El 1 de octubre de 1946 amaneció con bruma y con un viento de componente norte muy frío. El mar parecía tranquilo en aquella zona, aunque el servicio meteorológico informaba de tormentas que iban viniendo desde el norte y que habían causado algunos problemas en la costa canadiense y en Nueva Inglaterra.
El submarino tenía todo el avituallamiento a bordo y parecía que estaba en orden. La tripulación mostraba optimismo y con ganas de llevar a cabo la misión y regresar lo antes posible. El reloj indicaba las cinco de la mañana y era el momento de partir. El alto mando había permitido el acceso a las familias de los hombres de Patrick. Así se lo había solicitado al vice-almirante Clark y éste estuvo de acuerdo. Betty también estaba allí y además había llegado en el mismo coche que Clark. Clark le guiñó el ojo a Patrick ante la sorpresa de éste por la llegada en común.
Patrick estaba en el muelle junto a la pasarela y sonrió al ver a Betty que fue hacia él. Se abrazaron. Ya no había por qué ocultar su relación. Hablaron entre ellos en voz baja, como guardando un gran secreto. Todos los demás también se fueron despidiendo de sus familiares y subiendo a bordo. Clark se acercó a Patrick
—Capitán Malone, quiero que regrese ¡Es una orden!
También se abrazaron en la despedida. Todos sus hombres sabían que ambos habían sido familia política, por lo que no les resultó extraño aquel abrazo. Luego, Clark subió a la cubierta del submarino donde estaba todos en fila esperando poder despedirse del vice-almirante. Clark los fue despidiendo uno a uno con algunas palabras a cada uno de ellos. El vice-almirante abandonó la cubierta y bajó por la pasarela. Los marineros en tierra soltaron las amarras que mantenían el submarino junto al muelle y éste, de forma lenta, se fue separando del mismo.
Empezaba el viaje.
Patrick observaba desde la torreta cómo el submarino se iba separando del muelle y cómo el pequeño grupo desde tierra agitaba sus manos en señal de despedida. Ellos también se despedían moviendo sus brazos. Patrick tenía un nudo en la garganta, pero ahora estaba todo en marcha, tenía que concentrarse en su trabajo. Los familiares en el muelle se iban haciendo cada vez más pequeños a la vista a medida que el submarino iba ganando distancia. Pronto enfiló con majestuosidad la amplia rada de la base y el mar abierto apareció ante ellos.
—Seguimos en la torre, Kenneth. Indica rumbo 3-1-7.
Kenneth avisó a través del sistema de audífono la orden de Patrick.
A pesar de que el día era gris, el sol intentaba abrirse paso entre las densas nubes. Era un espectáculo muy bonito en otras circunstancias, pero no para aquellos hombres. La costa aparecía cada vez más lejana y Patrick había decidido entrar en mar abierto y alejarse al máximo de la costa americana en dirección hacia España, tal como se acordó en la reunión con Clark. A unas 20 millas de la costa, decidió la inmersión de la nave y seguir así en la mayor parte del viaje mientras cruzasen el océano Atlántico. Los motores diesel ventilados con el snorkel, sonaban muy bien y llevaban el submarino a una velocidad de unos 16 nudos, algo por debajo de su velocidad máxima de 18 nudos. La excelente hidrodinámica ayudaba mucho en la obtención de esas altas velocidades en inmersión.
Un excelente aroma a pancakes y café dominaba toda la estancia junto a la cocina. Allan Perkins, el cocinero, se había esmerado en ofrecer el primer desayuno a bordo. La mesa ya estaba puesta con el sirope y la mantequilla que acompañaban a los pancakes.
—Haremos dos turnos en las tres comidas a bordo —Patrick extrajo un papel de su chaqueta—. Ya lo comentamos en alguna ocasión, pero lo repito para que no haya dudas. El primer turno lo componen Bert Eklund, Peter Wiggins, Georg Böse, Stan White, Roger Blaufen, Johnny Allen y John ‘bullet’ y el segundo turno Kenneth Miele, Wolfgang Reith, Tex Jenkins, Cliff Tubb, Dave Holms, George Connors, Eric Jones, Allan Perkins, el dr. Hill y yo mismo. Así lo mantendremos todo el viaje. Me interesa que siempre haya alguien en activo en cada zona. Kenneth os dirá los turnos previstos de trabajo durante la travesía.
Todos asintieron a las explicaciones. Eran pocos y era cómodo para todos, no representaba ningún problema cómo se planteaban los turnos.
Mientras el primer grupo tomaba el desayuno, Patrick miraba a través del periscopio. Todo estaba bien y el radar tampoco detectaba ninguna incidencia relevante. Durante la mañana captaron varios barcos mercantes que se dirigían a la costa americana.
—Con toda seguridad se dirigen hacia el puerto de Nueva York —explicó Kenneth Miele, quien, como siempre, estaba enterado de todo.
Patrick sonreía a los comentarios de Kenneth, pero le tenía un profundo respeto y una confianza absoluta. Había pensado en muchas ocasiones que si un día le faltaba Kenneth a bordo, le sería muy difícil su labor.
—Capitán —la voz de John sonaba metálica a través del interfono— ruego que venga a la sala de radio.
Patrick y Reith se presentaron a los pocos instantes.
—¿Qué sucede, John?
—Reith debe enviar el mensaje con la máquina ENIGMA a la Base 211. Son las 11.00 AM y tal como me dijo, le aviso.
—Muy bien, John.
—También he enviado el mensaje al vice-almirante Clark informándole de nuestra situación.
John había hecho un buen trabajo y Patrick había delegado en él todo el asunto de los mensajes a las bases, con unos horarios estrictos. Reith tomó asiento frente a la máquina y se puso un papel frente a él con el mensaje que quería enviar. El mensaje indicaba la posición del submarino y algunos detalles de a bordo sin más interés. Lo que importaba era demostrar que el submarino seguía en activo y que pronto estaría en la Antártida de nuevo.
Los días fueron pasando sin contratiempos y la nave avanzaba a buen ritmo. Se cruzaron con numerosos barcos de todo tipo que no repararon la presencia del submarino que seguía su viaje en inmersión. Como ya les había pasado en la travesía desde Buenos Aires, la comodidad interna que ofrecía era absolutamente increible. Además, ya se habían hecho perfectamente al funcionamiento de todos los aparatos internos y sistemas de navegación. Los mensajes iban saliendo y llegando sin problemas. En uno de ellos, Reith solicitaba permiso a la Base 211 para repostar en África del Sur en uno de los barcos mercenarios que vendían combustible y víveres en aguas internacionales a todo aquel que pagase en efectivo. Habían calculado que estarían allí a mediados de noviembre. La base, a través de sus hombres en África de Sur, prepararía todo lo necesario para efectuar la carga en alta mar. A Patrick le parecía increible que desde la base alemana en la Antártida se contestase a los mensajes. No podía imaginar cómo vivía aquella gente allí. Pero estaba claro que contestaban y mostraban interés por el submarino y su pronta llegada a la Base 211.
La costa española ya quedaba a vista de periscopio. Tenían frente a ellos el Cabo Finisterre. Pronto pasarían frente al puerto de Vigo en Galicia, que había dado cobertura logística a los submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y había sido un hervidero de espías de todos los contendientes, que observaban qué naves entraban y salían de ese puerto, para luego informar a sus respectivos estados mayores. Había sido un secreto a voces que España daba esa cobertura a Alemania.
El calendario marcaba 24 de octubre de 1946 y Patrick iba anotando en el cuaderno de bitácora las pocas incidencias que iban pasando en aquel monótono viaje. Él prefería que fuese así, pues no tenía ningún interés en enfrentarse a nadie en medio del mar. Hubiese sido muy difícil para el gobierno de los Estados Unidos explicar la presencia de ese submarino con tripulación americana y con todos sus estandartes alemanes, en el caso de que fuesen capturados. En todo caso, Patrick tampoco olvidaba que como había dicho el vice-almirante Clark, ellos eran alemanes a todos los efectos. Era la misión más complicada que había hecho Patrick en toda su experiencia militar y desde luego, le marcaría a él y todos y cada uno de sus hombres para el resto de sus días.
Kenneth se acercó a él con dos humeantes tazas de café. Le ofreció una que Patrick aceptó con una sonrisa.
—Gracias, Kenneth.
—Ya está anocheciendo ahí fuera —Kenneth se sentó en su puesto en el puente—. ¿No te parece que puede ser bueno salir y navegar en superficie? Los hombres lo necesitan y casi no hemos disfrutado de aire fresco en todo el viaje.
—Tienes razón. Perdona, pero tengo la cabeza pensando en otras cosas. Me parece una buena idea —giró hacia Bert Eklund y Peter Wiggins en los timones—. Llevadnos arriba —se puso su gorra al revés—. Arriba periscopio — Kenneth accionó el mando hidráulico y el periscopio quedó frente a Patrick, con un zumbido suave. Recorrió en redondo toda la superficie alrededor de la zona donde pensaban emerger—. Adelante, no hay problema. Mantened el rumbo y ¡abrigaos!
—Aprovecharemos para revisar algunos conductos de la cubierta.
Kenneth siempre tan previsor, pensó Patrick tras escuchar a su compañero. Todos agradecieron estar un rato fuera. Un cigarrillo en ese momento sentaba muy bien. Sólo quedaban dentro del submarino Peter Wiggins a los timones, Tex Jenkins en la sala de máquinas y Eric Jones en la sala de radio. John ‘bullet’ cogió agua de mar con un pequeño cubo atado a un cabo. Se pasó agua por el rostro.
—¡Necesitaba un poco de agua de mar en mi cara!
Los demás rieron por la ocurrencia.
—Tu no eres un lobo de mar, ‘bullet’. Sólo te gustan tus aparatos de radio y estar allí metido —riendo, Johnny Allen aprovechó la situación para meterse con ‘bullet’. El estallido de risas fue estrepitoso. El agua del pequeño cubo salió disparada hacia Allen, que se apartó a tiempo yendo a parar a la cara de Stan White. Totalmente sorprendido, éste se dió cuenta enseguida de lo sucedido y salió tras ‘bullet’, quien tropezó y cayó pesadamente sobre la cubierta.
—¡Maldito cabrón! —rugía White, mientras se abalanzaba sobre ‘bullet’.
—Ya es suficiente, muchachos —intervino Patrick tratando de separarlos—. Seguro que se os oye en Portugal. Nos van a descubrir con vuestros gritos.
Tras unos segundos, se separaron. No hubo más problemas y los dos contendientes sobre la cubierta reían a mandíbula batiente. Todavía estuvieron una hora más sobre la cubierta. Los tres que estaban en sus puestos fueron sustituidos para que también disfrutasen de la situación. El ruido del agua acariciando el casco de la nave en su avance era monótono, por lo que no era difícil caer en un profundo sueño. La temperatura no era desagradable y el mar estaba en calma.
La costa de Portugal era prácticamente recta de norte a sur, excepto frente a Lisboa, que formaba un inmenso saliente. Se mantenían a unas 14 millas de la misma, lejos de la posibilidad de una posible estación de radar. Desde luego, Portugal no disponía de ingenios tan adelantados en ese momento por lo que Patrick no se mostraba especialmente preocupado. El radar de a bordo indicaba el camino libre para la navegación nocturna en superficie. Los hombres ya habían regresado al interior, el turno de guardia se incorporó a sus puestos y los demás fueron a dormir. Habían acordado repetir la experiencia siempre que fuese posible. De hecho, cuando llegasen al continente africano la temperatura sería muy superior y quizás apetecería permanecer más rato en cubierta.
Pasaron frente a Porto, Espinho, Avero y luego se fueron alejando de la costa para evitar el saliente en el mar que representaba el enorme delta del río Tajo. Durante el día volvieron a viajar en inmersión. Sólo el periscopio les permitía observar lo que iban dejando atrás. Todos estaban muy tranquilos ya que hasta ese momento no habían tenido ninguna emergencia, pero la proximidad de Gibraltar no le hacía ninguna gracia a Patrick, ni a los alemanes, que conocían perfectamente la conocida base militar en el peñón.
El Cabo de Sáo Vicente, el punto más suroeste de Portugal fue quedando atrás, con el inmenso Golfo de Cádiz a babor. Patrick indicó el rumbo sur, hacia las Islas Canarias, totalmente alejado de la costa sur de España y sobre todo de Gibraltar. La voz de John sonó como siempre metálica en el interfono.
—Capitán, detecto un grupo de barcos a unas 30 millas.
—¿Qué rumbo siguen? —preguntó Patrick con cierta preocupación.
—Vienen en nuestra dirección —respondió ‘bullet’.
Los hombres apretaron los dientes. Aquello podía ser feo.
—¿Cuántos son, John?
—Seis, capitán. Y uno de ellos parece un portaaviones con el grupo de barcos de defensa. Destructores.
—¿Nos han captado?
—No lo creo, capitán. Ni se imaginan que estamos aquí abajo.
Tras unos instantes, Patrick tomo el el interfono:
—¡Allen, prepare los tubos!
Kenneth se acercó a Patrick.
—Pero ¿qué va ha hacer, capitán?
—No correr riesgos, Kenneth. Nuestra misión debe seguir adelante y si estos barcos nos descubren podemos tener problemas y debemos defendernos. Hemos de poder llegar a la Antártida —luego se dirigió Bert Eklund—. Toma rumbo 1-9-5 e intenta sacarnos de aquí. ¡Rápido!
Se dirigió al periscopio.
—Izad periscopio.
Kenneth observaba a Patrick y sabía que podía confiar en él, aunque en ese momento la situación era muy diferente a una escenario normal de combate.
Reith en la mesa de mapas iba anotando los datos que iba indicando Patrick y que eran suministrados por John ‘bullet’.
—¿Marcación?
—Trescientos cincuenta, capitán
—¡Abajo periscopio. Distancia 9.100. Ángulo de inclinación, cinco estribor.
Los datos fueron transferidos rápidamente al mapa sobre el que trabajaba Reith.
—John ¿cuánto tardarán en llegar aquí? ¿Cuál es la distancia de su derrota? ¡Timonel, profundidad ochenta y cinco metros!
Patrick se limpió el sudor que recorría su frente.
—¡Toda la caña a estribor, gobierna al sesenta!
—¿Cuál es el tiempo, John?
—Estarán muy cerca de nosotros, con el nuevo rumbo, en 17 minutos.
—Gracias, John” —Patrick giró hacia Kenneth—.Creo que no nos verán. Hay mucha distancia.
Kenneth parecía más tranquilo.
—Excelente. No tengo ganas de hundir un barco seguramente británico.
El submarino llegó a los cien metros de profundidad sin dificultad y continuó con su rumbo de alejamiento de la formación naval.
—¡Dos barcos vienen en nuestra derrota, capitán! —rugió John ‘bullet’ por el interfono.
—¡No puede ser! —exclamó Patrick mirando a Reith.
Kenneth y Böse junto a Patrick denotaban ansiedad en sus rostros tras la súbita noticia.
—¡Máquinas, turbinas en marcha! ¡Máxima velocidad! —bramó Patrick—. John ¿cuál es la marcación?
—Trescientos cincuenta y uno.
Reith mostró sobre la carta la nueva situación.
—Son muy rápidos, capitán. Su velocidad es de 22 nudos. Estarán sobre nosotros en nueve minutos.
La tensión iba creciendo por segundos.
—¡Cargas, capitán! —gritó John.
Todos quedaron como hipnotizados tras esta información. Pasó el tiempo. De repente, el ruido enloquecedor de las cargas que iban estallando a un ritmo determinado y cada vez más cerca. Todos sabían que la fiesta estaba apenas empezando. Con cada carga primero sonaba un ‘clic’, al chocar contra el submarino la primera onda expansiva. Después el ruido de la explosión, seguido de un prolongado rumor de agua pasando por el casco y la cubierta. El espacio de tiempo entre el chasquido inicial y la explosión les daba una idea aproximada de la distancia a la que había estallado la carga. Si ambas se perciben cerca, la cosa se está poniendo fea. Si son simultaneas, se trataría de un impacto directo. Todos lo sabían a bordo.
El U-2193 era un submarino robusto y su casco estaba sólidamente construido, pero la conmoción de las explosiones lo zarandeaba como si estuviese hecho de hojalata.
—¡Bert baja a 250 metros o nos van a matar! —gritó Patrick.
—No puedo, capitán, el sonar indica que vamos navegando a ras de fondo. Tenemos un margen de cinco metros. No sé cuando ganaremos fondo.
La noticia no podía ser peor. Sólo estaban a unos noventa metros de la superficie y eso para las nuevas cargas desarrolladas después de la guerra, no era un problema.
Patrick agarró el interfono:
—¡Sala de torpedos! Preparad dos torpedos del tipo LUT. ¡Hemos de parar esta mierda! Y que Dios me perdone…
El submarino seguía zarandeándose y no podía disparar sus torpedos en ese momento. A cada explosión todos salían despedidos, con lo que no podían apoyarse contra nada que estuviese en contacto firme con el casco. Todo el submarino se estremecía, las enormes cuadernas de acero resistían, pero las tuberías, tubos de ventilación y mecanismos de todo tipo entraban en tal nivel de vibración que amenazaban con desprenderse del techo y de las mamparas. El aire acondicionado y la ventilación no funcionaban en ese momento para evitar ruidos, con lo que la temperatura subió enseguida a unos 35º. Era un infierno.
Eric Jones de la Sala de Radio se sintió enfermo y vomitó sobre un cuenco, que se desplazó y cayó sobre el suelo. Alguien le tiró un trapo, pero no le alcanzó y se quedó en medio del pasillo. La palomilla de una válvula salió disparada, rebotó dos veces en el piso metálico y resonó de forma espectacular en el silencio producido entre dos explosiones. Luego fue a parar al orificio donde se escondía el periscopio, repiqueteando en las paredes de acero del mismo hasta que, en un apagado chapoteo, cayó sobre el agua de la sentina. Peter Wiggins, en un alarde de malabarismo, logró extraer la pieza. Luego empezó un silencio irreal.
Parecía que la primera carga había pasado y se había ganado algo en profundidad, hasta los 110 metros.
—Salas, control de daños —solicitó Patrick.
Uno a uno llegaron las respuestas de que no había daños. El submarino había aguantado bien el primer castigo. Patrick miraba hacia arriba.
—Si continúan con la caza, no los podremos dejar marchar. Tenemos los tubos con los torpedos preparados y no voy a dejar que nos hundan sin más.
—Siguen encima nuestro, capitán —indicó ‘bullet’, pegado a sus auriculares. El silencio a bordo, mientras seguía la marcha a 18 nudos, era absoluto.
—Los estamos dejando atrás, capitán —informó ‘bullet’ al cabo de unos minutos eternos.
Patrick lo tuvo claro.
—Bert, a la vez que nos alejamos con rumbo sur, sube y sitúate a profundidad de periscopio.
Cuando la nave llegó a esa profundidad, la orden era obvia.
—¡Arriba periscopio! —Patrick hizo un barrido en redondo y pronto localizó a los dos barcos, que seguían con la búsqueda.
Ya estaba anocheciendo y eso ayudaba.
—¿Marcación?
—Cuarenta y cinco, capitán —respondió ‘bullet’ sin dudar—. Ángulo de inclinación, cinco estribor.
—Vamos bien, vamos bien —repitió Patrick, como hipnotizado mirando a través del periscopio—. Un momento. ¡Están cambiando el rumbo y vienen en nuestra derrota! Máquinas más velocidad.
La voz de Stan White sonó clara:
—Podemos ganar un nudo más, pero las máquinas van a tope, capitán.
—De acuerdo, Stan, mantén esa velocidad máxima —Patrick seguía mirando por el periscopio.
—¡Cargas, capitán! —bramó ‘bullet’.
Se iban oyendo las explosiones todavía lejos, pero acercándose. De repente, las cargas dejaron de sonar.
—Las hélices de los destructores se van moderando, capitán. Marcación 0-7-0 —informa ‘bullet’—. 0-6-5, capitán. ¡Las hélices aumentan revoluciones! Ángulo de inclinación 90 babor, distancia 2.000.
Patrick no podía dudar en ese momento.
—¡Toda la caña a estribor, babor avante toda, Bert!, gobierna al ciento sesenta y cinco, avante despacio. ¡John, canta las marcaciones constantemente!
—0-1-0, 0-2-0, distancia mil cien, capitán —‘bullet’ hacía su trabajo bajo la máxima presión.
La voz de Patrick sonó clara en la Sala de Torpedos:
—¡Atención a proa! Lo veo bien… Marcación… siete y medio. Distancia, mil. Inclinación, cinco babor. ¡Aquí vienen otra vez! Marcación… siete. Ángulo de giróscopo, uno derecha. Atentos…, seis…, cinco y medio… ¡fuego tubo uno!
El primer torpedo LUT salió con la máxima furia hacia su presa.
—Torpedo disparado eléctricamente, capitán —informó lacónicamente proa—. Siguiente tubo preparado, señor.
Patrick se pasó la manga de su camisa por la cara. El sudor le caía a borbotones. Kenneth giró hacia él, tras hablar con Reith.
—El torpedo navega en marcación cero, capitán. Coincide con la marcación del blanco y le alcanzará en 67 segundos.
—Bien… —Patrick respondió casi en voz baja.
Todos escucharon claramente la explosión y Patrick vió como el barco alcanzado comenzaba a escorar. Era su fín. Los torpedos alemanes LUT no necesitaban apuntar al barco objetivo, ya que los seguían con un sonar muy sofisticado.
El siguiente destructor se detuvo para ayudar a los marineros que saltaban por la borda del barco, intentando salvar al máximo número de ellos. El U-2193, aprovechó la situación para desaparecer de la zona sin dejar rastro.
—Seguramente eran ingleses y ahora habrá una queja internacional.
—¿Contra quién, Kenneth? ¿Quién ha sido? ¿Los rusos? —contestó Patrick, que se había sentado en su silla y parecía muy dolido por lo acontecido—. No me siento orgulloso por lo que acabamos de hacer, pero nuestra misión está por encima de un destructor —pareció recuperarse momentáneamente.
—Has cumplido con tu deber. Si te sirve de consuelo, yo hubiese hecho lo mismo—Kenneth trató de animar a Patrick—. El resto de la tripulación piensa lo mismo. No te preocupes más. La misión sigue y eso es lo importante.
Tras informar con la máquina ENIGMA a la Base 211 de la batalla ocurrida y al vice-almirante Clark del hundimiento de un barco aliado, la más oscura de las noches se tragó al submarino en su escape hacia el sur.
La costa de Marruecos quedaba a babor del submarino. De nuevo navegaban en superficie gracias a la protección que daba la noche.
—Estamos a unas 200 millas del Archipiélago Canario, capitán —señaló Reith, mientras mantenía firma la hoja del mapa en el que señalaba la posición del submarino y las Islas Canarias. El viento era ligero en la torre, aunque agradable. La temperatura era de unos 24º centígrados.
—Gracias, Reith —Patrick apuró su cigarrillo—. No sé que pensará del hundimiento del barco inglés de la otra noche… El vice-almirante Clark nos ha confirmado que era una flota británica de regreso a Gibraltar y hemos hundido el destructor HMS Brighton. La mitad de la tripulación pudo salvarse.
Böse y Kenneth escuchaban también las palabras de Patrick.
—Sólo puedo pensar que ha cumplido usted con su deber, capitán Malone. En nuestras circunstancias y con la misión que debemos efectuar, no teníamos otra opción que hundir a ese barco. Piénselo al revés, capitán: si nos hubiesen hundido o capturado, se hubiese puesto en peligro toda la Operación Highjump. Usted sabe que hay veces que la razón de estado está por encima de las vidas humanas.
Patrick miró con frialdad a Reith.
—Es fantástico lo insensibles que son ustedes. No lo puedo entender. Le puedo garantizar que toda mi vida me acordaré de esta noche y de los marineros saltando por la borda, mientras el destructor incendiado se escoraba sin remedio y se iba hundiendo irremisiblemente.
—Eso es lo que yo pienso y usted es quien me lo ha preguntado —replicó con toda lógica Reith—. Yo nunca le hubiese comentado lo sucedido. Ni a usted ni a nadie. Ni siquiera lo había comentado con Böse y él tampoco ha dicho nada a nadie. Seguimos siendo soldados y no nos cuestionamos las órdenes. Simplemente obedecemos.
—Queda claro, Reith —cortó Patrick—. A veces olvido que quizás ustedes son más profesionales y seguramente más fríos que nosotros, pero entienda que me choca.
Kenneth intervino, quitando hierro a la conversación.
—Esas luces son de la ciudad de Essaouira. Ya nos queda poco para poder estirar las piernas en tierra.
—¿Qué ciudades hemos de sobrepasar, Kenneth? —preguntó Patrick.
Éste, sobre el mapa de Reith, le indicó una a una cuáles eran:
—Hemos de pasar frente a Agadir, Tiznit, Tan-Tan y Tarfaya. A partir de ese punto tomaremos rumbo oeste, frente al Sahara español y concretamente la ciudad de El Aaiun, que además es base militar española de las tropas africanas coloniales del general Franco, y por lo tanto progermanas. La isla objetivo es Hierro, que es la situada más al sudeste del archipiélago. Aquí.
Señaló la pequeña isla en el mapa. El plan de navegación indicaba una parada técnica y de aviso a los espías y soplones germanófilos que aún se movían por España en la Isla del Hierro y específicamente en el puerto de La Estaca. Allí se reabastecerían de provisiones frescas y se dejarían ver lo suficiente.
La nave trazó el rumbo oeste tras pasar entre la costa de Marruecos y las islas españolas de Lanzarote y Fuerteventura. El radar captó el vuelo de un Junkers Ju52 del ejército español en vuelo desde El Aaiun hasta Fuerteventura. No hubo más incidencias remarcables excepto la presencia de barcos pesqueros marroquíes de pequeño calado, a cierta distancia, y que no representaban ninguna amenaza. Pasaron junto a la costa sur de la isla de Gran Canaria y ya quedaba la siguiente escala, que sería El Hierro y concretamente el puerto de La Estaca.
Amanecía cuando divisaron el pequeño y tranquilo puerto de La Estaca. Era un puerto de pescadores, rematado con varias casas y poco más. Varias mujeres reparaban unas redes junto al muelle. Una pequeña guarnición parecía situada en lo alto de un pequeño promotorio que dominaba todo el puerto.
—Creo que allí hay militares. ¿Qué crees tú Kenneth? —Patrick se apartó del periscopio y Kenneth miró a través del mismo—. Seguro que es un pequeño destacamento contra los contrabandistas. No se esperan algo como nuestra visita. Tenemos el factor sorpresa de nuestro lado. No me preocupan y además serán los voceros de nuestra presencia aquí.
—OK, me parece bien, Kenneth —cogió el interfono—:Sala de Torpedos, necesito en el puente a Dave Holms y a George Connors.
Al poco rato, ambos hombres hacían acto de presencia en el puente.
—Mientras estemos en el puerto, estaréis al cargo de las dos torres artilleras en la torreta y nos cubriréis si surge alguna emergencia.
—Muy bien, capitán.
Los dos se dirigieron a sus puestos de combate y prepararon las potentes baterias gemelas de 30 mm. El submarino emergió a poca distancia del puerto con la consiguiente sorpresa de las pocas personas que estaban en el mismo. Fue acercándose hasta situarse a una distancia de unos 150 metros del muelle. Desconocían la profundidad del puerto y no querían quedar embarrancados.
Con sus uniformes alemanes y las armas reglamentarias, Kenneth Miele, Roger Blaufen, Wolfgang Reith, Georg Böse y Patrick subieron al bote neumático que ya estaba amarrado en el costado del submarino y remando con decisión llegaron hasta una escalera de piedra que se sumergía en el mar. Subieron por ella y se dirigieron hacia la primera casa que aparecía a su derecha. Parecía una pequeña tienda de comestibles. Varias personas se habían congregado junto al muelle observando todo lo que sucedía, con rostros de sorpresa. Georg Böse tenía bastantes conocimientos de español y se dirigió hacia una mujer que acababa de salir de la tienda.
—Buenos días. Necesitamos víveres y otros suministros para nuestra tripulación. ¿Puede ayudarnos?
La mujer estaba sorprendida por la visita de aquellos militares, pero contestó afirmativamente. Kenneth y Patrick se habían quedado fuera, en contacto visual con el submarino. La gente les observaba con curiosidad, pero sin rechazo.
El sonido de un vehículo llamó la atención de todos. Un pequeño camión militar bajaba renqueando por un estrecho camino de tierra, en dirección al puerto. Llegó hasta la tienda y se detuvo. Un atolondrado y joven cabo y tres soldados bajaron y se dirigieron hasta los supuestos alemanes. Con mucho nerviosismo el cabo fue hacia Patrick.
—¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? La guerra terminó hace mucho tiempo.
Patrick puso cara de no comprender nada y Böse apareció en ese momento.
—No se preocupe cabo. Sólo deseamos adquirir unos suministros para la tripulación y seguir nuestro camino.
—Pero ustedes son alemanes y Alemania se rindió en 1945 —insistió el joven cabo—. ¿A dónde se dirigen?
Böse, con aire tranquilo, continuó:
—No puedo informarle, cabo. Comprenderá que nuestra misión es militar. Le repito que sólo queremos unos suministros y seguir nuestro viaje.
—Están ustedes en territorio español, con bandera de combate extranjera y eso merece una explicación oficial.
—Y ¿de quién piensa recibirla, cabo? ¿Del gobierno de Hitler?
Böse comenzaba a impacientarse con aquel entrometido cabo. La mujer salió en aquel momento ayudada por dos hombres, que portaban unas 10 cajas, que dejaron junto al muelle.
—Aquí tiene, oficial. Son en total 126 pesetas.
—¿Me permite? —dijo Böse apartando al cabo español. Sacó un fajo de billetes de diversas divisas, entre ellas moneda española, con la que efectuó el pago—. Muchas gracias, señora.
El cabo sacó su arma reglamentaria.
—Deberán acompañarme ahora —ordenó muy nervioso.
Los soldados a sus órdenes estaban perplejos por el desarrollo de aquel asunto, que sobrepasaba su tranquila vida allí. Patrick y los demás sacaron el seguro de sus MP40. Había mucha tensión en aquel momento y cualquier error provocaría una masacre.
—No haga tonterías, cabo —Böse se giró hacia el nervioso cabo—. Es una simple compra. Hemos dado un poco de negocio al pueblo y ahora queremos seguir nuestro viaje.
En un descuido y a la velocidad del rayo, Böse desarmó al atribulado cabo. Sus hombres también fueron desarmados rápidamente, aunque no ofrecieron resistencia.
—Ahora voy a atarles y cuando nos hayamos ido, les podrán desatar y seguir con su labor de vigilancia. No queremos hacerles ningún mal —Böse solicitó una cuerda en la tienda, que rápidamente le fue entregada—. ¿Cuánto es, señora?
—Quince céntimos, oficial —Böse procedió al pago y luego, junto a sus compañeros, ató a los soldados españoles.
Después de dos viajes de la balsa neumática, los viveres y suministros fueron trasladados a bordo y todos volvieron a sus puestos en el submarino. El pueblo de La Estaca fue alejándose de su vista.
—No tengo ninguna duda de que se sabrá de nuestra presencia aquí —dijo Kenneth mirando a través de los prismáticos.
Patrick parecía pensativo:
—Seguro que se sabrá. En ese aspecto hemos cumplido con nuestra misión. Lo que me preocupa es que el hundimiento del destructor inglés pueda ser relacionado y achacado a un submarino alemán y eso abre demasiados interrogantes a nivel mundial.
En aquel momento Reith y Böse se incorporaron al grupo en el exterior de la torreta del submarino.
—Ha hecho un trabajo excelente, Böse. En nombre de todos quiero agradecerle su profesionalidad y sentido del deber.
Böse sonrió mirando a todos los presentes.
—Tuve claro que no quería un enfrentamiento armado con aquellos pobres chicos. Cualquiera de nosotros hubiese hecho lo mismo. Por cierto, capitán, hoy tenemos una ensalada sensacional que nos ha preparado Perkins con las provisiones frescas que trajimos a bordo.
—Es una magnifica noticia. Muy bien, no le hagamos esperar, señores.
Patrick bajó por la escotilla en cabeza de todo el grupo, ordenando al primer turno que ya podían ir a comer. Luego dirigiéndose a Kenneth ordenó inmersión y continuar así el viaje bordeando la costa africana.
El rumbo sur continuaba sin problemas y los informes al vicealmirante Clark salían y llegaban de forma periódica. Clark parecía contento con las noticias y el desarrollo hasta ese momento del viaje. También se emitían mensajes a la Base 211, con las novedades que iban sucediendo. Todo iba correctamente y no parecían sospechar nada raro. El submarino pasó frente a las costas de Mauritania, Senegal, las posesiones portuguesas de Cabo Verde, la Guinea Española y Sierra Leona. En ese punto la ruta trazada se alejaba mucho de la costa y seguía entre la costa africana y las islas de bandera británica de Ascensión y Santa Elena. Pasaron la línea del Ecuador terrestre en ese punto y lo celebraron con una pequeña fiesta a bordo, como era tradición marinera en cualquier barco. El vice-almirante Clark les envió un informe en el cual no sólo se les indicaba que su presencia en las Islas Canarias había sido detectada, sino que los ingleses habían relacionado el hundimiento del HMS Brighton con el U-2193. Y tal como se temía Patrick, Inglaterra había iniciado la búsqueda del submarino. Debían de evitar cualquier posesión inglesa en su camino. Eso podía complicar el viaje.
Evitaron en más de 500 millas de distancia las dos islas británicas y prácticamente ya estaban frente a las costas de Namibia. Era una zona relativamente amiga, ya que la población alemana era amplia. De todas maneras, evitaron cualquier contacto con la costa y siguieron rumbo a África del Sur. John ‘bullet’ mandó un mensaje con la máquina ENIGMA a la Base 211, para avisarles de su llegada a la zona y que preparasen todo lo necesario para encontrarse con uno de los barcos mercenarios que les sumnistraría combustible y otras provisiones. No había ningún problema, pero la base añadía la petición de que subiesen a bordo tres ingenieros alemanes que habían estado de descanso en África del Sur y los trajesen hasta la Antártida. Estarían en el mercante nodriza. La petición fue una sorpresa, pero Patrick no podía negarse a ello y se envió un mensaje confirmando la solicitud.
Fueron cruzándose con numerosos barcos pesqueros que salían de los diferentes puertos de la zona. Evitar las redes, en muchas ocasiones, era un auténtico problema. El numeroso tráfico marítimo de la zona denotaba que un gran puerto no estaba lejos. Y así era. Ciudad del Cabo aparecía nítidamente en el periscopio y el U-2193 dio un amplio rodeo por mar, evitando la ciudad y su zona de influencia marítima. Pasaron el Cabo de Buena Esperanza con rumbo Este. La siguiente etapa ya era Port Elizabeth, donde ellos se mantendrían en inmersión en aguas internacionales y se encontrarían con el barco. La temperatura exterior ya era más fría. Se notaba que la latitud era otra. La máquina ENIGMA emitió un mensaje codificado de la Base 211. El barco con el que tenían que encontrarse era el Luanda Dream, de bandera angoleña y se les indicó el día, la hora y la posición exacta en que debían de encontarse las dos naves. El día sería el 18 de noviembre, a las 5 de la mañana y la posición sería 38º 60’ Sur y 25º 40’ Este. El nombre en clave del U-2193 sería ‘Tiburón’.
El día 17 por la tarde el U-2193 llegó al punto esperado y se dispuso a la espera a profundidad de periscopio.
—Les dejaremos que suban y una vez a bordo les detendremos y les interrogaremos. Pueden tener información valiosa para nuestra misión. El plan sigue sin cambios —Patrick ya pensaba en los tres ingenieros alemanes que se les unirían en ese punto y qué hacer con ellos.
Patrick fue despertado por Kenneth, que estaba haciendo el turno de guardia al periscopio, en el puente.
—Patrick, el radar detecta un barco acercándose a nuestra posición. Todavía está a unas 20 millas. Creo que son ellos.
Patrick se incorporó.
—Muy bien. Estoy contigo enseguida —dijo medio dormido.
Kenneth volvió al puente y trató de localizar el barco visualmente. Todavía estaba lejos. Patrick llegó al puente con una taza de café en la mano. Keneth le cedió el sitio en el periscopio.
—Aún no se ve, Patrick.
Éste miró y confirmó las palabras de su segundo. Luego tomó el interfono y ordenó a Eric Jones que rastrease con la radio si querían ponerse en contacto con ellos. Pero tenía que ser primero el barco el que radiase. No podían indicar que estaba allí, como medida de seguridad.
Tras volver a mirar por el periscopio, se lo pasó a Kenneth y se dirigió a la Sala de Radio. Allí, Jones rastreaba las distintas frecuencias. Aunque utilizaba unos auriculares, un sonoro chisporroteo sonaba cada vez que movía el dial. Patrick se ajustó otros auriculares. Se oían todo tipo de voces y sonidos. El radar indicaba una mancha que iba a su encuentro. John ‘bullet’ llegó en ese momento.
—¿Novedades, capitán?
—Parece que viene nuestro amigo —Patrick señaló la pantalla del radar. ‘Bullet’ se sentó en su puesto junto a Eric Jones y comenzó a manipular otra de las radios HALLICRAFTERS, que trabajaba en distintas frecuencias.
De repente la voz de un hombre sonó en los auriculares. Iba repitiendo un mensaje:
—Aquí Luanda Dream. Aquí Luanda Dream. Estamos llegando al punto concertado. Repito estamos llegando al punto concertado. Conteste, por favor.
Era evidente que no querían citar en las ondas su posición para no alertar a quien pudiese estar cerca y fuese ajeno a la operación. En la misma frecuencia de radio ‘bullet’ tomo el micrófono.
—Aquí, Tiburón. Repito: aquí, Tiburón. ¿Me copia, Luanda Dream?
—Le copio bien y alto, Tiburón. Estamos casi en el punto.
La voz de Kenneth sonó en el interfono:
—Patrick tengo contacto visual con el barco.
Patrick llegó a la puerta de la Sala de Radio.
—Seguid el contacto. Yo voy al puente y vamos a emerger —llegó al puente y a través de periscopio pudo ver el barco claramente.
A pesar de que era todavía de noche, se apreciaba que era un viejo mercante, muy maltratado y sin pintar. Pero eso era igual en ese momento, no podía esperarse otra cosa de un barco mercenario. Tenía lo que necesitaban y el mar estaba como un plato.
El U-2193 emergió frente al barco que ya comenzaba a detener su marcha. Salieron a la torre con sus uniformes alemanes. De nuevo, todos los que hablaban alemán se hallaban en primera fila. El juego debía continuar. Lentamente el Luanda Dream lanzó una manguera para trasladar el combustible. Todos los maquinistas del submarino, con uniformes alemanes, estaban en la cubierta preparando la conexión de la manguera a los depósitos de combustible. Por otro lado, también se lanzaron unos cabos para formar una especie de puente aéreo que pudiese trasladar los víveres y las provisiones solicitadas al submarino. Al final, y utilizando un bote neumático, los tres ingenieros subirían a bordo. Desde el puente del barco, el que parecía ser el capitán y unos adjuntos saludaban a Patrick y sus compañeros en la torreta. El capitán del Luanda Dream iba en camiseta y pantalones cortos, ya que salió a supervisar visualmente la operación que estaban efectuando sus hombres. El único complemento que delataba su posición era una gorra de plato blanca, ajada y muy sucia. Las dos naves ya estaban muy cerca y se inició el trasvase de combustible y el envío de las cajas.
Los tres ingenieros estaban en la borda del barco mirando cómo se desarrollaba la operación. Ellos irían al último, cuando se hubiese completado todo el trasiego. El barco bombeaba bien el combustible y ya no tardaría en completar el llenado de los tanques. También las mercancías habían sido trasladadas en su totalidad al submarino.
La voz de ‘bullet’ sonó en el interfono:
—Capitán, detecto tres barcos que se dirigen a nuestra posición. Están a unas 15 millas. Van a más de 20 nudos. No me gusta.
—Ahora voy. Kenneth, acompáñame.
Los dos bajaron rápidamente de la torre al interior del casco. La pantalla de radar no dejaba lugar a dudas.
—Vámonos ahora mismo de aquí. ¡Esto es una trampa!
—¡Aviones, capitán. Detecto aviones que se dirigen hacia aquí! —la voz de Jones era entrecortada.
Sin perder un segundo, Patrick dio la orden:
—¡Inmersión ahora! Todos adentro, rápido!
La sirena de inmersión sonó con fuerza.
Los maquinistas, con Stan White a la cabeza, soltaron la boca de manguera y un enorme chorro de combustible salió disparado hacia el mar. Cerraron los tapones herméticos de los tanques y entraron a través de la escotilla de cubierta. Los cabos fueron cortados con una cizalla desde la torre y todos entraron apresuradamente en el submarino. Dos hidroaviones británicos de caza submarina pasaron a ras de agua, con un ruido ensordecedor. No disparaban porque el barco nodriza estaba junto al submarino.
—¡Inmersión! ¡Avante toda! —en unos segundos el submarino ya había desaparecido de la superficie, pero Patrick sabía que no estaban salvados todavía.
Los aviones lanzaron detectores acústicos al agua, que señalizaban la posición del submarino. Era un arma endiablada.
—40 metros…, 45 metros…, 50 metros… —iba anunciando Bert a los timones.
—Vamos a darle a ese cabrón lo que se merece… —Patrick estaba furioso por la traición del barco pirata, ya que había cobrado de los alemanes y ahora habría cobrado de los ingleses por su delación.
—Proa, torpedo LUT preparado a mis órdenes.
—Tubo dos preparado, capitán.
Patrick calculaba con Reith la distancia estimada con el carguero y de repente dio la orden:
—¡Fuego!
Puso en marcha el cronómetro para calcular el tiempo de impacto. El torpedo inicio su camino mortal hacia el mercante. Al poco sonó una explosión terrible, que pudo percibirse desde el fondo. La profundidad ya era de 120 metros y seguían bajando. Era su única posibilidad. Sonaron varias cargas, que explotaban muy por encima de ellos.
Siguieron ganando profundidad y ditancia. Ya se encontraban a 210 metros y a siete millas de la posición con el mercante recién hundido. El peligro parecía haber pasado, pero los ingleses tenían claro quién era el enemigo y no cejarían en su búsqueda.
—Es posible que controlen la ruta hacia la Antártida. Supongo que están también enterados de la presencia alemana allí —Patrick miraba la carta marina del Atlántico sur y que iba desde África del Sur al Polo Sur.
Reith movía el compás de agujas con mucha soltura.
—Es un área inmensa, capitán y es un solo submarino. Es muy difícil localizarnos.
Lo que decía Reith tenía mucha lógica, pero no podían distraerse.
—Seguiremos en inmersión hasta la Antártida. No tenemos otra opción —indicó Patrick.
—Bueno, no me importa. La temperatura fuera ya empieza a ser desagradable —rió Kenneth.
Los demás confirmaron la ocurrencia con unas risas.
Al segundo día de viaje desde África del Sur, llegó un mensaje del vice-almirante Clark en Norfolk. La cita con el barco que transportaba al comando se llevaría a cabo en aguas de la isla noruega de Bouvetøya La posición de la isla era Latitud 54º 26’ Sur, Longitud 03º 24’ Este. La posición de encuentro sería a unas tres millas de distancia de la isla, frente al Kapp Meteor. Se indicaba que tuviesen cuidado en la navegación por la zona, ya que el fondo era volcánico y muy irregular. Era una isla prácticamente desconocida para todos ellos, pero no para los alemanes, que tenían algunas referencias de la misma. Era un islote muy curioso y desde luego en lo más remoto del mar.
La Isla de Bouvetøya, territorio noruego, se halla a 54º 26’ Sur, 03º 24’ Este y tiene aproximadamente unas 6.5 kilómetros de largo por casi 5 de ancho. El punto más alto es la montaña de Olavtoppen con 780 metros. Está a unos 1.600 kilómetros al sudoeste del Cabo de Buena Esperanza. El centro de la isla es la boca de un volcán conocido como Planicie de Wilhelm II. Los glaciares cubren la mayor parte de la isla. Los dos mayores son el Glaciar de Posadowsky al norte y el Glaciar de Christensen al sur. La navegación por la zona es muy complicada, ya que no hay mapas fiables y hay una amplia actividad volcánica que crea marejadas y corrientes muy fuertes, e incluso la aparición y desaparición de islotes volcánicos. Es la isla más remota del planeta y raramente visitada por alguien. La temperatura es extrema durante todo el año.
Fue descubierta el 1 de enero de 1739 por Jean Baptiste Charles de Lozier Bouvet a bordo de los barcos Aigle y Marie. No le fue posible desembarcar y por ello la posición que tomó de la isla no era fiable. El capitán James Cook, a bordo del HMS Resolution, no fue capaz de encontrar la isla en 1772. Volvió en el mismo barco en 1775 y de nuevo falló en su intento. El capitán Lindsay en 1808 dio la posición exacta de la isla, pero no pudo desembarcar en ella. El primero que lo hizo fue Benjamín Morrell, patrón del ballenero Wasp en diciembre de 1822. El 10 de diciembre de 1825 la isla fue nuevamente avistada por el capitán Norris, patrón de los balleneros Sprightly y Lively. Reclamó la isla para la corona británica, llamándola Isla de Liverpool. Las numerosas expediciones noruegas a finales y principio de los siglos XIX y XX hicieron que el barco de investigación Norvegia montase un refugio con provisiones para los marinos que naufragasen por la zona. El 23 de enero de 1928, la Isla de Bouvetøya pasó a formar parte de Noruega. Se intentó montar una estación metereológica permanente, pero las condiciones eran tan hostiles que no fue posible. En una visita posterior, los refugios que se habían montado habían desaparecido.
En 1934, el almirante británico E.R.G.R. Evans, comandante en jefe de la base naval británica en Simonstown, realizó una arriesgada misión a la isla para comprobar que ninguna potencia enemiga se había instalado allí. Pudo comprobar que los únicos habitantes eran las morsas, elefantes de mar y pingüinos. Durante la Segunda Guerra Mundial apenas se mencionó a la isla, pero en 1955 los sudafricanos intentaron montar una estación meteorológica. Tras varios desembarcos en la isla, no encontraron un lugar adecuado en la misma y regresaron. El barco americano Westwind fotografió en 1957 la isla, descubriendo una nueva planicie al sur del Cabo Circuncisión, debida a la actividad volcánica.
Durante los años 60 se llegó a la conclusión de que se debía montar una estación meteorológica y por ello los sudafricanos visitaron la isla para analizar su viabilidad definitiva. Descubrieron restos de un naufragio como remos, un bote ballenero y otras piezas, pero nadie sabe quién sufrió ese hundimiento. Sin embargo, fueron los noruegos los que en 1977 instalaron una estación automática en la isla, conectada al satélite Nimbus 6. En 1971 la isla fue declarada Reserva Natural.
Reith marcó en la carta marina la posición del submarino y la de la isla de Bouvetøya. Todavía les faltaban unos tres días de viaje.
—Aquí tiene los cálculos y el rumbo a seguir, capitán —Reith entregó una hoja con las nuevas coordenadas—. Desde luego es uno de los sitios menos transitados y más remotos del mundo, capitán. Es una buena elección para embarcar al comando de una forma discreta.
Patrick miraba el islote perdido en la inmensidad del Atlántico Sur.
—Yo no la conocía, la verdad —admitió Patrick.
Reith continuó:
—Además el vice-almirante Clark sabe que es una isla peligrosa y por eso haremos el transbordo a mar abierto cerca de la isla. Es una isla volcánica y con muy poca profundidad llena de aristas minerales y cúspides de montañas marinas, que pueden atrapar y hundir cualquier embarcación. Sería el fin del U-2193.
Patrick asintió con la cabeza las palabras de Reith.
—Bien, ahora hemos de informar a la Base 211 del incidente que hemos tenido con el barco nodriza y que, además, hemos perdido a los tres ingenieros. No sabemos que ha sido de ellos, ni podemos regresar a buscarlos.
John ‘bullet’ que estaba en el puente, indicó que se pondría en marcha inmediatamente con la máquina ENIGMA.
—John, también quiero que indiques al vice-almirante Clark lo sucedido en África del Sur. Luego te daré por escrito lo que quiero que le transmitas —Patrick se sentó en su silla de mando en el puente.
—Muy bien, capitán —‘bullet’ fue hacia su zona de trabajo.
El submarino seguía incansable su viaje de unas 1.400 millas hasta la Isla de Bouvetøya. Se captaban los sonidos de manadas de ballenas, que se podían confundir fácilmente con barcos si no se tenía experiencia. John era un excelente rastreador de sonidos y podía diferenciarlos sin demasiados problemas. Eric Jones también era muy bueno diferenciando sonidos submarinos. Era extraordinario disponer de hombres así a bordo. Patrick estaba contento pues disponía de combustible suficiente y de víveres a bordo para un largo viaje. De todas maneras, cuando los cincuenta hombres del comando estuviesen a bordo, todo iba a cambiar mucho en la vida normal en el submarino. Serían un total de 66 hombres. Menos mal que sería por un periodo relativamente corto de viaje. Tenía curiosidad por ver de nuevo a Blankfort y su actitud con todos. Esperaba no tener problemas ni con él ni con sus hombres. El barco que los traía también llevaría más provisiones que se sumarían a las existentes y también todo el material militar que necesitaba el comando.
El 30 de noviembre fue la fecha de contacto con el barco americano mercante Springfalls en las aguas de la Isla de Bouvetøya. La llegada en inmersión hasta el punto de encuentro fue compleja, porque como había dicho Reith el fondo era muy peligroso. El sonar parecía volverse loco por la cantidad de accidentes topográficos sumergidos que iban cruzando. El U-2193 emergió en el punto exacto de contacto y el barco no estaba allí. El radar tampoco indicaba actividad alguna en varias millas a la redonda. A través de la radio y tras denodados esfuerzos, se pudo contactar por la tarde con el barco, que se había retrasado por una avería durante su travesía. Llegaría el 2 de diciembre al punto de encuentro. La isla era muy pequeña y parecía increible que apareciese en las cartas marinas. No se apreciaba actividad alguna, ni animal ni humana y estaba cubierta de hielo totalmente, hasta donde la vista alcanzaba. Patrick ordenó que la espera fuese en inmersión a profundidad de periscopio por motivos de seguridad. El mar comenzaba a dar signos de movimiento, por lo que sería una espera movida.
Aunque todo estaba habilitado en el interior del submarino para la llegada del comando, Patrick y Kenneth hicieron una última revisión, comprobando que estaba todo a punto. Las literas, armarios, cuartos de baño, etc. Se preparó una zona donde efectuarían las diferentes comidas del día, con una mesa plegable en la que siguiendo unos turnos irían comiendo los soldados. La gran duda era todo el material bélico que traerían con ellos. De todas maneras, había unas sentinas libres por debajo de las planchas del suelo, donde se podía poner todo ese material.
—Espero que puedan resistir la atmósfera de un submarino. No es fácil.
Kenneth tenía toda la razón. Ése era el gran problema para encontrar tripulantes de submarino. La presión psicológica de estar encerrado y la claustrofobia que se podía sufrir, dificultaba encontrar marineros. Por muy entrenado que estuviese un comando para su misión, el ir en submarino podía ser superior a sus fuerzas y entrenamiento.
—Es verdad. No les resultará fácil, Kenneth —afirmó Patrick—. Pero nosotros ya no podemos hacer nada a ese aspecto. Ya sabían que una parte de su viaje sería en nuestra nave, por lo tanto prefiero pensar que ya están preparados y mentalizados. Tendrán por delante unas 1.200 millas náuticas hasta la Antártida.
Hasta el día 2 de diciembre la espera fue accidentada por la mala mar que había. Incluso en inmersión, el U-2193 notaba la furia de las aguas. Patrick ordenó salir de la zona de espera para resguardarse en una zona de mayor profundidad y sin tantos riesgos de choque con la cúspide de una montaña submarina. De hecho, con el radar y la radio sería fácil detectar la presencia del barco y llegar hasta él. Mientras todo esto sucedía, en ese mismo momento, los barcos de la Operación Highjump abandonaban sus bases de la costa del Pacífico y del Atlántico, de forma escalonada para dirigirse a la Antártida.
La suerte ya estaba echada.