Capítulo 1

UNA EXTRAÑA PRESA

Uno de los marineros se destacó del grupo que se hallaba en cubierta, subió al puente de mando y abrió la puerta con decisión. El capitán del pequeño barco de pesca giró hacia el recién llegado como si estuviese esperando noticias.

—Ya estamos sobre el banco, Javier —el marinero se dirigió familiarmente al capitán, señalando un punto en el mar a poca distancia.

—Bien, las coordenadas indican que estamos precisamente en el punto exacto.

El capitán se agachó sobre una vieja carta marina, giró un pequeño compás, marcó la zona con un lápiz y escribió unos números con las coordenadas “Avisa a los demás y empezad a soltar las redes. Ahora bajo”.

El mar se movía de forma suave. La enorme bocana del Mar del Plata era de una dimensión sobrecogedora. Llevaban ya doce horas de navegación y había amanecido hacía poco. Rompiendo el horizonte se podía ver la costa de Uruguay. No era la primera vez que se mantenían en el límite o que entraban en aguas jurisdiccionales de ese país. Las relaciones entre Argentina y Uruguay pasaban del amor al odio de forma rápida. Sin embargo, la búsqueda de pesca les había llevado a este punto y preferían el riesgo que suponía estar donde estaban.

Desde hacia tiempo se había convertido en una zona de pesca muy buena y eso representaba un buen jornal para toda la tripulación. Javier Céspedes, el capitán, salió del puente y se dirigió a la popa del barco donde sus hombres ya estaban en plena operación de soltar las redes a medida que avanzaba el barco. Primero desde babor y luego desde estribor, fue observando como la operación se desarrollaba sin complicaciones. El mar estaba extraordinariamente transparente y se podía ver sin dificultad como los peces, atunes para ser más exactos, pasaban en grupos por debajo del barco. Eran sombras negras de perfil aerodinámico, cuya piel lanzaba destellos casi metálicos cuando giraban de forma rápida y coordinada.

La profundidad era de unos cien metros y el fondo era un banco de arena muy blanca, con lo que no era difícil poder ver cualquier tipo de presa.

Miró a Antonio, su amigo y marinero más experimentado. Éste le sonrió .

—Tendremos buena pesca, Javier. Me lo dijo Ana, la echadora de cartas del puerto…

Los cinco hombres restantes se pusieron a reír al unísono, mientras Javier volvía al puente para ir maniobrando el barco en círculo e ir atrapando el mayor número de atunes posible. Manuel, otro de sus hombres comenzaba a preparar la bodega para ir acumulando la futura captura. Cuando la red tuvo una longitud suficiente, fueron preparando los arpones con los que rematarían a los atunes a medida que se viesen atrapados y llevados hasta la borda del barco. Era una situación cómoda de pesca ya que normalmente los atunes se solían pescar en alta mar y a mucha distancia de la costa. El que estuviesen cerca permitía una pesca más fácil y barata, pues no había que hacer un periplo lejano y fatigoso para todos.

Se podía ver como los atunes saltaban fuera del agua en grupos. Eran movimientos rápidos y decididos. La actividad subacuática era muy grande. Espuma y enormes burbujas indicaban la situación exacta de los peces. Debía ser un gran banco. Quizás tendría razón la echadora de cartas.

Desde el puente, Javier tenía una vista excelente de cómo los atunes iban siendo llevados hacia el barco lenta, pero implacablemente. Sus hombres estaban animados ante las perspectivas económicas que se abrían para todos. La verdad es que el verano pasado fue bastante malo y el dinero había sido escaso. Javier le había prometido a su mujer que este año de 1945 sería el último en el oficio. Se sentía cansado, pero eso se lo decía cada año. Luego cuando se encontraba con su tripulación y otros pescadores, le resultaba muy difícil sustraerse al mar y a toda su magia. La verdad es que la pesca había sido y era su vida. Recordaba que junto a Antonio habían empezado muy jóvenes como tripulantes de barcos de altura que faenaban en la zona del Cabo de Hornos y la Antártida. Fue una vida aventurera y dura. Allí aprendieron los secretos de este oficio y a tener el olfato para saber rastrear a sus presas y encontrar sus refugios.

Tras trabajar en barcos de pesca más pequeños, pero cerca de su hogar en Buenos Aires, había podido comprar el “Matilde Rosa I”. Consiguió también que Antonio aceptase trabajar con él y la verdad es que pudieron reclutar a una tripulación muy buena, con la cual ya llevaban varios años trabajando. En el mar es esencial la máxima confianza entre los compañeros.

Al margen de la ayuda entre marineros en dificultades en el mar y náufragos, el silencio también era otra de las leyes en el mundo de los pescadores profesionales. Jamás había que decir a otros donde podía encontrarse un buen banco. La carrera por llegar hasta él podía ser despíadada y la consecuencia era perder una buena cantidad de dinero. Ya le había pasado en alguna ocasión y él también lo había hecho. Nadie estaba libre de culpa en este negocio. Sabía que otros barcos de faena también se dirigían hacia este punto. Había que actuar rápido.

Miró al cielo y comprobó que seguía siendo espléndido. Eso ayudaba. Teniendo en cuenta que se hallaban en el invierno austral, este veintidós de agosto era algo más cálido de lo habitual. El termómetro marcaba 15º centigrados. Mientras iba pensando en todo ello, algo llamó su atención. Era el silencio que había alrededor suyo. Algo pasaba. El mar estaba en calma absoluta, ni rastro del banco de atunes. Paró el motor que giraba lentamente.

Miró hacia popa. Sus hombres observaban incrédulos por ambos lados de la borda. Todo había cambiado en un instante.

—¿Qué sucede Antonio? —gritó Javier desde una de las mirillas del puente.

—Todo el banco de atunes ha pasado por debajo del barco y han ido en dirección norte —los demás asentían las palabras de Antonio—. Ha sido como un chispazo eléctrico. Nunca había visto algo así. No sé qué ha pasado

Señaló un atún que se retorcía en la red y agregó:

—Sólo este ha quedado retenido vivo. Mira esos otros.

Varios atunes estaban muertos atrapados en la maraña en que había quedado convertida la red.

—Los atunes no mueren en la red. Es muy raro. Ha tenido que suceder algo que les ha espantado enormemente hasta la muerte por asfixia.

Javier veía los cuerpos inertes de varios atunes que se balanceaban al compás de las olas. No había sangre como era habitual en una pesca de este tipo. Movió la vista desde su atalaya y algo, por debajo del agua, le llamó la atención. Se podía ver una forma inmensa, contrastada con el blanco fondo, que iba subiendo hacia la superficie. Era de color negro sin brillo alguno. De repente, unos “palos” emergieron a pocos metros del “Matilde Rosa I”. Tras los palos apareció una torre alargada y por fin el casco de un submarino. La identificación U-2193 aparecía claramente en el lateral de la enorme torre. El mar se movía alrededor de la nave y unas olas formadas por el sumergible recién llegado agitaban el pequeño pesquero.

La tripulación de Javier se había quedado muda ante la sorprendente aparición. Era claro por qué los atunes habían desaparecido ante la súbita presencia del submarino aproximándose. Javier lo miró con detenimiento y no tuvo ninguna duda de que se trataba de un submarino alemán. Sin embargo, era un modelo que jamás había visto previamente en los documentales de la guerra que se proyectaban en los cines de barrio. Era muy limpio de formas. Se ajustó su gorra de lana azul oscuro y bajó junto a sus hombres.

No se veía actividad en el submarino. De repente, una portezuela en uno de los costados de la torre se abrió y de ella surgieron varios hombres armados. Sus uniformes dejaban claro su origen alemán. Entre ellos destacaba el que parecía ser el capitán del navío, con la gorra blanca ladeada. La barba era el denominador común. Hicieron señales para que el “Matilde Rosa I” se acercase hasta ellos. Parecía que querían decirles algo.

Javier volvió al puente seguido de Antonio, con la intención de iniciar la maniobra de aproximación.

—¿Qué es todo esto, Javier. Qué está pasando? —preguntó con nerviosismo Antonio.

—No lo sé. Y por ahora no tenemos otra opción que hacer lo que nos dicen.

Javier tomó los mandos del barco, puso el motor en marcha y fue aproximando lentamente el pesquero al submarino. El tamaño de éste era descomunal junto al barco de Javier.

—La guerra terminó a principios de mayo y ahora estamos a finales de Agosto. ¡Ése es un submarino alemán! ¿Qué hace aquí!

Javier lo miró.

—Sí, es un submarino alemán y la guerra terminó hace ya tres meses. Ahora sabremos de qué se trata.

Antonio cogió unos prismáticos del puente y miró hacia el horizonte. Se podían distinguir claramente tres pesqueros más que se iban aproximando a la zona.

—Tenemos compañía —indicó Antonio.

—Seguro que son los barcos de Raúl —dijo con seguridad Javier—. Eso no importa ahora. Baja y echad un cabo hacia el submarino.

No hizo falta pues de forma rápida los submarinistas ya habían conectado su nave al pesquero. La distancia entre ambas naves era de escasos metros. Ágilmente, el que parecía ser el capitán y dos hombres más, se deslizaron por el cabo y subieron a bordo del “Matilde Rosa I”. Tras llegar hasta la cubierta, los submarinistas se llevaron la mano a sus gorras militares y saludaron a la tripulación del pesquero. Javier bajó en aquel momento. Uno de los marineros que acompañaban al capitán hizo las veces de traductor al español de lo que iba diciendo el oficial.

—Le presentamos nuestros saludos, capitán, y perdonen si les hemos causado molestias en su trabajo —comenzó el traductor tras una pequeña pausa a las palabras de su superior y continuó—: El capitán Lippsmacher y toda la tripulación del submarino alemán U-2193 solicitamos que nos escolte hasta el puerto de Buenos Aires. Deseamos rendirnos en Argentina, en la Base Naval de Mar del Plata. Nuestra tripulación consta de 52 hombres.

Javier no daba crédito a lo que oía.

—Dígale a su capitán que nosotros somos pescadores, no somos militares. ¿Prefiere que llamemos a un guardacostas?”

—No será necesario —respondió con rotundidad el capitán a través del interprete—. Nosotros les seguiremos hasta la base y allí saldrán a nuestro encuentro.

Estaba claro que esa era la decisión y poco tenían que discutir Javier y sus hombres.

—Gracias por su ayuda, capitán —se despidieron los submarinistas, tras estrechar la mano de los tripulantes del “Matilde Rosa I”.

Ágilmente volvieron a su nave y Javier retornó al puente para iniciar el nuevo rumbo. Antonio le siguió.

—Otra vez no tenemos ninguna opción. Hagamos lo que dicen —comenzó por decir Javier adivinando lo que podía comentar Antonio. El resto recogió todo el aparejo de pesca y subieron al puente donde Javier les dejó claro cual era su situación. De mala gana, todos estuvieron de acuerdo. Una buena parte de su salario se había perdido.

—¿Podemos cobrar algo por encontrar el submarino y llevarlo a puerto, Javier? —preguntó Damián, el más joven, aunque todos se hacían esta pregunta.

—No es un pecio, ni un barco a la deriva, ni abandonado por su tripulación. Por lo que veo es un submarino en orden de combate, que se rinde y que nos solicita “escolta” —recalcó esta palabra—. Nada más. Y por ello, no tenemos derecho a nada. A mí tampoco me gusta perder dinero, pero así es como están las cosas —concluyó Javier.

Las caras de los presentes reflejaban una cierta consternación, pero no tuvieron más remedio que aceptarlo.

Durante todo ese tiempo, los otros pesqueros que se habían divisado a lo lejos ya estaban en la zona. Por medio de luces uno de ellos preguntó cual era la situación. Antonio tomó el potente foco y respondió, indicando que se dirigían a la base militar argentina. Ante lo extraordinario de la situación, los otros barcos también se unieron a la comitiva.

En la cubierta del submarino se podían ver a bastantes tripulantes que descansaban, tomaban el aire, el sol y hablaban entre ellos. No parecían preocupados por la unión de otros pesqueros al grupo. En la torre de submarino se veía al capitán Lippsmacher y otros hombres que miraban con prismáticos en todas direcciones. Junto a ellos se podían apreciar las dos torretas con armamento anti-aéreo, enfocadas una a proa y otra a popa. Era un submarino muy moderno y totalmente diferente a lo que Javier conocía. Le llamaba mucho la atención el elevado número de antenas o “palos” que surgían de la torreta. Llegó a contar hasta seis. Aparte del periscopio y la antena de la radio, a Javier no se le ocurría que podían ser los demás y su posible uso.

image

El U-2193 fotografiado entrando a la Base Naval de Mar del Plata, Argentina

De forma muy elegante, el submarino avanzaba a la velocidad de los pesqueros. Emitia un débil zumbido, como el de una turbina y apenas dejaba rastro tras él. Tampoco emitia gases de escape, ni humo. Llevaban ya dos horas navegando todos juntos y la costa argentina se distinguía claramente. La base quedaba a las afueras de la capital, hacia el este. Javier calculó que en unas cuatro horas podían llegar hasta allí. De repente, la silueta de un avión acercándose desde el oeste, se apreciaba nítidamente en el horizonte. Claramente venía de la costa argentina. La tripulación del submarino señaló en esa dirección.

Ya más cerca, se podía apreciar que se trataba de un hidroavión militar. Dio dos vueltas sobre todo el grupo, mientras la tripulación del submarino saludaba agitando los brazos. La nave alemana fue perdiendo velocidad, hasta que se detuvo. El avión amerizó muy cerca del submarino. Del avión se lanzó un bote neumático que fue abordado por tres hombres. La operación era observada por Javier a través de sus prismáticos. Uno de los hombres llevaba el uniforme de la marina argentina y los otros dos de la aviación. Remando con decisión llegaron al poco rato al submarino, desde donde se les lanzó un cabo de sujeción. Dos de los hombres subieron a bordo, mientras el tercero aguardaba en el bote. Entraron en la nave alemana. Poco después uno de los hombres salió y embarcó en el pequeño bote, que rápidamente regresó al avión. A bordo del submarino se había quedado el representante argentino de la marina.

—Parece que ya habían informado a los militares desde el submarino… —indicó Manuel que también observaba la escena desde el puente—. Ése que ha subido seguramente es un práctico, que guiará al submarino hasta la base ¿qué opinas, Javier?

Javier permanecía en silencio mientras seguía observando atentamente toda la operación.

—Sí, creo que tienes razón. En estos momentos el submarino ya está en manos argentinas. Veamos cual es el siguiente paso, aunque lo puedo imaginar.

El hidroavión puso sus motores en marcha y lentamente se aproximó al “Matilde Rosa I” navegando sobre el mar. El submarino ya había iniciado su marcha hacia la costa argentina, tras despedirse de los pescadores. Desde la cabina del avión y por medio de luces se les indicó que abandonasen la zona y que continuasen con su trabajo. El asunto ya era de jurisdicción militar. Tras el mensaje, el piloto aceleró sus motores y el avión recorrió una cierta distancia hasta que despegó del mar sin dificultad.

Lentamente todos volvieron a su rutina diaria en el mar. Nada más podían hacer. Tenían mal sabor de boca, como de algo injusto. Pero sobre todo ello, flotaba la pregunta: ¿qué hacia un submarino alemán de aquellas características tres meses después de acabada la contienda?