estado hablando con muchas personas últimamente. De hecho, hace solo un par de horas hablé de ti con Alejandro Pintado.

Aquella era una situación incómoda: en un ambiente tan festivo, aquella expresión tan estoica en el rostro de uno de los más viejos amigos de Harry . . .

Harry torció el gesto.

—Ay, pobre Alejandro. Leí lo que le sucedió a su hijo, y todo este tiempo he querido hacerle llegar un mensaje. Ha sido algo terrible.

—Sí —dijo Torres, pero estaba mirando a Jack a los ojos—. Algo realmente terrible.

—¿Y cómo está? —preguntó Harry.

—Todo lo bien que puede esperarse en una circunstancia como esta —contestó Torres, que volvió a mirar a Jack y añadió—: Por supuesto, de vez en cuando tiene sus reveses . . .

—Vaya, pues deséale todo lo mejor de mi parte —respondió Harry.

—Lo haré. A decir verdad, lo he dejado de muy buen ánimo. No puedo entrar en detalles, debido al secreto del gran jurado y todo lo que ello supone, pero creo que estamos bastante cerca de la acusación. Al estar la familia de la víctima afincada en el sur de Florida, se ha asignado el caso a la fiscalía de Miami.

—Precisamente estaba preguntándome eso —dijo Jack.

—Sí. Alejandro me ha pedido que lleve personalmente este caso, y aunque en parte es poco común que un fiscal preste ese tipo de servicios, es un buen amigo, así que le dije que lo haría.

—Es todo un detalle —dijo Jack.

—Es lo menos que puedo hacer —respondió Torres.

Fuera de la casa, en el patio trasero, al otro lado de las puertas batientes, que estaban abiertas, de pronto la banda dejó de tocar. El cantante principal cogió el micrófono y anunció:

—Estamos a punto de partir el pastel. ¿Podría el joven cumpleañero acercarse al escenario, por favor?

—Supongo que eso va por nosotros —dijo Harry—. Ha sido un placer volver a verte, Héctor. Gracias por haber venido.

—No me lo habría perdido por nada.

Jack dijo:

—Y gracias otra vez por sus amables palabras.

Harry empezó a caminar, y Jack estaba a punto de seguirlo cuando Torres lo agarró de la manga para detenerlo. Le habló casi en un susurro, en una voz lo bastante baja como para que nadie, aparte de Jack, pudiera oírlo en mitad del jolgorio de la fiesta.

—Odio tener que decirte esto el día del cumpleaños de tu padre, pero no tengo elección: procura mantenerte alejado de la casa de Pintado.

—¿Y esa orden viene de usted o de parte de Alejandro?

—De ambos. Y si es necesario, me aseguraré de que te enteres también por tu padre.

Jack se rio un poco entre dientes.

—¿De verdad cree que va a disuadirme con eso?

—Solo si eres tan inteligente como él dice que eres.

—Se está usted pasando de impertinente, señor Torres.

—Y usted no está a la altura, señor Swyteck.

Jack se encontró con su mirada, y no halló el menor asomo de sonrisa en el rostro del fiscal.

—Eso ya lo veremos.

Jack dio media vuelta y se abrió paso entre los invitados, dejando a uno y otro lado una sonrisa de apoyo tras otra mientras se dirigía hacia el escenario, donde estaba su padre. Se preguntó si Torres sabría algo, si habría descubierto de alguna manera el motivo personal que Jack esgrimía para defender a Lindsey Hart. ¿O simplemente estaría protegiendo a su viejo amigo Pintado y había puesto en práctica el típico juego mental del fiscal, el de intentar joder mentalmente al adversario? No quedaba claro.

Su madrastra lo abrazó en cuanto subió al escenario. Jack le devolvió el abrazo, pero volvió el cuerpo y pudo ver de un solo vistazo a Héctor Torres en mitad de la multitud radiante de felicidad.

El hombre seguía sin sonreír.