18

Lestat

Habían llegado al pueblo tres horas antes de que oscureciera y les habían dado las mejores habitaciones de la posada. Había ocho de ellos y cuando subí me estaban esperando en el gran salón de baile. Toda la Corte tenía curiosidad, pero a los más jóvenes se les había dicho que no se acercaran a los salones principales y eso incluía, desde luego, no solo a los neófitos, sino a muchos otros que habían sido atraídos por la Corte, pero que no tenían interés por el poder. Louis se había negado categóricamente a acompañarme. Estaba abajo, leyendo, solo en su cripta.

Marius, Gregory, Sevraine y Seth estaban con los visitantes y lo habían estado los cuarenta y cinco minutos o más que yo permanecía confinado en el refugio de mi cripta.

Fareed se reunió conmigo en el salón contiguo al salón de baile. Me explicó de forma telepática, y con voz susurrante, que los visitantes habían admitido que algunos miembros de su grupo no habían venido con ellos. Habían sido sinceros. No veían claro el hecho de fiarse por completo de nosotros en esta reunión.

«Sabemos que Derek estuvo encerrado diez años —dijo Fareed—. Sin embargo, en este grupo hay un clon perfecto de Derek, salvo por el cabello. Y hay un clon de la mujer, Kapetria, con la misma notable diferencia, el cabello, que en su caso es más dorado. Lo mismo sucede con Welf y con Garekyn Brovotkin.»

«¿Y eso qué te sugiere?», pregunté.

«Que son la mayor amenaza para este planeta que yo haya conocido. Y, ciertamente, son una amenaza enorme para nosotros. Debemos sacarle el máximo partido a esta visita de todas las formas imaginables. Ellos quieren que sepamos que estamos en inmensa desventaja.»

—Bueno, pues. Vamos a ello —dije en voz alta—. Amel está dentro de mí desde que desperté. Sin hablar, tal como esperaba.

Fareed sonrió, pero sus maneras eran serias.

—¡Ahora sí! —susurró—. Quiero grabarlo todo. Las cámaras ocultas están en la Sala del Consejo. Y no te preocupes, ya les he contado todo.

El salón de baile estaba íntegramente iluminado, de un modo en que yo rara vez lo había visto, con los brillantes candelabros eléctricos encendidos, al igual que los candeleros con velas que había sobre cada repisa de las chimeneas.

Los increíbles visitantes estaban juntos en una zona de la sala situada a la izquierda del clavecín, frente al lugar donde se situaba normalmente la orquesta, provista de sofás de damasco y sillones. Estaban cómodamente sentados y conversaban en voz baja con Seth y Gregory, o al menos eso parecía. Sevraine y Marius estaban a un lado y sus ojos me siguieron al hacer yo mi entrada. Desde la puerta más alejada llegaba David Talbot, con Gremt, Teskhamen y Armand.

Armand se dirigió hacia mí y me puso una mano sobre el brazo. Me envió un mensaje de forma telepática pero con decisión.

«Te sugiero que te prepares para destruirlos a todos y cada uno de ellos.»

Tras eso, se alejó como si no me hubiera dicho nada ni me hubiera dado ninguna señal.

Parecía que los Hijos de la Noche se habían ataviado para la ocasión con la acostumbrada variedad de vestidos, thawbs y ternos. Mi atuendo era el habitual, de terciopelo rojo y encajes, y Armand lucía el mismo estilo extravagante, pero en diferentes matices de azules. Únicamente nuestras botas de montar de caña alta parecían fuera de lugar, pero esas botas se habían trasformado en la indumentaria corriente de todos los bebedores de sangre que volábamos y no era para nada raro ver a un vampiro vestido de punta en blanco con excepción de las botas enfangadas y este era el caso esa noche.

Me pregunté si a nuestros invitados esa atmósfera dieciochesca, profusa y deliberada les parecía decadente o bella, obscena o de buen gusto.

Los ocho visitantes vestían la indumentaria informal de moda; los varones, tejanos limpios y planchados, con chaquetas de tweed o de cuero, las dos mujeres, de vestido largo, negro y ajustado, adornadas con joyas espectaculares y muy brillantes, de oro de veinticuatro quilates, y con resplandecientes zapatos de tacón alto con correas. Todos parecían tener un poco de frío y que intentaban ocultarlo educadamente. Ordené que elevaran la temperatura de la habitación de inmediato.

Cuando aparecí todos se levantaron, y al instante, mientras atravesaba lentamente el pulido suelo de parqué con­firmé dos cosas: sus mentes eran impermeables a la telepatía, algo que Arion ya había señalado, y no parecían tenernos ninguna clase de miedo instintivo, como el que nos tienen habitualmente los mortales; no rezumaban ni desconfianza ni amenaza. En síntesis, no mostraban ninguna de las sutiles señales de agresión de los humanos. Ningún humano puede percibir la textura de nuestra piel o mirarla en detalle con buena luz sin experimentar una especie de estremecimiento. A veces el miedo instintivo es tal que el humano entra en pánico y se aleja, ya sea de forma deliberada o sin intención. Pero este distinguido grupo estaba rodeado de bebedores de sangre y no parecía experimentar absolutamente nada hormonal, instintivo o visceral.

Ciertamente, no eran humanos. Yo no creía que ni siquiera fueran mamíferos, pese a que eso es lo que indicaba su apariencia, que eran dos mujeres y seis hombres.

Todos tenían la piel marrón, pero de tonos diferentes, desde el más oscuro de Welf y Welftu hasta el bronceado de las mujeres. Todos tenían el cabello negro con mechones dorados, algunos con una gran proporción de mechones rubios. En otras palabras, parecían ser lo que el mundo llama negros, pese a los diferentes matices del color de piel. Y todos llevaban el cabello peinado con la raya en medio y largo hasta los hombros, lo que les otorgaba una suerte de apariencia de persona consagrada, como si fueran miembros de una secta particular.

—Nuestro Príncipe —dijo Fareed. Y añadió—: Está ansioso por daros la bienvenida.

Asentí. Sonreía porque siempre sonrío en momentos como ese, pero iba registrándolo todo.

Fareed estaba totalmente en lo correcto al decir que se trataba de pares de clones. Era fácil advertirlo, como mínimo en el tono de la piel y en el cabello de cada par. No conseguía encontrar en sus fisonomías ningún rasgo étnico reconocible, nada que me recordara a alguna de las tribus africanas, indias o australianas conocidas. Welf tenía una boca completamente africana, pero en lo demás no parecía africano. Tampoco parecían especialmente polinesios ni sentineleses. Pero, por supuesto, Seth o Arion o cualquiera de los ancianos podría estar viendo algo que a mí se me escapaba. En suma, era posible que procedieran de un tiempo anterior a cuando los rasgos étnicos que vemos en la actualidad en diferentes lugares del mundo comenzaron a desarrollarse.

—Deseo que os sintáis cómodos y a salvo en mi casa —dije en inglés—. Me tranquiliza que hayáis llegado sin ningún percance.

Hubo instantáneos asentimientos y gracias susurradas. A continuación, cada uno de ellos me estrechó la mano a medida que yo la iba ofreciendo. Tenían la piel sedosa, perfecta, como si fuera un tejido de soberbia fabricación. Y poseían esa belleza especial de la gente de piel oscura, una apariencia escultural, casi pulida.

Todos mostraban expresiones semejantes, de gran inteligencia y curiosidad permanente, y ciertamente no sentían ningún temor.

Eran ligeramente más pequeños de lo que esperaba. Hasta los varones más altos, Garekyn y Garetu, que tenían más o menos mi altura, tenían una contextura delicada. Estaban impecablemente arreglados y limpios, como suelen estarlo los mortales adinerados de esta época. Percibí los aromas de perfumes caros y de los inevitables jabones y geles de ducha. Y de la sangre, sí, la sangre; una sangre abundante, una sangre poderosamente bombeada, una sangre que llenaba sus cuerpos como llena la sangre el cuerpo de los mortales y que creaba en mí oleadas de deseo. Y una vez más apareció en mi mente ese obstinado deseo de sangre inocente.

Les di la bienvenida de forma individual, a cada uno, repitiendo el nombre que pronunciaban. Garekyn, el supuesto asesino, no parecía diferente de los demás. No se disculpó por nada, pero tampoco mostró arrogancia. Y cuando, por último, la mujer, Kapetria, estrechó mi mano, sonrió y dijo:

—Le haces justicia a tu leyenda, Príncipe. —Su inglés no tenía ningún acento—. Eres tan guapo en persona como en tus vídeos musicales. Me sé todas tus canciones de memoria.

Eso significaba que lo sabía todo. Que había leído las memorias, que había escuchado las emisiones de Benji, obviamente, y que conocía la historia y la mitología de toda nuestra tribu.

—Ah, mis aventuras en la música rock —dije—. Eres demasiado amable, pero gracias.

—Me alegra mucho que aceptaras recibirnos —dijo ella—. Estoy impaciente por contártelo todo sobre nosotros, por qué fuimos enviados aquí, y qué y cuándo ocurrió.

Esa me pareció una afirmación extraordinaria.

—Estoy impresionado —dije con franqueza—. Muy impresionado. Esta es una gran oportunidad.

—Sí —dijo ella—. Una oportunidad.

—¿Y habéis sido bien atendidos? ¿Habéis comido y tenido tiempo para descansar? —pregunté. Se trataba de una pregunta formal, ya que sabía perfectamente la respuesta, pero ellos respondieron vigorosamente asintiendo con la cabeza y murmurando que el recibimiento había superado sus expectativas. Kapetria volvió a hablar en nombre del grupo.

—Todo el pueblo nos ha parecido encantador —dijo con una sonrisa radiante y relajada—. No esperábamos tener la posibilidad de usar aquí nuestros ordenadores y nuestros móviles. Tampoco nos esperábamos esas tiendas tan interesantes en un lugar tan apartado.

—Sí, el pueblo es un pequeño mundo independiente —respondí—. Se necesita un talante reservado para disfrutar de esta especie de exilio.

—Pero las recompensas son considerables —dijo ella—, o eso me ha dicho tu devoto personal.

—Yo mismo encuentro asombroso —dije— que hagan tan pocas preguntas sobre la gente que vive en este castillo.

—Puede que sepan más de lo que están dispuestos a admitir —propuso ella— y que no sean tan curiosos como precavidos.

—Oh, es posible —contesté—. Venid, subiremos a nuestra Sala del Consejo, en la torre norte. Las paredes tienen un revestimiento que la aísla acústicamente. No excluye a todos los subrepticios escuchas telepáticos, pero funciona sorprendentemente bien con la mayoría.

¿Tenían estas criaturas poderes telepáticos? Advertí que no.

—Grabaremos todo —dijo Fareed—. Os recuerdo que hay cámaras y altavoces en las paredes.

—Nosotros también lo haremos —dijo Kapetria. Levantó un pequeño dispositivo de grabación digital negro que tenía una diminuta pantalla y cuya batería, probablemente, duraría más que la batería de cualquier teléfono móvil si la reunión se prolongaba, lo cual yo, sinceramente, esperaba que sucediera.

Sonreí. La revelación de nuestra existencia al mundo moderno había comenzado cuarenta años antes con un entrevistador radiofónico humano en una habitación alquilada de San Francisco, que invitaba a Louis a contar su historia a una grabadora. Y aquí estábamos ahora, todos nosotros, registrando cada palabra y cada gesto de esta reunión histórica en la moderna progenie de aquella vieja grabadora.

Conduje la procesión, a través de las numerosas habitaciones grandes y pequeñas, hasta las grandes escaleras del ala norte. Kapetria caminaba a mi lado y sus zapatos producían ese erótico taconeo sobre los suelos de madera que con frecuencia producen las mujeres cuando llevan zapatos de tacones. Lo extraño es que ese sonido hiciera que se me erizara el vello de la nuca y de los brazos, y que sintiera otra vez ese intenso deseo de sangre, de su sangre. ¿Sentían lo mismo los demás?

Cuando entramos en la Sala del Consejo, Pandora y Arion ya estaban ahí. También estaba mi madre, que no se acercó a nosotros y mantenía una expresión dura. Iba vestida con su habitual indumentaria de color caqui, que contrastaba notablemente con los vestidos de Pandora y Sevraine, así como con el informal glamur de las dos visitantes. Armand fue el último en entrar, detrás de mí. Una vez más, capté esa señal cuando pasó a mi lado:

«Prepárate para hacer lo que deba hacerse.»

La habitación estaba arreglada de un modo encantador, de eso no había duda.

Habían colocado más sillas alrededor de la gran mesa oval y los invernaderos habían sido saqueados en busca de todas las flores perfectas imaginables. El candelabro derramaba un resplandor cálido sobre toda la estancia. Repentinamente, sentí un orgullo bastante tonto ante el espectáculo que teníamos delante: los tiestos con rosales en los rincones, los floreros con lirios blancos sobre las repisas de las chimeneas, los arreglos florales y floreros adornados con diversas flores sobre las mesas auxiliares, y los fuegos gemelos que ardían vigorosamente sobre los leños de roble. Espejos, espejos por todas partes, por todas partes, quiero decir, donde no había murales, y todos esos alegres querubines de mejillas rosadas observando desde los rincones del techo, y otros dioses y diosas que miraban desde las molduras de yeso que rodeaban los bordes de las ventanas y las puertas.

Nuestros invitados parecían apreciar todo aquello. Hubo otra serie de nuevas presentaciones, asentimientos y manos estrechadas. Derek, el antiguo prisionero de Roland y Rhoshamandes, se veía evidentemente deleitado por el aroma y los colores de las flores. En ese momento aspiraba hondo y extendía la mano para tocar un tiesto de exquisitas fucsias, antes de pasar a examinar las sillas de caoba, con sus respaldos en forma de escudo, como si fueran auténticos tesoros. Le temblaba la mano al acariciar la madera tallada.

Marius invitó a nuestros huéspedes a situarse en el lado izquierdo de la mesa y Kapetria indicó con un gesto a cuatro de su grupo que se sentaran en las sillas que había junto a la pared.

Era obvio que quienes se sentaban a la mesa eran la generación más antigua y que los clones se habían situado detrás, aunque Derek necesitó una pizca de persuasión antes de ceder y sentarse a la derecha de Kapetria, pues quería que Dertu ocupara su lugar. Kapetria era una mujer de propósitos firmes.

Los cuatro sentados a la mesa eran quienes tenían el mechón rubio en el cabello. De ellos, Derek era el único que parecía algo frágil, un poco más delgado que los demás, quizá cansado. No era de extrañar. Pero él tampoco nos temía y, de hecho, me observaba con la intensidad sin censura que solemos permitir a los niños pequeños, casi del mismo modo en que había observado las fucsias y los muebles. Tenía un rostro maravillosamente inocente. Todos tenían rostros muy expresivos y flexibles, y una vez más, esa apariencia escultural y pulida que aumentaba tanto su atractivo.

Ocupé mi lugar habitual en la cabecera de la mesa y Marius se sentó en el extremo opuesto. Mi madre se sentó a mi izquierda, Sevraine a su lado y Pandora junto a Sevraine. Derek, Kapetria, Welf y Garekyn ocupaban los lugares restantes. A la izquierda de Marius, y en sucesión hacia donde me situaba yo, estaban Teskhamen, Gremt, Arion, Gregory, Seth, Fareed y Armand.

Seth se hallaba más o menos en el centro, justo frente a Kapetria. Después estaba David, el bebedor de sangre más joven de la sala. Armand se sentó a mi derecha.

Cyril y Thorne cerraron las puertas, pasaron por donde yo pudiera verlos y se colocaron en sus puestos, tal como les había indicado Marius, de pie a cada lado de la fila de invitados, pero junto a la pared.

Me senté y uní las manos. Mis ojos encontraron los diminutos lentes de las cámaras ocultas en las paredes y mis oídos captaron el ligerísimo zumbido de los aparatos de audio y vídeo.

—Amel está con nosotros —dije, dirigiéndome a Kapetria—. Está dentro de mí, pero eso ya lo sabes. Y ya conoces toda la historia. Bueno, Amel está presente, por así decirlo, pero si dirá algo o no eso es algo que aún está por verse. Es posible que lo haga, es posible que no. Pero está aquí. Y puede ver y escuchar a través de cada uno de nosotros, pero no puede hacerlo a través de más de uno al mismo tiempo.

—Gracias por explicárnoslo —dijo Kapetria. Sonrió. Sus dientes blancos eran perfectos. Todos tenían dientes perfectos. Pero el rostro de Kapetria, pese a su expresividad, se transformaba cuando ella sonreía—. ¿Y si quisiera dirigirme directamente a Amel? —Me pregunté si era una auténtica mujer en algún sentido.

—Hazme la pregunta a mí. —Me recliné en la silla y me crucé de brazos recordando vagamente algún vano sinsentido sobre lo que este gesto significa en un grupo así, pero lo ignoré y continué hablando—. Es lo mejor que puedo ofreceros. Amel está aquí, como digo. Está escuchando. Puedo sentirlo.

—¿Cómo? —preguntó ella con inocente curiosidad. Sus ojos inmensos me recordaban los ojos de las mujeres de Oriente Medio. Sus cejas eran altas y largas, y se elevaban en los extremos exteriores.

—Una presión —respondí— en la nuca, la presión de algo vivo en mi interior, algo que puede ejercer fuerza cuando lo desea. Cuando no está ahí, pues, la presión sencillamente desa­parece.

Ella parecía estar pensando sobre el asunto.

—Antes de continuar —dije— permíteme decir que estamos dispuestos a restaurar la casa de Londres de Garekyn Brovotkin. Pero no hay ningún modo de restaurar a nuestro hermano Killer, ni al bebedor de sangre que murió en la Costa Oeste.

—Esto es desafortunado —dijo Garekyn de inmediato—. Pero no era mi intención matarlos. De verdad, creí que ese vampiro de Nueva York, Killer, intentaba matarme. ¿Cómo está Eleni? ¿Entiendes por qué intenté escapar de Trinity Gate, no es así, por qué lastimé a Eleni?

De todo el grupo, Garekyn era el único cuyo inglés tenía cierto acento, un acento ruso. Sus ojos eran de menor tamaño que los de Kapetria y tenía la nariz bastante larga y fina. Demasiado larga y demasiado fina, tal vez, pero eso hacía más compleja su belleza, hacía que sus ojos parecieran más enérgicos y su boca más sensual, como si se tratara de un defecto cuidadosamente diseñado.

—Lo entiendo —dije yo—. En ambos casos yo habría hecho lo mismo —manifesté—. Y es obvio que podrías haber matado a Eleni si hubieras decidido hacerlo.

—Eso es absolutamente cierto —dijo Garekyn. Estaba obviamente sorprendido por oírme decir aquello—. No tengo ningún loco apetito por los cerebros vampíricos —me garantizó—. Y la verdad es que me apena la muerte de aquel vampiro de California, pero él entró en mi habitación por la fuerza y estaba armado. Con él había otro. Podría haberlos matado a los dos, pero solo maté a uno.

—¿Y qué encontraste tan interesante en el cerebro de Kil­ler? —pregunté—. ¿Y por qué te llevaste la cabeza del vam­piro que mataste en California? —Advertí que mi voz era un ápice demasiado dura y me supo mal. Me sabía mal haber comenzado de aquel modo.

Pero Garekyn se mostró impávido.

—Vi algo en el cerebro expuesto de Killer —dijo—, algo obviamente diferente del material orgánico, algo que estaba vivo de un modo singular, y ese algo, cuando me lo llevé a la boca, provocó visiones en mí, visiones que se intensificaron al tragarlo. Las visiones comenzaron al saborear la sangre de la criatura. —Se detuvo y me examinó con atención—. No creo que te guste oír estas cosas, puesto que las víctimas eran tus hermanos —dijo—, pero, lo repito, en cada ocasión me vi atacado y esas visiones tenían un valor decisivo para mí. —Al decir estas palabras se tocó el pecho con el puño—. Esas visiones me revelaron algo que es potencialmente precioso para mí. He venido a buscaros, a todos por una razón en particular, y estas visiones están relacionadas con esa razón. —Recorrió la mesa con los ojos por primera vez y sus ojos se fijaron en Marius durante un largo rato, antes de regresar a mí—. También saboreé visiones en la sangre de Eleni y no la maté. Claro que cogí la cabeza del vampiro que me atacó en California. La llevé a un lugar seguro, la abrí, bebí el fluido del cerebro y vi cosas una vez más.

Asentí.

—Lo comprendo —le aseguré.

—¿Qué puedo hacer para compensarlo? —preguntó—. ¿Para colocarnos en una situación de igualdad y seguridad?

Entonces habló Marius.

—Creo que de momento podemos dejar estas cosas de lado —dijo—. Después de todo, te estabas defendiendo. —Yo sabía que Marius sentía una gran impaciencia por todo aquello, pero no creí que nuestros invitados se percataran de ello. No, los no-humanos no podían leer las mentes de los demás. Eso resultaba obvio a partir de todo aquel intercambio. Y nosotros no podíamos leerles la mente a ellos, eso era seguro.

—Sí, me estaba defendiendo y, según creí, de un ataque a muerte —recordó Garekyn.

Welf, que no había dicho nada en todo el rato, fijó la vista en Garekyn cuando dijo la palabra «muerte». Los ojos de Welf tenían párpados pesados, lo que le daba una apariencia somnolienta y satisfecha, y sus ojos y nariz eran más clásicamente simétricos. De todos ellos, él tenía los labios más gruesos y sensuales.

Evidentemente, esas criaturas no eran autómatas sin emociones. Cada palabra que decía Welf estaba llena de emoción y sus rostros experimentaban una multitud de pequeños cambios a cada segundo. Hasta Derek, que tenía los ojos fijos en un punto delante de él, como si sufriera un estado de shock, tenía una expresión que reflejaba su lucha interna y sus pupilas negras danzaban de forma frenética.

Marius continuó hablando con una voz que transmitía competencia, amabilidad y autoridad.

—Os pedimos que tengáis en cuenta —dijo Marius— que nosotros no teníamos ningún conocimiento en absoluto de que Derek era retenido como prisionero por Roland de Hungría. Apenas conocemos a ese bebedor de sangre. Nunca ha venido a la Corte. —Marius me miró con intensidad. Estaba claramente frustrado—. Aquí nos hemos embarcado en un proyecto que para nosotros es nuevo. Lo que sea que podamos lograr aquí, aún no lo hemos conseguido completamente.

—Lo sé —dijo Kapetria en voz baja—. Lo entiendo. Me he preparado con todo el conocimiento sobre vosotros que he podido conseguir.

—Y no tenemos un auténtico control sobre Rhoshamandes —dijo Marius—, quien ha sido tan cruel con Derek. Nos tranquiliza ver que su brazo se ha recuperado.

—El brazo izquierdo de Derek se ha regenerado —dijo Kapetria sin el menor indicio de que estuviera diciendo algo sorprendente—. Y el arrebato de Rhoshamandes nos llevó a hacer un descubrimiento notable. Como resultado de lo sucedido ahora tenemos con nosotros a Dertu. —Con un ademán de su mano izquierda señaló al evidente duplicado de Derek, situado junto a la pared. Dertu con su cabello rubio y negro. No tenía un mechón distintivo, sino muchos. Dertu, que era tan calmado en comparación con Derek.

Fareed soltó una risa grave y carente de alegría y supe que lo había descubierto hacía mucho.

—¿Vinisteis a este mundo —dijo Fareed— ignorando que podíais propagaros de ese modo, por simple fragmentación?

—Vinimos a este mundo, amigo mío, ignorando muchas cosas —dijo Kapetria—. Fuimos enviados para un propósito específico. En efecto, nuestros creadores nos llamaban «la Gente del Propósito». —Mientras hablaba su mirada se movía de uno a otro con tranquilidad, pero pronto volvió a Fa­reed—. Y solo se nos proporcionó la información que consideraron necesaria para la consecución de aquel propósito. Fuimos creados para cumplir aquel propósito.

—¿Y cuál era ese propósito? —preguntó Marius. Temí que su pregunta tuviera un costado espinoso, pero no vi en los demás ningún indicio de que otros sintieran lo mismo.

—Ya llegaremos a ello —dijo Kapetria. Entornó los ojos mientras miraba a Marius y después a Seth—. Creedme, os lo quiero contar. Pero primero déjame comentar lo siguiente. —Ahora se dirigía a mí otra vez—. Vuestro método de propagación a través de la sangre y a través del cerebro tiene muchas cosas en común con el nuestro. Sospecho que Amel no tiene más control sobre esta forma de propagación y sobre sus limitaciones que el que nosotros tenemos sobre la nuestra. —Hizo una pausa, como para permitirnos reflexionar sobre aquello—. En realidad, tengo esta hipótesis de trabajo, que vosotros estáis todos conectados con Amel porque su método de propagación ha fallado. El método suponía que cada uno de vosotros fuera una unidad independiente, pero eso no se consiguió y por tanto vosotros sois, de algún modo, como un inmenso organismo.

—No lo creo —dijo Seth—. He pensado en este asunto, pero mira, fue Amel quien desde el principio insistió en la propagación, en la creación de más bebedores de sangre de forma tal que él pudiera probar más sangre, y en un grupo de entidades conectadas para satisfacer su sed.

—Él insistió en ello, sí —dijo Kapetria—, pero ¿sabía Amel lo que estaba pidiendo? ¿En esa etapa era una mente clara o un ente perdido y en problemas? Sí, él pedía expandirse o satisfacer una sed inmensa, pero ¿no habría sido más perfecto si cada nueva unidad en la cual se implantaba a través de la sangre se hubiera tornado autónoma finalmente? —Kapetria sacudió la cabeza—. Conclusión solo tentativa: sois un organismo que supone un intento fallido de propagación.

—¿Estás sugiriendo que algunos de nosotros podríamos desconectarnos de Amel?

—Bueno, sí, sospecho que eso es del todo posible —respondió ella—. Es obvio que Amel padece enormemente cuando vuestra población excede cierto número, cuando la materia sutil e imprecisa de la que está compuesto Amel se expande hasta su máxima extensión.

—Materia sutil e imprecisa —dijo Seth—. Qué forma tan elegante de expresarlo.

—¿Es realmente material? —pregunté.

—Oh, sí, está hecho de materia —dijo ella—. Fantasmas, espíritus, sean lo que sean, todos están hechos de materia. —Miró a Gremt, quien la estudiaba impasible con su réplica perfecta de cuerpo y rostro de la Grecia clásica—. ¿No estás hecho de materia? —le preguntó—. No me refiero a tu cuerpo físico, me refiero al núcleo de tu ser en el cual reside tu conciencia.

—Sí, está compuesto de una materia sutil —dijo Gremt con voz suave—. Me di cuenta de ello hace mucho tiempo. Pero ¿qué es la materia sutil? ¿Cuáles son sus propiedades? ¿Por qué he llegado a ser? Estas cosas no las sabemos, porque no podemos ver, medir ni poner a prueba la materia sutil.

—Yo tengo mis teorías —dijo ella—. Pero es seguro que Amel está hecho de materia sutil, un material sutil que se implanta y se desarrolla en cada hospedador nuevo que se le ofrece. En el caso ideal y a su debido tiempo, la mente de Amel se habría desconectado del hospedador y habría reducido su tamaño hasta conseguir estar cómodo en un pequeño número de hospedadores o incluso en uno solo. Pero eso no sucedió. Es como todas esas espectaculares mutaciones que hay en este planeta: infinitamente complejas, producto de accidentes y voluntad, de errores y descubrimientos.

—Entiendo lo que dices —dijo Fareed.

—Lo que me sorprende es que no hayáis centrado vuestra atención en esto desde el principio —dijo Kapetria—. No lo digo a modo de crítica. Lo aporto como una observación. ¿Por qué tú y tu equipo de médicos no habéis intentado romper el vínculo que hay entre cada vampiro individual y Amel?

—No veo ninguna manera de hacerlo —dijo Fareed. Parecía estar ligeramente a la defensiva—. Desde luego, me doy cuenta de la importancia que tiene poder liberar del huésped a cada individuo.

—Me parece —dijo Kapetria— que ese podría ser una de vuestras áreas fundamentales de investigación.

—¿Te das cuenta de cuántas áreas de investigación tenemos ahora mismo? —preguntó Gregory—. ¿Te das cuenta de que aquí hay una revolución para nosotros, que ahora tenemos médicos y científicos que estudian nuestras propiedades físicas?

—Sí, Herr Collingsworth, pero es muy obvio que esas extrañas conexiones invisibles con Amel son vulnerables —dijo Kapetria— y también es obvio que se trata de un error, de un fracaso. —Se dirigió a Fareed—. Y otra cosa, ¿por qué no os habéis concentrado en encontrar un modo de extraer el circuito neural de Amel de un hospedador y transferirlo a otro, sin hacerle daño a ninguno de los dos?

—¡Porque no sé cómo hacerlo! —dijo Fareed—. ¿Qué crees que estoy haciendo en mi laboratorio, jugando con...?

—No, no, no, perdóname —dijo Kapetria—. No estoy diciendo lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que... —Vaciló un momento y después se hundió en sus pensamientos, con la mano derecha flexionada bajo la barbilla.

—¿Tú cómo lo harías? —preguntó Seth con voz suave—. ¿Cómo propones trasladar el circuito neural de Amel de un cerebro a otro, cuando ni siquiera podemos ver ese circuito neural ni con los escáneres más sensibles?

—¡Parad! —dijo Derek—. ¡Parad! —Clavó los ojos airados en Kapetria. Le temblaba el labio inferior y sus ojos estaban vidriosos—. ¡Parad ahora mismo! —dijo.

Kapetria estaba obviamente atónita. Se volvió hacia él y le preguntó con voz suave y atenta:

—¿Qué sucede?

—Cuéntaselo —dijo Derek. Nos miró a mí, a Fareed y a Marius—. ¡Cuéntaselo!

Kapetria colocó suavemente la mano derecha sobre la mano izquierda de Derek.

—¿Que les cuente qué, Derek? —preguntó con ternura.

—Cuéntales lo que puede pasar si intentan hacernos daño —dijo Derek. Miró directamente a Seth, después a Gremt. Su mano derecha temblaba como si estuviera afectado de parálisis. Sus ojos recorrieron con rapidez a todos los que tenía frente a él y se fijaron en mí—. Cuéntales lo que podría pasar si intentaran destruirnos. Creen que aquí nos tienen a su merced. Sé que creen eso. Pues bien, no es así.

—¡No hay ningún riesgo de que intentemos hacerte daño! —dijo Marius—. Aquí nadie quiere haceros daño. Y tampoco queremos que vosotros nos hagáis daño a nosotros.

—No, aquí no hay ningún peligro en absoluto —dije yo—. Jamás intentaríamos destruiros. Eso es lo último que queremos. Hemos creído que invitaros aquí, de este modo, os convencería de nuestra confianza.

—No, aquí no corréis el menor riesgo —dijo Seth.

—No podemos ser destruidos —dijo Derek. Su voz era desigual. Ahora era evidente que Derek había tenido una lucha interna que no habíamos advertido antes—. No podemos ser destruidos, a menos que queráis destruir todo lo que os resulta de valor en este planeta. —Cogió la mano de Kapetria y la sostuvo con firmeza—. Cuéntaselo.

Resultaba obvio que Kapetria no estaba preparada para aquello, pero no parecía enfadada ni ofendida. Estudió a Derek durante un largo rato. Sus pestañas eran gruesas y bellamente negras; sobre todo, su belleza me distraía como suele ocurrirme siempre con la belleza. Pensé que si su hermosura era fortuita, si no estaba arraigada en algo profundo de su interior, entonces podría ser enormemente engañosa.

—Es probable que lo que dice Derek sea verdad —dijo Kapetria—. Si nos hacéis daño os arriesgáis a hacer daño a un sinnúmero de personas. Os arriesgáis a hacer daño al mundo. No intento sonar drástica ni apocalíptica. Es posible que nuestros cuerpos contengan elementos que, una vez liberados, podrían destruir todo el mundo. Derek no exagera. Pero ¿por qué no os cuento toda la historia?

Todos los seres presentes tomaron nota de ello, pero la dura expresión de Armand no cambió. Me miró y me envió un débil susurro telepático.

«Una prisión de la que no puedan escapar.»

—Sí, por favor —dijo Seth a Kapetria—. Toda la historia. Nos estamos adelantando. Necesitamos saber...

Welf, el silencioso, asintió; sus grandes ojos somnolientos centellearon un instante y su boca llena y sensual se abrió en una sonrisa pequeña y amable.

—Son solo las siete —dijo Kapetria—. Si estáis dispuestos a escuchar, puedo contaros todo antes de que amanezca y al final comprenderéis lo que quiere decir Derek. No podemos ser destruidos físicamente sin que sobrevenga un perjuicio considerable a quienes están aquí y a personas que no están aquí. Y cuando acabe mi historia estaremos preparados para avanzar juntos.

—Creo que eso sería espléndido —dijo Marius—. Eso es lo que queremos. Me conmueve vuestra confianza y que queráis contárnoslo todo. —Advertí una rápida mirada de Gregory y vi que Teskhamen le respondía de forma sutil. No estaban tan seguros de todo aquello como Marius. Pero yo sí lo estaba.

Gremt parecía calmado y moderadamente afectado, como si estuviese perdido. Deseé poder decirle algo para reconfortarlo, decirle que él era tan parte de nosotros como cualquiera de los demás, pero ahora también yo quería oír la historia de Kapetria.

—Comencemos —dije—. Habla tú, Kapetria. Nosotros escucharemos. No te interrumpiremos a menos que creamos que es muy necesario.

—Excelente —dijo Kapetria. Extrajo su pequeña grabadora digital y la colocó sobre la mesa. Una lucecita parpadeaba en el aparato—. Vosotros tenéis vuestras cámaras —dijo—, nosotros tenemos estas.

Marius asintió con la cabeza e hizo un ademán de aceptación abriendo las manos.

—Confía en nosotros —dijo Marius—. Confía en que entenderemos.

—Ya lo hago —dijo Kapetria—. Pero antes de comenzar, quiero que sepáis que recordamos algunas cosas mejor que otras. Y que no estamos todos de acuerdo sobre este o aquel detalle.

Kapetria aún sostenía la mano de Derek y ahora le acariciaba la cabeza, confortándolo. Después me miró otra vez. Luego a David.

Tal vez no se había percatado de David antes. Pero ahora sí. ¿Percibía que David no era el ocupante original del cuerpo que tenía ahora? Parecía casi seguro que así era. Por último, Kapetria sonrió y le dirigió un gesto inclinando la cabeza con su usual elegancia. Y retomó la palabra.

—Hemos estado compartiendo entre nosotros lo que recordamos. Creo que he reconstruido la historia de la mejor manera posible. —Asentimientos de todos los presentes.

—Ahora os hablaré en inglés —dijo— porque es la lengua que compartimos. Utilizaré un sinnúmero de palabras, frases y expresiones propias del inglés que no tienen equivalentes en nuestra lengua antigua, pero que, tras miles de años de desarrollo lingüístico, resultan magníficamente eficaces para describir todo lo que experimentamos, todo lo que vimos. Me refiero a palabras como «rascacielos», «polímero», «metrópolis» y «plástico». Palabras como «transmitir» y «magnificencia», «empatía» y «programado». ¿Me seguís?

—Creo que te entendemos perfectamente —dijo Seth—. Hace miles de años, en la época en que nací, no había ningún lenguaje en Kemet, mi país de origen, para designar los automóviles, los aviones, los paracaídas, el subconsciente, la psicopatología ni los campos de fuerza como sistemas binarios.

—Sí, exactamente —dijo ella con una carcajada de deleite—. Eso es lo que quiero decir. Y ahora usaré toda la potencia del idioma inglés para comunicar, más que para revivir, lo que sucedió. Pero el asunto tiene otro aspecto. Hace doce mil años, no siempre entendía lo que veía. El mundo actual me ha ayudado a interpretar gran parte de lo que vi, pero no sé si esas interpretaciones son correctas o no. —Todos asentimos y expresamos, en un murmullo, que lo entendíamos. Gabrielle levantó la mano y apuntó un dedo hacia Kapetria.

—Hay algo que deseo saber antes de que empieces —dijo.

Kapetria se volvió hacia ella con atención y asintió con la cabeza. Me preguntaba cómo vería Kapetria a mi madre, cuyo rostro siempre me parecía frío y desdeñoso.

—¿Nos valoráis? —preguntó Gabrielle. Se inclinó hacia delante, hacia Kapetria, entornando los ojos—. ¿O veis en nosotros algo inherentemente indeseable y hasta abominable?

—Ah, esa es una muy buena pregunta —dijo Kapetria—. Os valoramos más allá de toda medida. Sin duda, para nosotros no sois ninguna abominación. ¿Por qué? ¿Por qué os alimentáis de sangre? Todo ser vivo se alimenta de algo. No os imagináis cuánto os valoramos. Vosotros sois nuestra esperanza.

Welf soltó por lo bajo una breve risita.

—Os hemos estado estudiando durante años —dijo.

—Vosotros sois los únicos inmortales de los que tenemos conocimiento —dijo Garekyn.

—De no ser por vosotros, estaríamos solos —dijo Derek. Pero no bien hubo dicho eso, todo su cuerpo comenzó a estremecerse. Kapetria lo rodeó con su brazo derecho para calmarlo. Lo besó, le acarició el cabello y lo apretó contra sí. Pero eso no parecía surtir ningún efecto.

Dertu se levantó de su silla y se adelantó hasta la mesa para poner su mano sobre el hombro de Derek.

—Padre, cálmate —susurró. «Padre.» Así que el clon le llama padre.

—Debemos amarnos los unos a los otros —dijo Derek. Me estaba mirando. Obviamente, estaba perdiendo el control.

—¡Derek, escúchame! —le dije. Me incliné hacia él. No podía estirarme lo suficiente como para tocarle la mano—. ¡Siento lo que te ha sucedido! —le dije—. Lo siento. Todos lo sentimos. No sabíamos que te tenían cautivo. Si lo hubiéramos sabido te habríamos liberado. ¡Ninguno de nosotros habría hecho lo que te hizo Roland!

—¡No tenía ningún derecho! —dijo Derek, y continuó mirándome—. ¡Existe lo bueno y lo malo, y él no tenía ningún derecho!

—Sí, lo sé y estoy de acuerdo contigo, tienes razón —le dije. Miré a Marius, que intervino.

—Durante siglos, en nuestro mundo no ha habido ninguna autoridad. Ahora estamos intentando unirnos, crear una autoridad bajo la cual no pueda ocurrir una cosa así. Pero es algo complejo y donde hay autoridad debe haber apoyo para esa autoridad y apoyo para imponer las decisiones de la autoridad.

—Ah, pero a los mortales les haríais cosas terribles, ¿no es así? ¿Algunos sí? —dijo Derek—. ¿No los habéis mantenido en cautiverio para poder alimentaros de ellos como si de ganado se tratara?

Mi madre rio. Se repantigó y sacudió la cabeza. Me estaba poniendo totalmente furioso.

—Es posible que algunos de nosotros hayamos hecho cosas así —le dije a Derek—. ¡Y otros jamás hemos hecho algo así! Pero aquí intentamos hacer lo correcto. Lo intentamos. Creemos en hacer lo correcto. Creemos en definirnos a nosotros mismos en términos de lo que es correcto. Intentamos alimentarnos de malhechores.

—Algunos nos alimentamos exclusivamente de malhechores —dijo Gabrielle.

—¿Puedes parar, por favor? —le susurré a mi madre—. Eres exasperante. —Marius me dirigió un gesto para que guardara silencio.

—Derek —dijo después—. Podemos prosperar sin una crueldad innecesaria. Siempre ha habido maneras.

—Sí, la crueldad innecesaria —dijo Derek con los ojos húmedos—. Dictad una norma contra la crueldad innecesaria. Amel lo sabe. Amel sabe lo que es la crueldad innecesaria. Y conoció un mundo en el que se condenaba la crueldad innecesaria. Amel distingue el bien del mal. Amel conoció un mundo con bien y mal. Y un mundo así es posible otra vez.

Vi que Arion se inclinaba hacia delante extendiendo su mano hacia Derek, pero desde el otro lado de la mesa, demasiado lejos, como yo. En consecuencia, Arion colocó su mano abierta sobre la mesa en un gesto de cercanía.

—Todos condenamos lo que te ha ocurrido —dijo Arion—. Hasta yo mismo, que tomé de ti lo que no tenía derecho a tomar.

Derek asintió y hasta sonrió al mirar a Arion. Era como si se fiara de Arion y de nadie más. Yo sabía que Arion había actuado de forma amable y piadosa con Derek, y que él había impulsado a Allesandra a abandonar a Rhoshamandes para unirse a nosotros.

Dertu se inclinó sobre Derek y le besó la mejilla con tanta ternura como podría haberlo hecho cualquier mortal.

—Se ha acabado, padre —dijo Dertu—. Ya no volverá a ocurrir nunca más.

—Es verdad —dijo Kapetria—. No volverá a suceder. —Kapetria me miró, después miró a Marius y finalmente a Arion—. Todos nos valoramos mutuamente demasiado como para que vuelva a ocurrir algo así.

—En efecto —dijo Marius.

—Te lo garantizo —dije yo.

Otra vez se alzó el murmullo de coincidencias, hasta de Gremt, cuyos ojos tenían un aspecto como poseído y atormentado.

—Castigaremos a Roland de Hungría —dijo Marius—, pero ahora estamos desarrollando nuestras formas de gobierno. Te garantizo que lo castigaremos por lo que ha hecho, por lo que nos ha ocultado y por lo que ha promovido.

—Fue más que crueldad —dijo Derek con una voz ronca y nerviosa. Se esforzaba por no echarse a llorar—. Fue una oportunidad perdida, porque podríamos habernos reunido antes, y podríamos habernos ayudado mutuamente.

—Sí —dijo Marius—. Lo comprendemos perfectamente. Es uno de los peores aspectos del mal, que siempre incluye la eliminación del bien posible, siempre proviene de la destrucción de algo que podría haber sido mucho mejor.

—Nos necesitamos los unos a los otros —dije.

—Sí, así es —dijo Kapetria—. Escuchad, vinimos a la Tierra como «la Gente del Propósito» y abandonamos ese propósito por uno mejor, y ahora es ese propósito mejor el que nos impulsa, y consiste en jamás, jamás destruir la vida. Y vosotros estáis tan vivos como lo estamos nosotros, y todos somos parte de la vida.

—Bueno, ya tengo la respuesta que quería —dijo Gabrielle, como si no importara absolutamente nada más—, por lo que, adelante.

—¿Por qué no comienzas? —le dijo Marius a Kapetria.

Kapetria inclinó la cabeza asintiendo a lo que había dicho Marius, pero su mirada estaba otra vez sobre Fareed.

—Permíteme hacer una última observación sobre el asunto de separar a los individuos de la raíz. Recuerda que el nanotermoplástico de la red de conexiones es la única parte de vosotros que no se nutre de forma directa del ácido fólico de la sangre.

Acerca de qué podía significar eso para Fareed y Seth, yo no tenía la más mínima idea.

—Cuéntanos la historia —dijo Marius—. Ahora es el momento de contar la historia.

Kapetria entrelazó las manos sobre la mesa.

—La contaré tal cual me surge.