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La mano que aferra

Él es el motivo de tu alabanza; él es tu Dios, el que hizo en tu favor las grandes y maravillosas hazañas que tú mismo presenciaste.

DEUTERONOMIO 10:21

Tuve el privilegio de compartir mi historia en la iglesia de Dick, la Primera Iglesia Bautista de Klein, casi un año después del accidente. Su esposa Anita también estaba allí, lo mismo que mi familia. Como todavía llevaba puestos los arneses en las piernas dos personas tuvieron que ayudarme a subir a la plataforma.

Les conté a todos sobre el accidente y sobre la parte que Dick había tenido en mi regreso: «Creo que estoy vivo hoy porque Dick oró para que volviera a la tierra», dije. «De mis primeros momentos de conciencia hay dos cosas que resaltan en mi memoria. Primero, que estaba cantando “Oh, qué amigo nos es Cristo”, y segundo, que la mano de Dick aferraba la mía con fuerza».

Después del servicio de adoración muchos fuimos a almorzar juntos a un restaurante chino. Anita estaba sentada frente a mí. Recuerdo haber estado tomando mi sopa wonton y que pasamos un momento muy agradable con los miembros de la iglesia.

En un momento se hizo una pausa en la conversación. Anita se inclinó hacia mí y me dijo en voz baja:

—Aprecio todo lo que dijiste esta mañana.

—Gracias —contesté.

—Hay una sola cosa, algo que necesito corregir de lo que dijiste en tu mensaje.

—¿Ah, sí? —sus palabras me impactaron—. Intenté ser lo más exacto posible en todo lo que dije y por cierto no era mi intención exagerar en nada. ¿Qué es lo que dije que no fue correcto?

—Estabas hablando de cuando Dick se metió en el auto para estar contigo. Y dijiste que oraba por ti mientras te aferraba la mano.

—Sí, lo recuerdo muy bien. Tengo brechas en la memoria, y no recuerdo muchas cosas.

Esa mañana había admitido que parte de la información que daba me había llegado de segunda mano.

—Recuerdo con toda claridad que Dick estaba en el auto y oraba conmigo.

—Eso es verdad. Sí estuvo en el auto y oró contigo —y se acercó un poco más—, pero Don, nunca te tomó la mano.

—Yo recuerdo a la perfección que sostenía mi mano.

—No sucedió. Era físicamente imposible.

—¡Pero lo recuerdo muy bien! Es una de las imágenes más vívidas en mi...

—Piénsalo, Don. Dick estaba inclinado hacia delante desde el baúl y por encima del respaldo del asiento trasero. Puso su mano sobre tu hombro y te tocó. Tú estabas mirando hacia delante, y tu brazo izquierdo pendía de un colgajo de piel.

—Así es.

—Dick dijo que estabas echado sobre el asiento del acompañante.

Cerré los ojos, y visualicé la imagen que me presentaba. Asentí.

—Tu mano derecha estaba sobre el piso, del lado del acompañante. Aunque la lona cubría el auto había luz suficiente como para que Dick viera tu mano. Pero de ninguna manera pudo llegar a tomártela.

—Pero... es que... —balbuceé.

—Alguien estaba aferrando tu mano. Pero no era Dick.

—Si no era Dick, ¿quién era?

Sonrió y dijo:

—Creo que ya lo sabes.

Dejé mi cuchara y la miré fijo durante unos segundos. No tenía duda alguna de que alguien me había tomado la mano con firmeza. Y entonces lo entendí:

—Sí, creo que lo sé.

De inmediato, pensé en el versículo de Hebreos que habla sobre la presencia de los ángeles aunque no los veamos. Lo pensé durante un momento y también recordé otros incidentes donde no había más que una explicación espiritual. Por ejemplo, muchas veces a mitad de la noche mientras estaba en el hospital me sentía en mi peor momento. No había nadie, no veía a nadie ni oía a nadie. Sin embargo, percibía una presencia, alguien que me sostenía y alentaba. También eso era algo que no había mencionado a nadie. No lo podía explicar, por lo que suponía que nadie lo entendería.

Era otro milagro y no lo habría visto si Anita no me lo hubiese señalado con su corrección.

Cinco años después de mi accidente, Dick y yo aparecimos en el Club 700 de Pat Robertson.

Vino un equipo de filmación a Texas para hacer la representación del accidente, y luego me pidieron que hablara de mi visita a las puertas del cielo. El Club 700 emitió ese programa varias veces en los dos años subsiguientes.

En una de esas irónicas vueltas que tiene la vida Dick murió de un ataque al corazón en el año 2001. Confieso que me entristeció mucho su partida, pero al mismo tiempo me deleitaba porque está en gloria. Dick salvó mi vida y Dios lo llevó al cielo a él antes que a mí. Me alegré porque hubiera oído mi relato del viaje al cielo antes de que tuviera que hacer él mismo este viaje.

Luego de esa experiencia con Anita un poco más de un año después del accidente me he convencido todavía más de que Dios me hizo volver a esta tierra con un propósito. El ángel que aferraba mi mano era la manera en que Dios me sostenía y hacía saber que no me abandonaría, por difíciles que fueran las cosas.

Quizá no sienta esa mano día a día, pero sé que está allí.