Capítulo 17

CONTRAATAQUE ALEMÁN

El general SS Hans Kammler entró como una furia en el puesto de mando de la base aérea subterránea Fliegerfestung 4, al poco de llegar el equipo de rescate que había salvado a lo que quedaba de la tripulación del disco. Todo el equipo técnico, pilotos y controladores aéreos se puso en pie, en posición de firmes y un sonoro ruido de tacones. Todos ellos lucían en sus uniformes el emblema de la Antártida en la parte superior del globo terrestre, con los continentes en posición invertida con respecto a los mapas convencionales. Todos ellos pertenecían a las SS. Sólo el General Kammler mantenía su uniforme clásico de la II Guerra Mundial, sin reminiscencias antárticas.

—¿Qué está sucediendo aquí? ¡Quiero la máxima información ahora! —bramó, mientras sus ayudantes directos, dos unterscharführers se ubicaban estratégicamente a ambos lados del general—. ¡Tengo noticias de que una gran flota americana llegada desde el Pacífico está tomando posiciones en tres puntas de lanza. Aquí, aquí y aquí! —subrayó señalando tres lugares en el mapa antártico de la pared.

—Mi general —intervino un joven unterscharführer—, hemos tenido contacto visual aéreo con los tres grupos que usted indica, tal como iban llegando desde el Océano Pacífico. Desde nuestras bases en Chile, los hemos seguido en el Pacífico. Se trata de una fuerza de combate americana integrada por 13 barcos, entre ellos, un portaaviones que está en camino y un submarino. Desconocemos el número de soldados y aviones que disponen. Tampoco sabemos cuáles son sus planes en este momento. Seguimos el control.

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General de las SS Dr. Hans Kammler

Los demás asintieron las palabras del joven militar.

—Pero, ¿no lo ven claro? —Kammler volvió al mapa—. Están preparando sus bases en estos tres puntos que les he indicado y cruzarán el continente desde el sur para empujarnos hacia el mar. Rodearán toda Neuschwabendland. ¡Debemos atacar ahora mismo que aún no ponen pies en tierra! ¡No podemos permitirles que monten tres cabezas de puente! De lo contrario, no podremos sacarlos de ahí —los miró a todos con rabia—. ¡Recuerden Normandía! —añadió.

Seguidamente y en medio de una gran tensión, se dirigió a los supervivientes del disco que estaban tratando de mantener la posición de firmes a pesar de las molestas heridas que tuvieron tras el abandono de la nave y la caída en paracaidas.

—¿Qué ha sucedido, teniente Linke?

Linke comenzó su relato:

—Fuimos avisados por la Base 211 de la llegada del submarino U-2193 al mando del U-Bootoffizier Reith, pues el capitán Lippsmacher murió hace varios meses en combate. Llevaban unos heridos a bordo y necesitaban una actuación rápida y por ello fuimos a recoger a esos heridos y trasladarlos al hospital de la base. Una vez allí, fuimos sorprendidos por un comando que asesinó al capitán Windel y logró apoderarse del mando del disco. Mientras íbamos en vuelo y ante la actitud del comando por penetrar y atacar Fliegerfestung 4, decidí abandonar la nave con los que quedaban de la tripulación y que el disco se estrellase con los miembros de ese comando. Así lo hicimos.

Kammler escuchaba atentamente la explicación del teniente Linke, pero intervino de nuevo.

—Además de la flota que se nos viene encima, también nos atacarán internamente en la Base 211. Ya han visto lo que les ha sucedido a los tripulantes del disco. Hemos perdido una de nuestras naves y el enemigo ha capturado uno de nuestros submarinos y seguramente ya se halla en las inmediaciones de nuestra base. Ése es su plan y así abrirán un segundo frente en nuestras propias narices.

Se sentó en una de las sillas de controlador de vuelo.

—Quiero ver ahora a todos los jefes de escuadrilla y los jefes de tropas de tierra. ¡En el hangar principal de esta base en un máximo de una hora!

Un flujo urgente de órdenes partió desde Fliegerfestung 4 a las otras tres bases de discos y a dos bases subterráneas, entre ellas la Base 211. El U-2193 estaba entrando en ese momento en dicha base, que activó de inmediato las alarmas y se inició el combate de defensa y neutralización del ataque.

Mientras los oficiales iban llegando desde diversos puntos de origen a Fliegerfestung 4 para la reunión convocada, las noticias también llegaban a su vez.

—Tenemos malas noticias, general —comentó uno de los asistentes de Kammler con un teletipo en su mano—. La Base 211 está siendo atacada desde el U-2193 y varios grupos de comandos, que han logrado destruir el edificio de mando del puerto, las torres fortificadas y han tomado la central eléctrica. Hay muchas bajas y la lucha continúa.

Kammler cogió el documento y lo leyó. Su cara no reflejaba ninguna emoción. Se estaba cumpliendo lo que había vaticinado.

—¡Sigamos! —ordenó.

Era el momento de actuar. Continuaron caminando hacia el inmenso hangar que estaba por encima de las instalaciones de control. Todo ello bajo tierra y aprovechando las enormes cavernas que habían descubierto mucho tiempo atrás, en las primeras expediciones a la Antártida. La temperatura era muy buena ya que habían logrado canalizar las fuentes geotármicas naturales que abundaban en Neuschwabenland y ello permitía una vida casi normal.

Unos guardias abrieron una puerta blindada y el grandioso hangar natural apareció ante ellos. Siguieron caminando entre varios discos volantes allí resguardados. Su color aluminio bruñido y su diseño eran absolutamente diferentes a cualquier aeronave de aquel momento. Se podían distinguir tres modelos diferentes, cuyo tamaño variaba. Kammler se sentía muy orgulloso de esas naves, ya que había sido su Kammlerstab quienes las habían desarrollado. Ahora todo estaba en peligro y su plan de renacimiento de un IV Reich podía truncarse. No lo iba a permitir. Ya había sucedido por la enorme cantidad de traidores que rodeaban al Führer, pero él ahora había sabido rodearse de los mejores y en el mayor de los secretos. Los americanos no podían sospechar a qué se enfrentaban.

Mientras caminaba resuelto a la zona donde se procedería a la reunión y donde ya empezaba a ver a algunos oficiales, recordaba su tremendo viaje hasta allí y su responsabilidad en todo el proyecto. Recordaba como el Führer, en la última visita a Berlín que realizó a principios de abril, antes de que la tenaza rusa se cerrase sobre la ciudad condenada, le encomendó en privado la continuación de su obra, lejos de traidores y con toda la tecnología que había logrado desarrollar. Le impresionó ver a Hitler en aquel estado, pero con total resolución a terminar el papel histórico que debía llevar a cabo. Durante la guerra ya se fueron preparando todas estas instalaciones antárticas, pero desde 1944, Kammler también había dado impulso a esa obra titánica y había sabido aprovechar las ventajas de sus grutas y su excelente temperatura construyendo todo tipo de instalaciones subterráneas, como había hecho en Europa, gracias a sus avanzados conocimientos. La Antártida era la zona ideal para empezar de nuevo y no cometer los mismos errores. Kammler había logrado detener la captura de científicos por parte de los aliados y los rusos y los fue enviando con el KG 200 hacia la Antártida. Como había dicho el Führer, en su función como general de las SS, él había sido ágil como un galgo, sufrido como el cuero y duro como el acero Krupp. No eran tiempos para titubeos, dudas o espíritus pusilánimes. Logró trasladar al personal de Peenemünde a Oberammergau en Baviera en mediados de 1945 en una operación espectacular y en las narices de rusos y americanos. Logró forjar la leyenda de que seguía vivo y se mostró públicamente en Jacin en Checoeslovaquia poco antes del final de la guerra, en una operación perfectamente planificada. Llegó a montar cuatro posibles muertes que iban desde su propio suicidio, o bien caído en combate frente a los rusos, quizás ajusticiado por los partisanos, hasta ser asesinado por sus propios hombres. Llegó a engañar a todos. Ahora estaba lejos de sus enemigos. Sonreía mientras caminaba.

Aún recordaba el avión Junkers Ju 290 A-5, número de serie 110178, que se preparó en Berlín-Tempelhof, tras ser retirado del servicio en la Luftwaffe, como avión civil en septiembre de 1944, pero perteneciente al KG 200. La Lufthansa había hecho un buen trabajo de adaptación poniendo la matrícula D-AITR y el nombre “Baviera” al mismo, en octubre de ese año. El Flughauptmann Paul Sluzalek, logró llevar el avión hasta Praga, donde recogió a todos los hombres del equipo directo de Kammler, a él mismo y una enorme cantidad de material y documentos y los trasladó a Barcelona el 26 de abril de 1945, en un vuelo infernal. Las autoridades españolas renunciaron a identificar a los alemanes a bordo del avión tras su aterrizaje en Barcelona. El general Franco, pese a no haber sido un socio implicado de verdad en la victoria final, estaba ayudando a los científicos y personal militar alemán en su escape hacia tierras más hospitalarias tanto en España como en Iberoamérica.

Kammler y sus adjuntos llegaron con buen paso a la zona prevista para la reunión. Ya se había preparado un mapa Antártico sobre un soporte vertical. El mapa mostraba con flechas la situación de la flota enemiga y sus puntos previstos de atraque. Otra flecha mostraba el ataque del U-2193 a la Base 211. La situación de las diversas bases alemanas aparecía reflejada en el mismo. Toda era información de última hora. A la llegada de Kammler, los oficiales se pusieron en posición de firmes. También llegaron en aquel momento los más rezagados que venían desde las zonas más remotas de Neuschwabenland. Los discos volantes entraban casi en silencio de forma impresionante para quien no estuviese acostumbrado a su presencia. Tras posarse en tierra, las tripulaciones bajaban rápidamente para ocupar su lugar en la reunión. Había unos 30 discos volantes en el hangar en aquel momento. El personal de mantenimiento fue llevando a cabo su trabajo en las naves recién llegadas, con la máxima discreción posible. Entre el personal de tierra había varias mujeres que desempeñaban esas labores de mantenimiento junto a sus compañeros masculinos.

Todos los convocados fueron tomando asiento. Eran casi 100 oficiales de las armas de tierra, mar y aire. Todos llevaban su escudo bordado antártico y, sobre todo, destacaban por su juventud. Kammler subió a un pequeño estrado desde donde podía ver sin dificultad a toda la audiencia que, con caras expectantes, esperaba las noticias del general, máxima autoridad antártica. El mapa quedaba a la izquierda y los dos ayudantes tomaron asiento en una mesa auxiliar a la derecha de Kammler. Tras la tarima, el general comenzó a hablar.

—Los he convocado con la máxima urgencia porque ya sabrán que estamos siendo sometidos a un ataque en toda regla por fuerzas enemigas que tienen su origen en los Estados Unidos —con un puntero de madera, se acercó al mapa que tenía a su izquierda y siguió con su parlamento—. El ataque se divide en dos partes. Por un lado, tres grupos formados por una flota de 13 barcos, que han tomado tres rumbos distintos en aguas antárticas y que fácilmente se pueden denominar por las latitudes en las que están, Grupo Este, Grupo Centro y Grupo Oeste. Entre la fuerza atacante se hallan: un portaaviones que está llegando y un submarino, más un número indeterminado de aviones. Ya hemos tenido contacto visual con ellos e incluso hemos derribado uno de sus aviones —fue señalando lo que parecía obvio por la dirección tomada por la flota—. Por lo que hemos sabido de nuestros agentes en Sudamérica, la expedición de ataque la dirige el almirante Richard Byrd, todo un personaje para los americanos y que va a bordo del portaaviones Philippine Sea.

Kammler sonrió al citar el nombre del almirante, luego continuó.

—Por otro lado, y más peligroso, la Base 211 está siendo atacada en este momento por un submarino nuestro que ha sido capturado, el U-2193, el cual ha logrado penetrar en las defensas de la base y ha desembarcado a comandos que han realizado un ataque sorpresa. Uno de nuestros discos, al mando del capitán Windel, fue capturado por miembros del comando a bordo del submarino y en su viaje hasta esta base fue neutralizado por la propia tripulación. El capitán Windel y un miembro de su tripulación, han caído en el ataque —un murmullo de sorpresa se oyó por parte de la audiencia. Kammler continuó—: Comprendo lo que piensan y la sorpresa que este ataque les produce, pero tenía que llegar este día. Nuestra situación, aunque bien resguardada en secreto no iba a durar eternamente. Nuestras naves han volado por los cinco continentes desde el final de la guerra. Han demostrado su valía y han mejorado sus prestaciones técnicas y han formado tripulaciones bien entrenadas en su uso, ustedes, pero al mismo tiempo han dejado claro su origen a pesar de no llevar distintivos. Todos nuestros enemigos sabían de nuestra superioridad técnica en todos los campos. Nuestros contactos con Chile, Argentina, Brasil y Sudáfrica no podían pasar desapercibidos al enemigo y, sobre todo, al enemigo mundial que tiene una guerra a muerte con Alemania desde antes de la subida al poder de nuestro Führer caído en Berlín y que no cejará en su empeño por destruirnos. Somos los únicos a quienes temen de verdad porque los hemos desenmascarado de su insolencia y sus ganas de esclavizar a toda la humanidad.

Kammler se refería a los judíos. La audiencia afirmaba las palabras de Kammler. El general volvió a situarse tras su tarima.

—No vamos a perder tiempo y no vamos a permitir que instalen sus cabezas de puente en los puertos que sin duda tratarán de hacerlo. Tenemos varias ventajas como son nuestro sofisticado armamento, nuestro conocimiento y experiencia antártica, muy superior a la de ellos y, en especial, un espíritu de lucha que nuestro enemigo no tiene. Tiene que ser una lucha despiadada, sin prisioneros. Nos jugamos nuestro futuro, el de nuestras ideas y el de nuestro pueblo y raza. Europa no supo seguir nuestros ideales frente a la barbarie bolchevique y la degenerada sociedad americana. Y ambas manipuladas por el enemigo mundial, nuestro verdadero enemigo.

La audiencia estaba realmente estimulada ante las palabras de Kammler, que era un verdadero hombre de acción. Murmullos de aprobación seguían a todas y cada una de sus palabras.

—Formaremos tres alas de combate que saldrán de las bases más próximas a cada grupo enemigo —señaló de nuevo en el mapa las bases aéreas 1/2/3 y 4, con sus correspondientes grupos enemigos a destruir—; y en cuanto a la Base 211, la más importante, será reconquistada por tropas de tierra, con soporte blindado. Ese submarino y sus comandos no saldrán de allí. Quiero ver ahora a cada responsable de base aérea y tropas de tierra, para acabar de perfilar los grupos, sus responsables, el ataque y ponernos en marcha inmediatamente. ¡Empieza nuestro ataque!

Al pronunciar estas palabras se oyeron varias voces entre los oficiales que empezaron a entonar el himno de Neuschwabenland, con la música de una vieja canción popular alemana titulada Westerwald. Pronto todos cantaban al unísono la canción, repicando con sus botas en el frío suelo de cemento y haciendo que los ánimos y el ardor por el próximo combate llegasen muy alto. Incluso el personal de mantenimiento se sumó a aquel himno cantado espontáneamente. Kammler los miraba con orgullo, sabía que podía contar con ellos hasta el final.