9
Derek
Demonios, sí, eso eran, no había otro nombre para ellos. Demonios, todos ellos, sus captores, los que lo envolvían en sofocantes mantas de lana y se lo llevaban de su habitación horrible y deprimente de Budapest en un viaje hacia las nubes, sobre los vientos helados y otra vez abajo, a otro calabozo, más profundo, más espacioso, más remoto respecto del resto del mundo.
—En esta isla no hay nadie que pueda oír tus gritos —dijo Rhoshamandes, de pie sobre él como un monje del infierno vestido con un largo hábito gris—. Nos encontramos en las Hébridas Occidentales, en el mar del Norte, en un castillo que construí hace mil años para poder estar a salvo para siempre. Y estás en mi poder. —Rhoshamandes se golpeó el pecho al decir esas palabras, «mi poder».
Cuán orgulloso y arrogante le parecía ese ser que caminaba de un lado a otro, abofeteando el suelo de piedra con sus sandalias de cuero, con una mueca en el rostro como si fuera el espectro de una pesadilla un momento y curiosamente inexpresivo al siguiente, como si estuviera hecho de alabastro.
Hasta Arion y Roland, vestidos con sus ropas ordinarias y situados bastante atrás, observaban a Rhoshamandes con algo parecido al miedo. Y la mujer de la voz profunda, Allesandra, de vestido largo y rojo, un personaje tan de otro mundo como Rhoshamandes, intentaba una y otra vez aplacar su furia.
Derek estaba en el rincón más alejado de la vasta habitación, las rodillas flexionadas contra el pecho y los brazos fuertemente abrazados a sus piernas. Se esforzó por mantener su amarga alegría oculta en su corazón. ¡Garekyn está vivo! ¡Garekyn ha sobrevivido! ¡Garekyn está vivo y vendrá a buscarme! Garekyn me encontrará.
Los demonios se lo habían revelado en cuanto comenzó el traslado a su nueva prisión. Garekyn estaba vivo.
Derek se estremecía violentamente. Tenía tanto frío a causa del viento helado que entraba por una pequeña ventana sin cortinas situada en lo alto de la pared... El fuego encendido en el ennegrecido hogar estaba demasiado lejos como para ofrecerle algo más que luz. Una luz inconsistente, repulsiva. Una luz que jugaba sobre la larga túnica gris del gigante mientras este andaba con grandes pasos y profería sus amenazas.
Una vela solitaria ardía en la basta repisa del hogar, que no era más que una hendidura horizontal en la pared enlucida. Tarde o temprano el viento húmedo que entraba por la pequeña ventana abierta la apagaría.
—Si te niegas a hablar puedes pudrirte eternamente en esta celda —dijo Rhoshamandes—. No tengo ningún reparo en matarte de hambre hasta que no seas más que una cáscara, totalmente seca, como estaba esa criatura, Garekyn Zweck Brovotkin, cuando la encontraron en el hielo de Siberia.
Derek cerró los ojos con fuerza. Y si Garekyn había sobrevivido en el hielo, entonces Welf y Kapetria seguramente también. «Pero oculta esa idea en lo profundo de tu mente, en esa cámara a la que no pueden llegar con sus poderes de conspiración y latrocinio.»
Rhoshamandes abofeteó la foto impresa con el dorso de su mano y después dejó que el papel flotara hasta al suelo.
—¡Tú sabes lo que es esto, pequeño y terco facineroso! ¡Has descubierto los programas de Benji Mahmoud! Esta es la impresión de una imagen de su web. También sabes qué es.
Derek intentó no mirar, no ver el rostro audaz y bello de su amado hermano Garekyn que lo observaba desde un retrato generado por ordenador con la misma expresión que Derek había visto en su cara un sinnúmero de veces. Paciencia, curiosidad, amor. Un hombre sonriente con la piel tan oscura como la de Derek y, tal como tronaba Rhoshamandes:
—¡El mismo cabello negro con el mismo revelador mechón dorado! ¿Lo niegas? Míralo. ¡Es uno de los vuestros! ¿Cuántos sois y qué sois?
Esa tarde, cuando fueron a buscarlo a su celda, Roland había descubierto el iPod enchufado a su cargador detrás de la nevera y lo había reducido a polvo y fragmentos con la mano. Pero no antes de examinar la pantalla para averiguar qué era lo que Derek había estado escuchando y de reprender al humillado Arion en términos de «un traidor bajo mi propio techo».
—Son emisiones viejas —ofreció Arion en su defensa—. Solo programas antiguos y archivados. Se los di para que se entretuviera, eso es todo.
Y al parecer le habían perdonado todo antes de llevarse a Derek por el aire a ese lugar horrendo situado en la otra punta de Europa.
—Rhosh, por favor, sé amable con el chico —dijo la mujer, Allesandra. Qué modos más dominantes tenía para alguien que era tan obsequiosa con ese monstruo. Era tan alta como Rhoshamandes y su cara era el retrato mismo de la compasión tallado en piedra. Su cabello tupido y largo tenía exactamente el color de la arena y su piel el de las azucenas.
«Demonios, todos vosotros.»
«Garekyn, Kapetria, ayudadme. Dadme la fuerza para resistir hasta que lleguéis. Dadme la fortaleza para no revelar nada.»
—¡No es ningún chico! —vociferó Rhoshamandes—. ¡Y va a decirme todo lo que sabe, y me va a dar algo para llevarles, para que me recompensen y reconozcan lo que me han hecho! ¡Hablará o lo haré pedazos!
La criatura se detuvo de golpe. Era como si sus propias palabras le hubieran dado una idea. ¡Oh, brillante! Derek retuvo el aliento. ¿Acaso el monstruo había sacado esas palabras de los pensamientos de Derek? Hacerlo pedazos, era lo mismo que él soñaba hacer con ese monstruo. Rhoshamandes se volvió y salió de la mazmorra dejando a los demás consternados.
Allesandra aprovechó el momento para suplicarle a Derek:
—Derek, pobre Derek, dile lo que quiere saber —dijo ella con seriedad. El tono era casi solemne—. ¿Por qué te resistes? ¿Con qué fin? ¡Todo lo que te pide es que digas lo que sabes, para tener algo que llevarle al Príncipe, algo para negociar con él un lugar en su mesa! —Se inclinó sobre Derek regañándolo como si fuera un niño—. Este Garekyn. Tú lo conoces. Todos vimos tu reacción al oír las noticias. Conoces al hombre del retrato. Ahora está libre y es una amenaza para los nuestros. Tú puedes explicarnos qué es, qué sois. ¿Qué ganas ocultando lo que sabes?
Rhoshamandes había regresado y en sus manos sostenía un hacha de gran tamaño, con un mango de madera largo y grueso.
Derek estaba aterrorizado. Era la clase de hacha que Derek había visto en los hoteles y otros edificios públicos, por lo general reposando en una especie de armario de vidrio colgado en la pared; un hacha para ser usada en caso de incendio, un hacha que podía atravesar el yeso y la madera con su cabeza poderosa y su hoja afilada y perversa.
—¡Dios mío, no puedes ir en serio! —dijo Arion—. Rhosh, deja esa cosa, te lo suplico. —Era el más pequeño de esa tribu malvada y parecía tan completamente humano con su sencillo abrigo de piel y sus vaqueros...—. ¡Rhosh, no puedo ser parte de semejante crueldad!
—¿Y quién eres tú para cuestionar a Rhoshamandes? —preguntó el frío e inmutable Roland—. Y pensar que te he dado refugio y te he cuidado.
—No peleéis entre vosotros —dijo Allesandra. Se volvió hacia Derek otra vez.
—Derek, danos respuestas sencillas para nuestras preguntas obvias. Si has escuchado los programas de Benjamin sabes que somos muchos y también sabes cuánto poder tenemos. Ahora confía en nosotros y dinos todo lo que sabes para que podamos llevárselo al Príncipe.
—No os metáis en esto —les dijo a los demás el rey de los demonios mientras empuñaba su apreciada hacha.
Derek giró la cabeza hacia un lado.
—¡No te diré nada! —gritó de repente—. Me retenéis aquí contra todas las leyes de este mundo. —Sus palabras surgían en sollozos—. ¡Me tenéis preso durante años y me bebéis la sangre como si os perteneciera! Os detesto y os odio. Y tú, el cruel, toda la tribu te desprecia, y no me sorprende. ¿Crees que puedes convertirme en tu aliado? —Intentó detenerse, pero no pudo—. ¡Una noche de estas me vengaré por todo lo que me habéis hecho; una noche seré yo el que os tenga cautivos y estaréis a mi merced! ¡Una noche pagaréis por todo lo que me habéis hecho! ¡Una noche iré ante vuestro Príncipe y le contaré todo lo que me habéis hecho! ¡Una noche se lo contaré a todo tu mundo!
Rhoshamandes lanzó una carcajada.
—No te estás haciendo ningún favor, Derek —dijo Roland con su gélido desdén habitual—. Simplemente, dinos lo que sabes sobre este Garekyn.
—El hacha está afilada —dijo Rhoshamandes. De pronto Derek tuvo tanto miedo que no pudo emitir ni un sonido. Repasó en su mente la promesa de los Progenitores, que si el dolor era demasiado insoportable perdería la conciencia. ¿Y después qué? ¿Despertaría a un mundo en el cual sería un fragmento destrozado de su anterior personalidad? ¿Continuaría viviendo si ese demonio le cortaba cada una de las extremidades y hasta la cabeza? Lanzó un grito ahogado y se frotó los ojos con frenesí.
—No hace tanto tiempo, alguien me cortó el brazo izquierdo —dijo Rhoshamandes—, y el efecto del golpe fue asombroso. No hay nada parecido a la sensación de ver cómo te cercenan una extremidad.
—¡Sí, hizo que enloquecieras! —dijo Allesandra—. ¡Te quitó toda esperanza y optimismo! Ahora deja eso. No le harás daño a este chico. ¿Qué ganarías con ello? Has tratado todo este asunto de forma incorrecta.
—No le hagas más daño —dijo Arion—. ¿No puedes negociar con el Príncipe ofreciéndole el chico?
—¡No, necesito más que eso! ¡En cuanto se enteren de su existencia vendrán en tal cantidad que no podremos derrotarlos y se lo llevarán!
—¿Por qué no lo intentas, Rhosh? —preguntó Roland—. Te lo he dado para que hagas con él lo que quieras. Inténtalo, explícales lo que tienes, un espécimen vivo de la misma clase que el que se les ha escapado. Diles que les llevaremos a la criatura al Château si te garantizan la absolución completa y te admiten en la Corte como a un igual.
—Si el Príncipe te da su palabra, la respetará —dijo Allesandra—, tal como lo hizo antes.
—Necesito más que eso, mucho más —dijo Rhoshamandes. Pero obviamente se lo estaba pensando.
Derek permaneció tan callado e inmóvil como le fue posible, sin atreverse a tener esperanzas, sin atreverse a decir «Sí, llevadme con ellos, ante el Príncipe, y lo diré todo», porque no cabía duda de que ellos no podrían tratarlo de un modo tan horrendo como este demonio. Pero, una vez más, ¿cómo sabía Derek lo que harían con él? ¿Podía esperar la misma clemencia que habían mostrado con Rhoshamandes cuando este cayó en su poder? Después de todo, Rhoshamandes era uno de ellos.
Allesandra bufó con exasperación. Estaba de pie entre Derek y Rhoshamandes, y le dedicó una vez más toda su atención al primero. Habló de nuevo del «boletín» que se había emitido esa noche durante el programa «en vivo» de Benji; habló de Garekyn en Nueva York, dijo que Garekyn había matado a uno de los suyos y le había devorado el cerebro, que había herido a una querida bebedora de sangre llamada Eleni y que había escapado del poderoso bebedor de sangre Armand. Habló otra vez sobre lo que Armand había visto en la sangre de la criatura. La ciudad. Amel. Derek se envolvió la cabeza con los brazos y hundió la cara en su brazo izquierdo, como un pájaro que oculta la cabeza bajo el ala.
«¡Me alegro de que matara a uno de los vuestros, me alegra que escapara, me alegro de que se haya liberado! ¡Difundid lo que sabéis a todo el mundo mediante vuestros programas de radio! ¡Hacedlo! Informad a aquellos de vosotros que no son tan malvados ni malintencionados, a los que no están tan llenos de maldad! ¡Emitid esos programas para quienes aún albergan un corazón en su pecho!»
Rhoshamandes apartó a Allesandra para cernirse otra vez sobre su prisionero.
—Vi una ciudad en tu sangre —dijo Rhoshamandes—, y ahora los otros tienen un nombre para esa ciudad; la llaman Atalantaya. ¿Es ese el nombre de la ciudad? ¿Sois supervivientes de Atalantaya? Se trata de la Atlántida, ¿no es así?, de la Atlántida de Platón.
—Eh, no le des ideas —dijo Roland—. ¡Y ciertamente no le des algo tan espléndido como el reino perdido de la Atlántida! El tontuelo. ¿No te das cuentas de que esta criatura no es más que una especie de mutante que apenas sabe nada sobre sí mismo, tal como les ocurre a los humanos?
Arion interrumpió.
—Están emitiendo más información —dijo—. Ahora están investigando a una mujer.
—¿Una mujer?
Derek mantuvo los ojos bien cerrados y continuó escuchando.
—La piel oscura y el mismo cabello negro con un mechón rubio. Bueno, esto sin duda excede las coincidencias.
—¿Qué, los mechones rubios y el pelo negro? —preguntó Roland—. ¿Qué significa?
—Hay más.
Derek espió entre sus dedos cruzados y vio a Rhoshamandes con el hacha en la mano izquierda, mientras con la derecha repasaba los contenidos de la pantalla de su teléfono móvil. Arion también sostenía su móvil en la mano derecha. Los teléfonos hablaban, pero lo que decían no tenía sentido para Derek, algo sobre una gran compañía farmacéutica, laboratorios, una médica; una doctora sospechosa con un nombre corriente.
—Es una de ellos —dijo Rhosh. Estaba muy excitado. Lanzó una mirada furiosa a Derek con los ojos entrecerrados. Se acercó a él y le extendió el móvil. Derek intentó alejarlo, pero otro par de manos le habían cogido la cabeza y lo obligaban a mirar la pantalla. Un agradable perfume se alzaba de las túnicas de seda que rozaban su cuerpo.
—Chico, mira la fotografía de la pantalla —dijo la bebedora de sangre—. Dinos si conoces a esta mujer.
Con timidez, Derek miró el teléfono a través de las lágrimas. Y ahí estaba ella, con certeza, ahí estaba sin duda, ¡su magnífica Kapetria!
Luchó para girar la cabeza, para atravesar la pared misma con tal de alejarse de ellos, de ocultarles sus pensamientos y su corazón.
«¡También ella está viva!» Estalló otra vez en sollozos frenéticos, sollozos de alivio, emoción y felicidad; dejó que ellos analizaran qué significaba ese llanto, no le importaba. Estaban vivos los dos, Garekyn y Kapetria. Solo tenía que resistir hasta que ellos lo encontraran, hasta conseguir liberarse de algún modo.
—Yo digo que los llames ahora —dijo Arion—. Esta mujer ha huido. Y están fuera de sí. Nos convocan a todos al Château. Llama al Príncipe y habla con él. Cuéntale lo de este chico. Dile que deseas la paz y que te acepten otra vez, que llevarás al chico a la Corte ahora mismo.
—Odio al Príncipe con toda mi alma —dijo Rhoshamandes entre dientes—. No lo llamaré ni iré a su corte.
—Es eso, ¿verdad? —dijo Allesandra.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Rhoshamandes.
Se trasladaron más cerca del fuego y Derek volvió a espiarlos sigilosamente por entre sus dedos. En las profundidades de su alma, Derek cantaba la palabra «Kapetria» una y otra vez. Kapetria. «Y en todo momento será Kapetria quien determine el lugar y el momento, y será Kapetria a quien dejaréis las decisiones...»
—Deseas mucho más de lo que nunca antes has admitido —dijo Allesandra elevando el tono de voz con la ira. Extendió los brazos y cogió a Rhoshamandes por los hombros—. Rhosh, no puedes destruir al Príncipe —dijo en un suplicante susurro—. Frente a ellos estás indefenso. No es momento para soñar con venganzas. Acepta la posibilidad de una tregua y de que te acepten.
—Por ahora sí, lo haré y ya lo hago, pero ¿para siempre? —Rhosh se alejó de Allesandra—. ¡Llegará el momento en que destruiré al Príncipe y le sacaré de dentro a ese mentiroso espíritu demoníaco que es Amel! Y este chico es demasiado valioso como para entregárselo en una bandeja de plata. Eso, no lo haré.
—Bueno, yo estoy de tu lado en tu oposición al Príncipe —dijo Roland con esa voz más dura y desagradable que la de los demás. Miró a Derek de forma burlona y le dedicó una de sus fieras sonrisas—. Y si quieres retener a este valioso rehén, lo entiendo. Pero no lo cortes en pedazos.
—En pedazos no —dijo Rhosh—, pero la sección de una de sus partes podría obrar maravillas.
Se lanzó hacia delante. Allesandra gritó. Para Derek no había escapatoria. Rhoshamandes lo puso de pie, lo giró y lo lanzó contra la pared.
—Tú no tienes la fuerza de tu amigo, ¿verdad? —susurró Rhoshamandes al oído de Derek mientras le colocaba una mano en la espalda—. ¿O de lo que careces es de su confianza?
Derek arañaba la piedra del muro inútilmente.
El golpe llegó sin previo aviso. El dolor estalló en el hombro de Derek y Allesandra gritó nuevamente, pero esta vez no dejó de hacerlo. Durante un instante Derek rogó que le llegara la muerte, perecer para que todo aquello terminara. Oyó su propio grito mezclado con el de Allesandra y el mundo se oscureció, aunque solo un instante.
Despertó y se descubrió tirado en el suelo. El dolor pulsante en el hombro le resultaba intolerable y con absoluto horror vio su propio brazo tirado en el suelo, los dedos de la mano izquierda doblados hacia dentro; un trozo de carne sin vida envuelto en la mugrienta manga de una camisa blanca.
A lo lejos, oyó a una mujer que hablaba en tono suplicante.
—Ahora Benedict nunca volverá contigo, ¿no te das cuenta? ¡Ay, cuándo te has convertido en alguien tan cruel! Y esto no puede deshacerse. Este ser existirá mutilado, sin su brazo para siempre y tú lo has hecho, tú, mi maestro y creador.
La mujer sollozaba. En la lejanía, lloraba.
Después todos hablaron a la vez.
—No... no, mira, la herida se ha curado, ya no sangra.
Derek soñaba. La selva. Estaba con los otros, reían juntos, hablaban, se detenían a coger los frutos de los árboles, grandes frutos amarillos. Tan dulces y deliciosos. «No, estoy aquí, en este lugar horrible, y sus voces...»
Los ojos de Derek se abrieron antes de que él deseara abrirlos.
La luz del fuego. La vela vacilando sobre la repisa. El sonido del viento más allá de la ventana, y lluvia, tal vez, en el viento, una lluvia dulce que le refrescaba el rostro. Ah, el milagro de la lluvia después de todos esos años bajo el suelo en Budapest. El dulce olor y sabor de la lluvia. Sentía calor en el hombro izquierdo, pero el dolor había desaparecido. Oía sus voces mezcladas, con los ojos fijos delante de sí.
—... curación completa.
«No me toquéis. Alejaos de mí.»
—... la piel ha crecido y se ha cerrado la herida.
Calor en el hombro, calor en el pecho.
—Lo que está hecho...
—Nunca debiste...
Y después todos repetían la misma cantinela: que hablara, que dijera lo que sabía, de dónde venía, que les dijera los nombres de los demás, que explicara qué significaban las visiones de la ciudad. Y Amel. ¿Qué significaba para él el nombre Amel? Y había tanto ruido... Se sentía soñoliento y aplastado. Advirtió que si escuchaba con atención podía oír el ruido del mar fuera de esa prisión, el ruido de las olas al romper contra las rocas, quizás, o sobre la arena o incluso contra los muros de la ciudadela. Adormilado, comenzó a visualizar el mar. Abrió los ojos y los fijó en la alejada ventana; veía caer torbellinos de lluvia en la oscuridad, como minúsculas agujas en un remolino.
—Está bien, ahora dejémoslo. Esta noche no se puede hacer más. Dejémoslo aquí para que reflexione acerca de lo que le ha costado su obstinación. Y veremos si tienes razón.
Observar la arremolinada lluvia y oír el mar le hizo sentir más frío aún. El calor de su hombro y de su pecho era agradable.
Se volvió y colocó el hombro izquierdo contra la pared y el calor aumentó otra vez. Miraba adormecido la ventana distante, preguntándose si alguna vez podrían verse las estrellas desde ahí, quizá cuando dejara de llover y se hubieran marchado esas nubes cargadas. Lentamente se percató de que cuando la noche muriera ¡vería el cielo azul por la ventana! ¡Vería luz auténtica! Eso suponía una esperanza, algo a lo que aferrarse, aun si dejaran que el fuego se apagara y la habitación se tornara tan fría como el mar.
¿Viviría ese brazo cercenado para siempre como él, Derek, había vivido todos esos largos años desde que Atalantaya se hundió en el frío mar?
—¡No! —gritó la mujer.
—¡Que arda! —dijo Rhosh.
—¡No lo permitiré! —gritó otra vez la mujer.
Derek giró la cabeza. Arion metió una mano en el fuego, cogió el brazo cortado y lo lanzó sobre las piedras del suelo como si esa parte cercenada de Derek le pareciera algo horrible. ¡El brazo con su manga desgarrada humeaba! Superado por el horror, Derek sintió que perdía la consciencia nuevamente.
Roland se acercó.
—No, no sangra. Está cerrada. Ah, qué criatura más asombrosa eres. Pero no me sorprende. Te he golpeado antes, ¿no es así? Y siempre te has curado. Te rompí un brazo, una vez, ¿fue el izquierdo? Y se curó, ¿no es cierto? Me pregunto cuánto podríamos cortarte sin que perdieras la capacidad de pensar. Todo don se puede utilizar para el propósito opuesto al original. La inmortalidad puede ser algo terrible.
Roland tenía el rostro en sombras, porque el fuego estaba a sus espaldas, pero Derek podía distinguir el brillo de sus ojos, así como los rutilantes dientes blancos de su sonrisa.
—Supongo que si te separaran la cabeza del torso morirías, pero puede que no.
—Roland —dijo Arion—, te lo suplico. No lo tortures más. Todo esto está mal.
Allesandra lloraba.
—Ahora piensa sobre eso —le dijo Roland a Derek— y, cuando regresemos, ten algo para ofrecernos a cambio de tu brazo derecho, o tal vez de tu pierna o tu ojo derechos.
Derek apretó los párpados. Quiero morir, pensó. Estoy acabado. Es el fin. Kapetria está viva, pero nunca me encontrará. Es demasiado tarde para mí. Sollozaba, pero sin hacer ruido, y las lágrimas resbalaban por su cara sin que le importara. Intentó sentir el brazo y la mano faltantes como si estuvieran conectados a él de alguna forma invisible, pero no estaban ahí y el calor sordo pulsaba en su hombro izquierdo con mayor intensidad que antes.
—¡Ya es suficiente, no puede soportarlo más! —gritó Allesandra—. Insisto en que lo dejemos en paz. Tenemos trabajo que hacer. Rhosh, tú tienes abogados, hombres que pueden utilizar la información sobre esa criatura, Garekyn...
—¡Y también los tiene la Corte! —dijo Rhosh—. ¿No crees que estén usando toda una batería de humanos para rastrear a estos seres?
—¿Y eso debería impedirnos buscar por nuestra cuenta? Vámonos ahora, Rhosh —suplicó Arion—. Necesito cazar. Quiero cazar. Ya he tenido bastante. Ese Garekyn tiene un domicilio en Londres. Podrías averiguar mucho más sobre él de lo que jamás le sacarás a este pobre chico maltrecho.
Se marchaban. Derek podía oírlos. Estaba inmóvil, con las rodillas a un lado y el hombro herido todavía contra el muro. Su mano derecha reposaba sobre la pierna y Derek esperaba el ruido de la puerta al cerrarse, del pestillo al correrse. Pero el ruido de la puerta no llegaba.
Giró la cabeza y miró. Solo quedaba Rhoshamandes en la entrada. Y la criatura nunca le había parecido tan calculadora y amenazante, un poderoso ángel del infierno, con su rostro sereno y su suave cabello rizado. Avanzó un paso y lanzó una mirada furtiva por encima del hombro, después cogió el brazo de un manotazo y volvió a arrojarlo al fuego.
Tras eso se marchó, la puerta se cerró con un golpe y el pestillo corrió en la cerradura. Derek se quedó helado por el terror. Los sollozos manaban de él como la sangre.
Debía llegar al hogar y recuperar el brazo, tenía que hacerlo, pero no soportaba la idea de tocarlo con su propia mano. Oía un crepitar, un ruido como el de los leños al acomodarse en el fuego.
Muévete, Derek. ¡Venga, ese que está ardiendo en el hogar es tu brazo!
Los demonios se habían marchado. Todo ruido había desaparecido.
¡Muévete, Derek, antes de que arda tu propia carne y hueso! Pero ¿qué importa? La desesperación lo paralizaba. ¿Para qué serviría?
Abrió los ojos e intentó avanzar a gatas hasta que el horror de su brazo ausente lo golpeó con toda su fuerza y entonces volvió a ponerse en cuclillas con los ojos fijos en él.
Pero el brazo había rodado fuera del fuego y estaba otra vez sobre la piedra. Yacía en el suelo con la manga desagarrada, ennegrecida y humeante.
No tenía mano izquierda con la cual cubrirse los ojos, solo la derecha. No tenía brazo izquierdo para abrazarse el torso, solo el derecho.
Demonios, una noche obtendré mi venganza. Kapetria está viva. Garekyn está vivo. Y me encontrarán. Intenta ocultar tus secretos a la recelosa tribu, esa talentosa tribu de bebedores de sangre que pueden leer tu mente. ¡Inténtalo! Me encontrarán a mí del mismo modo que Garekyn os encontró a vosotros en Nueva York.
Se tumbó en el suelo en toda su longitud, colocó el rostro sobre su mano derecha y lloró como si fuera un chiquillo. Le parecía que nunca había sido nada más que un niño. ¿Por qué los Progenitores le habían dado esta inocencia, esta capacidad para sufrir? ¿Por qué los Progenitores lo habían hecho tan sensible? Se preguntaba ahora, como se había preguntado un sinnúmero de veces desde aquella época tan tan lejana, ¿se habían equivocado Kapetria, Garekyn, Welf y él en desobedecer a los Progenitores, al dejar de lado el propósito?
... destruir toda la vida sensible, destruir toda forma de vida... hasta que se haya restaurado la inocencia química primigenia y este mundo pueda comenzar una vez más su ascensión como lo habría hecho si las circunstancias no hubieran favorecido a los descendientes de las especies de mamíferos...
No se oían voces en todo el castillo.
Tal vez se habían marchado volando otra vez; habían extendido sus alas invisibles y habían volado hacia las estrellas. Cómo deseaba que la mano de Dios los arrancara del cielo y los convirtiera en polvo entre el pulgar y el índice.
Un ruido lo distrajo. Un ruido bajo como de suaves arañazos. Había algo vivo que se movía en su celda. No, una rata no, no podría soportarlo, no una rata que viniera a regodearse y a mofarse de él, y después a escapar por debajo de la puerta que hacía su propia escapatoria completamente imposible; una rata que podría intentar morderlo como ya había ocurrido en el pasado.
Pero si había venido una rata, Derek la encontraría desde su lugar, eso lo haría por sí mismo. Abrió los ojos, rogando tener las fuerzas para hacerlo, y miró ante sí. A la luz del fuego vio una forma larga y encorvada que se movía por el suelo de piedra, impulsada, al parecer, por una colección de patas curvas situadas en un extremo. ¡Se curvaban y estiraban, y avanzaban directamente hacia él! Su mente se quedó en blanco. Lo que veía no podía ser. Con todo, Derek sabía lo que veía.
El brazo, su propio brazo seccionado, se arrastraba alejándose del fuego y avanzando directamente hacia él gracias a los dedos de la mano, que se extendían para avanzar un par de centímetros y tiraban, una y otra vez. Eso era imposible. Estaba teniendo una alucinación. Los mortales tenían alucinaciones, ¿por qué no podía tenerlas él? Había comido poco durante muchos días con sus noches. Le habían hecho cosas inenarrables.
Rodó hasta quedar de espaldas y se quedó mirando el techo. Cómo bailaban las sombras proyectadas por las lenguas de fuego. Y el ruido como de rasguños continuaba.
Bruscamente, desafiante, volvió la cabeza. La mano que se le acercaba estaba ahora a un metro de su cuerpo. Los dedos se extendían, se curvaban, el pulgar se metía debajo de la palma y juntos arrastraban el brazo hacia delante. Después, una vez más, los dedos se estiraban, se contraían y se levantaban, y el brazo caía de nuevo sobre las piedras, y otra vez se extendían los dedos.
Estaba perdiendo la cabeza, perdiendo el alma, estaba loco. Loco, antes que puedan encontrarme y liberarme. No podía apartar los ojos del brazo. No podía no mirar cómo avanzaba hacia él.
¿Va a conectarse nuevamente? ¡Va a pegarse a mi hombro!
El horror se transformó lentamente en esperanza. Pero a medida que se acercaba, Derek notó algo en la mano que venía hacia él, algo que brillaba. En efecto, veía un par de pequeñas partículas brillantes y algo parecido a una boca.
Derek comenzó a boquear. No podía moverse. Lo que veía era un rostro que se había formado en la palma de la mano y los ojos pequeños y relucientes estaban fijos en él. La boca diminuta hacía suaves ruidos de succión chasqueando los labios, unos labios finos y pequeños. Y los ojos se encontraron con sus ojos.
Su mente se derrumbó. Sin embargo, recordó una oración, una plegaria a los Progenitores pidiendo ayuda y guía, a los Progenitores que no le habían dicho ni una palabra acerca de qué podía significar ese horror que se acercaba gradualmente a él.
La mano ya casi lo tocaba. El brazo estaba sobre las piedras, extendido detrás, con los dedos levantados y separados, moviéndose en el aire. Después, tras estirarse una vez más, los dedos cogieron la camisa de Derek y tiraron de ella arrancando los botones de la larga tapeta.
Derek se esforzó por razonar, por pensar, debo ayudarle, si intenta reconectarse, debo ayudarle, pero no lograba hacer que su cuerpo se moviera.
El calor nunca se le había ido del hombro, pero ahora se extendía por todo su costado izquierdo, incluso hasta su corazón galopante. Era como si su corazón le latiera en todo el lado izquierdo del cuerpo.
Ahora tenía el brazo encima. Podía sentir su peso, un peso vivo, y Derek lo observaba con la cabeza levantada, miraba esos dedos tocar su piel desnuda, la piel desnuda de su pecho, y subir con lentitud. Querían estar sobre él.
Derek cerró los ojos. Esperaba descender. Avanzó hacia la oscuridad, hacia el vacío.
Sintió que los dedos le tocaban el pezón izquierdo y tiraban, tiraban, y el calor aumentaba aún más debajo del pezón.
Una boca diminuta, húmeda y blanda se cerró sobre su pezón. Entonces llegó la oscuridad. Y Derek se deslizó hacia el olvido.
Era un sueño sobre Atalantaya, pero él no caminaba por sus pulidas calles ni sentía su suave brisa templada. No, estaba lejos de ella y Atalantaya ardía, y toda su gente clamaba al cielo. Nubes de humo subían desde la cúpula que se fundía y el mar se alzaba para sumergir a Derek. Kapetria y Welf estaban abrazados y llamaban a Derek mientras las olas se lo llevaban; Kapetria lo llamaba a gritos y Garekyn desaparecía en las profundidades.
Abrió los ojos. Se frotó la cara con las manos. Ah, esto, la mazmorra de Rhoshamandes. El fuego ardía aún, pero ahora era poco más que unas diminutas llamas sobre un leño grueso y negro, y un montón de brasas resplandecientes. En lo alto, al otro lado de la ventana, la noche se había tornado más clara. Del castillo no le llegaba ningún ruido de monstruos que tramaran torturarlo.
Se frotó los ojos con ambas manos nuevamente. Tenía la cara pegajosa por las lágrimas. ¡Sus manos!
Tenía ambas manos. Se sentó con un movimiento rápido, mirándose las manos y ¡su brazo izquierdo completamente recobrado! Era verdad, el brazo y la mano, pero cómo, no podía adivinarlo. ¿Y qué haría ese monstruo de Rhoshamandes cuando lo viera restablecido? ¿Sería una licencia para torturar eternamente a Derek con su hacha? ¡Ah, pero era espléndido haber recuperado el brazo! Flexionó los dedos, abrió y cerró el puño casi sin creerse que estuviera íntegro.
Permaneció quieto y en silencio, tan aliviado por la recuperación de su brazo que de momento no podía pensar en nada más, y hasta el terror a Rhoshamandes no significaba nada para él. Este era su brazo, fuerte y normal como había sido siempre desde que los Progenitores lo crearon, y su mano izquierda no tenía una pequeña cara.
—Padre.
Levantó la vista. Lo que vio lo impresionó de tal forma que dejó escapar un grito. Pero el personaje de piel oscura que había de pie contra el muro extendió sus manos.
—¡Padre, silencio! —dijo.
Se acercó con sus pies descalzos y se quedó mirándolo. Un perfecto duplicado del propio Derek, hasta su piel oscura y su cabello, salvo que las largas ondas negras que le llegaban a los hombros estaban atravesadas en todas partes por mechones de un rubio dorado, de tal forma que toda la mata de pelo era más rubia que negra. Por lo demás, era Derek. Y era la voz de Derek la que hablaba.
Lentamente Derek abrió los ojos a la verdad. La sabía íntegra sin necesidad de palabras. Este ser, este duplicado de sí mismo se había formado a partir del brazo seccionado ¡y él estaba contemplando a su progenie! Se miró el brazo recobrado y volvió a fijar los ojos en la criatura que era su hijo.
El hijo cayó de rodillas ante Derek. Estaba desnudo, ciertamente, y era perfecto. Su piel oscura no tenía mácula y tenía los ojos fijos en Derek.
—Padre —dijo, como si él fuera el padre que se dirigía a su hijo—. Tienes que levantarme hasta esa ventana para que yo pueda bajar del otro lado y cuando los monstruos se hayan ido a descansar volveré al castillo, a esta habitación, y te sacaré de aquí.
Derek extendió los brazos y cogió el rostro de su hijo con ambas manos. Se sentó y besó a su hijo en los labios, y después, como siempre, se echó a llorar.
Y el nuevo, el Derek nuevo, el hijo de Derek, lloró con él.