Epílogo

 

 

 

 

 

Un año después. Inglaterra, costa norte

 

Amanda sonrió al sentir la furia del viento a su alrededor. Se ajustó el manto a los hombros para protegerse del frío y observó la fuerza del oleaje al chocar con los espigones. Un mechón de su cabello revoloteó nervioso frente a sus ojos. Se lo apartó, sin desviar la vista del horizonte. Hacía exactamente ocho meses que había visto por última vez La Esmeralda difuminarse en la niebla que cubría la bahía, rumbo a Puerto Ambición y, desde entonces, habían pasado varias cosas en su vida. Entre ellas, y la más importante, que se había casado con su demonio de ojos azules y escandalizado con su enlace a algunas de las familias más cercanas a la corte.

Aunque también habían ocurrido algunas otras cosas, como que Jenkins se había negado a separarse de su capitán y ahora regentaba una taberna cerca del pueblo, donde los marineros y los hombres de otros pueblos se reunían los viernes por la noche para oír sus aventuras a bordo de La Esmeralda. Era tal la expectación por oír esas historias, que la taberna empezaba a llenarse de buena mañana, cuando los padres dejaban a sus hijas más pequeñas en una de las sillas más cercanas a la barra para asegurarse un buen asiento, con un mendrugo para todo el día. Era entonces cuando ella se dejaba caer en El ojo del demonio para relatarles a esas niñas su vida. Cómo había descubierto que tenía voz propia y podía ejercerla. Pero lo más maravilloso de todo fue el día que esas niñas empezaron a venir con sus hermanas, con sus madres, con sus tías, con sus abuelas… A partir de ese día, y a pesar de los exabruptos de Jenkins, El ojo del demonio empezó a recibir más visitantes de otros pueblos, y todas traían historias que contar, algunas tan tristes y otras tan terribles que Jenkins se aseguraba de que hubiera un plato caliente para todas.

Pero al caer la noche, cuando las sombras empezaban a oscurecer los caminos, El ojo del demonio abría sus puertas a la aventura. Era entonces cuando su demonio particular y ella se escondían en uno de los salones privados y escuchaban abrazados los relatos de Jenkins, con una sonrisa en los labios.

—¿Añoras esa vida? —le había preguntado una vez ella, temerosa de su respuesta.

El capitán la había abrazado con más fuerza contra él.

—No —había murmurado muy cerca de su oreja, causándole un dulce estremecimiento.

—Pero esas historias forman parte de quién eres.

—Esas historias solo narran el deseo de un niño de venganza, pero ese niño ha crecido hasta convertirse en el hombre que desea hacerle el amor a la mujer que lo salvó de la locura.

Suena muy esperanzador, y hasta excitante.

—Eso espero, de verdad que lo espero.

Ella había sonreído antes de sentarse sobre sus rodillas y susurrado junto a su oído:

—Te aseguro que esta noche va a ser la mayor de tus aventuras.

Y así había sido, sobre todo para la audiencia de esa noche, que después de oír cómo se caía una mesa en uno de los salones de la taberna y los reniegos por parte del Demonio de los Mares sobre la fragilidad del mobiliario, habían aplaudido al oír sus gritos de placer.

Aunque esta no había sido la única repercusión.

Amanda sonrió al recordar esa noche, y las noches que siguieron en la alcoba de su casa y los días en que el cansancio de las noches les impedía levantarse temprano. Se acarició la redondez que delataba su estado y trató de adivinar si su primer hijo sería una niña o un niño, pero lo único que le importaba era que naciera sano y fuerte.

—Es la hora… —dijo la voz de su demonio particular, esperándola para llevarla a la taberna.

Ella se giró hacia él con una sonrisa.

—¿Ya sabes qué nombre le vamos a poner si es un niño?

—Preferiría que fuera una niña, así podría enseñarle a defenderse.

—¿Y si es un niño no lo harás?

Una llamarada antigua, una tormenta de recuerdos, descargó todo su potencial en sus ojos.

—Le enseñaré a defenderse tanto si es niño como niña. —La acercó a él y la abrazó por la cintura—. Te aseguro que nuestros hijos no van a pasar por lo que yo pasé.

—Lo sé.

—Y también que no permitiré que cualquier mequetrefe intente seducir a mis niñas.

—¿A tus niñas?

—Bueno, a nuestras hijas.

—Gracias por incluirme en la ecuación —dijo haciéndose la ofendida.

El capitán la abrazó con más fuerza y cerró los ojos.

—Sabes que eres mi mundo, ¿verdad?

—Y tu mi demonio de ojos azules.

—Ayer por la noche solo era Gregory, tu marido.

—En el calor de la alcoba se dicen muchas tonterías. —Sonrió. Lo miró a los ojos y le acarició la cara—. Tú siempre serás mi pirata, mi demonio de ojos azules.

Un brillo travieso despuntó en su mirada.

—Los piratas nunca nos hemos caracterizado por nuestras buenas obras.

—Quizás esta noche puedas demostrármelo.

—Podría, pero entonces solo sería el atento y amantísimo marido que ayer te hizo el amor, y ahora me apetece ser el pirata enamorado de la mujer que tiene entre los brazos.

Divertida, Amanda retrocedió un paso…

—Recuerda que nos esperan en la taberna.

El Demonio de los Mares avanzó ese paso, sin perder la sonrisa.

—No lo olvido, créeme, pero tampoco cómo ser un auténtico demonio.

Amanda se mordió el labio inferior mientras retrocedía y su pirata particular avanzaba hacia ella. Sí, ahí estaba, el peor de los piratas que había navegado por las cálidas aguas del otro lado del mundo, pero ella ya no era la frágil damisela que había sido. Así que se recogió las faldas y empezó a correr hacia la casa entre risas.

—Si logras alcanzarme, quizá te deje seducirme.

—No sabes lo que acabas de hacer, cariño, porque los piratas nunca hacemos prisioneros.