Por fin, y con un día de retraso sobre la nueva fecha fijada, durante la mañana del 3 de diciembre, el radar detectó la presencia de un barco aproximándose a la posición del U-2193.
—Son ellos, capitán —confirmó la voz de ‘bullet’.
—¿A qué distancia están?, John —Patrick giró en redondo la visión del periscopio.
—No logro verles todavía.
—Están a unas 10 millas noroeste, capitán.
El mar tampoco estaba en buenas condiciones y eso no ayudaba a una correcta visión. Además, llovía mucho y el día era grisáceo.
—Bert, llévanos a superficie.
El submarino salió en medio de un mar encrespado y con rachas de viento heladas. Patrick, Reith, Böse y Kenneth salieron al exterior en la parte superior de la torreta. Desde allí había más perspectiva de visión que a nivel de periscopio. Todos iban muy abrigados y con capotes de lluvia. Escudriñaban cada porción de mar con sus prismáticos marinos.
—¡Allí está! A las once —señaló Reith.
Böse encendió el faro de transmisiones para conectar por código morse. En ese momento ‘bullet’ comunicó a Patrick el contacto por radio con el Springfalls. También respondieron con luces a las señales del submarino. Eran ellos, sin duda.
El Springfalls fue acercándose al U-2193. El barco era un mercante de la serie Liberty, fabricado durante la guerra y que eran utilizados como mercantes para aprovisionar a Inglaterra, Rusia durante la batalla del Pacífico. Los convoyes aliados estaban formados por este tipo de barcos que fueron construidos en serie, modularmente y de forma rápida. Su eslora era de 135 metros por una manga de 17. La tripulación en tiempos de guerra era de 40 marineros y 30 artilleros, ya que estos barcos llevaban torres antiaéreas. Su velocidad era de 11 nudos, con un motor de una potencia de 2.950 caballos y su autonomía era de hasta 21.000 millas. Su peso en vacío era de 7 mil toneladas y podían cargar hasta 9 mil toneladas, además de aviones, trenes, 2.840 jeeps, 440 tanques ligeros y 230 millones de balas. Se llegaron a fabricar 2.751 unidades y se perdieron más de 200 por ataques del enemigo. Su silueta era inconfundible con sus dos grandes grúas de carga en proa y popa, las torres artilleras, el puente y la chimenea en el centro. Sin duda era una buena elección para aquel transporte especial a la Antártida. También eran barcos muy duros y muy probados en todos los mares.
La maniobra de aproximación era complicada y se prolongó por espacio de varias horas, ya que hubo que detenerse en varias ocasiones por peligro de colisión entre ambas naves por las fuertes rachas de mar y viento. Durante la tarde, el mar amainó lo suficiente para iniciar el traspaso de material y hombres a bordo del submarino. También el Springfalls suministró productos frescos y enlatados a la dotación del U-2193. Todo eso era bienvenido a bordo. Tras todo el traspaso de material, el primero en llegar por el puente de cabos fue Ralph Blankfort, responsable del comando. Parecía que su actitud era mejor que en la última vez que se habían visto. De todas maneras y a pesar de la cierta cordialidad en el saludo, Patrick y sus hombres no acababan de fiarse de él.
Uno a uno los miembros del comando fueron llegando al submarino. Llegaban remojados y un poco aturdidos por la inclemencia del tiempo y el viaje en barco. Kenneth tenía razón en cuanto al sufrimiento de aquellos hombres en su experiencia marina. Incluso en aquel momento en que el mar estaba en calma relativa, los dos barcos se movían bastante para alguien que no estuviese acostumbado a todo ello. La última maniobra fue el repostaje del U-2193, que acabaría de llenar sus tanques. Ésta se desarrolló sin más contratiempos y los dos barcos comenzaron las maniobras de alejamiento, con sonoras despedidas y deseos de buena travesía.
Una vez a bordo, mientras se iban situando en sus literas y área de estancia a bordo, Blankfort presentó a sus dos jefes de equipo.
—El teniente Bert Wilson comanda el Grupo 1, Jericó, y el teniente Andrew Brown, el Grupo 2, Levítico. Ellos conocen su misión y su grupo. Han estado conmigo en las misiones más peligrosas —los dos hombres sonrieron ante las palabras de Blankfort.
—Bienvenidos a bordo —Patrick estrechó las manos de los dos hombres.
—Mi segundo, Kenneth Miele, les explicará algunas cosas que han de saber a bordo de un submarino y que deben respetarse siempre. De lo contrario, pueden poner en peligro la vida de toda la tripulación y la suya propia también.
Kenneth condujo a los dos jefes de grupo para transmitirles la información y que la pudiesen pasar a sus hombres.
—Bert, sácanos de aquí y llévanos con rumbo 1-6-7. Próxima estación Isla Decepción y la Base 211 —Patrick solicitó a Reith y a Böse que comprobasen el rumbo.
Junto a los torpedistas y mecánicos, los componentes del comando estaban colocando todo su material de combate en los espacios habilitados para ello.
—Realmente aquí hay para asaltar los Estados Unidos —comentó Stan White a la vista del imponente arsenal que iban acomodando.
Aparte de explosivos, casi todo el arsenal eran armas individuales, cargadores y cajas con la munición. Un miembro del comando llamado Bernie Alliston giró hacia Stan.
—Vamos a tener mucho trabajo allí dentro…
—Veo que el plan que presentó sigue el curso que estaba establecido —comenzó Patrick cuando se quedó con Blankfort en el puente.
—Sí. A pesar de lo que decían sus hombres, lo tenemos todo preparado para seguir el operativo como habíamos planificado previamente. Es el mejor plan posible —Patrick asintió ante las palabras de Blankfort.
—¿Quiere un café, capitán?
—No me vendrá mal. Aunque después quiero ver a mis hombres.
—Muy bien.
Se dirigieron a la zona de oficiales y allí ante un café humeante los dos hombres se sinceraron.
—No le voy a engañar, capitán Blankfort. Usted no me cae bien y creo que no está llevando bien este asunto, pero puede contar conmigo y mi tripulación para lograr el éxito en esta misión. Tengo muy claras las órdenes del vice-almirante Clark.
Blankfort miraba su taza y con una sonrisa a medias replicó:
—Agradezco su sinceridad, capitán Malone. Usted tampoco está entre mis capitanes favoritos, pero le doy las gracias por la ayuda que pueden darme usted y sus hombres. La vamos a necesitar —sorbió su café y añadió—. Comprenderá que no estoy aquí para caerle bien o no. Vengo a hacer un trabajo y lo haré. Usted deme el soporte necesario y no se preocupe por nada más. Ahora, si me permite, quisiera reunirme con mi gente.
Patrick asintió y siguió bebiendo su café tras la marcha de Blankfort.
La presencia de los 50 comandos alteró la rutina a bordo del submarino. Era algo normal. Varios de esos hombres tenían algún problema de adaptabilidad tan prolongada en un entorno claustrofóbico como el de un submarino. También podía considerarse normal. Por ello, los hombres de Patrick trataban de ayudar y hacer que su estancia fuese lo más agradable posible dentro de la excepcionalidad que aquello representaba para ellos. Siempre que era posible, el U-2193 navegaba en superficie y aprovechaban para salir a la cubierta y tomar el aire.
—Teníais que haber visto lo que era ir en uno de nuestros submarinos —comentó Stan White con varios miembros del comando que escuchaban atentamente sus palabras—.El U-2193 es un palacio al lado de aquellos. Es amplio y tiene comodidades inimaginables en los nuestros por ahora.
El estar en cubierta tampoco era cómodo por la climatología y por el mar que no facilitaba la estancia allí.
—Lo que peor llevo es la humedad constante —comentó uno de los hombres de Blankfort.
Otro añadió:
—Recuerdo una misión en la que participé en el Mar de la China en la que fuimos trasladados durante un corto trecho en un submarino y también la humedad era constante. La verdad es que este submarino es más amplio que aquel.
Los submarinistas allí presentes sonrieron ante las quejas.
—Esa es una de las servidumbres de la profesión de submarinista. Somos como peces y necesitamos esa humedad. Para nosotros es normal. La echamos en falta —explicó Roger Blaufen apurando su cigarrillo.
La sirena de inmersión tronó. Era hora de volver al interior.
Patrick estaba reunido en el puente con Reith, Böse, Kenneth, Blankfort, Wilson y Brown, ya que quería explicarles el itinerario marino que seguirían hasta la entrada a la Base 211.
—Nos encontramos en este punto en medio del Atlántico Sur —señaló la carta marina sobre la que Reith había trabajado intensamente—. Tenemos por delante unas 1.300 millas hasta que lleguemos a nuestro próximo objetivo que es la base inglesa de observación situada en la Isla Decepción, junto a la Península de Trinidad.
Blankfort y sus hombres observaban el punto indicado por Patrick en la carta.
—Pero, qué tiene que ver esa base con nuestro objetivo ¿Cuál es la razón para ir allí, capitán? —preguntó Blankfort—. Eso nos aparta de nuestro itinerario —añadió señalando el Mar de Weddell y la Isla Berkner, frente a la cual se hallaba la entrada a la Base 211.
—Así es, pero esas son las órdenes del vice-almirante Clark. Debemos atacar esa base inglesa desde la superficie para hacernos notar antes de llegar a nuestro verdadero objetivo. Llámele misión de imagen. Los alemanes sabrán que hemos sido nosotros y nos ayudará a entrar con más facilidad.
—Comprendo —dijo escuetamente Blankfort.
Patrick continuó:
—A partir de ese momento viraremos de nuevo sobre el Paso de Drake y entraremos en el Mar de Weddell, hasta que lleguemos a la Isla Berkner situada a 79º 30’ Sur y 47º 30’ Oeste. A partir de ahí estaremos frente a la entrada de la Base 211 —señaló la posición de la entrada en la carta, que había sido calculada por Reith.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a la base inglesa y luego a la base alemana? —preguntó Bert Wilson.
Kenneth contestó:
—A nuestra velocidad actual, y si no existe contratiempo alguno, hemos calculado llegar a la base inglesa sobre el 20 de diciembre y a la base 211 sobre el 25 del mismo mes.
Patrick volteó hacia Blankfort y sus hombres.
—En esas fechas, el grueso de la Operación Highjump ya estará operando en sus zonas asignadas —las indicó sobre el mapa—. Nuestra misión tiene un retraso de una semana aproximadamente, debido a que el Springfalls llegó con varios días de retraso y tardamos mucho en el trasvase de todo el equipo. Espero que no haya problemas para los que estén en superficie durante el ataque. El vice-almirante Clark ya ha sido informado de este retraso, pero no ha habido variaciones en el plan de navegación. Por mi parte y tal como ha dicho mi segundo Kenneth Miele, sólo puedo ir lo más rápido posible y tratar de ganar tiempo.
—Eso puede complicar las cosas ¿verdad, capitán? —preguntó Blankfort.
Patrick tocaba con el lapiz su boca.
—Así es. Y el problema desde mi punto de vista es que cuando lleguemos, los alemanes ya estarán en combate con nuestras tropas de superficie y por ello en máxima alerta militar.
Todos los presentes asintieron ante las palabras de Patrick. No iba a ser fácil.
—Bueno, también podemos verlo como que una gran parte de sus tropas estarán fuera o lejos de la entrada a la base y eso puede ser positivo —comentó Andrew Brown.
—Tendremos que pensar en una estratagema que nos permita entrar rápido y con los mínimos problemas —Patrick miraba el mapa.
—Creo que tengo una posible solución, capitán —dijo de repente Böse—. En una ocasión, Reith puede confirmalo, tuvimos un marinero gravemente herido tras un ataque por cargas de profundidad. Se hirió al saltar una tubería y golpearle fuertemente en el abdomen. Esto sucedió poco antes de la rendición de mi país y puesto que estabamos cerca de la Antártida, la base nos permitió la entrada inmediatamente y sin problemas.
La idea estaba clara.
—Creo que podemos hacer lo mismo en esta ocasión, con la excusa de un par de heridos por el ataque a la base inglesa.
Patrick y los demás parecían conformes ante la propuesta.
—No me parece mal en principio, pero vamos a pensarlo bien y cómo ejecutarlo.
La reunión siguió y entraron en más detalles de carácter náutico.
El viaje seguía bien y ya habían ganado medio día sobre el retraso acumulado. Seguía sin ser suficiente, pero no podían bajar el ritmo en esos momentos. La vida a bordo ya estaba normalizada con la presencia de los comandos. Desde luego, el espacio era algo menor para todos, pero formaba parte de la misión. Allan Perkins, el cocinero tuvo que doblar su trabajo en la cocina y recibió la ayuda de Eric Jones y del torpedista Dave Holms, como pinches. El submarino pasó frente a la llamada Tierra de la Reina Maud, que era precisamente toda la zona ocupada por Alemania en 1938 y que bautizaron como Neuschwabenland. Estaban ya a 13 de diciembre y el vice-almirante Clark les indicó las posiciones de los barcos de la Operación Highjump. Estaban realmente muy cerca de allí, pero ellos no podían darse a descubrir y seguían su viaje en inmersión. Los icebergs eran un problema añadido a la navegación submarina. Desde hacía muchos días la detección de los mismos era un trabajo fundamental. La sombra del TITANIC apareció en las mentes de todos ellos. Entre John ‘bullet’ y Eric Jones manejaban la conducción del submarino con el sonar y el radar a la máxima precisión. El trabajo de ellos se complementaba con la información que iban dando a Bert Ecklund y a Peter Wiggins a los timones y el profundímetro.
La Tierra de la Reina Maud fue quedando atrás y entraron por el norte del Mar de Weddell en dirección al Paso de Drake. Toda la flota de la Operación Highjump venía por la parte del Océano Pacífico, por lo que no se cruzarían con ellos. El Paso de Drake era la entrada al Cabo de Hornos, conocido por su turbulento y peligroso mar. En el fondo descansaban cientos de barcos de todas las épocas que habían sido hundidos por sus tempestades terribles. Y por descontado que miles de marineros también habían perdido su vida en ese cabo. La Isla de Cokburn era la puerta de entrada desde la posición sur al Cabo de Hornos y de allí a la Isla Decepción había unas 50 millas. La Isla Decepción tenía la posición de 62º 57’ Sur y 60º 36’ Oeste y el U-2193 ya estaba llegando a la misma. El día era inusualmente claro.
—Llévanos a superficie Bert —ordenó Patrick.
—Tenemos la base inglesa a la vista. Sala de torpedos, necesito a Dave Holms y a George Connors en el puente ahora.
Los dos se presentaron rápidamente.
—Os necesito en las torres artilleras. Los blancos son varias casamatas cerca de la costa y el puerto. Disponen de antenas de transmisión que hay que destruir. También hay un pequeño mercante en su puerto.
El submarino emergió a unos 300 metros de la costa. Los dos hombres ya estaban en posición en sus torres artilleras. Patrick se situó en la de proa con Dave Holms y Kenneth, en la de popa con George Connors. La base inglesa parecía tranquila y frente a ella había un pequeño puerto con un mercante militar de tamaño medio en él. Los tripulantes del barco vieron al submarino inmediatamente e hicieron sonar una sirena de alarma. Varios hombres aparecieron frente a las casamatas de la base.
—¡Fuego! —ordenó Patrick a los artilleros.
Los dos cañones dobles de 30 mm cada uno, comenzaron a bramar. El de proa fue barriendo el pequeño mercante atracado en el puerto, hasta que se inició un incendio en el puente que se propagó con rapidez. Varios tripulantes saltaron por la borda envueltos en llamas. El de popa barrió las casamatas de la base. Los hombres no tuvieron tiempo de huir y fueron partidos por la mitad por la enorme potencia de fuego. Luego esta torre dirigió su fuego hacia las dos enormes antenas de comunicación y el radar de la base, que quedaron visiblemente dañados.
—¡Es suficiente! ¡Alto el fuego! —volvió a ordenar Patrick—. Inmersión. Rumbo 1-1-7 —dijo dirigiéndose a Reith y los timoneles.
—Ha sido horroroso, Kenneth. Vámonos de aquí. Espero que todo acabe bien y haya valido la pena.
Kenneth bajaba también de su puesto en la torreta de popa y confirmó las palabras de Patrick. Los dos artilleros volvieron a sus puestos en la sala de torpedos. Rápidamente el submarino desapareció bajo las aguas, tomando rumbo Norte hacia la Isla Cockburn y desde allí poder virar y tomar rumbo Sur hacia el mar de Weddell. Allí, el mar estaba embravecido y navegar en inmersión era una excelente solución. Tras sortear varios icebergs, fueron alejándose de la Península de Trinidad y de la Barrera de Larsen. Eran zonas muy peligrosas para navegar. Por ello, Patrick estimó mejor cruzar el Mar de Weddell en diagonal hasta llegar a la Barrera Ronne, que era una parte del mar totalmente congelado, que rodeaba la Isla Berkner. En esa época del año la barrera sería mucho menor pues era verano en esas latitudes y no había noche. Desde allí emitieron el último parte al vice-almirante Clark. No podían correr el riesgo de ser detectados en emisiones a otros receptores. Clark ya sabía lo del ataque a la base inglesa. Había quedado totalmente destruida y más de 20 hombres habían muerto. No hizo ningún comentario al respecto y sólo les deseo suerte en su misión, esperando verles pronto a todos en Norfolk. A partir de ese momento, estaban solos hasta que todo acabase. La útima indicación de Clark fue que ya habían llegado algunos barcos a las zonas asignadas y que el Grupo Este había tenido algunos contratiempos.
La máquina ENIGMA crepitó dando entrada a un mensaje de la Base 211. Ya habían sido localizados y esperaban su llegada. Patrick siguió el plan de Böse e hizo informar a la base que llevaban dos marineros gravemente heridos a bordo y necesitaban entrar lo antes posible. Reith hizo la comunicación lo más creible posible y pareció funcionar. Tras un rato de silencio, la máquina emitió un nuevo mensaje en el que indicaban que una nave aérea iría a recoger a los dos marineros para ganar tiempo.
—¡Nos han descubierto, capitán! —dijo algo sobresaltado Blankfort.
Patrick trató de mantener la cabeza fría. Aquello era inesperado.
—No lo creo. Lo que ofrecen suena lógico. Pero me preguntó qué nave aérea llegará hasta aquí. Un helicóptero no tiene tanta autonomía. Quizás será un hidroavión. Sólo hemos de esperar.
Miró la carta y comprobó, según el último cálculo de Reith, que aún se hallaban a unas 260 millas de la entrada a la base.
La conexión por radio se abrió entre la base y el submarino. Una voz fuerte y clara se oyó a través del altavoz del U-2193. Böse se sentó frente a la radio. Lo rodearon Reith, Kenneth, Blankfort y Patrick. Como norma no se daban nombres por transmisión radiada.
—Aquí base. ¿Me copía bien ‘Tiburón’?
—Le copio fuerte y claro —contestó Böse—. ¿Cuál es la situación a bordo?
—Tenemos dos hombres heridos tras el último ataque. Necesitan ayuda médica.
—Muy bien. Sabemos lo sucedido y pronto llegará una nave para recoger a esos hombres. Tenemos su posición. Preparen un informe de todo lo sucedido y del viaje que han efectuado.
—Muy bien. Seguimos en contacto —Böse cortó la comunicación, pero dejó la radio abierta.
Con la radio en posición de escucha, John ‘bullet’ indicó que el radar captaba un avión muy rápido, que se dirigía hacia su posición. Patrick ordenó salir a la superficie. Debían de seguir el juego. Seguramente el hidroavión aterrizaría cerca de ellos. Patrick preparó a Böse y a Blaufen para que simulasen estar heridos. El plan era destruir el hidroavión con los cañones de 30 mm. El submarino ya estaba en la superficie y Patrick abrió la escotilla de la parte superior de la torre. No podía creer lo que estaba viendo. Sobre la vertical de la torreta del submarino, totalmente inmóvil y en absoluto silencio, se hallaba una nave con forma de disco, de metal bruñido y brillante. Se mantenía perfectamente inmóvil, a pesar de que había viento gélido de tierra. Era estremecedora. Los demás fueron saliendo y se quedaron mudos ante la visión. Sólo los alemanes no mostraron sorpresa ante la nave. Desde luego, no era la primera vez que la veían.
El disco, a unos 15 metros de altura del submarino, se desplazó hacia la proa y fue bajando lentamente hasta situarse sobre la cubierta sin llegar a posarse en ella. Desde la torreta, todos pudieron contemplar la torre que coronaba la nave y unos ojos de buey que permitían observar un cierto movimiento en el interior de la misma, con una luz azulada. Aquello era espectacular. De repente, todos habían olvidado la razón por la cual aquella nave estaba allí. Superaba la imaginación más futurista. Patrick calculó que tendría unos 30 metros de diámetro, por unos 8-10 de altura. En ese momento, Patrick volvió a la realidad e hizo volver a los demás también a la misma. Blankfort fue consciente que sus comandos iban a enfrentarse a algo que no tenía nada que ver ni con los japoneses, ni con la guerra en el Pacífico. Por un momento, pensó en que no había nada por hacer.
Patrick se dio cuenta y entró en acción:
—Rápido Blankfort. En su comando hay dos o tres hombres que hablan alemán. Debemos apoderarnos de esa nave y usarla contra los alemanes. ¡Que suban inmediatamente con sus uniformes alemanes! Atacaremos desde el aire y desde el mar.
—Pero eso cambia todo —dijo Blankfort, mientras llamaba a tres de sus hombres que enseguida estuvieron preparados.
Reith, Böse, Blaufen y Kenneth sobre la cubierta se encaminaron hacia la nave hasta ponerse debajo de ella. Se mantenía a unos dos metros sobre la cubierta. Tres esferas situadas en la parte inferior del ingenio emitían una leve luz entre rojiza y azulada y un ligerísimo zumbido. No sabían de qué podía tratarse ni qué sistema de propulsión tenía aquel disco. Una escotilla estaba abierta desde la parte inferior de la nave y una escalerilla metálica llegó hasta la cubierta de forma automática. Para los americanos aquello era irreal. Dos tripulantes bajaron por la escalerilla y saludaron amistosamente a los cuatro submarinistas. Llevaban unos trajes de vuelo totalmente diferentes a los que conocían. Eran como metalizados y ceñidos, recordando un poco a los que llevaban los pilotos de aviones de alta velocidad. Los emblemas de las SS aparecían claramente en las solapas y el águila en la manga izquierda de los dos tripulantes. Destacaba entre sus distintivos un emblema bordado en la parte superior derecha del pecho, en que se mostraba el aguila alemana que con sus patas agarraba el globo terrestre, pero éste estaba al revés. La Antártida estaba arriba de ese globo y el mapamundi aparecía invertido en comparación con el clásico que todos conocían. Por detrás de este globo terráqueo aparecían los cuatro extremos de una cruz gamada, como el sol al alba. La Tierra ocultaba la parte central de la esvástica. Era un símbolo sorprendente, pero que daba a entender la supremacía del continente antártico y el futuro que se quería fraguar en esas latitudes. La denominación Neuschwabendland, en escritura gótica, remataba el conjunto por su parte inferior.
—Bienvenidos a Neuschwabenland —dijo el de mayor graduación de los dos pilotos—. Soy el capitán de vuelo Horst Windel y él, el teniente segundo Karl Linke.
Los submarinistas se presentaron a su vez, siendo Wolfgang Reith el supuesto capitán del submarino.
—¿Dónde están los heridos? —continuó el capitán Windel mirando hacia la torreta, desde donde un par de hombres figuraban escudriñar el horizonte con sus prismáticos.
Patrick en el interior y de forma febril preparaba el asalto con Blankfort y tres de sus comandos que hablaban alemán.
—¿No lo entiende Blankfort? —Patrick tenía clara la situación y lo que había que hacer—. Si nos apoderamos de esa nave y sus pilotos, tendremos una oportunidad única y podremos atacar la base aérea alemana que, seguramente, es subterránea y no sabemos donde está. Debemos de actuar rápido.
—De acuerdo —parecía que Blankfort iba recuperando el pulso tras la extraordinaria visión del disco volante alemán.
Se dirigió hacia sus hombres:
—Tú, Roy, irás con Steven y Ron que simularán estar heridos, ya que sabes pilotar un avión.
Mientras se abrochaba la guerrera de cuero de submarinista alemán, Roy sonrió levemente.
—Eso no es un avión, capitán Blankfort. No había visto algo así jamás. Tendré que ver que puedo hacer.
Blankfort dio las últimas órdenes.
—Preparad vuestras armas y llevad los transmisores. ¡Vamos!
El pequeño grupo salió por la puerta lateral de la torreta y se dirigió de forma teatralmente penosa hacia el disco. Aunque supieron disimularlo, la visión del disco volante los sobrecogió. Böse y Blaufen se dirigieron hacia ellos para ayudarles. Los SS observaban la escena, mientras el gélido viento barría la cubierta del submarino. Llegaron donde estaban los dos tripulantes y éstos solicitos se dispusieron a ayudarles para que pudieran subir a la nave por la angosta escalerilla. En ese momento, Roy salió del grupo y cogió al capitán Windel por detrás y por el cuello, impidiéndole cualquier movimiento. El teniente Linke trató de extraer su arma, pero fue reducido por Steven Studinger, otro miembro del comando que hablaba alemán.
—¡Rápido arriba! Entremos en la nave!
Blankfort encabezó y dirigió con energía a su grupo y a los prisioneros por la escalerilla. Un tripulante se asomó por la escotilla de entrada y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Un disparo seco de Blankfort en el rostro, le precipitó al exterior cayendo sobre la cubierta del submarino con un ruido sordo, al igual que si fuese un fardo.
Blankfort subió rápidamente destacándose de los demás y se introdujo por la escotilla. En el interior pudo ver a dos tripulantes más sentados frente a sendas pantallas que mostraban el exterior desde varios ángulos. Les apuntó con su arma y estos permanecieron en su sitio. Era una estancia muy amplia, con varios asientos de vuelo fijos al suelo, pero que parecían poder desplazarse sobre unos railes durante el vuelo. Era una nave totalmente diferente a lo que había visto hasta entonces. El resto del grupo entró en la amplia cabina. Roy condujo al capitán Windel hasta lo que parecía ser la zona de mandos y le obligó a sentarse al igual que al teniente Linke. Un panel de luces, indicadores, relojes y medidores de todo tipo llenaban la zona de pilotaje, parpadeando y emitiendo sonidos. Eran absolutamente incomprensibles para los recien llegados. Roy, que tenía experiencia en diversos tipos de aviones, no lograba entender la finalidad de aquellos indicadores ni su funcionamiento. Trataba de imaginarse cómo se podía hacer volar aquella nave extraordinaria.
—Capitán Windel, usted y su tripulación van a llevarnos a la base aérea de estos discos —Steven Stundiger tradujo las órdenes de Blankfort, en un ambiente de máxima tensión.
—No lo haré. No sé quienes son ustedes ni a qué país representan. Esto es un asalto a una nave militar. Es piratería.
—No tengo tiempo ahora para discursos, pero las explicaciones creo que las tendrán que dar ustedes. Su país hace casi dos años que se rindió e increiblemente una fuerza militar alemana está en activo en estos momentos. Nosotros pertenecemos a los países libres y venimos a liberar de nazis el continente antártico —Blankfort colocó el cañón de su pistola en la sien del capitán Windel y le conminó de nuevo a emprender el vuelo hacia la base de los discos.
—No lo haré —repitió el capitán.
Un disparo mató al alemán, que cayó por el costado derecho de su asiento de vuelo. Blankfort no se andaba por las ramas.
—¿Alguien más se niega a llevarnos a la base?
Los tres alemanes que quedaban, siendo el teniente Linke el de mayor graduación, se pusieron a los mandos y, a una indicación de éste, fueron elevendo el disco lentamente. La escotilla se cerró automáticamente y todos tomaron asiento y se prepararon para un viaje a lo desconocido.
—¿Donde está la base de los discos? —preguntó Blankfort, que con su pistola apuntó al teniente Linke.
—En la Tor Inseln —contestó secamente el oficial alemán, mientras señalaba un punto en el mapa que aparecía en la pantalla frente a éste.
—Pero, esa es la Isla Berkner —dijo Stundiger.
—Nosotros la llamamos Tor Inseln.
De hecho, la Isla Berkner había sido descubierta por miembros americanos del Año Geofísico Internacional, bajo el mando del capitán Finn Ronne y el nombre se debía al físico Lloyd Berkner que había sido miembro de la expedición de Byrd de 1928 a 1930.
Los que estaban en la cubierta del submarino se alejaron de la parte inferior del disco y con mayor perspectiva visual, observaron con interés cómo iba alejándose y ganando altura. No emitía ningún sonido apreciable al oído humano, sólo un ligerísimo zumbido. Era extraordinario, pero había que volver a la realidad más acuciante.
—Blankfort atacará con la nave capturada. Eso cambia algunas cosas y sobre todo el tiempo de inicio de la operación. Ya estamos en marcha —se apresuró a indicar Patrick mientras iban entrando todos de nuevo en el submarino—. Ahora debemos llegar a la base a toda máquina. Kenneth quiero ver a los jefes de asalto de cada grupo, Jericó y Levítico. También quiero que John envíe un mensaje codificado a la base diciendo que nos dirigímos hacia allí.
Kenneth tomó el interfono:
—Ahora mismo, Patrick.
Al poco rato, Bert Wilson y Andrew Brown, jefes de los grupos Jericó y Levítico respectivamente, se presentaron en el puente y se pusieron a las órdenes de Patrick. Todos ellos, junto a Kenneth, Böse y Reith tomaron asiento en la sala de oficiales.
Patrick entró de lleno en el asunto:
—Como ya sabéis todos, el capitán Blankfort y tres de sus hombres acaban de capturar uno de esos discos volantes nazis y se dirigen a la base de los mismos. Eso cambia algunos detalles del asalto a la Base 211 propiamente dicha. Es decir, no estará en ese asalto el impulsor del mismo, ni esos tres hombres que hablan alemán. Creo que ustedes dos conocen muy bien la planificación del ataque y sus hombres también.
Brown contestó en nombre de los dos responsables de grupo:
—No se preocupe. No sólo conocemos nuestra misión, sino que estamos preparados para eventualidades como la que acaba de suceder. No tiene porque ser negativo. Al contrario, abre un segundo frente de ataque a una de las zonas sensibles de la defensa alemana: su fuerza aérea.
Wilson confirmaba las palabras de su compañero.
—Bien. En ese caso, sólo nos queda continuar viaje hasta allí, seguir en comunicación con el capitán Blankfort y sus hombres y rezar.
A través de sus transmisores, Blankfort y sus hombres trataron de comunicarse con el submarino, pero el disco parecía generar un campo magnético que impedía el uso de los equipos que portaban.
—Teniente Linke, póngame en contacto con el submarino U-2193 ahora.
Linke movió suvamente una pequeña palanca y sonó en todo el habitáculo un chasquido que indicaba que la transmisión ya estaba en línea.
—U-2193, U-2193, aquí disco. ¿Me copian?
—Alto y claro, disco. ¿Cuál es la situación? —la voz de John ‘bullet’ resonó con fuerza dentro de la cabina.
Era un sistema de transmisión totalmente diferente y que permitía una audición casi perfecta en toda la nave. Curiosamente, no se veían los altavoces. Blankfort parecía más tranquilo tras poder conectar con el sumergible.
—Nos dirigimos a la base que está situada en la Isla Berkner. Los alemanes la llaman Tor Inseln. Todo en orden y preparados. Contactaremos de nuevo cuando estemos en la entrada.
—Recibido. Seguimos ruta a toda máquina. Corto —John cortó la comunicación y miró a Patrick que estaba a su lado.
Parecía preocupado. Todo se había precipitado y eso no le parecía bien. No sabía si la Base 211 estaría en máxima alerta, ni siquiera si sabían lo que estaba pasando. No tenían otra opción que continuar hacia allí. Aunque no había noche en esa época del año en la Antártida, calculaban que llegarían en esa misma madrugada según el cálculo horario. Eso podría ser de alguna ayuda.
El disco seguía su vuelo y ya estaba llegando a las costas de la Isla Berkner, que estaba toda cubierta de hielo. Era una isla de 300 kilómetros de largo, por 140 de ancho. Las pantallas mostraban dos promontorios totalmente helados, que se adivinaban en la lejanía. Asemejaban dos columnas, como una puerta inmensa en medio de la isla.
—¿Qué son esos promontorios, teniente? —preguntó Blakfort señalándolos en la pantalla.
—El que está más al norte se denomina Reinwarthhöhe, y el que está al sur, Thyssenhöhe. En el centro está nuestra base aérea llamada Fliegerfestung 4.
—¿Cuál es la posición en la carta? —preguntó rápidamente Blankfort.
El teniente Linke movió la cabeza con resignación.
—Está entre 78º19’ Sur y 46º20’ Oeste y 79º34’ Sur y 45º42’ Oeste, capitán. No le puedo dar más información.
—Naturalmente que puede, teniente Linke —dijo con desprecio Blankfort—. Pero eso ya es suficiente. Póngame con el U-2193.
El teniente Linke miró a uno de sus hombres que estaba dirigiendo el altímetro de la nave. Éste, sin mediar palabra y entendiendo lo que le indicaba su superior, abrió una tapa de seguridad del salpicadero de mando y apretó un conmutador. Una potente alarma comenzó a sonar en el interior del disco. Al mismo tiempo, unas luces rojas parpadearon con intensidad, provocando una situación de caos. Mientras los americanos todavía se mostraban sorprendidos por la súbita alarma sin saber qué pasaba exactamente, los asientos de los pilotos alemanes fueron catapultados al exterior a través de unas aberturas, tras una rápida manipulación de los reposabrazos de los asientos.
Los cohetes eyectores del asiento de Linke quemaron la cara de Blankfort, que quedó cegado y se golpeó contra el panel frente a él. Perdió el conocimiento. Steven Studinger y sus compañeros trataron de incorporarse y controlar la situación, pero ya era demasiado tarde. Las pantallas mostraban el promontorio llamado Reinwarthhöhe que se iba acercando a alta velocidad, mientras el disco volaba con un balanceo descontrolado, pero sin apartarse de su rumbo mortal. Steven tuvo tiempo de llegar hasta una de las palancas de control. Fue inútil. Miró la pantalla resignado y cerró los ojos. El disco chocó con violencia y explotó al impactar contra la roca cubierta de hielo. Una potente llamarada, como una lengua de fuego salió desde el hielo en el lugar del impacto, desapareciendo enseguida. Otro disco llegó al poco y recogió a los supervivientes que habían caido con heridas leves, llevándolos a Fliegerfestung 4.
El U-2193 ya entraba por la estrecha manga de mar que separaba la Isla Berkner del continente antártico. En el invierno era una zona sumamente inviable para navegar, pues estaba cubierta por una gruesa capa de hielo. En ese momento el problema de la navegación eran los icebergs, que eran el resultado de esa capa de hielo resquebrajada por el incremento de la temperatura. El submarino avanzaba evitando todos los obstáculos. En una ocasión, un iceberg rozó la plancha del casco por estribor sin afectar a la nave. Pero el sonido dentro fue increible. Nunca habían oído algo igual. Parecía que se desmontaba todo el submarino, aunque no pasó nada importante, excepto el susto. Volvieron a contactar con la Base 211 y aparentemente todo discurría con normalidad. Los esperaban. ¿Habrían conseguido su objetivo Blankfort y sus hombres a bordo del disco volante? ¿Habrían tenido mucha resistencia? Las dudas atormentaban las mentes de todos los tripulantes del submarino, pero no podían contactar con ellos en aquel momento. Esperaban encontrarse todos más adelante.
Con Reith y Böse a los mandos, iban dirigiendo el submarino hasta la entrada de la base. Viraron a estribor para sortear un pequeño promontorio en el que una tierra negra destacaba bajo el blanco hielo. De repente y siempre a estribor, la entrada de la base apareció a proa. El submarino avanzaba en superficie y Patrick pensó que en otras circunstancias y con la luz natural que había en aquel momento, era una vista espectacular desde la torre. Qué curioso, pensó, el imaginar estas cosas en momentos tan tensos. Parecía que Kenneth había leído sus pensamientos ya que extrajo de una bolsa una cámara Kodak y realizó varias fotos de la entrada. Miró a Patrick y sonrió. Guardó la cámara de nuevo en la bolsa y volvió a mirar a través de los prismáticos.
Una inmensa puerta metálica comenzó a dividirse en dos desplazándose hacia el interior de la roca. Era inmensa y debía pesar varias toneladas. Era de color gris oscuro y podía pasar desapercibida. El U-2193 encaró la entrada al tunel que tenía la anchura para un submarino. Patrick comunicó con los hombres rana de los dos grupos que ya estaban preparados para lanzarse al agua. Los dos grupos, de tres hombres cada uno, prepararon sus propulsores de tipo “torpedo”, que les ayudarían a llegar hasta los pantalanes interiores sin dificultad. Cada propulsor era también una bomba que debería adosarse a los submarinos allí atracados. Patrick tenía los conmutadores para hacer explotar esas cargas cuando fuese necesario. Los buzos revisaron sus armas, que estaba protegidas para el trayecto bajo el agua. Todo estaba a punto. Entraron en la cámara superior de popa, desde donde saldrían al exterior. Mientras el Grupo 2, Levítico, se preparaba para salir a cubierta y llegar hasta la base en botes neumáticos.
Tex Jenkins, de la Sala de Máquinas, abrió la válvula de llenado de la cámara de popa que fue admitiendo agua rápidamente hasta que el nivel de la misma cubrió a los seis buzos y sus equipos. Éstos fueron saliendo ordenadamente a través de una escotilla y siguieron bajo el agua, cubriéndose por la relativa oscuridad del túnel y la protección del casco del submarino, aunque alejándose de las hélices. El agua estaba muy fría, pero sus equipos de inmersión les protegían adecuadamente. Patrick seguía todos los movimientos desde la torreta, acompañado de Kenneth, Reith y Böse. Tenían sus armas a punto ante cualquier incidencia. Un sonido seco tras ellos les indicó que la enorme puerta acababa de cerrarse. No había marcha atrás.
—Señores, acabamos de cruzar el Rubicón —dijo Patrick de forma metafórica, pero realista.
Reith confirmó con la cabeza. Se veían luces e instalaciones justo frente a ellos y una cierta actividad de personal que aparentemente les esparaba en el puerto, junto a un numeroso grupo de soldados SS. Esa visión no le hizo ninguna gracia a los americanos.
—Es lo normal, capitán. No se preocupe —tranquilizó Böse a Patrick, adivinando el temor.
Los miembros del Grupo 2, Levítico, ya estaban sobre la cubierta y tenían preparadas tres lanchas neumáticas para llegar hasta el pantalán y de allí a la central eléctrica, objetivo de dicho grupo. Los motores fuera de borda llevaban unos silenciadores que permitían una navegación casi silenciosa. La temperatura interna, curiosamente, era agradable. A medida que fueron entrando en la caverna, tras el túnel de entrada, vieron como el techo rocoso iba elevándose hasta una altura increible. Era una cueva inmensa y natural. Los alemanes habían aprovechado aquella inmensa oquedad subterránea de la naturaleza para su base principal.
Dave Holms y George Connors tomaron sus posiciones en las torres artilleras tras recibir la orden de Patrick. Comprobaron la munición explosiva de 30 mm, los sistemas de tiro y la visión infrarroja de que estaban dotados los cañones para ataques nocturnos.
—No creo que lo necesitéis ahora —comentó Patrick visitando a los dos en proa y popa de la torre—. La luz interior parece bastante buena. Cuando el grupo 2, Levítico, haya tomado la central eléctrica dejará la base a oscuras creando confusión y eso nos ayudará. Estad preparados y a mi señal abrid fuego.
—A sus órdenes, capitán —fue la respuesta.
Volvió a salir al exterior, justo en el momento en que los tres botes neumáticos los adelantaban entre estribor y la pared de roca del final del túnel. Apenas se les oía. Los hombres iban agachados y vestidos de negro. Estaban muy bien mimetizados con el entorno, aunque Patrick pensaba si eso sería suficiente para no llamar la atención de la guardia alemana a medida que se aproximasen a la base. El submarino seguía avanzando majestuosamente y ya se distinguían claramente el puerto y otros submarinos alemanes de diferentes modelos atracados en los pantalanes. Sonidos metálicos y unas chispas altísimas salían de algunos de ellos, lo que indicaba que estaban siendo reparados o en mantenimiento. La situación parecía normal y podía distinguirse también al personal que realizaba las tareas sobre los sumergibles.
Un edificio inmenso de color gris oscuro sobresalía claramente entre las instalaciones portuarias. Era el puesto de mando del puerto, objetivo del Grupo 1, Jericó, que aún estaba a bordo y listo para salir en el momento en que atracasen. Unas ventanas alargadas permitían ver en su interior al personal militar que trabajaba allí. Algunos de ellos les observaban a través de prismáticos y todo seguía pareciendo normal.
—Mantengámonos como hasta ahora —recomendó Reith—. No creo que estemos levantando sospechas.
—Pagaría por saber algo de Blankfort y sus hombres en el disco —murmuró Patrick entre dientes—. No puedo entender que no tengan noticias aquí.
Kenneth no le dio más importancia.
—Si no saben nada por ahora, eso nos ayuda, Patrick.
Las lanchas del Grupo 2, Levítico, ya habían alcanzado el puerto que por suerte tenía la plataforma adelantada sobre el mar y formaba como un techo donde se cobijaron sin ser vistos. Con gran presteza prepararon todo el material de escalada para subir hasta el puerto. El submarino estaba justo delante de ellos en aquel momento y les ocultaba de miradas indiscretas. Una luz intermitente señalaba un pantalán vacío que parecía ser el lugar de atraque. Un sonido a babor indicó la presencia de una lancha de servicio del puerto con el práctico a bordo y la intención de éste de subir y llevar el submarino hasta su lugar exacto en la base. No podían negarse a ello en ese momento.
Al mismo tiempo que esta maniobra se llevaba a cabo, una serie de luces se encendieron en el fondo marino del puerto indicando claramente el camino a seguir hasta la luz intermitente en el pantalán. Recordaba a las luces de un aeropuerto que indican cual es la pista asignada a un avión. Era algo nunca visto por ellos. Los alemanes sonrieron ante la sorpresa de los americanos. Roger Blaufen ya estaba en la cubierta esperando al práctico que subió ayudado por éste. Tal como entró en el submarino y ante su cara de sorpresa, fue detenido inmediatamente, esposado a una tubería y vigilado. No entendía nada. La operación de atraque la dirigía Reith desde la torre, comunicando con motores y timones. El submarino se fue dirigiendo hasta su lugar escoltado a babor por la lancha de servicio. Patrick observó desde la torre como el comando subía rápidamente por la pared del puerto y se iban ocultando tras cajas y material que había allí depositado. Los 22 hombres del grupo ya estaban preparados. Patrick sentía un gran nerviosismo. Reith comunicaba con el edificio de mando suplantando al práctico, pero no sabía cuanto podía durar el embuste.
De repente, algo cambió en la actividad hasta ese momento. Una alarma sonora comenzó a bramar estrepitosamente y las ventanas del puesto de mando fueron cubiertas automáticamente por unas persianas blindadas. El personal que se hallaba reparando y manteniendo los submarinos, abandonó su puesto a la carrera, dirigiéndose hacia el interior del complejo. Los soldados SS que estaban esperando en el puerto junto a otros militares y oficiales, prepararon sus armas y tomaron posiciones en bunkers y nidos de ametralladoras diseminados por todo el puerto. Dos torres móviles de artillería pesada ubicadas a ambos lados del puesto de mando, comenzaron a pivotar sobre sus ejes, tratando de encarar sus cañones sobre el submarino. La mente de Patrick trabajaba a toda velocidad: aquello era una ratonera. El Grupo 2, Levítico, comenzó a disparar sobre varios soldados alemanes que fueron sorprendidos por la presencia del comando. También lograron volar dos bunkers que se hallaban en su camino hacia la estación eléctrica de la base. Dos hombres habían caído en estos primeros enfrentamientos. Ya tenían la estación frente a ellos, pero estaba fuertemente defendida.
También sonaban disparos desde la zona de babor, donde estaban atracados los submarinos en mantenimiento. Era el pequeño grupo de buzos que ya había colocado sus cargas y subía a los pantalanes disparando sin tregua y abriéndose camino como podían. Uno de ellos cayó al agua alcanzado por el terrible fuego cruzado. Habían sido descubiertos, pero desde el U-2193 no podían hacer estallar las cargas en ese momento; matarían a los buzos. Había que esperar. Era el momento de abrir fuego con la artillería de proa y popa del submarino. La voz de Andrew Brown, jefe del Grupo 2, Levítico, sonó en la radio del submarino.
—¡Necesito cobertura! —su voz era como un jadeo y se oían disparos de fondo— ¡Abran fuego sobre las defensas de la central eléctrica o acabarán con nosotros!
—¡Pongánse a cubierto, Brown! —ordenó Patrick.
La torre de popa, dirigida por George Connors, enfiló sus dos cañones sobre la entrada y machacó toda la zona con una furia brutal. Restos de lo que habían sido seres humanos, trozos de hormigón y sacos terreros volaban descontroladamente. Era una visión dantesca, pero un gran espectáculo a la vez. Aprovechando un momento de calma entre la confusión organizada, el comando colocó explosivo Goma 2 en la valla de alta tensión que aislaba el perímetro del recinto de la central eléctrica. Una potente explosión abrió un amplio agujero por el que comenzaron a entrar imparablemente. El ruido del combate era infernal, ya que la caverna provocaba un eco que multiplicaba los sonidos de las armas y las explosiones.
Los proyectiles de ametralladora y fusil rebotaban en el casco blindado del submarino, pero no les protegería de los dos cañones que iban buscando el ángulo de tiro que Reith no les ponía fácil al ir maniobrando el sumergible. Había espacio suficiente para hacer virar el submarino en redondo. Una enorme torre de agua se levantó junto al submarino y una potente explosión sonó a continuación. Todos fueron remojados en la torre. Había faltado muy poco para ser alcanzados. Los cañones de proa, dirigidos por Dave Holms, abrieron fuego sobre las torres y el edificio de mando del puerto. Con una brutalidad inusitada, David barrió su objetivo imparablamente. De repente, una de las torres de artillería comenzó a arder en su interior. El fuego salía por las troneras del bunker. Holms había acertado casualmente a la munición interna de la santabarbara y violentas explosiones siguieron al incendio inicial.
Sin previo aviso, la enorme torre estalló en mil pedazos, arrastrando con ella una parte del edificio de mando. Una mezcla de cascotes, cuerpos, aparatos, etc., se vino abajo en medio de un estruendo infernal. Los trozos de hormigón saltaron en todas direcciones, haciendo que todos se tuviesen que poner a salvo del mortal impacto de los mismos. Una inmensa nube de polvo cubrió toda la zona impidiendo la visibilidad. Era el caos absoluto, pero del cual se podía sacar ventaja.
—¡Llévanos hasta el pantalán, Reith! —ordenó Patrick, levantándose y calibrando el buen momento para ellos—. ¡Bert, prepare a su grupo. Van a salir!
Bert Wilson ya estaba preparado al igual que sus hombres. Estaban deseosos por entrar en acción. El submarino se fue aproximando al pantalán más próximo y allí desembarcó el Grupo 1, Jericó. Una vez en tierra y en medio de la confusión, lograron avanzar hacia el edificio de mando, que comenzaba a mostrar un aspecto lamentable tras la fortísima explosión. Prácticamente no había resistencia, sólo cadáveres. Dos comandos lograron subir hasta la tronera principal de la torre que aún estaba operativa. Dos potentes cargas silenciaron definitivamente aquella amenaza. Un vehículo blindado semi-oruga apareció por la derecha, sorteando los cascotes y abriendo fuego con sus ametralladoras. Varios hombres del Grupo 1, Jericó, cayeron entre malheridos y muertos. Uno de los hombres de Wilson logró encaramarse al vehículo y lanzó dos bombas de mano a través de la escotilla medio abierta. Al saltar del vehículo, tropezó sobre unos cascotes y cayó bajo las cadenas que lo aplastaron. Una explosión fortísima siguió a esta escena, convirtiendo al vehículo blindado en una bola de fuego descontrolada y que siguió su marcha hasta el pantalán, desde el cual cayó al agua con gran estrépito. Todo sucedía a mucha velocidad.
El Grupo 2, Levítico, entró en la central, donde ya no había resistencia armada y se apoderaron de la misma. A la orden de Andrew Brown, un retén se quedó allí de guardia, mientras los demás seguían para encontrarse con el otro grupo y los buzos. No hacía falta en ese momento desconectar la central. La batalla por el puerto parecía ganada, pero aún quedaban focos de resistencia y nidos de ametralladoras. Uno a uno, fueron silenciados hasta que todo el perímetro del puerto quedó asegurado. Brown y tres de sus hombres cayeron en estas escaramuzas finales. Reith y Böse no podían dar crédito a lo que allí había sucedido. Nunca hubiesen imaginado que tomarían la base con esa relativa facilidad, pero así había sido. Desde luego no era todo el complejo, pero sí su parte más importante.