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El Bosque de las Cenizas (Vallvidrera, Barcelona), octubre de 2010

Todos creen que estoy muerta para lo que importa. Muerta por dentro.

Pero no es verdad. Sé que existo. Sé que no estoy muerta.

Me llamo Liria.

Estoy atrapada aquí dentro.

En mi cuerpo.

Nadie me oye.

Pero yo los oigo a ellos, lejos, como si me llamaran desde el principio del laberinto. Me están buscando pero no me encuentran. Grito y pasan de largo. Sus voces se alejan y desaparecen.

Pienso en una piscina oscura. Estoy abajo, en el fondo, posada como una hoja muerta. Y puedo respirar. Veo sombras arriba entre las ondas.

Siento dolor. Un dolor horrible, insoportable.

Cristales en el cuerpo, en los ojos.

Lo reconozco.

A Martin.

Lo presiento.

Su olor.

Su tacto.

Está aquí.

Duele, duele mucho.

Quema, cuando se abre paso a través de mí.

Muchas veces.

Tener cinco años es más que tener cuatro y menos que tener seis. Puedo contarlos con los dedos de la mano. Cada dedo manchado de tinta de bolígrafo es un año. Si los chupo están amargos y manchan los dientes y la boca. Si escupo la saliva es negra, o azul, o verde, y mancha la camiseta.

Mi madre se enfada.

Ella siempre se enfada. Me odia por lo que no es capaz de evitar.

El mundo es redondo pero la gente que está del revés no se cae, aunque caminan boca abajo.

El revés está en Australia. Es lo que él decía siempre, sentándome en sus rodillas. Mi padre.

La nieve es suave y fría. Me gusta sentarme encima hasta que el culo se pone morado. Está duro como una piedra y los pellizcos no duelen. Y puedo hacerme pis encima para sentir calor. Como Diego cuando se mea en la cama.

Él me quiere,

yo le quiero.

Un día escaparemos juntos en la máquina del tiempo.

Me gusta la muñeca porque mueve los ojos si le sacudo la cabeza. Es rubia y tiene el pelo largo para hacerle trenzas, aunque a veces la arrastro por el suelo y le grito.

Eres mala, puta, marrana. No te toques ahí. La muñeca no puede andar aunque tenga unos zapatos azules y calcetines blancos.

Atrapo una mosca y me la meto en la boca viva. Me gusta notarla revoloteando dentro. Una vez estuve a punto de hacer lo mismo con una avispa, pero Diego me dio una bofetada. Él siempre me vigila cuando me acerco a la higuera. Hago como que me acerco al panal solo para burlarme y demostrarle que las avispas me quieren. Diego tiene miedo siempre, pero yo no lo tengo nunca.

Ella llora todo el tiempo sentada en el váter. Se da golpes en la barriga hinchada. Mi madre no quiere que nazca Alberto.

El señor Luna dice cosas complicadas. Tiene apego a las palabras, pero no significan mucho, nunca cumple lo que promete. Las grita y las expulsa de la boca muy rápido, salpicándolo todo de saliva.

Mi abuela Alma Virtudes murmura oraciones como si las moliera con los dientes y salieran hechas una papilla de harina.

Yo no hablo casi nunca. Las palabras no salen como las pienso, así que se quedan en la boca, reblandeciéndose con la saliva, sin tragarlas ni escupirlas.

The Who es una mierda. No me gusta esta camiseta. Huele a él.

Era lista, aunque mi madre dijera todo el tiempo que era lerda, que me faltaba un tornillo, que me pasaba algo en la cabeza.

Sobre todo decía esas cosas cuando estábamos solas.

Luego subiré a la linde del bosque y ataré a la muñeca al tronco de un pino para ver cómo corretean por su cara las hormigas.

Eres una lerda, una retrasada.

La muñeca solo puede responder si imito otra voz y se la presto. Pero la engaño, la dejo que hable para pegarle y decirle que no me replique. Y le saco un ojo con una rama, y luego me da pena, le doy besos y la llevo al arroyo para lavarla y peinarla.

Cuando me canso me tumbo en la pinaza y me bajo las bragas. Me gusta tocarme o poner encima una piña abierta y hacerla rodar. Me quedo dormida así, mirando el sol entre las ramas del pino.

Cuando despierto siempre estoy aquí.

Y quiero volver a dormirme.