26

Lestat

Le conté todo a Louis. Habían pasado diez noches, durante las cuales había intentado protegerlo de la enormidad de mis temores. Desde luego, él sabía absolutamente todo lo que había ocurrido. Siempre estaba conmigo y nos las habíamos arreglado para ir a cazar juntos a París un par de veces. Pero esto era diferente. Se lo revelé todo. Le confié todos mis temores de que no hubiera nada que yo pudiera hacer para evitar lo inevitable y hablamos acerca de cortar los tentáculos, y de que Fareed y Seth estaban trabajando en ello ahora mismo, ordenando cada fragmento de investigación que poseían sobre nosotros para encontrar algún modo de conseguirlo.

—¿Y cuáles son las posibilidades de que Fareed descubra este misterio de cómo estamos todos conectados?

Nos encontrábamos en el Château porque nadie quería que me alejara, a menos que fuera estrictamente necesario, y no lo era salvo para hacer una breve visita a casa de Armand o para ir a cazar cuando debía, y todo eso ya lo había hecho.

Estábamos en la torre sur, que era totalmente nueva y contenía algunas de las habitaciones más espléndidas, reservadas, en teoría, para los invitados más distinguidos; eso significaba que la alcoba disponía de un recibidor solo para nosotros, un lugar elegante y cómodo para conversar.

Había encargado estas estancias en matices de dorado, magenta y rosa, con un empapelado decimonónico de motivos florales. La cama, el armario ropero, la cómoda y las sillas, también del siglo diecinueve, eran de nogal. Me recordaba nuestro piso de Nueva Orleans y yo lo encontraba reconfortante, tras todo el esplendor barroco brillantemente iluminado de muchas habitaciones del castillo.

Estábamos sentados alrededor de una mesa redonda, ante una ventana acabada en arco con las dos hojas de vidrio emplomado abiertas al aire nocturno. No necesitábamos encender las luces porque había luna llena. Teníamos dos barajas de cartas y pensé que podría jugar una partida de solitario para hacer algo, pero al final no las había tocado. Me encantan las cartas nuevas y brillantes.

—Van ya dos noches que Amel no está conmigo —dije—. No sé si vosotros podéis daros cuenta o no. —Louis, apoyado sobre los codos, me miraba.

Se había quitado la chaqueta negra de lana y ahora solo vestía un jersey de cachemira gris sobre la camisa blanca, y unos pantalones negros. Nunca habría hecho algo así en una noche gélida como esta antes de haber recibido la sangre poderosa. Me pregunto si ha vuelto a pensar en Merrick, la hechicera que lo había seducido y hechizado y que sin querer lo había empujado y expuesto su frágil cuerpo vampírico a los rayos del sol. Merrick nos había dejado pronto, por voluntad propia. Había sido una de esas almas poderosas, plenamente convencidas de la existencia de otro mundo más interesante que este mundo. Tal vez le iba bien en el otro mundo, o tal vez se había perdido en las capas superiores de la atmósfera, con otros espíritus y fantasmas, en el confuso mundo del que había huido Gremt.

Yo había observado en Louis muchos pequeños cambios causados por la sangre poderosa a través de los años. Sus ojos eran, sin duda, más iridiscentes y me irritaba que nunca utilizara gafas de sol, ni siquiera en las habitaciones o las calles más iluminadas. Pero nada cambió el muro de silencio telepático que había entre el maestro y el neófito. Con todo, yo me sentía más cercano a él que a todos los demás seres visibles del mundo.

—¿Qué sucede si llamas a Amel y le pides que regrese? —preguntó Louis.

—¿Con qué finalidad? —pregunté.

Yo vestía mis elegantes galas cortesanas habituales, porque sabía que eso reconfortaba a casi todo el mundo. Pero ir vestido con volantes de brocado azul acero y lino no se correspondía con mi estado de ánimo, y por primera vez le envidiaba a Louis sus ropas más sencillas.

—Hasta donde sé, Amel podría estar dentro de ti ahora mismo, mirándome —dije—. ¿Y qué importa? Un minuto me jura que jamás permitirá que ella me haga daño y al siguiente está tan apesadumbrado como yo, hablando de Kapetria como de una madre obligada a rescatar a su hijo contra la voluntad del hijo.

Desde luego, le conté todo acerca del incidente con el teléfono.

—No creo que sea posible —dijo Louis. Su voz era uniforme y suave—. Que esté en mi interior, quiero decir; pero permíteme volver sobre este asunto. He estado pensando mucho sobre la cuestión de los tentáculos que nos vinculan y lo que dijo Kapetria, que se trata de un intento fallido de procreación o propagación. Me recuerda al cordón de plata.

—¿Qué cordón de plata?

—El cordón de plata era como lo llamaban los parapsicólogos del siglo diecinueve —dijo Louis—. Una conexión invisible entre el cuerpo y el alma. Cuando uno se proyecta astralmente, cuando asciende, sale de su cuerpo y entra en otro cuerpo, como hiciste tú con el Ladrón de Cuerpos, el cordón de plata es lo que lo conecta con el cuerpo biológico, y si el cordón de plata se rompe, el hombre muere.

—No sé de qué diablos hablas —dije.

—Oh, sí que lo sabes —dijo él—. Ese cuerpo etéreo que viaja en el plano astral o está anclado dentro de tu cuerpo, como el cuerpo etéreo de David Talbot, que estaba anclado en el viejo cuerpo del Ladrón de Cuerpos, el cuerpo etéreo solo se libera cuando se rompe el cordón de plata.

—Bueno, eso es bonito, es poético y encantador —dije—. Pero probablemente no hay ningún cordón de plata real. Es solo vieja poesía, la poesía de los espiritualistas y psí­quicos ingleses. No recuerdo haber visto ningún cordón de plata cuando intercambiamos cuerpos con el Ladrón de Cuerpos. Probablemente se trata de algo imaginario que ayudaba a los viajeros astrales a visualizar lo que estaba sucediendo.

—¿Lo crees? —preguntó Louis—. Yo no estoy tan seguro.

—¿Todo esto, lo dices en serio? —pregunté.

—¿Y si es ese mismo cordón de plata el que, en nuestro caso, permanece conectado al cuerpo etéreo de Amel y lo conecta con cada nuevo cuerpo etéreo que desarrolla en un hospedador, cuando debería cortarse, como ha sugerido Kapetria, para que el nuevo vampiro pudiera ser libre?

—Louis, francamente. El cordón de plata conecta un cuerpo biológico con un cuerpo etéreo. Amel es un cuerpo etéreo, ¿verdad? Y su cuerpo etéreo está conectado con los cuerpos etéreos de cada uno de nosotros.

—Bueno, ahora sabemos que probablemente ambos cuerpos son biológicos, ¿no es así? Hay dos clases de cuerpo biológico, el cuerpo biológico craso y el cuerpo biológico etéreo, constituido por células que no podemos ver. Y en su caso esas células etéreas son expresiones de lo que él era cuando estaba vivo.

Solté un suspiro.

—Hablar de células que no podemos ver me hace doler la cabeza.

—Lestat —dijo Louis—. Por favor, quiero que me entiendas. Mírame. Préstame atención. Escúchame, para variar. —Sonrió para suavizar lo que acababa de decir y puso su mano sobre la mía—. Vamos, Lestat, escucha.

Gruñí en lo profundo de mi garganta.

—Vale, te escucho —dije—. Leí todas esas tonterías cuando las publicaron. He leído cada palabra escrita por Madame Blavatsky. También he leído los libros posteriores. Después de todo, recuerda que soy yo el que ha intercambiado cuerpos con otro.

—¿Qué ocurre para que se rompa el cordón de plata y libere el cuerpo etéreo del cuerpo biológico? —preguntó.

—Acabas de decirlo tú: el cuerpo biológico muere.

—Sí, si el cuerpo biológico muere, el cordón se corta y libera al cuerpo etéreo.

—¿Y? —pregunté.

—Pero eso es todo. En realidad nunca morimos cuando somos transformados en vampiros. Oh, sí, todos hablamos de morir y yo tuve que ir a los pantanos y deshacerme de todos los deshechos y el exceso de fluidos, y así lo hice. Pero en realidad, nunca morí.

—¿Y esto cómo puede conducirnos a una solución? —insistí.

Permaneció durante un largo rato mirando hacia fuera, los campos nevados que había entre nosotros y el camino. Después se puso de pie y comenzó a ir y venir antes de girarse otra vez hacia mí.

—Quiero ir a París —dijo—. Quiero hablar con Fareed y los médicos.

—Louis, probablemente han leído todos esos libros británicos escritos por la gente de Aurora Dorada. Estás hablando de eso, vale, los teósofos, Swedenborg, Sylvan Muldoon, Oliver Fox y hasta Robert Munroe en el siglo veinte. ¿De verdad? ¿El cordón de plata?

—Quiero ir a París ahora mismo, y quiero que vengas conmigo —dijo Louis.

—Lo que intentas decir es que quieres que yo te lleve —dije yo.

—Eso es —respondió—, y deberíamos llevar a Viktor con nosotros.

—A diferencia de ti, Viktor posee la habilidad y el temple para elevarse por el aire.

Extraje mi iPhone del bolsillo. Desde que Amel había averiguado cómo utilizarlo, detestaba el móvil más que nunca, pero presioné el número de mi hijo.

Resultó que él ya estaba en París, cazando en las calles secundarias, con Rose.

—Quiero que vayas al laboratorio de Fareed y que le digas que voy para allá —le dije—, y quiero que me esperes ahí.

Algo adorable de mi hijo es que nunca he tenido que explicarle una orden. Simplemente hace cualquier cosa que yo le pida.

—David también —dijo Louis—. Por favor, llama a David. Creo que David comprenderá esto mejor que yo.

Hice lo que me indicaba. David estaba en la biblioteca del Château, revisando nuestras propias páginas una vez más, tal como había estado haciendo desde que Kapetria se marchara, en busca de alguna pista relacionada con la forma en que podía funcionar la gran red que nos conectaba.

—¿No crees que podrías llamar a Fareed y decirle que vamos para allá? —preguntó Louis—. Este es mi último pedido, lo prometo.

En realidad no necesitaba el teléfono para hacerlo. Las antenas telepáticas de Fareed eran tan potentes como las mías. Le envié el mensaje de que Louis y yo estaríamos ahí en unos minutos. Louis sentía que era importante. Pero entonces oí la voz de Thorne, cerca, en las sombras.

—Le he enviado un SMS —dijo—. Estamos listos para partir.

Y así se hizo. Louis se estaba poniendo la chaqueta y la bufanda. Yo me sentía desdichado. Lo miré colocarse los guantes. No podía imaginar que esto acabara bien ni de forma productiva. No quería que humillaran a Louis, pero ¿qué podrían decir Fareed y Seth sobre el asunto del cordón de plata? Si se ponían impacientes o bruscos con Louis, me pondría furioso.

Llegar a París era cuestión de minutos. Vi los inconfundibles patrones de luces de los tejados de Laboratorios Col­lingsworth y en pocos segundos estuvimos sobre el asfalto, camino de «nuestra puerta», que conducía directamente a las habitaciones y a la zona de trabajo secretas de Fareed, con Thorne y Cyril detrás de nosotros.

Estas nuevas instalaciones habían sido remodeladas el otoño anterior especialmente para Fareed, y él tenía una inmensa oficina con paredes de cristal que se abría directamente a un enorme laboratorio, con mesas, máquinas, fregaderos, armarios y equipos de decorada y desconcertante complejidad que se extendía media manzana.

La propia oficina estaba amoblada, como todas las oficinas de Fareed, con una mezcla de antigüedades ornamentales y cómodos sofás modernos y sillas sin forma.

Había el hogar de mármol Adam de rigor, con sus leños de porcelana que funcionaban con gas y las llamas moduladas con meticulosidad. Había un escritorio Luis XV para escribir y una interminable mesa para los ordenadores con cinco o seis monitores brillantemente iluminados. Fareed, con su bata de laboratorio y sus pantalones de algodón blancos, estaba repantigado en una gran silla de cuero con los apoyabrazos repletos de botones y palancas. Frente a él, estaba la ineludible «sala hundida» con sillones reclinables de terciopelo, un ancho sofá infinitamente largo y una mesa de café abarrotada de revistas médicas y libretas de dibujo con bocetos y diagramas de pesadilla. Y Seth, vestido con un thwab blanco, de pie junto a Fareed.

Viktor y Rose ya se habían instalado en el sofá. Yo me senté en el sillón reclinable de la derecha. Me producía un inmenso dolor la perspectiva de que Louis estuviera a punto de ser expulsado del lugar por aquellos dos genios científicos de la Sangre y que Viktor y Rose fueran testigos de su humillación, pero Louis parecía totalmente decidido. Y fue directo al grano. Se situó de pie, a la izquierda de Fareed para que su pequeña audiencia pudiera ver bien a Fareed.

—Ya sabéis lo que es el cordón de plata —dijo. Se mostró muy deferente—. Los antiguos psíquicos británicos han hablado de ello, un cordón que conecta el cuerpo astral o etéreo con el cuerpo biológico cuando una persona proyecta el primero.

—Sí, estoy familiarizado con eso —dijo Fareed—, pero creo que es una metáfora.

—Sí —dijo David jovialmente, y comenzó a recitar las escrituras—. «Porque el hombre va camino de su última morada, y por las calles vagan sus deudos; hazlo antes de que se corte el cordón de plata, o se rompa la vasija de oro, o se estrelle el cántaro contra la fuente...»

—Exacto —dijo Louis—. Había olvidado que aparecía en las escrituras. Lo recordaba de la literatura teosófica, y cuando el cordón de plata se rompe, el cuerpo etéreo, alma o cerebro, queda liberado.

—Y el cuerpo biológico muere —dijo Rose—. He leído esos libros maravillosos. Solía intentar proyectarme astralmente todo el tiempo cuando estaba en el instituto, pero nunca lo conseguí. Me tumbaba en mi cama y durante horas intentaba ascender y salir por la ventana, volar sobre Nueva York, pero lo único que conseguía era dormirme.

Louis sonrió.

—Pero, pensémoslo al revés durante un instante. No digamos que si se rompe el cordón de plata el cuerpo muere, sino que si el cuerpo muere el cordón de plata se rompe.

—¿Y esto qué tiene que ver con nosotros, Louis? —preguntó Fareed. Realmente actuaba como un caballero. Yo sabía lo cansado que estaba, cuán desalentado se sentía.

—Bien, ahora te lo diré. Creo que estos cordones que nos conectan con Amel son una versión del cordón de plata; es el cordón de plata que conecta el cuerpo etéreo de Amel con el nuevo cuerpo etéreo que se forma en un vampiro nuevo. La causa de que todos permanezcamos conectados es que, en realidad, nunca morimos físicamente al ser creados. Cuando somos iniciados en la Sangre, se nos implanta un cerebro etéreo y este genera rápidamente un cuerpo etéreo en nuestro interior; pero nuestro cuerpo biológico no muere realmente. Solo se transforma. Por eso permanecemos atados, el cuerpo etéreo de Amel y nuestro cuerpo etéreo. Si muriéramos realmente, el cordón se rompería y el nuevo cuerpo etéreo que se ha adueñado del cuerpo físico se liberaría de Amel.

—Creía que moríamos en el momento en que el elemento vampírico tomaba posesión de nosotros —dijo Viktor—. Salíamos a morir después de ser iniciados. Nuestros cuerpos tenían que deshacerse de los fluidos, de los deshechos. Creía que eso era la muerte física.

—Pero en realidad no moriste, ¿verdad? —dijo Louis—. Sí, sucedió una transformación. Pero en realidad no moriste.

—Bueno, si hubiéramos muerto ahora no estaríamos aquí —dijo Seth—. Si el neófito muere antes de que se complete el proceso...

—Pero ¿y si el neófito muere después de que se complete el proceso? —preguntó Louis.

—Bueno, has captado la atención de todo el mundo, eso lo admito —murmuré.

—Lestat, por favor, no interrumpas —dijo David con una voz amable.

—Permitidme que lo explique —dijo Louis—. Yo estuve ahí cuando Akasha fue asesinada, hace décadas. Yo estaba en la misma habitación. Y cuando sucedió yo estaba conectado con Amel, igual que todo el mundo. Cuando la Madre fue decapitada perdí la conciencia y solo sé lo que ocurrió después porque la gente me lo ha contado. No resucité hasta después de que Mekare extrajera y devorara el cerebro de Akasha, es decir, cuando el cerebro vampírico de Akasha encontró otro hospedador y se ancló en ese nuevo hospedador.

—Se ancló —repitió David—. Es una buena descripción.

—Bien, ahora yo no estoy conectado.

—¿Qué dices? Por supuesto que estás conectado —dije yo—. Estabas conectado hace diez noches cuando sentí ese dolor, cuando Amel me produjo aquel dolor atroz.

—Yo sí que lo estaba —dijo Viktor en voz baja.

—Pero yo no —dijo Louis—. Yo no sentí ese dolor.

—¿Estás seguro? —preguntó David.

—Hasta yo lo sentí —dijo Seth.

—Eso es porque tú estás conectado —dijo Louis—. Pero yo no.

—Pero yo creía que sí —insistí—. Louis, todo el mundo dijo que lo habías sentido; que todos lo sintieron.

—Todos dieron por supuesto que yo lo había sentido —dijo Louis—, pero no fue así. Y en Trinity Gate, la noche en que tomaste el cerebro de Amel del cerebro de Mekare, tampoco sentí nada. Todos los demás sí. Todos los demás experimentaron algo. Pero yo no. Oh, me puse frenético cuando me enteré por los demás de lo que estaba sucediendo, pero yo no perdí la conciencia ni sentí dolor, mi vista no se redujo ni siquiera un segundo. Vi a los demás a mi alrededor, de pie como si estuvieran congelados o, en algún momento, de rodillas. Pero yo no sentí nada y creo que ahora sé la causa.

Todos teníamos la mirada enfocada en él.

—¿Y bien? —dije—. Cuéntanos por qué.

—Porque morí hace años —dijo—. Morí real y físicamente. Morí completamente. Morí cuando me expuse de forma deliberada al sol detrás de nuestro apartamento en el Barrio Francés. Fue después de mi desventura con Merrick. Ella me había hechizado y yo no quería seguir adelante. Me expuse al sol y yo no tenía sangre de los ancianos que me fortaleciera; estuve tendido al sol todo el día, ardí y morí.

Louis me miró.

—Tú lo recuerdas, Lestat, y tú también, David. Ambos estabais ahí. David, fuiste tú quien me encontró. Estaba tan muerto como es posible estarlo, hasta que tú vertiste tu sangre poderosa en mi féretro, sobre mis restos quemados, y me trajiste de regreso.

—Pero el cuerpo etéreo, el cuerpo de Amel, aún estaba en tu interior —dijo Fareed—. Debía estarlo porque si no, no podrías haber resucitado.

—Eso es cierto —dijo Louis—. Estaba allí, en mi interior, y allí habría quedado hasta que se dispersaran mis cenizas. Y habría quedado suspendido, esperando, esperando cuánto tiempo, no lo sabemos, tal vez hasta que las cenizas fueran dispersadas. ¿Recuerdas la vieja advertencia de Magnus, Lestat? ¿Dispersa las cenizas? Vale, nadie dispersó mis cenizas y fui traído de regreso, por tu sangre, por la sangre de David y la sangre de Merrick.

—Entonces no estabas realmente muerto, Louis —dijo Fareed con paciencia.

—Ah, pero sí que lo estaba —dijo Louis—. Sé que lo estaba. Estaba muerto según una definición antigua y muy significativa de «muerto».

—No te entiendo —dijo Fareed. Vi los primeros signos de impaciencia, pero no era algo personal.

—Mi corazón se había detenido —dijo Louis—. La sangre no circulaba por mi cuerpo. Al detenerse mi corazón se detuvo toda la circulación. Y por eso yo estaba muerto.

Me había quedado sin habla. Después, lentamente, lo fui comprendiendo. Recordé lo que había dicho Kapetria... algo acerca de que los tentáculos invisibles, el cordón, eran la única parte de nosotros que no estaba llena de sangre.

Nadie hablaba. Hasta Fareed había entornado los ojos y miraba a Louis del modo duro y desenfocado de quien solo está centrado en sus propios pensamientos. También Seth reflexionaba.

—¡Ya lo veo! —dijo David asombrado—. No sé la explicación científica de esto, pero lo veo. Tu corazón se detuvo; la sangre no circulaba y el cordón se cortó. ¡Claro! —Me miró—. ¡Lestat, cuántas veces has visto u oído sobre un vampiro resucitado después de que su corazón se hubiera detenido, cuando las cenizas todavía estaban perfectamente formadas y todo lo demás permanecía tal cual, pero con el corazón detenido!

—Yo nunca he visto otro caso, nunca —respondí.

—Ni yo —dijo Seth—, pero conozco la vieja advertencia, dispersad las cenizas.

—¿Y bien? —preguntó Louis. Miró a Fareed—. ¿Quieres hacer uno o dos experimentos para ver si tengo razón? Viktor, aquí presente, es el valor en persona. Si pones la mano de Lestat sobre la llama de una vela, Viktor sentirá el dolor. Lamentablemente, también lo sentirán Rose y todos los demás vampiros del mundo, aunque en medidas diferentes, ¿correcto? Yo no lo sentiré. Puedes comprobarlo tú mismo. Y, sangre antigua o no, debería sentirlo porque ni siquiera tengo trescientos años de edad.

—Ojalá hubiera alguna manera de ponerlo a prueba —dijo David—. Tiene que haberla.

—La hay —dije yo—. Es sencillo. ¡Detened mi corazón! Detened «mi» corazón. Detenedlo hasta que mi sangre deje de circular y ¿qué les ocurrirá a todos los demás bebedores de sangre del mundo? Perderán la conciencia, sí, pero...

—Pero eso es lo que sucedió cuando Akasha fue decapitada —dijo Seth—. Tú me lo dijiste.

—Pero solo durante tres o cuatro segundos, Seth —dije—. No duró más que eso. Akasha fue decapitada y el vidrio hizo añicos su cráneo. Entonces Mekare recogió el cerebro con sus manos y se lo llevó a la boca de inmediato, justo cuando Maharet le abría el pecho a Akasha y le extraía el corazón, aún palpitante. Sé que el corazón aún latía por el modo en que manaba la sangre de él. Por tanto, fue solo una cuestión de segundos. ¿Y si el corazón de Akasha se hubiera detenido realmente, y si lo hubiera hecho por un tiempo mayor?

—Se ha comprobado en experimentos con animales —dijo Fareed—, que el cerebro vive, quizás, hasta diecisiete segundos tras la decapitación.

—Bueno, ahí está —dijo Louis—. Fue solo una cuestión de segundos.

—Tiene razón —dije. Estaba casi demasiado excitado para hablar—. Fareed, Louis tiene razón. Detén mi corazón. Detenlo durante un largo intervalo y después actívalo otra vez.

—Si lo hago, Lestat, yo también perderé la conciencia y no habrá nadie que reactive tu corazón. A menos que confíes semejante responsabilidad a un mortal.

—No, esperad un momento. No es necesario confiar en ningún mortal —dijo David—. Gremt puede hacerlo. Gremt puede reactivarlo. Solo tendrás que darle las instrucciones. Gremt lo sabe todo acerca de la teoría del cordón de plata. ¡Dios santo, Gremt fundó la Talamasca! ¡Probablemente ha leído más que nadie sobre el cordón de plata y podemos confiar en él para que lo haga!

—Bien, mi corazón se detuvo durante todo un día —dijo Louis—. Por lo menos, supongo que así fue, pero no estoy seguro. No recuerdo nada después de que el sol me afectara. Recuerdo el dolor ardiente, después no hubo nada hasta que abrí los ojos y pude oír que mi corazón latía otra vez.

Intenté pensar en ese momento horrible y la visión de Louis en su ataúd, quemado hasta convertirse en cenizas, pero cenizas sólidas, cenizas que se mantenían juntas. Y no había latidos. No había ruidos de sangre circulando. Ningún sonido de nada que viviera.

—Y al morir —dijo Louis—, cuando ardí hasta convertirme en cenizas, mi corazón se detuvo, mi sangre se detuvo, pero el cerebro etéreo y el cuerpo etéreo generado en mí aguardaba, esperó ahí y cuando llegó la sangre, la sangre vampírica nueva, bombeada por un corazón palpitante sobre mi féretro, esa sangre resucitó el cerebro etéreo y el cuerpo etéreo, que siempre se han nutrido de sangre.

—Ahora lo entiendo perfectamente —susurré—. Antes jamás lo había comprendido. Escuchad, estoy dispuesto a darle una oportunidad. Hacedlo.

—Muy bien, pues —dijo Seth—. Le pedimos a Gremt que venga y lo haga.

—No necesitáis a Gremt —dijo Louis—. Me tenéis a mí. Si detenéis el corazón de Lestat y todos los demás bebedores de sangre del mundo lo sufren de una u otra manera, yo no lo sufriré. Yo seguiré completamente consciente y capaz de reactivar el corazón de Lestat. Solo tenéis que explicarme cómo.

—Si tienes razón con respecto a la desconexión —dijo Fareed.

—La tengo —dijo Louis—. Pero si quieres que lo haga Gremt, entonces pídeselo a Gremt. Yo me quedaré con él mientras dure el experimento. A mí no me importa. La cuestión es, ¿tenéis un modo sencillo de detener y reactivar el corazón de Lestat?

—Sí —dijo Fareed—. ¡Pero piensa en lo que podría ocurrirles a todos los vampiros del mundo cuando llevemos a cabo el experimento! No hay ninguna manera de advertírselo a todo el mundo.

—¿Qué quieres que hagamos? —pregunté—. ¿Enviamos una alerta? Ni siquiera sabemos cómo llegar a todos los bebedores de sangre del planeta.

—Sí, sí que lo sabemos —dijo Louis—. Usa el programa de radio Benji. Establece un horario para hacerlo mañana por la noche y pídele a Benji que esta noche alerte a todos los bebedores de sangre del mundo que a cierta hora de Greenwich deben permanecer en un lugar seguro durante sesenta minutos. Y dile a Benji que lo emita de forma reiterada durante todo el día de mañana hasta el instante del experimento. Eso es lo máximo que puedes hacer, la verdad. Y pedir a todos los antiguos que envíen el aviso de forma telepática. Venimos aquí al atardecer y Fareed detiene tu corazón. Si Gremt lo reactiva media hora o cuarenta y cinco minutos más tarde...

—Podríamos perder a algunos de los más jóvenes —dijo Seth—. Louis no murió cuando parecía estar todo perdido. Pero estamos hablando de Lestat. Y supongamos que en el instante en que se rompa la conexión invisible a todos los que están desconectados les sobreviene la muerte.

—Pero a mí no me sobrevino la muerte —dijo Louis una vez más—. Escucha, no estás pensando en todos los aspectos del asunto a la vez.

—¡Estamos a punto de afrontar la total aniquilación! —dije yo—. Yo digo que lo hagamos. ¡Que lo hagamos ahora! ¿Dónde está Gremt? Gremt está en Château o en su casa en el campo. No está ni a treinta minutos de aquí para uno de nosotros.

En ese instante se abrió la puerta que daba a la escalera trasera y aparecieron Teskhamen y Gremt. Llevaban abrigos largos y pañuelos al cuello. Advertí de inmediato que Teskhamen había traído a Gremt por el aire y que ambos estaban polvorientos y rubicundos por el frío.

Gremt se acercó con lentitud, como si se estuviera entrometiendo, y después se dirigió a Fareed, con voz suave.

—¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Puedes darme instrucciones precisas?

Volvimos a discutir todos, hasta que Cyril salió de las sombras y gritó:

—¡Basta!

Desde luego, esto concentró la atención de todos en la gran mole del egipcio, que se plantó ahí con una expresión de total exasperación en el rostro.

—¡No puedes detenerme! —dije.

—No quiero detenerte, jefe —dijo Cyril—. Lo que quiero es que alguien detenga mi corazón ahora mismo y ver si consigo sobrevivir. Me ofrezco como voluntario. Detened mi corazón. Dejadlo así durante una hora, que por mí está bien, y después intentad despertarme. Si yo puedo sobrevivir, ¿no podrás sobrevivir tú?

—¡Estás confundiéndolo todo! —protesté—. En un instante estamos hablando de que yo muera cuando se detenga mi corazón y al instante siguiente hablamos de que todos vosotros muráis cuando se detenga mi corazón.

—No, mejor probad conmigo —dijo Viktor—. Tú llevas miles de años en la Sangre. Yo he nacido ayer. Hacédmelo a mí.

De inmediato, Rose insistió en que debía ser ella, dado que sin duda era ella la más débil y todos comenzamos a discutir otra vez. Pero entonces Thorne protestó diciendo que él ni siquiera tenía quinientos años de antigüedad y que debía ser él, y entonces David insistió en que él debería ser el sujeto del experimento y así sucesivamente.

Me estaban confundiendo completamente. Pero puede que yo haya sido el único que vio que Fareed se retiraba en silencio y desaparecía en su laboratorio, entre sus equipos y sus máquinas.

Cuando regresó, todo el mundo seguía discutiendo. Llevaba dos jeringas en la mano.

Le dio una de las jeringas a Seth y le susurró algo al oído. Luego se hundió la otra jeringa en el pecho y cayó al suelo, inconsciente.

—Lo ha hecho —dije—. Ha detenido su propio corazón.

La siguiente, probablemente, fue la hora más larga de mi vida.

Nadie hablaba, pero creo que le dábamos vueltas a la idea en nuestras mentes, intentando pensar en toda posibilidad imaginable, mientras Fareed yacía en el suelo de baldosas, con su bata y sus pantalones blancos, mirando fijamente las luces del techo.

Por fin, Seth se arrodilló junto a Fareed y le hundió la jeringa en el pecho. Fareed inspiró profunda y ruidosamente. Parpadeó y luego cerró los ojos. Después, lentamente, se sentó. Estaba tembloroso y aunque Seth le ofreció la mano, Fareed permaneció sentado un instante con su propia mano ante los ojos.

Puede que pasaran dos minutos. Después Fareed se puso de pie.

—Bueno, parece que estoy bastante bien —dijo—. Ahora llevemos el experimento un paso más allá. Yo fui hipersensible al dolor que sintió Lestat cuando Amel produjo esa convulsión o lo que fuera; por tanto, busquemos un dolor razonable para ver si estoy realmente desconectado, además de perfectamente bien.

Otra acalorada discusión en la que todos hablaban a la vez. Intenté tomar la palabra para decir que podíamos hacer un experimento moderado, pero Seth le gritaba a Fareed y había entrado Flannery Gilman exigiendo saber lo que pasaba.

Intenté responderle, pero de forma repentina, sin la menor advertencia, sentí un dolor horroroso en la nuca. Se hizo tan intenso que grité y caí de rodillas. Oí gritar a Rose. David cayó de rodillas con las manos en la cabeza. Miré a Fareed. No sentía nada. Louis, a su derecha, tampoco sentía nada.

—¡Basta! —grité. Y desapareció, así de fácil. Sin dolor.

Miré a mi alrededor mientras me ponía de pie. Todos, excepto Gremt, Fareed y Louis, se estaban recuperando más o menos del dolor. No tuve que preguntar si Teskhamen y Seth lo habían sentido. Había sangre en los ojos del primero y Seth aún se sostenía la cabeza con ambas manos y tenía el entrecejo fruncido, como si se esforzara por recordar lo que acababa de sentir.

—Bien, esto es extremadamente útil —dijo Fareed—. Porque no sentí nada en absoluto.

Amel todavía me estaba haciendo sentir su presencia, pero de un modo más suave.

—¿Y tú qué piensas, Amel? —pregunté en voz alta para que todos me oyeran—. ¿Crees que este experimento funcionará?

«Si tu corazón se detiene ni tú ni yo moriremos —respondió Amel—. Hazlo el mismo tiempo que Fareed. No más.»

Me senté en el sofá, aturdido aún por el dolor. Gremt se sentó a mi lado, pero no dijo nada.

Amel habló.

«Te dije que no podía meterme en Louis, ¿no? Y ahora te digo que no puedo entrar en Fareed.»

Miré a Fareed, después a Louis.

—Bueno, vosotros dos sobreviviréis pase lo que pase —dije. Quería echarme a llorar de alivio—. Escuchad, tenemos que seguir adelante con esto, pero seguís confundiendo el asunto de mi corazón con vuestros corazones individuales. Si mi corazón se detiene, podrían morir neófitos. Todos menos... Lo siento, no puedo distinguirlo.

Fareed y Seth se miraban entre sí. Algo iba mal.

De pronto Amel me habló con suavidad, como si no quisiera que nadie más oyera, pero desde luego, la mayoría podía oírlo.

«Hazlo —dijo Amel—. Nadie morirá. Tú no morirás porque yo estoy en tu interior, y yo y tu cuerpo esperaremos, sencillamente, a que tu corazón sea reactivado, eso es todo. Y todos los demás tampoco morirán, porque ellos están a salvo y probablemente queden desconectados de forma inmediata.»

—¿De forma inmediata?

—Exacto —dijo Fareed—. Amel tiene razón, ¿no lo ves? Recuerda cuando murió la Madre. Todos sufristeis, pero si Amel no hubiera sido rescatado y transferido en pocos segundos, la conexión se habría roto. Y probablemente ninguno de vosotros habría muerto. Solo habría muerto Akasha. Y Amel habría sido...

—Liberado —dijo Seth.

—No lo entiendo. Cuando Akasha fue expuesta al sol, vampiros de todo el mundo murieron en las llamas.

—Estaban todos conectados —dijo Fareed—. No pierdas de vista el objetivo. La desconexión.

—Lestat —dijo David—, lo que están diciendo es que tú estabas casi desconectándote cuando murió Akasha. Si Amel no hubiera sido rescatado por Mekare, todos os habríais desconectado. Pero Amel fue rescatado y encontró un nuevo hospedador antes de que la red se desintegrara. Para que la red se desintegre debe transcurrir cierto tiempo.

—Lo mismo la segunda vez —dijo Fareed—. Si no hubieras acogido a Amel en tu interior, Lestat, si se hubiera dejado que Mekare muriera con Amel en su interior, todos los vampiros del mundo serían libres.

—Estás hablando en círculos —dije—. ¿Cómo podría haber muerto sin morir?

—Creo que lo sé —dijo Louis—. Si su corazón se hubiera detenido un tiempo bastante largo antes de morir, la desconexión habría sido completa y después, muriera como muriera, nadie más que ella habría sentido su muerte.

Yo estaba aturdido, pero hasta yo, con mi tonta carencia de comprensión científica, podía ver la lógica. Bueno, casi.

—Podríamos perder a Amel —dije—. Esto es lo que estás diciendo. Detener mi corazón, que supone mi muerte pero no mi destrucción. Y cuando haya sido reactivado, todos estarán desconectados, pero ¿y si cuando mi corazón se detenga él se desconecta de mí?

—Es que no creo que pueda hacerlo —dijo Fareed negando con la cabeza—. No mientras tu cuerpo esté intacto, a salvo, y esperando ser resucitado. No.

«Tiene razón.»

—Esto es todo demasiado teórico —dijo Flannery Gilman—. Todo lo que puede suceder es que Lestat esté en animación suspendida durante una hora y el resto de los vampiros del mundo muera.

—Es posible —dijo David.

—Aunque no es probable —dijo Fareed—. Lo que sí es probable es que a algunos les lleve más tiempo desconectarse que a otros, pero la web de conexiones se desintegrará porque no se bombeará sangre en el cuerpo del hospedador. Y cuando resucitemos a Lestat, Amel seguirá ahí, como antes. Pero la red habrá desaparecido.

Se desató otra gran trifulca. Yo me sentía abatido más allá de las palabras. Levanté las manos pidiendo silencio.

—Amel, ¿estás dispuesto a que lo hagamos? —pregunté.

«Sí», respondió.

—Entonces yo digo que lo hagamos —dijo Fareed—. De lo contrario, volvemos a la casi imposible tarea de separar a cada vampiro de forma individual.

Lentamente todos fueron sumándose al consenso. Rose fue la última en aceptarlo. Ella estaba por la desconexión individual, como había sucedido con Louis y Fareed. No quería saber nada de detener mi corazón. Pero cuando Fareed comenzó a mencionar a todos los miles de individuos y a decir que cada neófito que yo creara en el futuro estaría conectado a mí hasta ser separado, y a nombrar una multitud de otras dificultades, Rose se dio por vencida y se plegó al resto.

Lo haríamos la noche siguiente, mientras yo todavía estaba en la cripta, a salvo de cualquier rayo del ocaso que se demorara en el cielo. Y con la gran puerta cerrada herméticamente. Solo Fareed, Louis y Gremt estarían conmigo. De ese modo, si Kapetria sacaba conclusiones a partir de la alerta de la radio, yo estaría protegido; Thorne y Cyril estarían fuera, junto a la puerta de la cripta.

Fareed me administraría la inyección para detener mi corazón y se quedaría ahí para resucitarme, pero Gremt y Louis también tendrían una jeringa cada uno.

Hacía falta cierto equipo, fármacos, algo, pero no lo entendí. Lo principal era que lo haríamos en ese momento en el que muchos jóvenes vampiros de la Corte y de toda Europa aún no se han levantado, y esperaríamos lo mejor.

Por lo que sabía, no todos los vampiros del Château perderían la conciencia. Era totalmente posible que algunos muy antiguos como Seth y Gregory no la perdieran en absoluto. Podrían sentirse débiles, con la visión reducida y hasta los cuerpos fláccidos, imposibilitados para moverse, pero permanecerían conscientes y capaces de ofrecer un frente disuasorio si Kapetria, intrigada por la alerta, intentaba entrar en el Château. Después de todo, Mekare y Maharet, viejas y todo, se las habían arreglado para seguir funcionando tras la decapitación de Akasha, pero claro, eso solo fue durante unos segundos... ah, pero ¿quién sabe?

Yo solo podía centrarme en un aspecto del asunto: mi corazón se detendría; la sangre no circularía; pero, en realidad, a mi cerebro y a mi cuerpo no les sucedería nada más. Amel seguiría en mi interior. Yo estaría a salvo en mi féretro.

Comoquiera que fuese, la cripta del Château era el mejor lugar para hacerlo y los más antiguos se reunirían en la escalera que conducía a la cripta.

Benji respondió en cuanto lo llamamos al móvil.

Empezaría a emitir el mensaje de inmediato. «Se declara una importante hora de meditación para mañana a partir de las seis de la tarde. Para esa hora, todos los no-muertos deben estar en un lugar seguro y protegido, y participar en este experimento permaneciendo completamente inmóviles y con los ojos cerrados durante la siguiente media hora.» Benji hablaría del «momento de meditación» cada hora hasta la retirada general correspondiente al alba y después, antes de reti­rarse, colocaría la grabación para que repitiera el mensaje. Nosotros se lo agradecimos y él no pidió ninguna explicación. Pero Benji era muy intuitivo. Benji tenía en él la sangre de Marius y sabía, oía y comprendía cosas que los demás no podían. Probablemente muchos de los otros supieran lo que estaba pasando. Sin duda, Gregory lo sabía, así como Marius.

Fareed se echó a reír, un poco locamente, como alguien que se ríe de agotamiento o por una tensión insoportable.

—Esto es demasiado gracioso —dijo. Indicó con un gesto el escritorio, las paredes repletas de libros, el laboratorio—. Y esto, esta vieja idea del cordón de plata nos conduce a este experimento. Si funciona, juro que abandonaré la ciencia por completo y comenzaré a leer todos los libros de poesía, literatura y parapsicología que siempre he ignorado. ¡Me convertiré en un monje New Age, un contemplativo, un sacerdote!