Lun Pen dejó la casa de placer más desconcertado que al llegar. Como todo el mundo, creía contra toda evidencia que el amor eleva el alma a regiones purísimas y no que arroja a sus víctimas al mar de las emociones confusas. A esta altura de los hechos se hace necesario aceptar que un genio de la proto-ciencia puede ser también un idiota en asuntos del corazón. O, en todo caso, que los fundamentos implícitos de su tarea profesional —la coherencia interna de los elementos, el criterio de falsabilidad y su opuesto, el resultado constatable— no brindan respuesta en cuestiones sentimentales. “¿Por qué no se comunica conmigo? ¿Qué puede hacer ella en mi contra, esté donde esté?”, se preguntaba. “¿Serán las amenazas de su hijo Chunghwaa el inicio de una serie de hechos inimaginables?”.
Pronto tendría algunas respuestas a esos interrogantes, aunque no fueran las que esperaba.
A la puerta de su hogar lo esperaba el famoso Guo Ze, miembro de número del Ala Oriental de la Jinyi Wei, la policía secreta del Celeste Imperio. Formalmente, su visita debía considerarse un honor, ya que se trataba de un funcionario de rango elevado, pero en realidad era un aviso de la desgracia: su rápido ascenso en el escalafón laboral se debía al talento heredado del padre, Hao Chibao, un cirujano notable por su pericia en la ablación testicular, especialidad empleada para producir eunucos destinados al servicio palaciego. Pero, a diferencia de este, Guo Ze utilizaba el cuchillo para interrogar a los sospechosos de haber cometido algún crimen. Se decía que encontraba tal satisfacción en la tarea que hundía el cuchillo hasta en acusados de delitos menores. “De esta manera se verifica la amenaza de Chungwhaa”, se dijo Lun Pen. Luego trató de razonar: “Chantajeado muerto no paga. Así que esta es una visita de advertencia”.
Guo Ze se le arrimó hasta pegar los labios a su oído izquierdo:
—No es necesario que se orine encima como muestra de la alta estima en que me tiene —susurró—. Entiendo que sus temblores se deben a una admisión de culpa anticipada. ¿O debo tomarlos como un cálido reconocimiento de mi fama? En cualquier caso, apúrese a decirme qué se ha hecho de Jia Li, o, lo que vendría a ser lo mismo, qué hizo de ella. No es que me preocupe personalmente el destino de una prostituta jubilada, pero la armonía debe reinar bajo los cielos y el asunto reclama justicia.
—Jia Li desapareció y yo soy inocente —dijo Lun Pen.
—Toda conversación acabaría antes de empezar si la gente dijera la verdad de inmediato. Pero ambos sabemos que estás dispuesto a decir cualquier mentira con tal de librarte de mi cuchillo. Ahora mismo te preguntas si es preferible confesar o te conviene contarme un cuento tan bien contado que, tras de su fin, yo termine yéndome de aquí convencido de la veracidad de tus palabras. Lamentablemente, nadie es inocente, o, lo que es lo mismo, todo el mundo miente y por ello todos merecen en mayor o menor medida mi tratamiento, exceptuando por supuesto a nuestro divino Emperador. Debo advertirte además que ejerzo a conciencia mi oficio y me arrogo el derecho de tomarme el tiempo necesario hasta concluir mi interrogatorio.
—Crueldad no es sinónimo de verdad y el bien no se ejerce con saña —dijo Lun Pen.
—Me asombra tu coraje, mi querido maestro —Guo Ze se inclinó en reverencia—. Eres el primer hombre que se atreve a enfrentarme. Pero permíteme que te asegure que tus premisas son falsas. Del ejercicio razonado del tormento deriva todo progreso en la búsqueda de la verdad.
—Esa búsqueda es una aspiración sublime. Pero si, forzado por su arte, yo dijera lo que usted quiere escuchar, el triunfo de su habilidad manual significaría un fracaso para su oficio de policía —dijo Lun Pen.
—¿Dije yo que iba a empezar de inmediato? De ninguna manera. Amo los prólogos y las demoras y me encanta perderme en los detalles. Yendo al punto. Utilizaste una expresión, “habilidad manual”. ¿Podrías decirme cuánta hubo en la desaparición de Jia Li? Considera esta pregunta el inicio formal de mi interrogatorio. Y, si no es mucha molestia, me gustaría que el resto de nuestra conversación se continuara en tu laboratorio, al que a partir de ahora denominaré la escena del crimen.
Lun Pen inclinó la cabeza y precedió a Guo Ze. Caminaba arrastrando las sandalias, tratando de hacer todo el ruido posible, en la esperanza de que al escuchar sus pasos la cosa aquella —el resto absurdo de Jia Li— tuviera la prevención de ocultarse. Claro que, ¿por qué iba a hacerlo si carecía de oídos y, de tenerlos, quizá desconociera el significado del término “policía”?
—Cuidado al bajar —dijo—. La entrada al sótano tiene el techo bajo.
—No pierdo la cabeza tan fácilmente —rio Guo Ze—. Aunque sé lo mucho que te gustaría que tal accidente ocurriera. Si me permites una paradoja verbal, la luz brilla por su ausencia. ¿Quién puede trabajar aquí, salvo que busque el ambiente propicio para asesinar a alguien?
—¿Qué motivo tendría yo? —Lun Pen se encogió de hombros mientras encendía un farol de papel.
—Me lo dirás cuando llegue el momento. Al final, todos hablan. Un sopapo para que empiecen a hablar, otro para que se callen. Y en el medio algunos cortes. ¿Qué son estas rarezas? Nunca vi nada igual. Ni en cuanto a aspecto, forma y apariencia de los materiales...
—¿Viene a mi hogar y no sabe a qué me dedico?
—¿Debería? —dijo Guo Ze y estiró una mano para tocar alguno de los objetos acumulados.
—¡Cuidado! Todavía no sé para qué sirve ni cómo funciona. Podría arrancarle un dedo, o quizás hacerlo feliz.
Guo Ze retiró rápido la mano, mientras comentaba:
—Más fácil lo primero. Claro que estoy enterado de tu actividad. Yo también miento. ¿Cómo consigues...?
—No lo sé.
—¿Cómo hiciste para...?
—Tampoco sé.
—Lo que me asombra, querido maestro, es tu inconsecuencia. De otros mundos trajiste cosas cuya naturaleza y funciones aseguras desconocer, mientras que el rumor asegura que enviaste a Jia Li hacia esos otros mundos... ¡y no puedes dar explicación del procedimiento! ¿Qué ocultas?
—¿Yo? ¡Nada! Fue ella misma quien consiguió trasladarse.
—¿Y cómo estás tan seguro de que es ella y no tú quien logró el milagro?
—Porque ella intentó golpearme...
—¿Una mujer a un hombre? Absurdo. Inverosímil.
—Se lo juro, estimado inspector. Ella alzó su mano para golpearme y cuando yo... y en ese momento...
—¿Y si fue tu mano alzándose para defenderte y no la suya elevándose para pegarte la que logró el pasaje...?
—Es cierto —dijo Lun Pen—. No lo sé. Nunca lo sé. Eso ocurre y es todo.
—Nunca ocurre un “todo” del que desconozcamos por completo su funcionamiento. Solo que a veces no sabemos que lo sabemos. Y eso no es lo mismo que ignorar algo. Oficialmente debo informarte que, si Jia Li no retorna pronto, deberé considerarte un criminal y suministrarte el castigo.
—¿Y si ella volviera...?
—Entonces el castigo se suspendería de inmediato. Creo.
—¿Y si no quiere testificar a mi favor?
—El simple hecho de su presencia resultaría tu mejor prueba. Así que, si pretendes conservar la vida, lo mejor sería que te tomaras el trabajo de regresarla.