Siguiendo los consejos de Wendy, me vestí como correspondía a mi papel, con una minifalda y un ajustado corselete con dos sostenes debajo, uno para quitármelo y otro para que quedara debajo, según las normas del Gremio de Actores de la Pantalla. Me calcé los tacones de estilete, regalo de Dios para alargar las piernas. Me puse mucho maquillaje. Me solté el cabello.
—Este es el país de lo literal—me dijo Wendy—. No dejes nada a la imaginación.
Ya había pasado por suficientes audiciones como para saber lo que me esperaba. Wendy, al volante de su BMW verde oscuro con cuatro puertas, escuchando a Josh Groban, que canturreaba como un chico autista en el estéreo, mientras conducía a través de garitas y guardias; y yo, la gran estrella, sentada con mis estúpidas gafas, preguntándome por qué carajos estaba haciendo una prueba para el papel de la Bailarina Nudista Hispana Número Uno en una película que posiblemente sería estúpida y que saldría de cartelera tras un solo fin de semana en la taquilla. ¿Estaba realmente tan desesperada? La respuesta era: sí.
—Hola, Marcella—dijo el guardia de seguridad, un hombre joven y rechoncho con acento español y ojos bondadosos—. Me llamo José. Soy un gran admirador tuyo. ¡Sus raícesl ¡Tremenda novela!—levantó un pulgar.
—Gracias, José.
Me pidió un autógrafo y se lo di, aunque Wendy me echó una mirada como diciendo que ya llegábamos tarde y que ese tipo era una escoria humana. Wendy pensaba que todas las personas con un sueldo menor de 300.000 dólares al año pertenecían a la escoria de la humanidad. Yo tenía una filosofía diferente: nunca desilusiones a un admirador.
Encontramos el escenario donde los tres productores se hallaban sentados so-bre tres sillas de directores. Sí, cada uno de los tres estaba sentado sobre una silla de dirigir. Con la excepción de ese detalle, aquello no se parecía a nada de lo que uno ve en las películas, donde hay montones de chicas en espera de ser llamadas. Yo había estado en esa clase de audición, así es que sabía que existían. Pero aquí se trataba de otro nivel. Uno sólo consigue pruebas para este nivel si tiene conexiones y un agente muy influyente.
—Hemos visto tus programas—dijo el director de elenco—. Es decir, hemos visto los programas donde trabajaste. Así es que sabemos que puedes…actuar. Esa parte está superada. Lo que nos preocupa es tu capacidad para desnudarte. Quiero decir, sabemos que te ves fantástica sin ropa o en traje de baño. Eso es obvio. Lo que necesitamos es ver si eres capaz de quitarte la ropa de un modo seductor y atractivo.
—Y apasionado…latino—gorjeó otro de los productores.
—Eso es, de un modo muy provocativo—dijo animadamente el director de elenco.
Provocativa, apasionada…Era otro modo de referirse al estereotipo de la latina.
—Marcy es completamente apasionada, no se preocupen—dijo Wendy, lanzándome una mirada en la que me decía que no abriera la boca y que no formara un lío con toda esta mierda.
—Ve para allá—dijo, señalándome el centro del salón.
Arrojé mi bolso sobre una silla y me coloqué delante de los productores. El director de elenco pidió a su asistente: “Música”. Un equipo estereofónico dejó escapar—adivinen, adivinen—el último jodido éxito de Ricky Martín, una especie de flamenco y hip-hop, muy sexual, con ese estilo tan suyo a lo soy-gay-pero-me-haré-el-que-no-lo-soy-para-seguir-ganando-dinero.
—Adelante—dijo el director de elenco.
Sonreí, hice un guiño y comencé a ondular y a contonearme y a hacer todo lo que había practicado, como los remeneos provocativos y todo lo demás. Pero seguía oyendo la voz de mi madre que decía en mi cabeza: vulgaire. Y seguía pensando en Alexis, la otra agente, y en lo inteligente que me había parecido. Me había conseguido una audición para un verdadero papel protagónico en un programa de televisión. Lo tenía en la mano. No necesitaba hacer esto, ¿cierto? No necesitaba de Wendy, ¿verdad? Pensé en el hombre que me había pedido que le firmara el calendario, y en su hija, y en cómo le desgraciaría la vida ir a ver una película donde una joven de Santa Bárbara se ve obligada a hacer el papel de bailarina nudista sólo por su origen étnico.
—¡Te ves chulísima!—dijo uno de los productores.
—Gracias—dije.
Pero sentía un frío interior, y odiaba todo esto. No quería hacerlo.
Y de pronto, sin previo aviso, dejé de moverme. Casi dejé de respirar. Y extrañamente me pareció como si remontara el vuelo. Esto era lo que siempre sucedía cada vez que renunciaba a un trabajo o le decía a cualquiera necesitado de que alguien lo mandara urgentemente a la mierda que se fuera a la mierda. Me había liberado.
—Sigue—dijo un productor, como si yo no hubiera entendido bien algo—. Lo estabas haciendo muy bien.
—No—dije suavemente.
Sonreí y me alejé para tomar mi cartera. Luego le bajé el volumen al equipo y me quedé ante ellos, sonriendo.
—¿Qué ocurre?—preguntó Wendy.
—Nada—dije.
Y era cierto. No ocurría nada.
—Sencillamente no quiero hacerlo. Lo siento.
Les di la mano a todos, agradeciéndoles que me hubieran dado esa oportunidad.
—Lo siento de veras—dije—. Pero no creo que sea la joven adecuada para este papel.
El director de elenco no estuvo de acuerdo, y dijo que el papel era mío si lo quería.
—Ese es el problema—dije—. No lo quiero. Quiero un papel de médico o de presidente. ¿Hay algo así en el guión para una latina con tetas grandes?
Se me quedaron mirando con la boca abierta.
—Estás loca—dijo Wendy—. Todos me dijeron que yo estaba loca por querer representarte, y les aseguré que no, que no había problema contigo. Pero tenían razón. Estás loca.
Y a los productores les dijo:
—Lo siento mucho. Debe tener la regla o algo así. No sé. Está loca.
Pensé un momento y luego dije:
—Hace muchos años, estar loco significaba algo concreto. Hoy en día todo el mundo está loco. Esto lo dijo Charles Manson.
Wendy y los otros movieron sus cabezas y trataron de reír, como si yo fuera a animarme con eso.
—Ah—añadí—. Y tú, Wendy, estás despedida.
—¿Estoy qué?
—Mi nueva agente es dos veces más agente que tú.
—¿Quién? ¿Cuál nueva agente?
—Y aquí tengo esto último para ti—dije, y comencé a cantar mi canción fa-vorita de Ani DiFranco—: They can call me crazy if I jail, all the chance that I need, is one-in-a-million and they can call me brilliant if I succeed. Chao.
Seguí silbando el resto de la canción mientras salía del estudio y atravesaba el soleado parqueo para llegar a la garita de salida. Me despedí de José con un gesto de manos mientras me dirigía hacia el caos de Ventura Boulevard, y seguía an-dando hasta que un taxi al que llamé se detuvo a mi lado.