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Sexo en nuestros genitales
Estando un poquito borrachitos nos cuesta llegar al orgasmo por la misma razón que nos costaría reaccionar si se nos abalanzara un coche encima: nuestro sistema nervioso está inhibido y no puede activar los nervios simpáticos responsables tanto de desencadenar el orgasmo como de que nuestro cuerpo reaccione ante un estrés repentino.
A Jorge le encanta Sonia. Es una mujer inteligente, atractiva, con carácter, estilosa, y a sus 38 años se mantiene en muy buena forma. Además, siempre que han coincidido con amigos comunes tomando una copa después del trabajo, Sonia se queja de que ligar en la gran ciudad es cada vez más difícil. Aunque sea para aventuras sin compromiso, que es lo que ella dice buscar en este momento de su vida. Argumenta que hay más mujeres que hombres, que los que quedan están emparejados, son gays o unos raritos, y que su personalidad impone demasiado. Jorge siempre se queda pensando que si no fuera porque tiene novia, ya veríamos quién impone a quién. Algún día, algún día…
Un par de meses después, el destino tendió una malévola trampa al machito de Jorge. Su novia había salido de viaje con una amiga para empezar la típica etapa de reflexión entre la pareja, y él se encontraba en el bar de siempre con varios compañeros. Ese día también estaba Sonia.
Tras un par de copas, uno de los presentes anunció que se iba, y cuando Jorge dijo «yo hoy me quedo, que mi novia está de viaje», le pareció entrever que Sonia giraba la cabeza y esbozaba una pícara mirada. Una descarga de la motivacional dopamina activó la atención del cerebro de Jorge. La conversación y las risas fluían en el grupo. Jorge empezó a coquetear con Sonia, quien siempre respondía con una abierta sonrisa. Cuerpos inclinados hacia delante, ladeos de cabeza, gesticulación exagerada, pupilas dilatadas, labios inquietos…, el lenguaje corporal de ambos era cada vez más delatador. Poco a poco los amigos fueron yéndose, y cuando se despidió el último, Sonia le preguntó a Jorge si quería quedarse a tomar una más. «Será la quinta, pero claro que sí», respondió Jorge con la frente brillante y una mirada pseudoseductora que resultaría patética para cualquier observador externo excepto Sonia. Tras más flirteos en la seguridad de un espacio público, disquisiciones sobre lo poco natural que es esta monogamia construida por la sociedad, la mano de Sonia en la rodilla de Jorge al acercarse a contar en voz baja un cotilleo que nadie cercano habría escuchado igualmente, y miradas directas cada vez más cercanas y perversas, Sonia le dijo con expresión cándida y tono natural: «¿Te puedo invitar a mi casa?». Jorge no se lo esperaba, al menos no de forma tan directa. Dudó un instante, sintió como si la sangre de su rostro y la energía en sus ojos se desplazaran de repente hacia atrás, pero respondió con expresión ligeramente desencajada: «Sí… claro…».
Ya dentro del taxi empezaron las patéticas indecisiones en la turbia mente de Jorge. Está yendo al apartamento de una mujer tremendamente atractiva, que conoce bien su situación, se sobreentiende que es una aventura, y estando en etapa de reflexión con su novia debería estar permitido. Bueno… o no. ¡Malditas dudas! Jorge se siente incómodo. Tenso. Algo no está bien. Qué extrañísima combinación de excitación y nervios. Al salir del taxi Sonia coge decidida la mano de Jorge y le dirige hacia su portal. Suben al ascensor y empiezan a besarse. Jorge está excitado, pero no logra disipar la tensión. Su mente va a mil. Es como si pensara demasiado y no pudiera dejarse llevar. Entran en la casa sin dejar de besarse apasionadamente, se tiran encima del sofá y Sonia empieza a desnudarse. Jorge queda prendido de su cuerpo; es mucho más sensual de lo que él había imaginado. Sin dejar de acariciarse, Jorge empieza a quitarse la ropa con innecesaria urgencia y cierta torpeza, hasta quedarse en ropa interior. Pero nota algo extraño. Algo en su entrepierna no está todo lo alegre que debería. Las caricias de Sonia descienden poco a poco hasta rebasar la cintura de Jorge. Cuando allí descubre algo flácido, para un segundo y empieza a besarle de nuevo como si los preliminares acabaran de empezar. Sabe muy bien lo que hace. Jorge está fascinado con Sonia pero empieza a agobiarse por su falta de turgencia. No lo entiende. ¿Cómo puede ser? Esto nunca le había pasado antes. Tras unos minutos parece que Jorge ha ganado un poquito de volumen. Pero continúa tenso y estresado. Sonia le baja los calzoncillos con intención de una estimulación más directa, pero el miembro se retrae todavía más. Sonia actúa de manera natural y va acariciando los genitales de Jorge. No hay respuesta, y el sudor empieza a aparecer en la frente de Jorge, quien contrae sus músculos como intentando impulsar la sangre hacia su pene. No surge efecto. Sonia le pide a Jorge que se relaje, empieza a besarle el cuello, luego el pecho, el abdomen, pero se detiene al constatar que Jorge está completamente aturdido. «¿Te encuentras bien? Estás muy sudado», le dice Sonia. No sólo sudado; Jorge tiene ritmo cardíaco alto, bronquios dilatados hiperventilando, adrenalina en sangre, tensión muscular, esfínter prieto y elevada presión sanguínea. Todos los signos de que su cuerpo ha activado el sistema nervioso simpático. Y en esas condiciones, por muy excitada que esté la mente de Jorge, por muy deseoso que esté de tomar control sobre su organismo, la erección es casi imposible.
El sistema nervioso simpático es un mecanismo diseñado por la evolución para hacernos reaccionar en caso de estrés repentino. Es el mismo que nos permite ponernos a correr como locos en décimas de segundo si vamos paseando tranquilos por el bosque y de repente aparece un oso acercándose hacia nosotros, o saltar de golpe si un coche invade la acera. El corazón se acelera en milisegundos, los pulmones captan todo el oxígeno posible, las glándulas suprarrenales segregan adrenalina a discreción, el metabolismo de glucosa se pone al máximo, la testosterona y el cortisol por las nubes, las pupilas se dilatan para tener más visión, la piel transpira y toda la sangre se dirige hacia los músculos. No es momento para la digestión, ni para la excreción, ni para la reproducción. Los órganos internos se bloquean, los esfínteres se cierran y el pene se queda tan blanco como la cara. La sangre entra pero se escapa sin retención. Cuando pase la amenaza y tras unos minutos, el sistema nervioso parasimpático volverá a tomar control de nuestro cuerpo y podremos recuperar las funciones fisiológicas normales. Eso si —como le podría ocurrir a Jorge— la situación no nos traumatiza y el estrés reaparece cada vez que nos enfrentemos a un encuentro similar.
Jorge le asegura a Sonia que no lo entiende, y busca una explicación en haber tomado demasiado alcohol. Pero no, el que le jugó una mala pasada fue su propio sistema nervioso simpático. Sonia se abraza a Jorge, le miente diciéndole que «no pasa nada» y se queda pensando si le dará una segunda oportunidad. Lo hará, y veremos qué nueva sorpresa le depara el sistema simpático en esa ocasión.
NERVIOS SIMPÁTICOS Y PARASIMPÁTICOS DE LA EXCITACIÓN SEXUAL
Hay dos sistemas que gobiernan la comunicación y el funcionamiento interno de nuestro cuerpo: el endocrino, regulado por hormonas, y el nervioso, regulado por señales eléctricas y neurotransmisores.
El sistema nervioso se puede clasificar de dos maneras diferentes. Si lo hacemos por estructura podemos distinguir entre el sistema nervioso central, constituido por la médula espinal y el encéfalo (cerebro, bulbo raquídeo y cerebelo), y el sistema nervioso periférico, formado por todas las fibras nerviosas que comunican los órganos internos, los músculos y la piel con la médula espinal. Esta comunicación puede ser en dos direcciones: el sistema nervioso periférico tiene nervios sensoriales que envían información desde la piel y los órganos internos hacia la columna y el cerebro, y nervios motores que transmiten a los músculos las instrucciones del sistema nervioso central. El nervio pudendo y el pélvico formarían parte, por ejemplo, de este sistema nervioso periférico.
El sistema nervioso también se puede clasificar en: a) sistema nervioso somático, que controlamos y manejamos conscientemente (mover un brazo), y b) sistema nervioso autónomo, que regula de manera automática las reacciones y procesos involuntarios de nuestro organismo. Este último es el que ahora nos interesa, porque tiene dos estados claramente bien diferenciados: el sistema nervioso autónomo parasimpático y el sistema nervioso autónomo simpático (figura 2.1).
FIGURA 2.1. El sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático.
Pensemos en las diferentes necesidades de nuestro cuerpo cuando estamos haciendo la digestión, o cuando nos está atacando un león en la sabana. En condiciones normales el cuerpo se encuentra relajado funcionando bajo las órdenes del sistema nervioso parasimpático: función digestiva activada, esfínteres relajados, riego sanguíneo a órganos internos, predisposición a la actividad sexual… Pero cuando de repente se produce una situación de estrés y todo nuestro organismo debe reaccionar de inmediato, se activa el sistema simpático: bronquios dilatados para permitir más entrada de oxígeno, incremento del ritmo cardíaco, segregación de adrenalina en las glándulas suprarrenales, pupilas dilatadas para tener más visión, inhibición de las funciones digestiva y reproductora, sangre y glucosa hacia los músculos, etcétera.
En lo referente a la respuesta sexual, los nervios pudendo y pélvico están regulados por los ganglios parasimpáticos. Es decir, para que funcionen correctamente debemos estar relajados bajo el control del sistema nervioso parasimpático. Pero si estamos estresados por miedo o cualquier otro tipo de presión, se activa el sistema simpático y todo cambia de estado. Desde segmentos torácicos en mitad de la columna vertebral llega la señal de constreñir las células musculares alrededor de las arterias que permitían la entrada de sangre al cuerpo cavernoso del pene y del clítoris, de manera que la excitación física se ve dificultada.
LA ERECCIÓN DEL PENE Y DEL CLÍTORIS
El mecanismo por el que se produce y mantiene una erección es muy sencillo. Podría mostrar un esquema como los que aparecen en libros de texto. Pero sinceramente creo que es mejor que os lo imaginéis en vuestro propio cuerpo o en el de vuestra pareja.
Aparquemos por un momento la parte de excitación e inhibición de origen mental. Sin duda es fundamental, y luego veremos cómo interacciona con la parte física. Por ahora centrémonos en músculos, nervios, señales químicas y flujos sanguíneos.
Al fin y al cabo un anestesiado puede eyacular por acto reflejo,1 y alguien con lesión medular alta tener una erección y un orgasmo sin que ninguna información llegue o vaya de los genitales al cerebro.
Justo debajo de la piel del pene —y lo mismo en el clítoris, que como ya vimos no son tan diferentes como parecen— se encuentran unas terminaciones nerviosas muy especiales. Terminan con una especie de corpúsculo o nudo formado por un denso enrollamiento de fibras nerviosas que ofrece una enorme sensibilidad al tacto en la superficie del pene y el clítoris. Se llaman genital end-bulb o corpúsculos de Krause, se concentran principalmente en la corona y el frenillo del glande, y son las que hacen tan sensibles tanto el glande como el clítoris.
Imaginemos que empieza la acción. Cuando el pene recibe una fricción continuada de suficiente intensidad, el nervio pudendo (pudental nerve) envía una señal hacia la parte más inferior de la médula espinal, en el segmento sacro de la columna. Allí unas interneuronas reciben la información sensorial y forman conexiones sinápticas con el nervio pélvico, que envía información motora de vuelta hacia los tejidos eréctiles del pene. Evidentemente, si la excitación procede de una fantasía o pensamiento erótico, estímulo visual o insinuaciones de nuestra amante, es el cerebro el que envía la información hacia las interneuronas, que comunican con el nervio pélvico sin necesidad de estímulo táctil.2 Y si juntamos estimulación física con mental, se envían aún más señales de entrada a las interneuronas de la zona sacra. La respuesta fisiológica empieza con la activación del nervio pélvico y las señales que envía al tejido eréctil (figura 2.2).
FIGURA 2.2. Nervios involucrados en la erección.
El tejido eréctil está formado por dos cuerpos cavernosos situados a derecha e izquierda dentro del pene. Los cuerpos cavernosos son como una esponja; están constituidos por unas cavidades que empiezan a llenarse de sangre al recibir la información del nervio pélvico. Pero ¿cómo transforma el nervio pélvico la señal eléctrica procedente de la columna en un aumento de flujo sanguíneo en el pene? Por medio de la liberación de varios neurotransmisores. El más relevante de ellos es un gas llamado óxido nítrico, que a su vez induce la segregación de unos nucleótidos llamados cGMP y cAMP (atentos a ellos para cuando hablemos de la Viagra). La función del cGMP (guanosínmonofosfato cíclico) y el cAMP (adenosínmonofosfato cíclico) no es más que relajar las células musculares que rodean las arterias para permitir que más caudal de sangre entre en el cuerpo cavernoso. De hecho, cuando la sangre entra por las arterias más rápido de lo que puede salir por las venas, el pene empieza a aumentar de tamaño. Y si la estimulación continúa, llega a crecer tanto que en un momento determinado comprime las venas por donde, en estado flácido, la sangre circula hacia fuera del pene (figura 2.3). Cuando la erección es completa, estas venas quedan cerradas y la sangre no puede escapar. Es un verdadero sistema hidráulico: tuberías de entrada que cuando reciben mucho caudal se ensanchan y bloquean las de salida. Hasta nueva orden química.
FIGURA 2.3. Dibujo esquemático de la sección transversal en estado flácido y erecto con venas bloqueadas.
Si tras unos minutos vemos el glande ponerse oscuro es justo porque el flujo sanguíneo se ha estancado y la sangre va perdiendo oxígeno. Es el mismo efecto por el que alguien se pone morado cuando se está ahogando y no le llega oxígeno a la piel.
Quizá os preguntéis por qué la sangre no puede salir pero el semen sí puede eyacular. Debéis visualizar el pene erecto desde arriba, imaginar dos cuerpos cavernosos duros a derecha e izquierda, y por abajo una parte central e inferior un poco más blanda correspondiente al cuerpo esponjoso, una cavidad diferente por encima de la cual pasan los conductos seminales sin quedar presionados.
En este estado erecto se puede continuar la estimulación del nervio pudendo hasta llegar al orgasmo y a la eyaculación (que en los hombres suele coincidir, pero no siempre). Entonces se activarán otra serie de nervios que relajarán el tejido eréctil y permitirán la salida de la sangre, por mucho que se intente evitar. Curiosamente son los mismos nervios simpáticos que fastidiaron a Jorge. Veamos cómo funciona.
Durante todo el acto sexual el sistema nervioso que gobierna nuestro cuerpo es el parasimpático. Puede que sudemos y aumente nuestro ritmo cardíaco si el ejercicio es intenso, pero no deja de representar una actividad física normal. No es como correr estresado y al límite porque intentamos escapar del fuego, sino como correr por placer y relajado. En el caso de los hombres, cuando estamos teniendo sexo a gusto, nuestra sangre fluye bien por los órganos internos y nos movemos a voluntad. Pero a medida que la excitación aumenta, se acerca un punto muy peculiar en el que de repente se activarán las fibras del sistema nervioso simpático: el orgasmo. Durante el orgasmo la presión sanguínea subirá de manera súbita a más de 200 mmHg, nuestros músculos quedarán en tensión por segundos, las pupilas se dilatarán de golpe, la cara reflejará esa extraña mezcla de dolor y placer, y se activarán los músculos pubococcígeos (PC) que impulsarán la eyaculación. Por unos instantes únicos los nervios del sistema simpático y parasimpático están activados a la vez, pero a los pocos segundos el sistema simpático tomará el control. Los nervios pudendo y pélvico son parasimpáticos y ya no responden. Por el contrario, desde los segmentos torácicos más elevados de la columna vertebral los nervios simpáticos dan la orden de constreñir esas células musculares alrededor de las arterias que permitían la entrada de sangre al cuerpo cavernoso, y la sangre empieza a abandonar el pene sin impedimento.3
Esto es lo que le pasó a Jorge, mucho antes incluso de que empezara la excitación. Su sistema nervioso simpático se activó por el estrés de la situación y no había manera de que el nervio pudendo transmitiera mensajes a la médula, ni de que el pélvico enviara la señal para permitir la entrada masiva de sangre. La respuesta física fue muy parecida a una situación posorgásmica en la que quisiera retomar de inmediato la erección.
GATILLAZO Y EYACULACIÓN PRECOZ DEBIDOS AL ESTRÉS
Jorge abandonó el piso de Sonia abatido, sintiendo su hombría amenazada. A los pocos días y con el ánimo más recuperado, convencido de que fueron las copas las que le jugaron una mala pasada, sintió la absurda necesidad de tener una nueva cita con Sonia para demostrar su virilidad y eliminar ese vergonzoso incidente de su memoria. De la suya, y sobre todo de la de Sonia.
A Sonia le caía bien Jorge. Tenía un punto divertido y no estaba nada mal. Aceptó su invitación a cenar. La velada fluyó realmente bien: entorno agradable, cena apetitosa, buena conversación, vino para Sonia y agua para Jorge, que se excusó diciendo que la noche anterior había salido y bebido demasiado. Sonia sonreía para sí misma al ver lo obvio que era Jorge. Eso de sugerir un restaurante en su barrio «por no forzarte a coger taxi» no cuela. Y lo de pedir agua… Sonia sabía claramente qué pasaba por la mente masculina de Jorge. Y decidió dejarse llevar. Cuando tras la cena Jorge propuso ir a tomar una copa, Sonia ofreció de manera muy elegante hacerlo en su apartamento. Así la situación iba a fluir más poco a poco. Ambos pasearon tranquilos hacia el piso de Sonia, pero al poco Jorge empezó a sentir de nuevo cierta presión en su abdomen. Estaba un poco nervioso.
Ya en casa y sentados en el sofá, Sonia sirvió dos vasos de vino. Jorge sólo bebió un pequeño sorbo y pidió un vaso de agua porque tenía calor. Estaba tenso. No tanto como la primera vez, pero sí se sentía contrariado e inseguro. No lograba olvidar lo sucedido y dejar de preocuparse por si su entrepierna iba a reaccionar correctamente o no. Al poco empezaron a besarse. Pero la mente de Jorge continuaba demasiado activa. No estaba relajado y se notaba torpe en los movimientos, como pensando si debería poner la pierna así o asá en lugar de dejarse llevar. Sin embargo, esta vez fue diferente. Sonia tenía una actitud mucho más sensual, con caricias más suaves, movimientos más lentos, sutiles gemidos y contactos indirectos. Se abrazaba a Jorge mientras le presionaba sus genitales con su muslo, y le ayudó a desvestirse a su ritmo. La verdad es que ambos estaban excitadísimos. Y Jorge, a pesar de estar dubitativo y tener un ritmo cardíaco elevado, logró tener una erección. Eso aumentó la confianza de ambos. Jorge estaba extasiado y Sonia sólo deseaba ser penetrada. Las caricias se intensificaron y de repente Jorge se abalanzó sobre ella. Sonia estaba húmeda, caliente, y cuando notó la poderosa entrada de Jorge, enseguida contribuyó moviendo sus caderas de manera enérgica. Jorge correspondía con ímpetu, pero a los pocos segundos sintió una suprema excitación en el glande de su pene que… «uyuyuy… ¡No! espera… todavía no…». Jorge se corrió. No se atrevió ni a expresar su placer, y por unos segundos intentó continuar como si nada para seguir estimulando a Sonia. Pero fue imposible. Su pene menguó y tuvo que detenerse cabizbajo sin atreverse a mirar la cara de Sonia, que se quedó petrificada y con los ojos como platos.
¿Qué había pasado? Jorge no lo entendía. No era consciente de que su sistema nervioso simpático lo había vuelto a traicionar, pero esta vez de manera opuesta a la anterior. Lo que ocurrió es que, debido a su estrés previo al coito, el sistema nervioso simpático estuvo todo el rato al borde de la activación, y por ello desencadenó un orgasmo tan rápido tras el intenso estímulo de la penetración.
Lo curioso es que si Jorge hubiera conocido los efectos del alcohol en la respuesta sexual, quizá sí habría tomado un par de copas. En grandes cantidades el alcohol puede impedir la erección, pero en caso de lograrse retrasa el orgasmo. De hecho, el alcohol actúa de una manera muy peculiar. Según el Modelo de Control Dual, la respuesta sexual obedece al equilibrio entre excitación e inhibición. En este equilibrio, el alcohol es un potente desinhibidor que hace que nos sintamos mucho más relajados y excitados mentalmente, pero en exceso también es un depresor del sistema nervioso central que reduce la excitación física y dificulta la activación del sistema simpático. Es decir, la mente siente más deseo pero el cuerpo no responde de la misma manera. Por eso cuando hemos bebido más de la cuenta nos cuesta llegar al clímax.
Y es que la activación del sistema simpático es la clave del desencadenamiento del orgasmo, tanto en hombres como en mujeres, pero incluso más en ellas. Muchas chicas a las que les cuesta alcanzar el orgasmo utilizan diferentes técnicas para preparar el cuerpo y generar más estrés en el momento de placer. Algunas personas necesitan una estimulación extra y gritan palabras obscenas, buscan situaciones de riesgo o recurren a cierta agresividad. Requieren aumentar la tensión para poder activar el sistema simpático y alcanzar el orgasmo.4 La paradoja es clara: los nervios y el estrés antes de la excitación sexual pueden bloquearla, pero después de ella favorecen el orgasmo. Seguro que habéis vivido alguna situación en la que esto se podría aplicar.
¿Cómo funciona la Viagra?
Jorge no necesitaba Viagra. Ni la necesitan la mayoría de pacientes jóvenes que acuden con problemas de erección a urólogos como el doctor Michael Werner, director de una clínica de sexualidad masculina en pleno centro de Manhattan, en Nueva York. En su clínica el doctor Werner me explica que la Viagra sí representa una solución a los problemas físicos que dificultan la erección en hombres de avanzada edad sin intervenciones quirúrgicas o enfermedades que imposibiliten la función sexual. Pero en la mayoría de casos de pacientes menores de cuarenta años, el problema tiene un claro origen psicosomático. En muchas ocasiones acuden traumatizados por una experiencia negativa, y lo habitual es tranquilizarles y recomendarles utilizar Viagra unas cuantas veces hasta que recuperan su confianza. Sin embargo, cuando existen dudas sobre si las causas del bloqueo son exclusivamente mentales, los pacientes se llevan un curioso artilugio a sus casas.
El Rigi-Scan no es más que un detector de erecciones nocturnas. Está compuesto por una especie de anillo elástico que se coloca alrededor del pene antes de ir a dormir, y que está unido por un cable a un aparatito que se ata a la pierna. El Rigi-Scan va registrando los cambios en el grosor del pene durante el sueño. En principio, si el paciente está bien de salud, cada vez que entra en fase REM tendrá una erección durante varios minutos. Lo normal son tres cada noche. El paciente hace la prueba durante cuatro o cinco noches seguidas para tener más datos y devuelve el Rigi-Scan a la clínica para que analicen los datos registrados. Si no ha tenido ninguna erección, existe un problema físico al que merece prestar mucha atención, pues podría ser un primer indicador de enfermedad cardiovascular. Si por el contrario ha tenido las erecciones nocturnas convencionales, el problema es psicológico y no físico. El más habitual es el decaimiento anímico o el performance anxiety que aparece cuando, tras un gatillazo como el de Jorge, se genera una ansiedad que impide nuevas relaciones. En estos casos la terapia conductual es necesaria, pero el doctor Werner reconoce que si el paciente está sano suele recomendar Viagra para ayudarle a recobrar la confianza en su sexualidad. Pero ¿cómo funciona la Viagra?
Primero, hay que aclarar que Viagra es la marca comercial y que el principio activo se llama sildenafil. Comercializada por Pfizer y aprobada por la estadounidense FDA en 1998, posteriormente han aparecido análogos como Cialis (tadalafil), Levitra (vardenafil) o genéricos que se pueden comprar por internet.5 El nombre más genérico que quizá hayáis oído es el de PDE5i o inhibidores de la fosfodiesterasa. Este término proviene de su mecanismo de acción, cuyo objetivo final es incrementar el flujo sanguíneo por medio de la liberación de óxido nitroso.
Los inhibidores de la fosfodiesterasa actúan sobre el nucleótido cGMP que comentábamos antes. Recordemos el proceso: hay estimulación y el nervio pélvico libera óxido nitroso en el pene, que a su vez induce la segregación de cAMP y cGMP, que provocan relajación arterial y permiten que entre más sangre al cuerpo cavernoso. Pero este proceso necesita ser regulado para evitar una erección demasiado duradera. De eso se encarga un enzima llamado fosfodiesterasa-5 que va rompiendo constantemente los cAMP y cGMP. Mientras haya estímulo físico o mental se irán liberando más cAMP y cGMP y el pene se mantendrá erecto. Pero si desaparece la estimulación, la fosfodiesterasa irá degradando los nucleótidos, se detendrá la entrada de sangre y el pene empezará a decrecer. Aquí es donde actúan los medicamentos orales a base de inhibidores de fosfodiesterasa: bloquean la acción de la fosfodiesterasa y permiten que los niveles de nucleótidos estén siempre altos y, por tanto, las arterias constantemente relajadas. Es importante recalcar que si no hay deseo sexual, por mucha Viagra que alguien tome, el nervio pélvico no activará toda la cascada de señales y no se empalmará. Pero si el deseo y la libido alta existen, efectivamente el riego sanguíneo será mucho mayor y la erección más intensa y duradera. Y es que una cosa es el deseo y otra la excitación.
DESEO Y EXCITACIÓN NO SON LO MISMO
Lo de los trastornos de deseo y la excitación es tan complejo —intereses farmacéuticos incluidos— que iremos desgranándolos con más detalle a medida que avance el libro. Pero es bueno sentar algunos conceptos básicos. Tras hablar con terapeutas, urólogos, ginecólogas, sexólogas, psicólogos e investigadores, y visitar clínicas especializadas en sexualidad femenina y masculina, aunque hay algunas discrepancias, se podría resumir que por deseo entenderíamos la motivación o interés en el sexo, y por excitación, la respuesta física que acompaña la actividad sexual. Es obvio que ambos están profundamente relacionados, pero distinguirlos resulta muy útil cuando algo no termina de funcionar.
En los hombres resulta sencillo porque enseguida se ve si la excitación mental va acompañada de una excitación genital o no. Pero en las mujeres a veces es más complicado averiguar si los problemas de excitación provienen de falta de deseo o esconden problemas en la respuesta física relacionados con lubricación, sensibilidad o flujo sanguíneo en los genitales.
Empezando por los hombres, la falta de deseo masculina suele estar provocada por aspectos psíquicos como malestar con la pareja, inseguridades, estados depresivos o estrés. Pero también puede tener causas físicas como la disminución de los niveles de andrógenos, las hormonas involucradas en la respuesta sexual. Estas fluctuaciones no afectan a todos por igual, y para muchos la pérdida progresiva de deseo asociada a una menor segregación de testosterona por los testículos es un proceso normal que forma parte del envejecimiento. Pero para quienes se resisten a aceptar los ritmos de la naturaleza, los suplementos de testosterona pueden ayudarles a recuperar el vigor y la motivación sexual añorados. Durante el encuentro de la International Society for Sexual Medicine (ISSM) en Chicago, al que acudí en agosto de 2012, Irwin Goldstein fue muy contundente: «Estás vivo, envejecerás, tus niveles de andrógenos descenderán y perderás deseo sexual. Si quieres, puedes intervenir en este proceso». En Estados Unidos los suplementos de testosterona son muy comunes ya sea en forma de parches, cremas o inyecciones, y el incremento del deseo masculino está empíricamente demostrado, pero siempre deben ir precedidos de consulta médica por los efectos secundarios y riesgos que conllevan.
Otra cosa es que el deseo exista y lo que falle sea la erección (excitación). Hablaremos más adelante de ello y de su importancia como posible primer síntoma de trastornos cardiovasculares, pero cuando los problemas de erección estén asociados a diabetes, reacción a fármacos, lesiones o simplemente sean algo propio de la edad, lo recomendable es —siempre bajo control médico— buscar soluciones (figura 2.4). Lo habitual es utilizar primero fármacos orales como Viagra, Levitra o Cialis, y si no funcionan, probar inyecciones de papaverina y sustancias vasodilatadoras, que dan muy buenos resultados. Cuando la disfunción eréctil es permanente también se puede recurrir a los implantes: se introduce una especie de globo de plástico alargado en el interior del pene conectado a un depósito de agua y a un botón en el escroto. Si se aprieta el botón, el agua entrará en el globo de plástico y, voilà!, erección inmediata hasta que se vuelve a apretar el botón y se deshincha. Otra opción son los aparatos que generan vacío e impulsan la sangre hacia al pene: se introduce el miembro en una especie de tubo cerrado por el extremo superior, se aprieta contra la ingle, se bombea para retirar el aire del interior, la sangre fluye provocando una erección, y antes de retirar el aparato de vacío se coloca un anillo en la base del pene que impide la salida de flujo sanguíneo. Práctico y barato si se tiene pareja, pues todo el proceso puede ser muy poco sensual en caso de relaciones casuales.
FIGURA 2.4. Tratamientos.
La situación de las mujeres es más controvertida por varios motivos, y en el capítulo 6 abordaremos a fondo las diferencias entre la falta de deseo (hypoactive sexual desire disorder, HSDD) y el desorden de excitación sexual (female sexual arousal disorder, FSAD), y la posible unión de ambos en el próximo manual de enfermedades mentales DSM-V. Pero merece la pena avanzar que la falta de deseo sexual sólo debe ser considerada un problema si la mujer lo percibe como tal, y que hay polémica porque muchos grupos consideran que esta disfunción es un constructo de la medicina promovido por las farmacéuticas ante un mercado que podría ser muy lucrativo. En este sentido, la FDA no aprobó en 2010 un fármaco de Boehringer llamado Flibanserin contra la falta de deseo femenina, aunque una nueva versión podría tener el visto bueno en 2013.
Sobre la falta de deseo sexual, todos los expertos que he consultado coinciden en que en la mayoría de casos el origen se encuentra en problemas de pareja y laborales, pobre educación sexual, bloqueos, preocupaciones familiares, estrés o toda una serie de contratiempos que impiden concentrar las energías en el sexo, y que seguir las instrucciones y ejercicios de una sexóloga experimentada puede ser muy útil para activar de nuevo la libido y la vida sexual individual y de pareja. Pero insisten en que no se deben descartar las posibles causas fisiológicas y hormonales, y en este sentido recuerdo las palabras de la doctora Bat S. Marcus, directora del Medical Center for Female Sexuality de Nueva York, cuando durante mi visita me dijo: «He tenido pacientes que tras años de terapia acuden a mi clínica, y cuando les hago un análisis sanguíneo, tienen los niveles hormonales de una niña de diez años». Insistimos de nuevo en la aproximación biopsicosociológica.
Pero la falta de deseo es sólo una parte de las disfunciones sexuales. Más adelante hablaremos de vaginismo, vulvodinia y otros trastornos que generan dolor durante el sexo.
En lo que concierne a problemas de excitación física, aun asumiendo que pueden estar claramente relacionados con la falta de deseo, hay gran cantidad de mujeres que sí sienten deseo sexual pero no experimentan suficiente excitación y placer físico. Esto puede deberse a problemas de lubricación, de falta de orgasmo, de sensibilidad o de irrigación sanguínea hacia la vulva y el clítoris. Es como si fallara la respuesta física. Aquí ejercicios individuales y de pareja como el sensate focus de Masters y Johnson generan un mejor conocimiento sobre el propio cuerpo; lubricantes y vibradores son de gran ayuda, pero también se deben explorar factores hormonales y fisiológicos. La bajada de estrógenos tras la menopausia disminuye la lubricación, y varias enfermedades también podrían reducir el flujo sanguíneo a los genitales, como ocurre en los hombres. La diversidad en la respuesta sexual femenina depende de muchos más factores que la masculina. En este sentido, la pregunta que ningún sexólogo o sexóloga puede responder por experto que sea, y quizá algún día la ciencia sí lo consiga, es: ¿a qué responde esta diversidad?
ORGASMO SEGÚN LA DISTANCIA ENTRE EL CLÍTORIS Y LA VAGINA
Una amiga casi deja de hablarme tras un inocente y en absoluto burlesco comentario sobre la posición de su clítoris. Como durante la fase de documentación para este libro yo veía todo lo sexual con asépticos y curiosos ojos científicos, a menudo perdía cualquier pudor y se me escapaban algunos improperios. Creedme, llegó un momento en que para mí el sexo se convirtió en un mundo fascinante por descubrir y experimentar desde la perspectiva académica, sin más connotaciones. Fue interesante abstraerse por un momento de la exagerada trascendencia que le otorgamos al sexo y dejar a un lado tabúes, restricciones o ideas preconcebidas para analizarlo desde la distancia y la objetividad del observador científico. A mí me ha servido para hacer una reflexión más libre y creo que he aprendido bastante. Pero a lo que íbamos. Mi amiga me estaba explicando que ella casi nunca tenía orgasmos sólo con penetración. Recordaba algunos con un ex novio que tuvo a los veintipocos años, y otros recientes si ella misma se estimulaba manualmente mientras su amante la penetraba. Sí solía alcanzar el clímax cuando se masturbaba, pero nunca durante el coito. Era como si le faltara un grado extra de excitación para llegar al éxtasis. «Bah! Eso es muy común», le dije. «Hay vibradores pequeñitos que van muy bien para estimularte mientras estás haciendo el amor. Quizá lo que te ocurre es que tienes el clítoris muy separado de la vagina y no hay suficiente contacto.» Buenoooo… ¡cómo se puso! Casi se levanta y se marcha. «¿Clítoris separado de la vagina? Pero ¿qué te has creído?» Mi amiga pensó que me estaba burlando de algo que para ella era un motivo de preocupación muy serio. Menos mal que me dio tiempo a explicarle que, aunque podía parecer una broma, quizá fuera de lugar, lo decía basado en un estudio científico que acababa de leer.
La curiosa historia proviene de una sobrina nieta del emperador Napoleón Bonaparte, Marie Bonaparte, a quien le ocurría lo mismo que a mi amiga. Casada con el príncipe de Grecia, Marie nunca tenía orgasmos haciendo el amor y sí cuando se masturbaba. Era la segunda década del siglo XX y no tenía a quién consultárselo. Al borde de la obsesión por lo que ella concebía como algo tremendamente anormal, imaginó que quizá su clítoris estaba demasiado alejado de su vagina y no lograba reproducir con su marido la misma fricción que ella conseguía durante la masturbación. Si lo pensamos bien, no es una hipótesis del todo descabellada. El clítoris es un órgano diseñado exclusivamente para generar placer, pero no está dispuesto de la mejor manera para alcanzar el orgasmo con la penetración. Los biólogos evolucionistas interpretan este hecho diciendo que el placer es fundamental como motivación para querer tener sexo y reproducirse, pero que a diferencia de la eyaculación masculina el orgasmo femenino en realidad no es evolutivamente necesario, incluso contraproducente si tras él se genera cierta saciedad. Esto explicaría que la selección natural lo hubiera colocado a una distancia suficiente para ser estimulado durante el coito, pero no tanto como para facilitar demasiado el orgasmo.6
Ni corta ni perezosa, la princesa Marie Bonaparte buscó la ayuda de un médico e hizo uno de los estudios científicos más peculiares que se pueden leer. Habría ganado un Ig Nobel de haberse otorgado a principios del siglo XX. Bonaparte midió la distancia entre el clítoris y la vagina de 243 mujeres, y les preguntó a todas por la frecuencia de sus orgasmos durante el acto sexual. A partir de este estudio estableció una distinción entre tres grupos de mujeres: las mesoclitorianas representaban un 10 por ciento de la muestra y eran las que tenían el clítoris situado a unos 2,5 cm de su uretra, en las teleclitorianas la distancia clítoris-uretra era significativamente mayor a 2,5 cm, y las paraclitorianas eran quienes tenían el clítoris más cercano a la uretra. En 1924 Marie Bonaparte publicó sus resultados bajo el seudónimo de A. E. Narjani en la revista científica Bruxelles-Médical, concluyendo que efectivamente había una relación inversa entre la frecuencia de orgasmos durante el coito y la distancia del clítoris. De hecho, en 1940, el psicólogo estadounidense Carney Landis intentó replicar el estudio con una muestra de sus pacientes y encontró la misma correlación: cuanto más apartado estaba el clítoris de la vagina, menos orgasmos había con la penetración. Ambos estudios son antiguos y la metodología muy limitada, pero en 2011 los investigadores Kim Wallen, de la Universidad de Emory, y Elisabeth Lloyd, del Instituto Kinsey,7 revisaron los datos de Bonaparte y Landis con métodos estadísticos actuales, y publicaron un artículo en la revista Hormones and Behaviour concluyendo que efectivamente la distancia entre clítoris y vagina podía ser uno de los muchos factores implicados en la frecuencia de orgasmos durante el coito. Tuve la oportunidad de hablar en persona con Kim Wallen durante el congreso de la International Academy of Sex Research celebrado en Estoril (Portugal) en el verano de 2012. Wallen no quiso especular sobre si tal hecho se podría deber a que la proximidad del clítoris permitía un mayor contacto con el pene o a aspectos de fisiología interna, y admitía que podía ser una correlación errónea. Pero sí se mostraba confiado en que ese efecto podría tener cierta importancia entre muchísimos otros más relevantes y se lamentaba de que esta posibilidad no hubiera sido mejor analizada por la ciencia médica. Éste es uno de los muchos ejemplos que demuestran que el sexo es un tema tabú incluso para la investigación científica.
De nuevo, claro que en el orgasmo influyen muchos otros factores como la capacidad del amante, el estado anímico, el estrés, el grado de excitación, la compenetración con la pareja, el cansancio, las preocupaciones o la situación en que nos encontremos. Sabemos que en ocasiones se pueden producir orgasmos por estimulación de otras partes del cuerpo, y aquí conoceremos mujeres practicantes de tantra que alcanzan el éxtasis con ayuda de la respiración y la meditación. Pero también es cierto que se ha abusado de la explicación de que todo es mental. No, no todo es mental. Los genitales de una persona con una lesión medular alta pueden excitarse como acto reflejo si son estimulados, y esa persona puede sentir un orgasmo sin que ninguna información vaya al cerebro. Los genitales también pueden ir a su aire y sorprendernos con una excitación en las circunstancias más inesperadas. El factor físico importa. Concluimos que sí hay mujeres más predispuestas físicamente a tener un tipo de orgasmo u otro, controversia que aumenta si hablamos de la dicotomía entre orgasmo vaginal y clitoriano. Pero para esto debemos repasar un poco de fisiología femenina.
Orgasmo vaginal, con y sin estimulación del clítoris
Lo primero es asumir que el clítoris es un órgano mucho mayor que el pequeñito glande externo que conocemos, y que su parte interna se extiende por dentro como dos brazos que pasan por los lados de la vagina (figura 2.5).
FIGURA 2.5. Estructura completa del clítoris.
Sabiendo esto, la gran pregunta no es si existen orgasmos sólo por penetración, sin que haya contacto directo con el clítoris durante el coito. Claro que la estimulación exclusiva del interior de la vagina puede desencadenar orgasmos. La pregunta es si dicha estimulación proviene de los nervios que envuelven la propia vagina o si lo que en realidad se está haciendo con la penetración es estimular indirectamente las partes internas del clítoris. Es una polémica que parece eterna. De hecho, en los años setenta, la pareja de investigadores William Masters y Virginia Johnson defendieron con sus experimentos sobre fisiología del sexo que el clítoris era el único órgano responsable del placer, y que la vagina era un receptor relativamente insensible. Decían que debía ser así para poder dar a luz. El movimiento feminista abrazó la idea porque defendía que no se requiere penetración para una estimulación más intensa, y porque tiraba por los suelos el absurdo planteamiento de Freud de que el orgasmo clitoriano era infantil y el vaginal adulto. Pero no todo el mundo estaba de acuerdo, y la polémica se encendió con la irrupción del punto G, una zona en la parte superior interna de la vagina, de sensibilidad extrema, que en algunas mujeres puede provocar orgasmos diferentes al clitoriano. Hablaremos de él más adelante. Pero la polémica se debe a que algunos estudios como las sonografías de la francesa Odile Buisson defienden que en realidad la penetración estimula la parte interna del clítoris (su tronco) en lugar del glande, y que el orgasmo exclusivamente vaginal no existe. Otros científicos no niegan que esta estimulación indirecta pueda suceder, pero defienden que la vagina sí tiene sensibilidad suficiente para generar orgasmos vaginales que muchas mujeres describen como menos localizados o «de cuerpo entero». De hecho, el clítoris sólo está inervado por el nervio pudendo, mientras que a la vagina también llega el pélvico y el hipogástrico. Y en estudios de imágenes cerebrales de mujeres estimulándose el interior de la vagina se observa que las zonas de la corteza sensorial que se activan son diferentes a las activadas con la estimulación del clítoris. Si a eso le sumamos que se producen orgasmos por caricias en los pechos, el cuello, el ano o las orejas, y todas las opiniones de tantas mujeres que sí describen los orgasmos vaginales y clitorianos como diferentes, el consenso mayoritario en la actualidad es que Masters y Johnson estaban equivocados, y que efectivamente el orgasmo vaginal puede existir como tal. El cerebro nos ofrecerá más evidencias en el siguiente capítulo.