¡Desde luego! La música, o sea, eso que se escuchaba en aquel momento, había hecho lo suyo para que el señor de Sagami pensara como se acaba de referir. El reguero de notas de apariencia inconexa brindaba una especie de modelo del que, sin advertirlo, Yutaka se había apropiado para realizar su propia composición mental.
Lógicamente, en su revelación, la mente del joven daimyo había condensado los diversos asuntos que pululaban en su conciencia. Y como algunos de estos se remontaban a momentos anteriores a su tragedia familiar (aunque la incluyeran), no era extraño que afloraran con violencia repentina en aquel momento y lugar. Pero, ya fuera cierta o errónea la atribución de toda responsabilidad de los hechos a Go Daigo, deberíamos sosegar el ritmo del relato para dar a conocer el modo en que el joven daimyo arribó a esta conclusión. Y eso supone un breve repaso de los acontecimientos históricos de aquel período de Japón.
Como se menciona a comienzos de esta crónica, al verse enfrentado a la necesidad de combatir con éxito la rebelión de los Emishi, el Emperador Shōmu tuvo que sustituir a los inútiles de su parentela por generales formados en los campos de batalla, lo que favoreció el surgimiento de los Shögunes. A lo largo de los siglos, estos se fueron apoderando del aparato del Estado, desplazaron eficazmente a las dinastías sagradas y las limitaron a cumplir un papel ceremonial. Estos movimientos no se obraron sin lucha.
A principios del siglo XIV, Go Daigo, Emperador de la Corte del Sur, intentó reducir las atribuciones del Shögunato y restaurar los poderes propios de su investidura. Pero el poderoso clan Höjo se enteró de sus propósitos y envió un ejército dispuesto a derrocarlo, y Go Daigo debió huir llevándose las insignias imperiales legadas por los dioses y que legitimaban su mando (la espada Kusanagi, el collar de joyas Yasakani no magatama y el espejo Yata no kagami que reflejó el esplendor de Amaterasu y devolvió la luz al Universo). Finalmente encontró refugio en Kasagi, donde se hizo fuerte con el apoyo de los monjes guerreros. Al cabo de un tiempo los Höjo ofrecieron respetarle la vida a cambio de que abdicara. Ante su negativa, decidieron coronar a un pequeño traidor de la propia familia imperial. Sin embargo, carecían de las insignias reales y no pudieron llevar a cabo la ceremonia. La lucha continuó. Go Daigo se refugió en el castillo de montaña de Kusunoki Masashige, quien, pese a no contar con un ejército numeroso, aprovechó las ventajas que le proporcionaba su yamashiro para ofrecer una resistencia feroz.
Pasaron meses y años de combates sangrientos y en 1332 las fuerzas del clan Höjö prevalecieron. Mientras el fiel Masashige huía dispuesto a continuar la lucha y defender la honra de su emperador, Go Daigo fue capturado y llevado al cuartel general de los sublevados en Kyoto y luego exiliado en la isla de Oki, donde permaneció en custodia.
Entretanto, Masashige había logrado construir en Chihaya un castillo con mejores murallas que el anterior. Especialista en técnicas de defensa, logró inmovilizar a las fuerzas de los Höjö y concentrar su atención al extremo de que Go Daigo aprovechó un descuido de sus captores para huir de Oki y levantar un ejército en la montaña Funagami. Para arrostrar el viento de la indócil fortuna, que parecía haber cambiado de dirección y soplar en su contra, los Höjö recurrieron a uno de sus más hábiles generales: ni más ni menos que Ashikaga Takauji. En un principio Ashikaga obedeció a sus superiores y combatió con éxito a Go Daigo; pero pronto descubrió que le resultaba más beneficioso aliarse con él y lanzar en conjunto un ataque al cuartel general del clan situado en Rokuhara. Luego de una serie de batallas, los Höjö fueron vencidos y Go Daigo recuperó la plenitud del poder y en 1333 nombró Shögun a su hijo mayor, el príncipe Moriyoshi. Esa decisión resintió el ánimo de Ashikaga. ¡El Emperador le había prometido el cargo en agradecimiento de sus servicios y a cambio de cumplir con su palabra favorecía a un hijo cortesano!
Desde luego, Go Daigo no obraba de manera impremeditada. Tras la restauración de su poder, no solo desatendió el reclamo de Ashikaga, sino que se negó a repartir las tierras tomadas al clan Höjö entre la tropa y los samuráis leales, buscando limitar las ínfulas de los daimyos y acotar sus constantes disputas territoriales. Por supuesto, el propio Ashikaga Takauji también aspiraba a unificar el país bajo un liderazgo fuerte. Así que no tardó demasiado en rebelarse contra el Emperador de la Corte del Sur y en 1335 estableció la sede de su gobierno en Kamakura y entronizó al pánfilo del príncipe Moriyoshi, que duró un suspiro antes de ser degollado. Go Daigo, ardoroso de revancha, nombró entonces como Shögun a otro de sus hijos, el príncipe Nariyoshi, que tampoco pudo imponer respeto. Emperador y guerrero se enfrentaron, y triunfó el guerrero.
Habiendo conquistado Kyoto, Takauji obligó a Go Daigo a entregarle las insignias imperiales que le otorgaban legitimidad como emperador, y en prueba de sumisión y respeto a la tradición las cedió al príncipe Tsuguhito, designándolo por este acto como Emperador Kōmyō. Tsuguhito era hijo de Go-Fushimi y pertenecía a la línea sucesoria Daikakuji, por lo que tenía tanto derecho como el otro a considerarse emperador. Entretanto, Go Daigo huyó de Kyoto y se refugió en Oshino, desde donde declaró solemnemente que, siendo Ashikaga Takauji un ladrón y un traidor, él le había cedido lo que se merecía: insignias imperiales falsas, que solo servían para erigir falso emperador a otro falso como Ashikaga. Las verdaderas, dijo, era él quien seguía conservándolas.
La proclama de Go Daigo generó un problema insoluble: ¿cómo saber si el depuesto emperador mentía ahora por desesperación o había timado antes a un enemigo ansioso de apoderarse de esos símbolos? De hecho, ¿cómo saber qué era verdadero o falso en un período histórico donde la fugacidad dejaba su marca y el fraude y el tráfico de imitaciones de antigüedades era ley? De cualquier manera, a Ashikaga Takauji las palabras de Go Daigo le importaron menos que el zumbido de una mosca, porque entretanto Kōmyō lo había nombrado Shögun.
A partir de entonces, con la ambición de Ashikaga Takauji en apariencia satisfecha, se generó una especie de apaciguamiento provisorio, algo que favoreció la existencia de dos cortes. La del Sur, con centro en Yoshino y regida por Go Daigo, y la del Norte, con sede en Kyoto y liderada nominalmente por Kōmyō bajo la mano de hierro de Ashikaga Takauji. Ambas cortes, ¡desde luego!, conspiraban una contra la otra, realizaban maniobras alambicadas que escapaban a la comprensión de las mentes más sutiles, y que incluían intrigas, canjes de espías de pertenencia imprecisa, asesinatos y envenenamientos, etcétera. Así y todo, la paz se afirmaba en el Japón bicéfalo.
Voviendo al caso de Yutaka Tanaka, ¡desde luego!, y aunque hubiese llegado a Kyoto por asuntos ligados al honor de su familia, no desconocía la realidad política del momento. Así, ese saber infuso había obrado su efecto y ahora, mientras el grupo musical de Tokedo Shangon seguía chirriando, todo explotaba en su mente mostrándole un diseño que él tomaba como la trama secreta de los hechos. Una trama compuesta de diferentes hilos que se unían para dar lugar a lo que ocurría en ese momento: el concierto de la conspiración.
¡Desde luego!
¡Ahora entendía (o suponía entender)!
A partir del momento mismo de su arribo a Kyoto había sido objeto de una manipulación: mientras se desgastaba solicitando un encuentro con Ashikaga Takauji era desviado sutilmente en dirección de su esposa. Tal vez el Shögun ignorara incluso su presencia en la ciudad. Tal vez, de haberla conocido, lo habría recibido de inmediato con el objeto de comunicarle el nombre del asesino de su padre. ¿Cómo saberlo? La maquinaria había sido montada a base de engaños y mentiras. Nakatomi, ¡desde luego!, con sus cuentos ridículos acerca de autómatas y de rivalidades ficticias con Kōmyō, tratando de ocultar que la única rivalidad posible y harto conocida era la que el Shögun mantenía con Go Daigo. ¡Desde luego!, ese relato estaba acordado con dama Ashikaga, que con sus modos lo había cegado al punto de llevarlo a olvidar su principal interés, y eso, ¿con qué fin? Atraparlo en su telaraña. ¡Desde luego!, dama Ashikaga era la agente principal de Go Daigo, quien a su vez había fabricado todo el asunto para atrapar a...
Para atraparlo a él.
A Yutaka Tanaka, hijo de Nishio y Mitsuko Tanaka. Noble daymo de la provincia del noroeste. Señor de Sagami.
Ahí estaba todo. El diseño completo.
“Go Daigo”, se dijo, “envió a sus esbirros a que mataran a mi padre y mancillaran el honor de mi madre para que yo busque verdad y justicia en Kyoto y a cambio de eso caiga en las redes de dama Ashigaka, con el propósito de que esta, haciendo uso de su seducción, me indisponga con su marido y me impulse a sumar mis fuerzas a las del Emperador de la Corte del Sur”. La cuestión era ¿por qué ella arriesgaba su elevada posición junto al Shögun, corriendo el riesgo de perderlo todo, y ayudaba a Go Daigo? ¡Muy sencillo! La Shöguna misma se lo había dicho: pertenecía a una de las líneas laterales de la divina sangre imperial, y ella y sus fantasmas ancestrales padecían nostalgia por su pasado glorioso. “Go Daigo”, dedujo Yutaka Tanaka, “le prometió que la desposaría luego de vencer (contando con mi auxilio) a su actual esposo. Él unifica las dos Cortes y ella, la Shöguna del Norte, asciende a Emperatriz de todo Japón”.