Capítulo 16

 

 

 

 

 

—Así que es cierto —dijo una voz femenina desde el umbral del salón—. Perro Negro ha regresado a Puerto Ambición y solicita verme.

Él esbozó una media sonrisa.

—Por favor, no perdamos las viejas costumbres. —Y con un movimiento perezoso, apoyó el codo en el brazo de la silla—. Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos, no existía tanta formalidad entre nosotros.

Madame Rose Marie frunció ligeramente las finas cejas y cerró la puerta tras de sí.

—Cuidado, querido amigo, esas palabras podrían dar paso a algún malentendido y no creo que ninguno de los dos lo deseemos.

Él se encogió ligeramente de hombros.

—Entonces, dime, ¿cómo está nuestro querido Flanagan?

Ella se sentó en un taburete y entrelazó las manos en el regazo, sin ser consciente de las emociones que le provocaban al hombre los tirabuzones que reposaban sobre su generoso pecho. Un pecho que recordaba al de la pintura, aunque quince años más maduro.

—¿Qué puedo decirte que no sepas de la vida de un pirata? —repuso con aire distraído—. Debe de estar abordando algún barco o hundiéndolo.

—Tenía entendido que esa era la especialidad del capitán Gregory. Ya me entiendes, Flanagan es tan… —Hizo un gesto indolente con la mano—. Comedido. De todas maneras —sus oscuros ojos se clavaron en los de ella—, me preguntaba si lo has visto. Por supuesto, me refiero al capitán Gregory.

La mujer hizo una ligera mueca de incomodidad al notar que se sonrojaba por partida doble. Sí, Flanagan era demasiado cortés para comportarse como un pirata. En cambio, por algo llamaban al capitán Gregory el Demonio de los Mares.

—¿Por qué debería haberlo visto?

Él sonrió. Descruzó las piernas y se inclinó hacia delante.

—Tal vez porque está en la isla.

Una bofetada de calor golpeó sus mejillas, al tiempo que una lenta sonrisa aparecía en los labios del hombre.

—Por más que haya regresado —repuso ella con la espalda rígida—, no creo que se deje ver mucho por aquí. Sir William quiere casarlo con su hija y me imagino que habrá regresado para cumplir sus órdenes.

—No sé qué tan fuerte sea ese compromiso, pero él no parece tomárselo muy en serio.

—¿Se puede saber qué estás insinuando?

Perro Negro se recostó en la silla, la miró divertido y tomó un sorbo de ron. Si seguía sentado en esa penumbra desgarrada por la luz de las velas, era porque quería yacer otra vez con su sirena. Un escurridizo pez que pensaba atrapar con la red de los celos.

—No estoy insinuando nada que no sepas, porque, supongo que ya te habrás enterado de que ha regresado con una mujer, ¿no? —Miró divertido cómo una repentina palidez se apoderaba del rostro de Rose Marie—. Así es, querida, con una mujer, que asegura es su prometida. —Miró su vaso vacío y sonrió—. Creo que esta noche voy a dejar que escojas a la chica que me acompañará, a menos, claro, que quieras sustituirla.