JACK SE ENCONTRÓ con Lindsey para desayunar en el Deli Lane, una conocida cafetería con terraza en South Miami. Tanto la calzada como la acera estaban pavimentadas con ladrillos de Chicago, y una fila ordenada de robles jóvenes, cada uno de los cuales igualaba en altura y en el largo de las ramas al anterior, plantados a intervalos espaciados regulares, confería una precisión a la vía pública propia de un mundo de Disney. La humedad había hecho que la mayoría de los clientes se refugiaran en el interior, aunque ellos escogieron una mesa exterior bajo la sombra de un amplio parasol. Cada pocos minutos, un entusiasta del ejercicio pasaba a su lado trotando o caminando, mientras un hambriento terrier callejero olfateaba unas sobras de tocino o de tostadas francesas caídas de una mesa. Jack no podía evitar oír por casualidad a las supermamis cosméticamente tuneadas de la mesa contigua, una de las cuales tenía intención de demandar a su cirujano plástico por haberle puesto una talla de copa mayor de la que ella había pedido, y ella estaba totalmente, o sea, ¿cómo te digo?, cabreada, querida, porque su marido había echado por tierra su demanda por mala praxis al enviarle al médico una carta de agradecimiento de dos folios y una botella de Dom.
Las mujeres por fin se terminaron sus trescientas calorías de todo el día, dividieron la cuenta hasta el último centavo y corrieron a sus respectivos todoterrenos devoragasolina, dejando a Jack y a Lindsey lo bastante tranquilos como para hablar con privacidad. Durante el café, Jack le expuso su preocupación.
—Todo el mundo me dice que eres culpable.
—Te dije que lo harían —respondió Lindsey—. Es porque no saben de qué están hablando.
—El padre de Óscar fue bastante concreto.
—Perdona que te lo diga con estas palabras, pero el padre de Óscar es un capullo.
—No lo conozco lo suficiente como para rebatirte ese punto. Pero en realidad conoce a varias personas influyentes. Y no quiere que yo te represente.
—Pues claro que no. Él nunca juega de forma justa.
—Ha perdido a su hijo, lo que puede distorsionar tu percepción de la justicia. No estoy queriendo decir que él tenga razón, pero parece que está verdaderamente preocupado por su nieto.
La voz de Lindsey tembló al hablar:
—Es una mala persona, Jack. No creo que Alejandro le haya dicho directamente que lo hice yo, pero parece que cada vez que ve a Brian, tengo que acabar aclarándole a mi propio hijo por qué hay tanta gente que afirma que yo maté a su padre.
Jack suspiró, y se recordó a sí mismo que todos los homicidios en realidad se centraban en las víctimas inocentes. Y siempre había más de una.
—¿Cómo lo está llevando Brian?
—Brian es un buen chico. Es como su padre. Estará bien.
Por una fracción de segundo Jack pensó que ella le estaba haciendo un cumplido, pero enseguida se dio cuenta de que se había referido a Óscar. ¿O tal vez no?
—Debe de ser muy duro para él —dijo Jack.
—Más de lo que te imaginas. No solo ha perdido a su padre, sino que además luego Guantánamo nos dio la patada. Es moralmente nocivo tener a una esposa homicida en la base, ya sabes. Así que Brian ni siquiera tiene amigos en los que apoyarse.
—¿Habéis encontrado ya un sitio donde vivir?
—Sí. En Kendall, de alquiler mensual. Brian empezará la secundaria la próxima semana. Incluso hemos ido a Disneylandia, hace un par de días. Pensé que eso lo ayudaría a despejarse un poco.
—¿Le gustó?
—Le encantó. Y yo sobreviví a la experiencia. No me malinterpretes, pero en algunos aspectos creo que es el único lugar del planeta en el que en realidad uno preferiría ser sordo.
—Sé a lo que te refieres —comentó Jack, y empezó a tararear—: «It’s a Small World After All . . .»
Ella sonrió, y Jack notó cierta chispa en su personalidad que, a su parecer, había sido inexistente hasta ese momento. Le sentaba bien.
Jack dijo:
—Ahora que has sacado el tema, supongo que necesitaremos a alguien que interprete al lenguaje de signos cuando hable con Brian.
—Puedo hacerlo yo. Yo ayudé cuando la policía militar lo interrogó.
—Prefiero reunirme con él sin que estés tú delante.
Ella dio un respingo.
—¿Por qué?
—Apartar a un niño de la influencia de su madre es una estrategia de entrevista prudente. No tiene nada que ver contigo, ni conmigo, ni con las circunstancias. Es la manera en que yo lo haría en cualquier otro caso.
Ella no estuvo inmediatamente conforme con la sugerencia, pero poco a poco empezó a asimilarla.
—De acuerdo, pero . . .
—¿Pero qué?
—Déjame un par de días para arreglar las cosas.
—¿Qué cosas?
—Mírate al espejo, Jack. Te enseñé su foto en nuestra primera reunión. Brian no podrá evitar notar el parecido. Y luego empezará a hacerme preguntas.
—¿No sabe que es adoptado?
—No. Óscar y yo nunca se lo contamos. Creo que antes de que te conozca y se lo imagine por sí mismo, debo tener una larga charla con él.
—Está bien. No me corresponde decirte cómo debes manejar esa situación, pero sí debo advertirte que no tenemos tiempo que perder. Creo que pronto tendremos una acusación en firme, así que yo debo decidir si te voy a representar.
Ella apartó a un lado el plato con la tortilla de clara de huevo. No había probado bocado.
—¿De parte de quién estás?
—Brian es la única persona que estaba en la casa en el supuesto momento de la muerte de tu esposo. Por eso necesito hablar con él.
—No has contestado a mi pregunta.
Jack entregó su último trozo de tostada a un golden retriever que se había pasado los últimos cinco minutos mirándolo con los ojos de un niño hambriento. El perro se marchó y Lindsey siguió con los ojos puestos en él desde el otro lado de la mesa, como si se tratara de un radar, a la espera de su respuesta.
—Lindsey, te lo he dicho desde el principio: no quiero representar a la madre de Brian si parece que fue ella quien mató al padre de Brian.
—¿Quiere decir eso que no vas a representarme?
—Tu suegro me dio una serie de información que me dejó preocupado. Por lo visto Óscar tenía un fondo fiduciario de una cifra de siete dígitos. Empezó a generar ingresos cuando cumplió los treinta y cinco, pero él era militar de carrera. Tu suegro cree que lo mataste para marcharte de la base y llenarte los bolsillos con ese dinero.
—Eso es tan típico suyo . . . —dijo ella con tono irritado.
—¿Te dejó Óscar ese dinero en su testamento?
—Sí.
—¿Y cuánto es?
—Dos millones y calderilla.
—¿Entonces ahora está a tu nombre?
—No. El estado no liberará los fondos para que yo los tenga. Al menos hasta que se haya podido probar que yo no lo maté.
—¡Maldita sea, Lindsey! ¿Por qué no me has contado esto hasta ahora?
—Porque no quería que aceptaras mi proceso penal solo para poder cobrar una buena tarifa en el asunto de la sucesión. Ya me siento conforme al pagarte el anticipo por el proceso criminal, pero por encima de todo quiero que lo hagas por Brian.
—Vamos, por favor. Esto es crucial para el caso penal. ¡Dos millones de dólares es suficiente motivación como para matar a tu marido!
—Claro que sí. De haberlo sabido. Pero no me enteré hasta que Óscar ya estaba muerto.
—¿Óscar nunca te lo contó?
—No.
—Me cuesta creerlo.
—Es cierto. La familia Pintado es extraña. Son muy, muy protectores con lo suyo. Supongo que te habrás dado cuenta de que soy Lindsey Hart, no Lindsey Pintado. ¿Y sabes por qué? Porque Alejandro Pintado no permitiría que su hijo me diera su apellido. Yo nunca le he gustado a ese hombre, por una razón: porque no soy cubana. Y cuando no pude concebir hijos pero por lo menos pude darle al final un nieto medio cubano, bueno, para entonces yo ya no tenía ningún valor.
—Siento mucho que haya sido así. Pero antes de que empieces a despotricar contra los cubanos en general, debo advertirte que soy medio cubano.
—Ya, claro.
—Es verdad. Mi madre era cubana. Yo no me crie en Cuba, pero . . .
—Entonces no eres cubano. Podrás engañarte a ti mismo, pero si no has crecido en esa comunidad, entonces no eres parte de ella. Yo me pasé todo mi matrimonio intentando encajar en ella, y para ese hombre, Alejandro, yo bien podría haber sido de otro planeta.
—Lindsey, vamos a intentar no desviarnos del asunto. De lo que te estoy hablando es de representarte.
—Y eso exactamente es de lo que yo te estoy hablando. Tienes miedo de representarme. Temes a Alejandro Pintado. Tienes miedo de defender a la mujer que ha sido acusada de asesinar a su hijo querido, y de que te empuje cada vez más y más lejos y que no formes parte de una comunidad en la que nunca estarás integrado.
—Eso es del todo injusto.
—¡No me hables a mí de justicia! ¡Pregúntale a mi marido si esto es o no justo!
Jack recibió aquello como un golpe, aunque pareció que Lindsey se sintió arrepentida de haberlo dicho.
—Créeme —dijo él—. No puedo más que lamentar muchísimo lo que le ha sucedido a tu familia, y me comprometo a hacer lo que sea mejor para vuestro hijo.
—¡Oh, qué detalle! Pero antes deja que te diga una cosa sobre el compromiso: el compromiso es algo más que un montón de palabras.
Ahora se desarrollaba una conversación que no había presenciado antes.
—No lo estoy diciendo para que te calmes ni te quedes tranquila. Lo digo en serio. Brian es lo más importante.
—Y Lindsey que se vaya al infierno, ¿no? —se burló ella.
—Yo no he querido decir eso.
—No ha hecho falta que lo dijeras. ¿Y por qué no te vas tú al mismísimo infierno, Jack?
—¿A qué viene eso?
—Porque te estás comportando como si yo no tuviera a nadie más a quien recurrir. No soy de esa clase de mujer que no se entera de nada y que sigue a su marido por el mundo de una base militar a otra. He conocido a personas muy importantes, personas a las que puedo considerar amigos míos. —Lindsey sacó su móvil del bolso y empezó a pasar de arriba abajo la lista de nombres del directorio—. Mira, este —dijo, enseñándole los nombres y los números a Jack—. Podría llamar a Jamie Dutton. Trabaja en el Departamento de Estado. Nancy Milama. Está casada con Tony Milama, presidente del Comité de Jefes del Estado Mayor. Gente así. Podría llamarlos, si me viera en la necesidad. Ellos me ayudarían.
—Entonces llámalos.
—No he querido llamarlos. Te llamé a ti porque pensé que eras la persona adecuada para el trabajo. Pensé que harías lo correcto, plantarle cara a un tipo como Alejandro Pintado y descubrir al verdadero asesino del padre adoptivo de tu hijo. Pero parece ser que ni siquiera tienes el valor de echarle huevos al asunto.
Jack intentó contener su ira, trató de entender a aquella mujer acusada de haber asesinado al padre de su hijo. Pero él no era Job.
—Lindsey, contrólate ahora mismo, o esta conversación terminará para siempre.
Ella lo miraba fijamente, con los ojos nublados por un torbellino de emociones. Ira. Decepción. Ira otra vez.
—Antes me he mordido la lengua, Jack, pero ahora te lo voy a decir.
—Más vale que sea bueno, porque puede que sea la última vez que te escuche.
Ella parecía estar a punto de explotar.
—Sé que el otro día me estabas tomando el pelo cuando me dijiste que no sabías que Brian era sordo.
—No era ningún engaño. No tenía ni idea.
—A pesar de toda la alegría que Brian nos trajo a Óscar y a mí, nunca he dejado de tener unos pensamientos horribles.
—¿Sobre Brian?
—No. Nunca sobre Brian. Sobre sus padres biológicos. Me preguntaba: ¿sabían ellos que su hijo era sordo? ¿Y fue esa la razón por la que lo dieron en adopción? Parecía algo terrible pensar en las personas que habían compartido aquel hermoso regalo. Me sentía culpable por el mero hecho de permitir que cruzaran mi mente. Pero ahora que te he visto, cara a cara, ahora que por fin he podido conocerte y saber cómo eres realmente, debo confesarte que ese sentimiento de culpa ya no existe.
Jack quiso defenderse, pero sus pensamientos volvieron a centrarse en Jessie. La guapa, brillante e increíblemente egocéntrica Jessie. También él odiaba pensar así. Pero tal vez aquel hubiese sido el motivo por el que había optado por la adopción.
Y él había alcanzado a comprender un poco más el resentimiento de Lindsey.
Ella se levantó y lanzó un billete de diez dólares sobre la mesa para pagar su parte de la cuenta.
—Adiós, señor Swyteck. Y enhorabuena. Creo que es probable que haya suficiente espacio para usted y para el señor Pintado en su pequeña y ensimismada comunidad.
Jack se quedó sentado y en silencio, mirando al vacío, sin saber muy bien qué lo había dejado fuera de juego mientras Lindsey daba media vuelta y se marchaba.