Como la paz a nuestra saciedad, le brotaron los hongos a la tierra mojada y se siguió ondulando la pampa y supe así que lo ondulado parece mecerse aunque esté quieto y que tiene más colores que lo llano: era el lomo de un perro desperezándose la tierra entera y la pelambre de sus alturas desparejas se parecía al agua cuando el viento le agita los reflejos. Si antes la vida del camino me había sido celestial, ahora variaba del violeta intenso al pálido, al amarillo y al naranja, al blanco, al verde claro y al oscuro para dejar ver, de a ratos, los marrones, que eran pocos. Era como si la pata que le faltaba al arco iris hubiera estado derramándose en el suelo y así siguió, cada vez con más fuerza, con más precisión, como si los colores se definieran a medida que avanzábamos y la tierra misma volara ya no hecha polvo sino flores en el aire; las mariposas, con sus aleteos impulsivos, se mueven como si tomaran impulso, se les fuera gastando hasta casi detenerse y entonces, cuando podrían ser apenas un objeto del viento, empiezan otra vez. Es un vuelo errático comparado con el de los pájaros, que, como brotados de las cuchillas, empezaron a abundar. La mayor parte de los pájaros planea. No aletean constantemente: comparten la intermitencia de las mariposas, detienen sus alas, las dejan abiertas, pero a diferencia de ellas, mantienen una trayectoria armoniosa, como si no les significara ningún esfuerzo; los picaflores están en el medio, entre los pájaros y las mariposas, por los colores, sí, pero también por su modo de volar, eléctrico, incesante. Tal vez están más cerca de los insectos. El aire era una masa viva de animales, el zumbido de las abejas y las moscas y los barigüí y los mosquitos era su respiración y yo empecé a respirar con ellos, me dejé estar en ese ruido grave que a la noche aumentaba por otro más irregular, el del croar de tanto bicho barroso. Estábamos en zona de lagunas: el agua duplica la felicidad como duplica todo lo que espeja. Y lo llena de vidas.
Así que seguimos viaje entre el barro y el aire, borracha yo del olor de las flores y del vino del coronel: Liz había decidido que llevábamos demasiado peso; nos concentramos en alivianar la carreta y fue el nuestro un ánimo festivo, los hilos de la red que nos unía parecieron hamacas, nos balanceábamos cantando en las dos lenguas y en esa que inventábamos entre los tres y que Estreya ensanchaba con unos ladridos que parecían intentar la misma armonía.