13
Lestat
Todos los no-muertos del mundo, o al menos eso parecía, se habían dado cita en el Château. La totalidad de las salas de recepción estaban repletas de bebedores de sangre que murmuraban entre sí y que, en el momento en que Louis y yo aparecimos, se volvieron para dirigirme una reverencia o saludarme con un gesto más sutil. Se había encendido cada vela, cada candelero y cada candelabro del viejo castillo. Del salón de baile llegaba la música de la orquesta.
Rose y Viktor ya habían regresado, y cuando entré en el salón principal se acercaron a saludarme. Sentí un gran alivio al comprobar que estaban ahí. También Avicus se acercó a darme un abrazo, y lo mismo hizo Zenobia, su eterna compañera. Les sabía mal la metedura de pata de los jóvenes en California.
—Se ha convocado un Consejo de Ancianos —dijo Thorne, y me hizo seña de que avanzara entre la multitud—. Te esperan. Y los jóvenes han sido excluidos de la mesa.
—Sí —repuse—. Lo sé.
A lo largo del trayecto por los grandes salones hacia la torre norte y sus majestuosas escaleras curvas, en cada puerta había algún curioso, amigo o extraño que me miraba con expectación. ¡Ah, el esplendor de todo aquello en ese momento decididamente feudal, en el cual todos los personajes menores del reino se acercan en procura de un refugio bajo el techo del gran señor, quien los defenderá de los invasores mientras estén en pie sus altos muros!
Sentía una sed dolorosa. Sangre inocente. Continuaba pensando en ella y culpé a Amel de ello, aunque, después de todo, era posible que Amel no fuese la causa de mi sed. Pese a ella, no había forma de cancelar la reunión.
En el instante mismo de abrir mis ojos, Amel había comenzado a murmurar en una lengua extraña. Al principio intenté comprenderla y traducirla, pero me resultó imposible. Pese a ello, noté que me sonaba a sánscrito, idioma que no había oído hablar mucho a lo largo de mi vida. Bueno, no era sánscrito, eso lo sabía porque entiendo esa lengua.
Fuera cual fuere el idioma en que hablaba, se me hizo evidente que Amel repetía los mismos fragmentos una y otra vez. ¿Una canción? ¿Un poema? ¿Una conferencia?
Al instante me llegó la información telepática del mundo que me rodeaba, y supe que la fuente de las canciones de Amel eran los mensajes dejados en el programa de radio de Benji Mahmoud, unos mensajes de los no-humanos que nadie había conseguido traducir. Por el momento, la línea telefónica de la emisora seguía en funcionamiento, dado que nadie había tomado la decisión de cortarla. Los no-humanos estaban usando nuestro principal medio de comunicación para comunicarse entre ellos.
Subí con rapidez las escaleras que llevaban a la Sala del Consejo, ignorando las protestas de Louis, quien insistía en que él debía esperar fuera.
—Tonterías —le susurré—. Te necesito a mi lado.
Llevé conmigo a Louis a la Sala del Consejo, aunque comprobé que, en efecto, se trataba una reunión de los antiguos y Louis era seguramente el más joven de los presentes. Cyril y Thorne ocuparon sus lugares habituales, junto a la pared.
Me senté a la cabecera de la mesa e indiqué con un ademán a Louis que lo hiciera a mi derecha. A mi izquierda, estaban mi madre, Gabrielle y su amada Sevraine, ambas vestidas con informales ropas masculinas modernas, unos trajes de lana oscura muy guapos y camisas de lino con el cuello sin abotonar. El largo cabello de Sevraine le caía sobre los hombros; mi madre lo llevaba peinado con su acostumbrada trenza.
Marius se hallaba en el otro extremo de la mesa oval, justo frente a mí, en su lugar habitual en la mesa, el que tal vez fuese el único puesto fijo, además del mío. Y este era el romano Marius, responsable de la pax romana de los bebedores de sangre y quien casi siempre resolvía los problemas de autoridad en los cuales me negaba a posicionarme. Vestía su túnica de terciopelo rojo con mangas largas, como hacía siempre que estaba en el Château, y no se había molestado en cortarse el pelo, cosa que hacía a menudo. Lo llevaba largo y suelto, y se le rizaba sobre los hombros. Ante él había un bloc de notas y una estilográfica dorada.
—Deberías haber destruido a ese Rhoshamandes —dijo de inmediato.
Gregory y Seth asintieron con la cabeza. El primero, a cuya derecha estaba sentado Seth, se había situado a la derecha de Marius.
—¿Qué es esto? —inquirí—. ¿El Partido de Marius reunido en mi contra? Os he dicho más de una vez que jamás ordenaré que se destruya a Rhoshamandes. ¿Queréis matarlo? ¡Hacedlo vosotros mismos!
Marius suspiró.
—Aquí tiene que haber una autoridad —dijo en tono razonable— y eso nunca ha resultado tan evidente como ahora.
Estudié los rostros ubicados alrededor de la mesa.
Teskhamen estaba sentado a la izquierda de Marius y asintió al oír su último comentario, lo mismo que Gremt, situado a la izquierda de Teskhamen. En efecto, pensé, se trata del Partido de Marius. En la reunión no había ningún fantasma, lo que significaba que los únicos representantes de la Talamasca presentes en el consejo eran Gremt y Teskhamen. También quería decir que oficialmente se habían unido a nosotros; con la aprobación de Marius, o de lo contrario no habrían estado ahí en ese momento de crisis.
David, mi querido David Talbot, se encontraba a la izquierda de Gremt, con la cabeza gacha y los brazos cruzados sobre el pecho. Parecía exhausto, si no algo peor; su chaqueta ocre y su camisa azul de algodón estaban muy arrugadas, como si acabara de llegar al Château.
Armand se hallaba junto a Louis, a su derecha. Vestía el habitual abrigo de terciopelo color burdeos con varias capas de encaje en el cuello, todo un auténtico y elegante señor de Trinity Gate, con el rostro, pálido y aniñado, tan impenetrable como siempre.
Junto a Armand estaba Allesandra, mi antigua reina del aquelarre satánico de Les Innocents. No había vuelto a la Corte desde principios de año, y su hermosura y prestancia no habían hecho más que aumentar desde el momento de su resurrección. El cabello rubio ceniza, peinado hacia atrás y sujeto en la coronilla con una pinza de hueso, le caía sobre los hombros y la espalda. Llevaba un sencillo vestido de terciopelo azul oscuro, sin ornamentos. Percibí en ella una enorme tristeza.
Entre Allesandra y David Talbot había un vampiro negro de una belleza deslumbrante al que nunca había visto antes, aunque sabía quién era y, al encontrarse nuestros ojos, me comunicó en silencio su nombre: Arion. Su piel era tan negra que parecía azul, y sus ojos parecían amarillos, aunque creo que, en realidad, debían de ser de un verde claro. Su chaqueta y su camisa estaban hechas andrajos, aunque en su muñeca izquierda lucía un incongruente reloj de pulsera, uno de esos aparatos que indican la hora en todo el mundo. Llevaba corto el cabello negro y rizado.
Al verlo sentí una punzada en el corazón. La noche en que comenzaron los trágicos incendios del año anterior, dos jóvenes bebedores de sangre, ambos para mí muy queridos, estaban en casa de este poderoso vampiro, en algún lugar de la costa italiana. Nadie había sabido de aquellos jóvenes desde las Quemas, y yo tenía la desesperada sensación de que Arion sabía qué les había ocurrido. También percibí que me ocultaba esa información porque no era el momento de revelarla; la rápida y furtiva mirada que dirigió a Marius me indicó que ahora consideraba prioritarios otros asuntos.
Pandora estaba sentada frente a Arion, con su habitual vestido con encajes y su ondulada cabellera castaña limpia y brillante. A su izquierda se encontraba Arjun, de la India, su neófito y compañero, vestido como era usual en él con un refinado sherwani negro. A la izquierda de Arjun se hallaba Fareed, siempre a la derecha de Seth, su hacedor. Ambos lucían camisa y corbata y tenían puestas sus sencillas batas blancas de médico.
Eché de menos la presencia de Benji, aunque sabía que estaba en el edificio y había esperado verlo en la reunión a causa de la importancia de los programas de radio en todo esto. También faltaba Chrysanthe, la esposa de Gregory. En otras palabras, solo estaban presentes quienes estaban adquiriendo poder o querían asumirlo. Marius comenzó al instante.
—Esto es lo que ha ocurrido —dijo—. Durante las horas del día, los no-humanos utilizaron el programa de radio para comunicarse con nosotros y también entre ellos. Debemos decidir de inmediato si cortamos la transmisión o no.
—Yo digo que la mantengamos —intervino Teskhamen, para mi sorpresa, y creo que a Marius también le sorprendió un poco la interrupción. Teskhamen vestía a la moda, con traje y camisa refinados, muy del estilo de Gregory—. Permitámosles comunicarse y que se reúnan con nosotros. Especialmente ahora que sabemos que Rhoshamandes los persigue. Sabemos que está furioso y que conspira contra nosotros con un vampiro húngaro de nombre Roland. Ambos cuentan con poderosos recursos. Y es necesario que os pongáis... que nos pongamos en contacto con esas criaturas para averiguar lo que saben sobre Amel.
—Sí, esa es la clave de esta emergencia —convino Marius—. La clave de la emergencia es Amel.
—Bueno, Amel está dentro de mí ahora mismo —dije—. Pero en silencio.
—Permitidme resumiros lo que sabemos —continuó Marius—. Esta mañana, alrededor de las nueve, un no-humano que no se identificó llamó a la emisora y explicó que él y alguien llamado Derek estaban escapando del castillo que Rhoshamandes tiene en la isla de Saint Rayne. La criatura decía que un bebedor de sangre llamado Roland, de Budapest, había tenido cautivo a Derek en esa ciudad durante diez años. —La voz de Marius adquirió un sutil tono de ira—. Rhoshamandes se hizo con Derek hace poco tiempo y, según la persona que telefoneaba, lo ha tratado con gran crueldad. Inmediatamente después de esto, la persona no identificada dejó un largo mensaje en una lengua desconocida.
Asentí y dije:
—He oído esa lengua y en mi opinión suena muy parecido al sánscrito, pero tal vez Arjun conozca de qué idioma se trata.
—No lo conozco —repuso Arjun en tono de disculpa—. No he conseguido descifrarlo. Es cierto que suena como el sánscrito, pero no está relacionado con esa lengua.
—Bien —continuó Marius—, lo que la criatura ha dicho acerca de Rhoshamandes, que tenía cautivo a ese Derek y lo trataba con crueldad, es verdad. Allesandra llegó poco antes del amanecer, y está aquí para confirmar que ha visto con sus propios ojos el trato que Rhoshamandes daba a Derek. Rhoshamandes le seccionó el brazo izquierdo, que intentó quemar en el hogar. La herida de la criatura Derek se curó al instante. Casi con certeza, se trata de un ser exactamente igual a Garekyn Brovotkin, a Kapetria y a Welf, cuyas historias ya conocéis. En efecto, Allesandra ha abandonado a Rhoshamandes a causa de la forma en que ha tratado a Derek, así como por haberse negado a hacernos saber sobre la existencia de Derek y a traerlo a la Corte. Arion también ha abandonado a Rhoshamandes por la misma razón. Ahora Rhoshamandes sabe perfectamente que Garekyn atacó a Killer y a Eleni, y pese a ello nos ha ocultado todo lo referente a Derek.
—¿El que hizo la llamada era un humano?
—No era un humano —respondió Marius—. Solo podemos suponer que era otro miembro del grupo de no-humanos, presuntamente el que consiguió rescatar a Derek. Aunque cómo averiguó dónde buscarlo, eso todavía no lo sabemos. —Pidió paciencia con un gesto—. Unas dos horas después de que la llamada saliera al aire —continuó—, el propio Garekyn llamó desde algún lugar de Inglaterra usando un móvil de esos desechables, y también él dejó un mensaje, obviamente, para los que comparten esa lengua extraña. Pero antes de colgar, también dejó un detallado mensaje que estaba dirigido a nosotros. En él decía que no era su intención hacernos daño y que nunca lo había sido; que solo deseaba ponerse en contacto con nosotros por razones relacionadas con la identidad y la historia de Amel. Dijo que no había sido su intención matar a nadie y que, en realidad, cuando murió Killer se estaba defendiendo y que solo había hecho daño a Eleni para escapar de Trinity Gate.
—¿Encuentras eso razonable? —pregunté, volviéndome hacia Armand.
Me pareció que no estaba preparado para la pregunta y dirigió una mirada a Marius, como si le pidiera permiso para responder. Marius asintió con la cabeza.
—Sí —contestó Armand—, creo que con esta poderosa criatura Killer tomó el rumbo equivocado. Pero hay más. —Hizo un gesto a Marius.
—Este Garekyn parecía totalmente razonable y hasta sonaba convincente —dijo Marius—. Menos de una hora más tarde entró en la línea otra llamada. Esta vez era la doctora Karen Rhinehart, quien se identificó como Kapetria, y también ella dejó un largo mensaje en su extraño idioma. Después se dirigió a nosotros para decirnos que ella y su familia, como la llamó, no tenían ninguna intención en absoluto de hacernos daño, y que se sintieron profundamente angustiados al descubrir que habíamos decidido ser sus enemigos, los de ella, Welf, Derek y Garekyn, quien jamás había intentado perjudicarnos.
—Quiero oír esos mensajes, pero al final. De momento, continúa —dije.
—Alrededor de una hora después del anochecer —prosiguió Marius—, mientras tú aún estabas a salvo, lejos de los rayos del sol, hubo otra llamada, esta vez del propio Derek. Desde luego, emitió un mensaje tan largo como emotivo en esa lengua al parecer antigua. Después nos habló, en términos muy claros, de la maldad de Roland y Rhoshamandes, y dijo que temía que intentaran destruirlo antes de que lograra reunirse con sus seres queridos. Ahora bien, si queréis oír los mensajes os los pasaré, pero, sinceramente, no creo que dispongamos de tiempo. Ahora mismo hemos de decidir si mantenemos activas las líneas telefónicas del programa y qué responderemos, en caso de que lo hagamos, a esas criaturas acerca de nuestro interés en ellas.
—Yo opino que dejemos las líneas activas —insistió Teskhamen—. Es imperioso que nos pongamos en contacto con esas criaturas.
—Sí —intervino Gregory—, sobre todo si Rhoshamandes las persigue y tiene pensado usarlas como rehenes.
—Bien —dije—, Amel sabe de esos extraños mensajes porque ha comenzado a repetírmelos o, mejor dicho, a cantarme frases y oraciones de esos mensajes en cuanto abrí los ojos. Pero no sé si entiende o no esa lengua, ni qué significa para él.
Gremt hizo ademán de hablar.
—Aunque Amel no entienda la lengua ahora mismo —dijo—, pronto la comprenderá. —Su rostro era triste y parecía no tener la energía de quienes lo rodeaban—. Amel es una criatura que aprende. Siempre lo ha sido.
Con todo, Amel no respondió, y así se lo hice saber a los demás sin pronunciar palabra.
—Debemos decidir cómo traer a las criaturas hasta aquí —dijo Marius.
Allesandra había permanecido todo ese tiempo en silencio, pero durante la descripción de las crueldades de Rhoshamandes se había echado a llorar. Armand le había pasado un brazo por los hombros y la sostenía, mientras ella se balanceaba hacia delante y hacia atrás, al parecer presa de una profunda pena.
—Si hubierais visto a esa pobre criatura, Derek —dijo Allesandra—, si hubieseis visto lo que tuvo que sufrir. Es posible que Fareed consiga ayudarlo, que recupere el brazo, si es que ese pobre ser finalmente lo extrajo del fuego.
—Es posible —respondió Fareed—. Podríais utilizar esa posibilidad para inducir a Derek a venir aquí de inmediato, en busca de refugio.
—Si Rhoshamandes está en las proximidades, nunca lo conseguirá —apunté—. Rhosh lo vería acercarse e intentaría capturarlo otra vez.
—Entonces tienen que venir durante el día —señaló David—, quedarse en el pueblo hasta el atardecer y ser traídos al castillo justo antes de la puesta de sol.
—Sí, exactamente —dijo Marius—. Eso es lo que debemos hacer.
Ahora bien, el pueblo que estaba situado debajo del Château no era un pueblo auténtico, sino una comunidad compuesta por los trabajadores humanos que habían restaurado el Château y todavía participaban en el proceso de remodelación y perfeccionamiento. Incluía a los técnicos que habían montado las instalaciones eléctricas y la red de conexiones para los ordenadores, y a los jardineros que se encargaban de cuidar el vasto terreno, cuya superficie era el doble que en la época de mi padre. Para esa gente se trataba de la iglesia restaurada, al igual que el ayuntamiento. La posada alojaba a los visitantes ocasionales y a los trabajadores nuevos que aún no tenían vivienda. Las tiendas estaban ahí para satisfacer sus necesidades, lo que incluía DVD, CD y libros, así como comestibles y demás. Disponían de una tienda de venta de chocolates; también de tiendas de ropa. Era un pueblo bonito, creado con minuciosidad según la arquitectura de la época. A todas esas personas se les pagaba muy bien para que no hicieran preguntas de ningún tipo sobre nosotros, y ciertamente recibirían a esos seres y los alojarían en la posada restaurada hasta la caída de la noche.
—¿Y si son hostiles? —pregunté—. ¿Queréis que los traigamos a casa, por decirlo de algún modo?
—Debemos traerlos —puntualizó Teskhamen.
—Mira, ¿qué amenaza pueden plantear? —preguntó David—. Ese pobre Derek estuvo prisionero durante diez años debajo de la casa de un vampiro solitario. Y ahora hay cinco de ellos, suponiendo que consigamos traerlos a todos. ¿Qué podrían hacernos? Es obvio que quieren reunirse con nosotros.
—¿Y por qué es eso tan urgente? —pregunté—. ¿Porque saben de nosotros? Todo el mundo sabe acerca de nosotros. De acuerdo, ellos saben que somos reales cuando todos creen que no lo somos. Pero ¿piensas que pueden convencer a todo el mundo de cambiar de opinión con respecto a nosotros sin revelar lo que ellos mismos son? ¿Y por qué querrían esas criaturas revelarse al mundo tal cual son? ¿Y por qué se pondrían en nuestras manos si son, en efecto, una especie que puede regenerar su sangre en unas cuantas horas? Venga, podríamos retenerlos aquí para siempre, como prisioneros.
Armand dijo por lo bajo que, después de todo, quizá no fuese mala idea.
—Eso es precisamente lo que hizo Roland con Derek —dijo Allesandra—. Arion, aquí presente, ha bebido muchas veces la sangre de esa criatura y, en efecto, la sangre se regenera una y otra vez. Roland lo retenía solo como fuente de sangre —añadió, claramente disgustada—. No puedes hacer eso, Príncipe. Tú no lo harías.
Marius sacudió la cabeza con repulsión y se cruzó de brazos. Farfulló para sí, en voz muy baja. Advertí algo que tal vez debería haber visto antes. La Corte le había dado a Marius una vida nueva y nuevos objetivos. Lo había sacado del limbo en el que existía desde la destrucción de Los-Que-Deben-Ser-Guardados. Desde hacía seis meses su vitalidad iba en aumento, y ahora yo me preguntaba por qué me aceptaba. ¿No habría sido él un monarca mejor? Me descubrí extrañamente indiferente respecto de la lucha por el poder. Me volví hacia Arion y pregunté:
—¿Y qué viste en la sangre de la criatura?
—Fragmentos, nada de mucho valor. Fue Rhoshamandes quien tuvo esa visión extraña de una gran ciudad antes de hundirse en el mar. Nos la describió a Roland y a mí. Vio una ciudad que rebosaba de gente, llena de flores y árboles frutales, y un sinnúmero de edificios gigantescos. Dijo que en la ciudad había un «magnífico» y que el Magnífico era... Amel.
—¡Tenemos que invitarlos ahora mismo, antes de que los encuentre Rhoshamandes! —exclamó Marius con impaciencia—. No podemos dejar que caigan en sus manos.
—Bueno, ¿y cómo diablos podría encontrarlos Rhoshamandes? —preguntó mi madre. Hablaba con su acostumbrada voz de irritación—. Pero he de decir que si hubieras ejecutado a Rhoshamandes el año pasado nos habrías ahorrado muchos problemas a todos.
—Estoy de acuerdo —dijo Seth en voz baja. Se volvió hacia mí por primera vez—. Debe morir por lo que hizo antes y por lo que ha hecho ahora.
—Rhoshamandes tiene sus abogados humanos —apuntó Allesandra. Tenía lágrimas en los ojos, pero con voz cuidadosamente controlada, agregó—: Dispone de equipos que trabajan para él y a los que ha enviado a buscar a Garekyn Brovotkin con el mismo tipo de información que están utilizando vuestros abogados. —Se volvió hacia mí—. Rhoshamandes te desprecia. Su odio y su amargura se han acrecentado. Si se entera de que quieres a esos seres, sin duda intentará capturarlos antes de que lleguen al castillo.
—Perdemos el tiempo —dijo Marius—. Por favor, envía a alguien a por Benji, sal al aire y habla con esos no-humanos.
—Me doy cuenta de todo eso —reconocí—, pero intento no perder la perspectiva. No veo la necesidad de apresurarnos. Estas criaturas constituyen una incógnita. ¿Estás suponiendo que alguna vez, de algún modo, Amel fue uno de ellos?
—Amel los ha hecho salir —dijo Teskhamen—. Amel, la mención de su nombre en las emisiones de Benji. Amel. Buscan a Amel. Y en cuanto a la médica y su compañero, no es casualidad que la doctora Rhinehart estuviera trabajando en la compañía de Gregory, espiando a este, estudiándolo. Lestat, estos seres nos han estado rondando durante años, tal vez desde que escribiste sobre Amel por primera vez en tus libros.
Asentí.
—Aquí hay algo que no entiendo —dije—. Quieren saber sobre Amel. Pero no sabemos con certeza si nuestro Amel es su Amel. No... —Me detuve. ¿En qué estaba pensando?—. Nuestro Amel no tiene auténticos recuerdos coherentes de esa ciudad. No ha ofrecido ningún indicio de que sepa quiénes son esos individuos, solo de que podría haberlos visto una vez.
—Lestat —dijo Fareed—. Revisa la historia de Amel. ¿Qué sabemos sobre él? Piensa en los siglos en que los bebedores de sangre del mundo creían que era un espíritu inconsciente, cuando hasta las grandes Maharet y Mekare creían que se trataba de un espíritu inconsciente. Y mira lo que sucedió cuando el espíritu inconsciente adquirió una conciencia y un punto de vista propios.
—Sí, desde luego —reconocí.
—Pero ¿no ves —intervino Teskhamen— que aun cuando Amel desarrolló un objetivo y empezó a instigar las Quemas, aun cuando incitó a Rhoshamandes a matar a Maharet, tú seguías suponiendo que se trataba de un espíritu que nunca antes había vivido en la tierra en forma corpórea, un espíritu que evolucionaba hacia alguna forma de actividad con un propósito?
—¿Acaso no entiendes lo que esto significa? —preguntó Gremt—. Lestat, Amel ha vivido antes. No es un espíritu en evolución, es un espíritu con una identidad, una personalidad nutrida de carne y huesos que le puede ser devuelta.
—Amel era el líder de esa ciudad —dijo Arion—. Rhoshamandes vio pruebas de ello y de que dominaba una tecnología que excede nuestros sueños actuales.
—Ya veo —dije. Y en efecto estaba comenzando a ver—. Si Amel podía hacer lo que hacía cuando no sabía quién era, pensad en lo que podría hacer si recordara toda su historia.
—Eso es, exactamente —dijo Fareed—. Y Amel está dentro de ti y de todos nosotros, y dependemos de él de forma inextricable.
—Gremt, ¿qué sabes de esa antigua ciudad? —pregunté.
Gremt hizo una larga pausa y al cabo respondió:
—No sé nada sobre ella. Pero como te he dicho, hubo un tiempo en que viví en los vastos cielos, y Amel no estaba allí. Un día llegó, y con él las guerras del cielo, por llamarlas de algún modo, con sus tempestuosos retos a otros espíritus y su descabellado cortejo de las brujas pelirrojas humanas, Mekare y Maharet.
—Pelirrojas y cabellos rojos fue lo que vi en la sangre de Garekyn Brovotkin —dijo Armand—. Un varón pelirrojo, un varón con la piel clara, pelo rojo y ojos verdes.
—¿Fue así de simple? —reflexioné—. ¿Se sintió atraído por las brujas porque eran pelirrojas y no por su poder?
—¡Fueron ambas cosas! —respondió Teskhamen—. La Talamasca ha estudiado la conexión entre el cabello rojo y los poderes psíquicos durante siglos. Tenemos toneladas de expedientes sobre brujas pelirrojas, desde nuestros primeros días.
La habitación quedó sumida en el silencio. Parecía que todos me miraban, pero yo no podía evitar creer que estaban buscando alguna señal externa de él, y nunca había ninguna señal externa de Amel. Solo estaba esa presión en la nuca, la presión que yo podía sentir, y algo más, una especie de estremecimiento que me recorría el cuerpo.
—Lestat, escúchame —dijo Marius—. Es imposible evitar que Amel averigüe todo lo que quiera sobre esas criaturas. Es mejor que sea a través de nosotros y no de Rhoshamandes.
Un presentimiento terrible, y todopoderoso, se adueñó de mí. No tenía nada que ver con la ejecución de Rhoshamandes.
—¡Apágate ya, luz de mi vida! —susurré. Oí que mi madre se reía, pero nadie más lo hizo.
—Entonces —dijo ella, aún riendo—, estos científicos de otro mundo han venido a buscar a Amel, ¿no es así? Y lo que estaban creando en Laboratorios Collingsworth ¿era un chico? ¿Un cuerpo para Amel? Cuéntale, Fareed, acerca de los contenedores. ¿Había un cuerpo preparado para Amel en uno de esos contenedores, por si quería salir de los vampiros de una vez y para siempre?
Nadie respondió.
Incliné la cabeza. Miré fijamente la brillante superficie de la mesa de caoba.
—Amel, ¿por qué no dices nada? —pregunté en voz alta—. Estás escuchando. Lo has escuchado todo. ¿Por qué no dices nada? ¿Estos seres son amigos tuyos de una época anterior y conoces su lengua?
Oí su respuesta fuerte y clara, y tuve la certeza de que los demás también la habían oído. Y aunque Louis y mi madre no podían haberla oído de mí, sí la habían oído de los demás que la habían captado de mi mente.
«Jamás te haré daño. Tú me amas. Me amaste cuando nadie más me amó.»
—Eso es verdad —dije—. Te entregué mi cuerpo de buen grado. Pero ¿quién es esta gente? ¿Son tu gente?
«No lo sé. No sé quiénes son. Y tampoco sé lo que soy yo, pero ellos sí saben lo que soy, ¿no es así? Que vengan.»
Silencio, una vez más.
—Bueno, pues —dije—. Id a la radio y dadles un número con el que puedan ponerse en contacto con nosotros.
Armand se levantó y salió, supuestamente a buscar a Benji a su estudio.
—Hay otra cosa que debe hacerse de inmediato —dijo Marius.
—¿Qué es? —pregunté.
Allesandra se echó a llorar de nuevo, pero Marius hizo caso omiso y dijo:
—No podemos permitir que Rhoshamandes siga con vida. Todos lo sabemos, lo supimos el año pasado después de que diera muerte a Maharet. Debes proscribirlo ahora mismo y permitir que, quienes así lo desean, lo destruyan.
—¿Eso quieres, que me transforme en un nuevo Sila? ¡Proscribe! ¿Eso debo ser de ahora en adelante, un dictador que proscribe? Me niego. ¡Fue la voz de Amel la que engañó a Rhoshamandes! La voz de Amel lo impulsó a matar a Maharet. No incumpliré mi promesa. Escuchad, podemos hacer que esas criaturas vengan aquí. Es sencillo. No me importa cuántos sirvientes o aprendices humanos tenga Rhosh, él no controla la línea telefónica de la radio.
—Gregory, Seth, Teskhamen y yo podemos hacerlo —dijo Marius—. Podemos vencerlo y destruirlo.
—No —repetí. Me recliné en la silla y sacudí la cabeza—. ¡No! Está mal. Rhoshamandes tiene miles de años. Ve cosas, sabe cosas... No lo haréis con mi aprobación. Y si lo hacéis, significa que no queréis que sea un príncipe, sino un títere, y sinceramente creo que es lo que siempre habéis deseado. Y serías tú quien gobernara, Marius, no yo. Si hacéis eso, tú serás el Príncipe. Tu reinado comienza en el instante de la muerte de Rhoshamandes.
Un espasmo en mi cuello. Un espasmo en mis sienes. Mi mano derecha repentinamente acalambrada. Amel estaba intentando moverla. Bajé la vista como si estuviera sumido en mis pensamientos, pero no lo estaba. Intentaba derrotar su intento de controlar mi mano. Y cuando volví a levantar la vista me encontré con los ojos de todos los asistentes fijos en mí. Pero solo Gregory, Fareed, Seth y Marius parecían percatarse de lo que ocurría. Seth me observaba la mano. También Gremt, él también me miraba la mano fijamente.
—La gente de Rhoshamandes ya ha registrado la casa que Garekyn Brovotkin tiene en Londres —dijo Teskhamen—. Han espantado al personal de la casa. Sin duda están rastreando todas las conexiones bancarias que han encontrado de esa mujer, Kapetria.
Basta. Miré a Arion.
—Saldré al aire y los invitaré a venir —dije. Me levanté—. Pero antes debo hablar con Arion. Es un asunto personal. Después necesito bajar al pueblo y asegurarme de que todo está preparado para protegerlo tanto como el Château, que los sistemas contra incendios funcionan correctamente, en caso de que Rhoshamandes nos ataque.
—Eso ya está hecho, ya nos hemos ocupado de ello —dijo Marius. También él estaba de pie—. Pero piensa en lo que podría hacer si intentara incinerarnos.
—Si Rhoshamandes nos ataca —intervino Thorne por primera vez—, debemos ser capaces de contraatacar.
Yo sabía lo mucho que Thorne odiaba a Rhoshamandes por el hecho de que este hubiese matado a Maharet. Se oyó un murmullo de aprobación alrededor de la mesa.
—Por supuesto —dije—. Si nos ataca, si intenta incendiar el Château o el pueblo, sí, por supuesto. Pero probablemente sepa que eso haría caer sobre él la ira de todos. Sí, si se atreve a hacer algo de eso, incineradlo. Quemadlo con todo lo que tengáis. Pero Rhoshamandes no será tan tonto.
—Puede atacarnos y retirarse con mucha rapidez —dijo Gregory—. Todos debemos estar alerta a partir del instante en que salgas al aire, hasta la mañana. —Se estaban levantando de la mesa, retirando las sillas—. Debemos idear un plan para proteger el área.
Sevraine dejó escapar un suspiro largo y desdichado. Se había puesto de pie.
—Yo me quedaré de guardia contigo —dijo.
Eso era lo que querían, obviamente. Tenían razón y, de todos modos, no había forma de detenerlos. Rogué por que Rhoshamandes se mantuviera alejado de nosotros, pero si era tan tonto como para atacarnos... bueno, tendría su merecido.
Miré otra vez a Arion, quien ya avanzaba hacia mí, y salimos juntos de la Sala del Consejo.