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EL CONFLICTO INDIO
EN EL MEDIO OESTE

Si el hombre blanco quiere vivir en paz con el indio, puede vivir en paz. (…) Todos los hombres han sido creados por el mismo Gran Espíritu. Todos son hermanos. La tierra es la madre de todos los hombres y todos los hombres deberían tener los mismos derechos sobre ella. (…)Vosotros sois tal como os hicieron, y tal como os hicieron podéis seguir siendo. Nosotros somos tal como nos hizo el Gran Espíritu, y no podéis cambiarnos; entonces, ¿por qué habrían de pelearse los hijos de una misma madre y un mismo padre?, ¿por qué uno habría de engañar al otro? Yo no creo que el Gran Espíritu diera a una clase de hombres el derecho de decir a otra clase de hombres lo que deben hacer.

Hinmaton Yalaktit, “Jefe Joseph” (1840-1904),
líder de la banda wallowa de los nez percés.

LOS INDIOS Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESTADOUNIDENSE

Para los rebeldes estadounidenses, la Guerra de la Independencia fue casi una doble contienda: de un lado, en el Este, fue una lucha con la dominación británica y, de otro, en el Oeste, más bien se trató de una guerra contra los indios. Los independentistas compitieron con los británicos por ganarse la alianza de las naciones indias que vivían al este del río Mississippi. La mayoría de las que se unieron a la lucha del lado de los británicos esperaban que la guerra les sirviera para detener el avance colonialista en sus tierras. Pero no fue así.

Muchas comunidades nativas se dividieron al decidir su adhesión a uno de los dos bandos. Incluso, para los iroqueses, la guerra se trocó en una contienda civil, pues mientras los oneidas y los tuscarora se aliaron con los estadounidenses, las otras tribus de la Liga Iroquesa lucharon al lado de los británicos. Además, ambos bandos buscaron el enfrentamiento directo de unos iroqueses contra otros. Los grupos derrotados perdieron gran parte de su territorio, que fue incorporado a la nueva nación estadounidense. La Corona británica ayudó a los iroqueses expatriados preparándoles una reserva en el río Grand, Canadá. También los cheroquis se dividieron en dos facciones, a favor y en contra de los estadounidenses. Esta última facción pasaría a ser conocida como chickamauga. Muchas otras tribus se subdividieron de similar forma.

La guerra en la frontera fue especialmente brutal y se cometieron numerosas atrocidades en ambos bandos. Tanto los blancos como los indios no combatientes sufrieron mucho en el transcurso de la guerra. El peor ejemplo de ello fue la Expedición Sullivan de 1779, una campaña militar en que se destruyeron más de 40 poblados iroqueses a fin de acabar de una vez por todas con las incursiones en el norte de Nueva York. Pero, pese a sus efectos destructivos, la expedición tuvo justamente el efecto contrario al buscado y solo sirvió para que los iroqueses renovaran su ímpetu guerrero.

Al final, los indios se quedaron estupefactos al comprobar que los británicos firmaron una paz con los estadounidenses en la que cedieron una vasta cantidad de tierra india que ni controlaban ni les pertenecía a los vencedores, y sin informar siquiera a sus aliados indígenas. Desde que los Estados Unidos se convirtieron en un país soberano dejaron bien claro a los indígenas que su intención —como se dijo en el momento, su “Destino Manifiesto”— era la de conquistar y dominar, tarde o temprano, todo el subcontinente pesara a quien pesara y sin tenerlos a ellos en cuenta. Su primera intención fue tratarles como perdedores, pero, en realidad, los indios solo habían sido vencidos en el papel, no en la práctica. En consecuencia, los ejemplos de resistencia indígena posteriores a la guerra fueron tan constantes como condenados de antemano al fracaso. Entre 1775 y 1783, los indígenas de las regiones al este del río Mississippi, pese a su colaboración en la Guerra de la Independencia, se sintieron totalmente dejados a su suerte por la Corona británica al ver que grandes cantidades de nuevos colonos les iban arrebatando territorio. Esto provocó que algunos líderes indios, siguiendo el ejemplo de Pontiac y conscientes de sus dificultades mientras su oposición a los blancos fuera aislada, tribu por tribu, y mientras ellos no consiguieran reunir fuerzas ante el enemigo común, iniciaran movimientos unificadores, aunque no siempre con buenos resultados.

Los primeros en no someterse al nuevo dominio estadounidense fueron los cheroquis, que entre 1776 y 1794 protagonizaron las llamadas Guerras Chickamaugas, una serie continua de conflictos que se iniciaron con la implicación de los cheroquis en la Guerra de la Independencia en dos facciones aliada cada una a un bando y se prolongaron hasta 1794. Chickamauga era el nombre con el cual se venía identificando a la banda cheroqui contraria a los estadounidenses, establecida en el Sudoeste en el área de la actual Chattanooga, Tennessee, y encabezada por el jefe Arrastrando Canoa (1738-1792). El primer brote habían sido los ataques indios a los asentamientos coloniales de Watauga, Holston y Nolichucky, la batalla de Carter en el nordeste de Tennessee, así como otras incursiones en Kentucky, Virginia, Carolina y Georgia. La topología de los ataques iba desde la incursión de un pequeño grupo de guerreros a la campaña en que participaban hasta 1.000 guerreros, como la conducida por Arrastrando Canoa y por su sucesor John Watts en el Noroeste. La respuesta armada de los colonos buscó la completa destrucción de los poblados cheroquis aunque fueran pacíficos, sin importar cuantas víctimas ocasionase eso en ambos bandos. Las guerras continuaron hasta la firma del Tratado de Tellico Blockhouse en 1794.

Otro foco de inquietud surgió en el valle Cherry, donde el 11 de noviembre de 1778 se produjo un ataque que acabó en masacre por parte de las fuerzas combinadas de soldados británicos (dos compañías de voluntarios y 50 soldados del 8º Regimiento de Infantería) e indios senecas (unos 300 guerreros liderados por el jefe mohawk Joseph Brant) sobre un fuerte independentista al este de Nueva York. Los senecas estaban furiosos tras la quema de la ciudad de Tioga por fuerzas al mando del coronel Thomas Hartley, tras las acusaciones de atrocidades de los iroqueses en Wyoming y por la reciente destrucción de su poblado de Onoquaga. El fuerte no pudo ser tomado, pero la ciudad fue destruida y 16 defensores resultaron muertos, incluido el comandante del puesto, Ichabod Alden. A pesar de los esfuerzos de Butler y Brant por impedirlo, más de 30 mujeres y niños y varios vecinos partidarios de la Corona también fueron asesinados y arrancadas sus cabelleras.

Fiel a su colaboración con los británicos durante la guerra, el jefe mohawk de la Liga de los Iroqueses Joseph Brant o Thayendanegea (1742-1807) se opuso posteriormente, de modo muy activo, a la expansión del nuevo país, intuyendo las consecuencias que ello acarrearía para las naciones indias. Pese a la adhesión de muchas de las tribus vecinas, su actitud también le llevó a enfrentarse a otros líderes nativos partidarios de llegar a un entendimiento con los estadounidenses, como el seneca Chaqueta Roja (1758-1830).

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Un nuevo foco de inquietud surgió en el valle Cherry, donde el 11 de noviembre de 1778 se produjo un ataque de fuerzas combinadas de soldados británicos e indios senecas contra un fuerte independentista al este de Nueva York. La ciudad fue destruida y 16 defensores resultaron muertos. A pesar de los esfuerzos por impedirlo del comandante británico, Butler, y del líder indio, Joseph Brant, más de 30 mujeres y niños fueron asesinados.

JOSEPH BRANT,
UN IROQUÉS EDUCADO A LA INGLESA

Joseph Brant nació en 1742 en los bosques del río Ohio y asistió a la escuela india de Connecticut, donde aprendió a hablar inglés y estudió literatura e historia occidental. Llegó a ser intérprete de un misionero anglicano, el reverendo Stuart, y juntos comenzaron a traducir los Evangelios a la lengua mohawk. Heredó la condición de mohawk de su padre antes de que su hermana Molly se casara con William Johnson, superintendente británico para asuntos indios. Trabajando como intérprete para su cuñado, Brant descubrió que las compañías de comercio compraban los revólveres desechados por el ejército por defectuosos para vendérselos a los indios. Brant consiguió que se revocaran las licencias comerciales. En 1775 fue enviado a Inglaterra para informar sobre la situación de las tierras de los mohawk. A su vuelta, en 1776, lideró a los iroqueses que lucharon de parte británica, pues temía que los indios perdieran sus tierras si los colonos lograban la independencia. La Liga Iroquesa admitió su derrota con el segundo tratado de Fort Stanwix (1784). Tras la guerra, mientras intentaba asegurar un hogar para su pueblo, ayudó a los comisionados estadounidenses a negociar tratados de paz con los miamis y otras tribus. Finalmente, unos 2.000 mohawk se establecieron en Ontario, aún bajo su liderazgo, acompañados por indios cayugas, delawares, nanticokes, tutelos, creeks y cheroquis. Brant trató sin éxito de arreglar la venta de parte de la reserva a los colonos para ayudar a su pueblo. Al final de su vida continuó el trabajo que había comenzado siendo joven como traductor de las Sagradas Escrituras al mohawk. Murió el 24 de agosto de 1807 en la reserva de Ontario.

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Entre los enemigos de la política anti-estadounidense del líder mohawk Joseph Brant, destacó el jefe seneca Chaqueta Roja (1758-1830), quien, debido a su actitud colaboracionista, fue juzgado por su pueblo.

El 13 de julio de 1787, el Congreso Confederal estadounidense aprobó la Ordenanza del Noroeste, cuyo primer efecto fue la creación del que se llamó Territorio del Noroeste, que incluía todo el territorio bajo dominio estadounidense al oeste de Pensilvania y al noroeste del río Ohio, hasta los límites de los Grandes Lagos y del río Mississippi. Una enorme extensión que cubría todos los modernos estados de Ohio, Indiana, Illinois, Michigan y Wisconsin, así como el nordeste de Minesota; en total más de 673.000 km2. En el momento de su creación, estaba habitado por unos 45.000 nativos y unos 4.000 comerciantes, mayoritariamente franceses y británicos, aunque ambos grupos incluían a los llamados metis, un considerable grupo de descendientes de mujeres indias casadas con comerciantes europeos o canadienses que establecieron una cultura única que dominaría el norte del Medio Oeste durante más de un siglo antes de que la colonización estadounidense comenzara oficialmente en Marietta, Ohio, en abril de 1788, con la llegada de los primeros 48 pioneros. El primer gobernador del Territorio del Noroeste, Arthur Saint Clair, estableció formalmente el gobierno del territorio en julio de 1788, en Marietta.

La Ordenanza, que fue ratificada con ligeras modificaciones en agosto de 1789, fijaba el patrón que seguiría en las siguientes décadas la expansión hacia el oeste de los Estados Unidos y la incorporación a la Unión de los nuevos territorios y estados que fueran surgiendo. Estados como Virginia, Massachussets, Nueva York y Connecticut presentaron reclamaciones sobre el nuevo Territorio del Nordeste. Otros, como Maryland, se negaron a ratificar los Artículos de la Confederación mientras se mantuviesen aquellas reclamaciones, temiendo que, si las conseguían, se rompería el equilibrio de po der al instaurarse el gobierno federal. Finalmente, los estados renunciaron a sus reclamaciones en favor del gobierno federal. Así que la mayor parte del nuevo territorio se convirtió en suelo público, a excepción de dos áreas, el Distrito Militar de Virginia y la Reserva Occidental de Connecticut, que ambos estados se reservaron para compensar a sus veteranos de guerra. De esa for ma, por primera vez Estados Unidos tuvo territorio y población propios no asigna dos, de mo men to, a ningún estado.

Sin embargo, todas las disposiciones para abrir a la colonización este nuevo territorio tropezaban con las dificultades que suponían las tribus indígenas y los puestos comerciales británicos. Y así fue hasta que las campañas del general Anthony Wayne (1745-1796) contra los indios culminaron con la victoriosa batalla de Fallen Timbers de 1794 y con el Tratado de Greenville de 1795. Las disputas con los británicos sobre la región fueron un factor que contribuiría a la Guerra anglo-estadounidense de 1812, tras lo cual Gran Bretaña abandonaría definitivamente sus reclamaciones sobre el Territorio del Noroeste en el Tra tado de Gante de 1814.

La Ordenanza del Noroeste hacía mención de los na tivos en los voluntariosos términos siguientes: “Siempre se debería mostrar la máxima buena fe posible respecto a los indios; su territorio y sus propiedades nunca les serán arrebatadas sin su consentimiento, y, dentro de los límites de su propiedad, sus derechos y su libertad, nunca serán invadidos o molestados”. Todo ello, por supuesto, resultó ser más una deseo que una realidad y los acontecimientos superarían bien pronto esa ficción.

DOS INTENTOS DE SUPERVIVENCIA INDIA

EL SUEÑO DE TECUMSEH

A estas alturas, aunque los ingleses habían reconocido el norte del río Ohio como tierra india, seguían llegando colonos y más desde la independencia estadounidense, por lo que las tensiones no dejaron de aumentar. Si a eso se una la ya mencionada reivindicación territorial de los estados, no es extraño que se desencadenaran una serie de pequeñas batallas entre colonos e indios, que no fraguaron en una guerra abierta porque, de momento, era escasa la ayu da militar.

Sin embargo, esto cambió cuando, en 1789, las ex colonias se unieron y crearon un gobierno nacional. En 1790, el presidente Washington usó su autoridad para enviar a Ohio un primer ejército al mando de Josiah Harmar (1753-1813), que fue fácilmente derrotado por los indios. Al año siguiente, el capitán general Arthur Saint Clair (1736-1818) mandó personalmente otro gran ejército, formado por dos regimientos regulares y algunas milicias, que se dirigió al río Wabash, cerca de Fort Wayne (actualmente en Indiana), para someter a los indios liderados por los jefes Pe que ña Tortuga (1752-1812), de los miamis; Chaqueta Azul (c. 1743-c. 1810), shawni; Buckongahelas (1720?-1805), lenape, y, Egushawa (c. 1726-1796), ottawa. La batalla, disputada el 3 de noviembre de 1791, que sería conocida como “la Derrota de Saint Clair”, “la Masacre de Columbia” o “la Batalla del río Wabash”, supuso la mayor del ejército estadounidense de la historia, pues murieron 623 soldados, además de muchos civiles, por solo 50 guerreros indios.

Tras la debacle, Saint Clair dimitió a petición del presidente Washington, aunque continuó como gobernador del Territorio del Noroeste. Finalmente, las fuerzas del general Anthony Wayne, sucesor de Saint Clair como jefe supremo del ejército estadounidense, unos 3.600 soldados, derrotaron a la tribu miami y aliados, que sumaban unos 1.400 guerreros, en la batalla de Fallen Timbers (cerca de la actual Toledo, Ohio) en agosto de 1794. Antes de ella, los indios habían esperado la ayuda de los británicos, que no se produjo. Al verse solos, se sintieron obligados a firmar el 3 de agosto de 1795 el vergonzoso Tratado de Greenville, por el cual hubieron de trasladarse hacia Indiana, aunque con libertad para cazar en las mismas tierras cedidas a los Estados Unidos. El tratado propició la apertura del inmenso valle del Ohio a los colonos estadounidenses.

Uno de los jefes que se negó a firmar dicho tratado fue el nuevo caudillo de los shawnis, Tecumseh (c. 1768-1813), joven guerrero con ideas panindias influidas por Pontiac y que pronto lograría poner contra las cuerdas a las tropas norteamericanas. A punto de con seguir que los choctaws, los cheroquis y la confederación creek se unieran a su tribu shawni en contra de la expansión de los colonos en los territorios de los Grandes Lagos, el norte del Medio Oeste y el valle del río Ohio, instó a William Henry Harrison (1773-1841), a la sazón gobernador del territorio de Indiana (y luego presidente de los Estados Unidos), para que no permitiera ampliar la zona colonizable.

Según la leyenda, Tecumseh había nacido en Old Piqua, Ohio, coincidiendo justo con la caída de una estrella fugaz, lo que fue interpretado por el chamán de su poblado como que el recién nacido llegaría a ser un gran caudillo. Era hijo de un jefe que murió combatiendo contra los colonos en la batalla de Point Pleasant (1774), lo que marcaría para siempre su odio hacia los blancos. A los veinte años, ya convertido en jefe, Tecumseh se opuso radicalmente a cualquier tipo de cesión de tierra, manteniendo que las realizadas por una sola tribu eran ilegales si no obtenían el consentimiento de todas las demás. Para él: “Ninguna tribu puede vender la tierra. ¿No la hizo el Gran Espíritu para uso de sus hijos? La única salida es que los piel rojas se unan para tener un derecho común e igual en la tierra, como siempre ha sido, porque no se dividió nunca”. Fiel a esas ideas, Tecumseh quería crear un gran estado panindio situado entre el valle del Ohio y los grandes lagos, bajo protectorado británico. Ya en 1795 había viajado por Minesota, Tennessee y Wisconsin para convencer a las diferentes tribus (ottawa, ojiwba, creek, cheroqui, choctaw, confederación iro quesa, potawatomi, cataw ba…) de las ventajas de un mando único para vencer definitivamente a los blancos. Posteriormente, Tecum seh participó, junto a Pe que ña Tortuga, en los ya men cionados enfrentamientos con los ejércitos al mando de Josiah Harmar y Arthur Saint Clair y después, en 1794, en la batalla contra el general Wayne, en la que fueron vencidos. Tras ella, muchos líderes firmaron el Tratado de Greenville, que forzaba a desplazarse a los indios al noroeste de Ohio. Tecumseh se negó.

Cuando los Estados Unidos compraron la Louisiana a los franceses en 1803, toda la región shawni cayó en sus manos. Un grupo de shawnis se fue en 1803 a Texas, por entonces territorio español. Pero el grupo principal, comandado por Tecumseh, el sauk y fox Halcón Negro y caudillos de otras tribus algonquinas, preparó una rebelión a gran escala.

En 1805, el hermano de Tecumseh, Laulewasika (1768-1834), visionario religioso más conocido como Tenskwatawa (“puerta abierta”) y como “El Profeta”, declaró que había recibido un mensaje del Gran Espíritu para que los pueblos indígenas regresaran a los modos de vida tradicionales y rechazaran la introducción del alcohol por parte del hombre blanco, así como sus vestimentas textiles y el concepto de propiedad privada. Ambos hermanos se dedicaron desde entonces a propagar este ideario en todas las tribus. En 1808, ambos hermanos fueron expulsados de Ohio y se trasladaron a Indiana, donde trataron de formar una gran alianza de tribus con la ayuda de los anglo-canadienses.

Al año siguiente, 1809, el general estadounidense William Henry Harrison compró tierra india ilegalmente e inició la fase definitiva del conflicto. Tecumseh visitó todas las tribus para convencerles de que se uniesen a la revuelta y, en la Convención de Tallapoosa de 1811, consiguió concentrar a 5.000 indios, a quienes convenció de que “la tierra pertenecía a todos, para el uso de cada cual”. Mientras tamaño contingente de guerreros se organizaba y esperaba el mejor momento de atacar, Tecumseh viajó al sur en busca de más adhesiones. Harrison y sus soldados acamparon provocativamente al lado de los indios, concentrados en Tippecanoe el otoño de 1811. Desobedeciendo las consignas de su hermano, Tenkswatawa atacó con infundado optimismo el campamento de Harrison y fue estrepitosamente derrotado. Aunque la batalla significó solo un pequeño avance de los estadounidenses, y a un coste bastante grande en bajas, también fue un gran golpe para Tecumseh y su sueño. Con todas las provisiones perdidas y la reputación de su hermano destrozada, nadie quiso ya seguirle.

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El jefe de los shawnis, Tecumseh (c. 1768-1813), era un joven guerrero con ideas panindias influidas por Pontiac que lograría poner contra las cuerdas a las tropas norteamericanas. Tecumseh estuvo a punto de lograr que choctaws, cheroquis y creeks se unieran a su tribu en contra de la expansión de los colonos.

Los estadounidenses confiaban en que esa victoria pondría fin a la resistencia militar india, pero, lejos de rendirse, Tecumseh, que había huido a Canadá, eligió aliarse con los británicos, que pronto estuvieron luchando de nuevo contra los estadounidenses, en la guerra de 1812. Esta, como antes la de la Independencia estadounidense, fue, en última instancia, una gue rra india de la frontera del Oeste. Pensaba que si los ingleses ganaban, premiarían a los indios y les permitirían volver a su tierra natal. Pero tras ella, una vez más, los británicos abandonaron a su suerte a los que habían sido sus fieles aliados. Aquélla sería, en consecuencia, la última vez que los indios pidiesen ayuda a una potencia extranjera para derrotar a los estadounidenses.

Los indios liderados por Tecumseh fueron derrotados definitivamente en octubre de 1813, en la batalla del Thames, Ontario, Canadá. En la batalla murió Tecumseh y, con él, su sueño de unidad indígena. Tras su muerte, los pueblos delaware, miami, ojibwa y hurón firmaron rápidamente una paz desventajosa con los estadounidenses. Por su parte, el 28 de julio de 1814, los shawnis firmarían también un nuevo tratado por el cual se comprometían a ayudar a los Estados Unidos contra Gran Bretaña y, a cambio, se les reconocería como nación soberana.

Más al sur, los creeks y otros pueblos del Sudeste trataron de mantener su autonomía mediante negociaciones y guerras, llegando a solicitar incluso la ayuda de España para contener a los colonos que penetraban en sus territorios. Sin embargo, España era reacia a conceder su apoyo debido al creciente poder de los Estados Unidos, por lo que el Tratado hispano-estadounidense de San Lorenzo (1795), firmado por ambos países para definir las fronteras entre Estados Unidos y las colonias españolas en Norteamérica y regular los derechos de navegación en el río Mississippi, no tuvo en cuenta los intereses de los indios.

Las principales hostilidades entre indios y blancos comenzaron con una sublevación de los creek, una de las llamadas Cinco Tribus Civilizadas. Durante el siglo XVIII, los creeks habían sido la tribu dominante en una confederación que llegó a contar con unos 30.000 miembros, que ocupaba la mayor parte de los actuales estados de Alabama y Georgia y que, después de los cheroquis, era la más poderosa al sur de Nueva York. Durante la Guerra de Independencia, los creeks apoyaron a los ingleses. En 1790 firmaron un tratado de paz con el gobierno estadounidense, pero en 1813, instigados por los ingleses, volvieron a levantarse en armas, perpetrando una terrible masacre en Fort Mims, Alabama. Unos meses después, fueron totalmente vencidos por el general Andrew Jackson en una breve pero sangrienta campaña, que finalizó con la batalla de Horseshoe Bend (marzo de 1814). Los creek se vieron obligados a pedir la paz, que se les concedió tras entregar más de la mitad de sus antiguos territorios en el Tratado de Fort Jackson (1814), que señaló el final del poder indio en el bajo Mississippi. En 1828, vendieron el resto de sus posesiones y la mayor parte acordó emigrar al Territorio Indio.

Por su parte, entre 1817 y 1818, los seminolas entraron por primera vez en guerra con los estadounidenses al declarar estos la guerra a los españoles a causa del asilo prestado a los esclavos negros huidos, bien acogidos en la tribu. Fue, en algún sentido, una continuación de la Guerra de los Creek. El que con el tiempo sería presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, invadió a los seminolas y ejecutó a dos comerciantes instigadores. La guerra terminaría en 1819 con la venta de la Florida española a los Estados Unidos. Con el tratado, el gobierno norteamericano se comprometía a respetar los derechos de los indios y a tratarlos con justicia. No lo haría.

SEQUOYAH Y EL INTENTO
DE INTEGRACIÓN CHEROQUI

En 1790, los cheroquis y otras tribus emparentadas habían adoptado conscientemente la decisión de asimilar las formas de vida de sus conquistadores blancos con tal de sobrevivir. Con ese fin construyeron granjas, molinos, escuelas, iglesias e, incluso, bibliotecas. En ese clima de modernización, un modesto platero cheroqui, llamado Sequoyah (c. 1767-1843), dio un paso de gigante al inventar un ingenioso silabario del idioma cheroqui y convertir a su pueblo en el primero que disfrutó de la escritura.

A comienzos del siglo XIX, Sequoyah (también conocido como George Guess, Guest o Gist) se trasladó al valle de Wills Wills, Alabama, donde comenzó a trabajar como platero. En su trabajo, pese a que no hablaba inglés, trataba con regularidad con blancos asentados en la zona y, como muchos otros indios, estaba impresionado por la escritura, a la que se refería como “hojas que hablan”. Alrededor de 1809, Sequoyah comenzó a crear un sistema de escritura para la lengua cheroqui. Tras intentar crear un sistema pictográfico, con un carácter para cada palabra, decidió utilizar las sílabas y crear un carácter para cada una de estas. Utilizando el alfabeto romano y, posiblemente, el cirílico, creó 85 caracteres, labor que le llevó doce años. Cuando lo tuvo acabado, al darlo a conocer, chocó con el escepticismo de su pueblo. Para probar su utilidad, Sequoyah enseñó a su hija Ahyoka a leer y escribir en cheroqui. Tras maravillar a los locales, intentó mostrar su obra a un brujo, que lo rechazó aludiendo a la influencia de los malos espíritus. No obstante, la noticia de la existencia del silabario se extendió y los cheroquis comenzaron a aprender el nuevo sistema. En 1823, el silabario de Sequoyah ya se utilizaba completamente y fue convertido en lengua oficial de la nación cheroqui en 1825. Después de ese éxito, Sequoyah siguió con su modesta vida y se trasladó al nuevo territorio cheroqui de Arkansas, donde ahora se estableció como herrero, aunque siguió enseñando su silabario a quienes se lo pedían.

En 1828, viajó a Washington D.C. como parte de una delegación para firmar un tratado territorial para Oklahoma. Este viaje le sirvió para contactar con representantes de otras tribus. Tras estos encuentros, decidió crear un silabario de uso universal para todas ellas. Con tal proyecto en mente, su sueño inmediato era ver a la dividida nación cheroqui unida de nuevo, pero en el verano de 1843 murió, sin poder avanzar su obra, durante un viaje de contacto con cheroquis exiliados en México.

Unos años antes, en mitad de ese conato de asimilación india, se había aprobado la Ley del Traslado Forzoso de 1830, que obligaba a los indios a trasladarse a tierras al oeste del Mississippi y facultaba al presidente de los Estados Unidos a actuar contra todos los que se encontraran al este de dicho río. A pesar de que eran una de las tribus más progresistas del Este, en cuanto se descubrió oro en sus tierras en 1829, los cheroquis supieron que serían desalojados. En lugar de ser recompensados por su intento decidido de integración, fueron acosados, humillados y maltratados hasta que no pudieron soportarlo. Como luego veremos con mayor detalle, forzados en 1838 a emprender un largo y cruel camino hacia el destierro de Oklahoma, muchos murieron víctimas de enfermedades y privaciones en lo que se ha llegado a conocer como “el Sendero de Lágrimas”, el ejemplo más dramático de un proceso de expatriación y destierro que siguieron otros muchos pueblos indígenas norteamericanos.

LA ERA DE LOS TRASLADOS FORZOSOS

El segundo periodo importante del conflicto con los indios del Este tuvo lugar en el cuarto de siglo posterior a la guerra de 1812, cuando se comenzó a aplicar la política de traslado forzoso de las tribus indias del Este a otros territorios situados al oeste del Mississippi. Hacia 1820, el presidente James Monroe (1758-1831) ya había enunciado lo que podría considerarse como el principio general de la política expansionista de exterminio y/o exclusión de los indígenas practicada después, con distinta intensidad, por los demás gobiernos estadounidenses:

La experiencia ha demostrado claramente que las comunidades salvajes independientes no pueden existir dentro de los límites de un pueblo civilizado. El progreso del último ha acabado, casi invariablemente, con la extinción del primero. […] Para civilizarlas, e incluso para impedir su extinción, parece indispensable que su independencia como comunidades debiera cesar y que el control de los Estados Unidos sobre ellas debería ser completo e indiscutible.

 

Monroe consideraba que la alternativa a la extinción era la sumisión, lo que significaba la pérdida de sus derechos políticos, de sus soberanías como pueblos y de sus identidades, al ser asimilados a la cultura dominante, lo que implicaba, entre otras muchas cosas, el aprendizaje de la cultura de la competencia individualista en sustitución de la comunidad de bienes e intereses que había caracterizado a los pueblos aborígenes. Esos planes provocaron la intensificación de la resistencia india que, por otra parte, había comenzado durante la dominación de las potencias coloniales, se había incrementado durante la británica y se había acelerado mucho durante la Revolución estadounidense. Al principio, fueron los españoles quienes ayudaron interesadamente a creeks, seminolas y esclavos fugitivos a instalar sus poblados al otro lado de la frontera de Florida como fórmula para desestabilizar al poder británico mediante las incursiones y las fugas de esclavos. Como informaban en esa época los comandantes militares destacados en el este de una Florida todavía española, las aldeas fronterizas albergaban cientos de esclavos fugitivos procedentes de las Carolinas y Georgia, lo que provocaba una endémica y generalizada irritación en los plantadores del Sur.

Hartos, ciudadanos de Georgia organizados como milicia y apoyados por el ejército y la marina estadounidenses invadieron Florida en 1812. La finalidad era doble, por una parte apoderarse de un territorio codiciado por plantadores y por el gobierno, que se hallaba bajo control de una potencia muy debilitada como era España, y, por otro, acabar con las poblaciones cimarronas que eran hasta ese momento seguro refugio para los esclavos fugados, lo que desestabilizaba el sistema esclavista.

Dentro de los límites de su propio territorio, ya se dijo que, a fin de obtener el apoyo de los indígenas, los británicos habían prohibido la expansión de las colonias más allá de los montes Apalaches mediante la Proclamación de 1763. La medida fue lo suficientemente efectiva para que, durante la Guerra de la Independencia estadounidense, los colonos tuvieran que enfrentarse no solo a los “casacas rojas” británicos, sino también a las naciones indias, casi todas aliadas a Gran Bretaña. Por lo tanto, una vez conseguida la independencia, el gobierno federal de las antiguas Trece Colonias intentó controlar los territorios situados allende aquellas montañas, comenzando con las misiones exploratorias y el reconocimiento previo del territorio a dominar, como lo atestiguan las expediciones exploratorias a cuenta del presidente Thomas Jefferson de Lewis y Clark y de Zebulon Pike por la Louisiana, recién adquirida a Francia.

Desde la doble presidencia de Jefferson (1801-1809), la política estadounidense fue la de permitir a los indios que se quedasen al este del Mississippi siempre que se comportaran “civilizadamente”; es decir, siempre que fijaran un asentamiento, labraran sus tierras, dividieran las tierras comunales en propiedades privadas y adoptaran y acataran la democracia. En 1830, las “Cinco Tribus Civilizadas” (chickasaw, choctaw, creek, seminola y cheroqui) se habían ajustado a esas reglas de juego, e incluso se habían convertido al cristianismo. Pero, a pesar de esa “civilización” (en realidad, de esa aculturación), su situación no era segura. Muchos blancos sentían que su presencia era una amenaza para la paz y la seguridad, debido a que muchos habían luchado contra los Estados Unidos con anterioridad. Otros colonos y especuladores de tierras blancos simplemente deseaban el terreno que ocupaban. Fueron varios los gobiernos estatales que expresaron su deseo de que todos los terrenos tribales que estuviesen dentro de sus fronteras fueran puestos bajo jurisdicción estatal. En 1830, Georgia aprobó una ley que prohibía a los blancos vivir sin una licencia del estado en el territorio indio después del 31 de marzo de 1831. Esta ley fue dictada para justificar la expulsión de los misioneros blancos que estaban ayudando a los indios a resistirse al traslado. El organizador misionero Jeremiah Evarts instó a la nación cheroqui a que llevase el caso a la Corte Suprema de los Estados Unidos, que finalmente dictaminó que, aunque las tribus indias no eran naciones soberanas, las leyes estatales no tenían poder sobre las tierras tribales.

Pero el presidente Andrew Jackson (1767-1845) y los líderes del nuevo Partido Demócrata habían hecho del traslado de los indios un objetivo prioritario de su campaña presidencial de 1828, y comenzaron a cumplir su promesa electoral. En 1830, el Congreso aprobó la Ley de Traslado Forzoso de los Indios, que estipulaba que el gobierno había de negociar tratados de traslado e intercambio de tierras con cada una de las tribus por otras más al oeste, dentro de la aún no colonizada Louisiana adquirida dos décadas atrás por los Estados Unidos. Con ello, Jackson no solo perseguía vaciar de conflictivos indios los territorios colonizados al este del río Mississippi, sino también crear un cinturón de seguridad ante la amenaza británica y española que seguía instalada en amplios territorios norteamericanos, más allá de la Louisiana. El deseo latente de desembarazarse de los “molestos” indígenas se hizo patente cuando Jackson decidió inmediatamente la expulsión de los pueblos seminolas, creeks, choktaws, cheroquis y chickasaws, precisamente los cinco ya “civilizados”, de las regiones del Sudeste, propicias al cultivo de algodón. Este móvil de política económica y también el de la seguridad nacional —esos pueblos habían actuado como aliados de España y Gran Bretaña— fueron los pretextos esgrimidos por Jackson para decretar su traslado forzoso al Oeste.

Por entonces, el rápido incremento de la población del país y la necesidad de convertir a aquella joven y prometedora nación en una auténtica “tierra de oportunidades” mediante la apertura a la colonización de los territorios al oeste del Mississippi, ya había obligado a la administración con anterioridad a negociar y suscribir numerosos tratados para la compra de tierras a los nativos. Ahora, el gobierno estadounidense les animó a vender sus tierras, ofreciéndoles otras en el Oeste, fuera de las fronteras de los estados organizados, donde podrían volver a asentarse y, supuestamente, vivir en paz y prosperar. Se estima que, como resultado de esta política, unos 100.000 indios fueron trasladados al Oeste, la mayoría de ellos durante la década de 1830. Fue entonces cuando se empezó a hablar del “Territorio Indio”, un hipotético enclave a determinar donde los pueblos indios tendrían un hábitat asegurado “para siempre”. Esa era, al menos, la teoría. A tal fin, a aquel Territorio Indio, a expensas del hallazgo en él de algo que excitara la codicia de los blancos, se le irían dando múltiples localizaciones hasta acabar por ubicarlo en el territorio que hoy, más o menos, es el estado de Oklahoma.

La mayoría de los estadounidenses blancos estaban a favor de la ley, aunque había una oposición significativa. Por ejemplo, muchos misioneros cristianos realizaron una campaña en contra. Pero fue firmemente apoyada por los estados sureños, ansiosos de ganar acceso a los terrenos habitados por las Cinco Tribus Civilizadas. En particular, Georgia se hallaba inmersa en un contencioso jurisdiccional con la nación cheroqui. El presidente Jackson, que apoyaba el traslado indio sobre todo por razones de seguridad nacional, tenía también la esperanza de que solventase la crisis de Georgia. Incluso, algunos líderes indios que previamente se habían resistido a ella comenzaron a replantearse sus posiciones, especialmente tras la arrolladora reelección de Jackson en 1832.

Pero, en realidad, la ley no ordenaba el destierro de ningún indio y el presidente Jackson jamás defendió públicamente el traslado forzoso de nadie que quisiera quedarse. En teoría, se suponía que este traslado iba a ser voluntario, y de hecho muchos indios se quedaron en el Este. No obstante, en la práctica, la administración ejerció una gran presión sobre los líderes tribales para que firmasen tratados, lo que creó amargas divisiones en las naciones indias. A veces, los funcionarios gubernamentales ignoraban a los jefes tribales que se resistían a firmar tratados y solo atendían a los que apoyaban la política de traslado. El Tratado de New Echota (1834), por ejemplo, fue firmado por una serie de líderes cheroquis, pero no por los que la tribu misma había designado. Los términos del tratado fueron impuestos por el presidente Martin Van Buren y, cuando se concretaron en la emigración forzosa de miles de cheroquis, en lo que se dio en llamar “el Sendero de Lágrimas”, dio como resultado la muerte de unos 4.000 indios, la mayoría por enfermedad.

El sufrimiento resultante del traslado forzoso fue agravado por una deficiente organización, una corrupta política de contratación de servicios y por el fracaso en la protección de los derechos legales de los indios antes y después de la emigración. La mayoría de ellos cumplieron con reticencias pero pacífica y, a menudo, resignadamente con los términos de traslado fijados en los tratados. Algunos grupos, no obstante, entraron en guerra para resistirse a su cumplimiento. Tales son los casos, por ejemplo, de los sauks (1832), los creeks (1836) o los seminolas (1835-1842). A los que aceptaron los tratados, se les dio, a cambio de sus buenas tierras, una reserva árida y una escasa ayuda gubernamental para subsistir, que, además, no siempre les llegaba, fuera por desidia administrativa o, más a menudo, por corrupción de los funcionarios encargados de ello. Un ejemplo del desdén con el que se trató a las tribus indígenas es el caso de las naciones iroquesas después de la derrota de los británicos a manos de los colonos en la Guerra de la Independencia. Los iroqueses se habían puesto del lado de los británicos, pero todo lo que recibieron a cambio fueron ultrajes, olvido y abandono. Cuando en 1784 se convocó una reunión para firmar un tratado, James Duane, que había sido representante del Comité de Asuntos Indios en el Congreso Continental, exhortó con total cinismo a los funcionarios del gobierno a “tratar a los iroqueses deliberadamente como seres inferiores para socavar cualquier indicio de confianza en sí mismos que todavía les quedara”. Su arrogante proposición se llevó a cabo. Algunos iroqueses fueron tomados como rehenes y las “negociaciones” se llevaron a cabo a punta de pistola. Los iroqueses, aunque no se consideraban vencidos en guerra, tuvieron que renunciar a todas sus tierras al oeste de Nueva York y Pensilvania y aceptar una mínima reserva en el estado de Nueva York. Se utilizaron tácticas similares con la mayoría de las tribus indígenas. Los funcionarios gubernamentales se valieron de sobornos, amenazas, alcohol, extorsiones y cohechos para tratar de arrebatarles más y más tierras. En total, entre 1778 y 1871, el gobierno de los Estados Unidos ratificó 371 tratados con las tribus nativas. A partir de la última fecha, leyes del Congreso y órdenes y acuerdos ejecutivos reemplazaron los raramente cumplidos tratados. Es comprensible que los indios no tardaran en desconfiar del hombre blanco y de sus promesas vacías.

LA GUERRA DE HALCÓN NEGRO

La mayoría de los indios se resignaron, a menudo amargamente, a su reubicación forzosa en nuevas tierras. Algunos grupos, sin embargo, no lo aceptaron y crearon focos de rebeldía armada que, normalmente, acabaron en brotes bélicos más o menos sangrientos en contra de la aplicación de los términos de los tratados.

Los primeros conflictos armados surgieron cuando algunas tribus se negaron a aceptar su traslado forzoso a un nuevo emplazamiento. En 1804, los sauk y los fox decidieron ceder a Estados Unidos sus tierras al este del río Mississippi a cambio de una renta anual de 1.000 dólares. Sin embargo, Halcón Negro o Makataemishkiakiak (1767-1838), jefe de los sauk, rechazó inmediatamente el acuerdo, alegando que los hombres blancos habían convencido a los miembros de las tribus para que firmaran el tratado cuando estaban bajo los efectos del alcohol. Posteriormente, a partir de 1812, en la Guerra anglo-estadounidense, Halcón Negro luchó junto a los británicos, a las órdenes del general Henry Procter, dentro de la confederación de pueblos nativos de Tecumseh. La cesión del territorio en disputa se acordó nuevamente en pactos firmados en 1815 y 1816. En 1823, la mayor parte de los sauk y los fox se establecieron por fin al oeste del Mississippi. Cuando los colonos comenzaron a ocupar los terrenos abandonados, Halcón Negro volvió a negarse a reconocer el tratado. Además, llegaban noticias de que los nativos padecían hambre y toda clase de penurias en sus nuevas y áridas tierras, por lo que en abril de 1832 intentaron regresar a su antiguo territorio para plantar sus cosechas. Los colonos dispararon contra el emisario pacífico enviado por Halcón Negro y, de este modo, comenzó la llamada Guerra de Halcón Negro, librada fundamentalmente en Illinois y Wisconsin. En ella, los nativos americanos (los sauk y los fox, pero también los winnebagos y los kickapús), fueron derrotados cerca del río Wisconsin el 21 de julio de 1832, y volvieron a caer en la Matanza de Bad Axe el 3 de agosto, en la que los indios fueron masacrados por cañoneras al intentar cruzar el Mississippi en dirección a Iowa.

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En 1804, los sauk y los fox cedieron sus tierras al este del río Mississippi a cambio de una renta anual de 1.000 dólares. Sin embargo, el jefe sauk Halcón Negro (1767-1838) rechazó el acuerdo, alegando que los blancos habían convencido a sus hermanos tras emborracharlos. Este rechazo le condujo a una guerra, que comenzó en 1832.

Finalmente, Halcón Negro se rindió el 27 de agosto. Primero fue recluido en varios fuertes militares y luego fue llevado por distintas partes del país para mostrar a los incrédulos el poderío de la nación estadounidense. Halcón Negro visitó grandes ciudades del Este y viajó en barcos militares. Con ello, las autoridades estadounidenses esperaban que, al conocer el progreso de la parte este del país, convenciera a su vuelta a los demás indios de la inutilidad a medio o largo plazo de luchar contra el hombre blanco. Gracias a este viaje, Halcón Negro se hizo muy popular y convocaba a verdaderas multitudes allá donde se presentaba. Mientras tanto, los sauk y fox fueron recluidos en una reserva cercana a Fort Des Moines (Iowa), en donde Halcón Negro falleció el 3 de octubre de 1838, poco después de haber publicado su autobiografía.

En cuanto a los creeks, aunque muchos de ellos ya habían sido desplazados desde su hogar tradicional en Georgia al Territorio Indio en 1819, aún quedaban cerca de 20.000 creeks del norte viviendo en Alabama. Como primera medida, el estado abolió los gobiernos indígenas. El jefe Opothle Yohola (1798-1863) apeló al presidente Andrew Jackson pidiéndole su amparo. Como no lo consiguió, los creeks se vieron forzados a firmar el Tratado de Cusseta (1832), que dividió sus tierras en lotes individuales. Los indios podían optar entre venderlos y marcharse al Oeste, o bien permanecer en sus tierras, acatar las leyes estatales y atenerse a las consecuencias. Pero los especuladores y ocupantes ilegales comenzaron a arrebatar a los indios sus parcelas mediante todo tipo de estafas y la violencia brotó enseguida. El secretario de guerra Lewis Cass envió al general Winfield Scott (1786-1866) para que acabara con la violencia, forzando a los creeks a marcharse definitivamente al Territorio Indio, al oeste del río Mississippi. Casi al mismo tiempo, su tribu hermana, la seminola, había vuelto a desenterrar el hacha de guerra.

OSCEOLA Y LA SEGUNDA GUERRA SEMINOLA

La segunda Guerra Seminola de Florida (1835-1842) se distinguió por las tácticas evasivas de los indios, que escaparon por mucho tiempo a los intentos estadounidenses de cercarlos. Los seminolas, renuentes a su traslado a territorios al oeste de Mississippi, se habían refugiado en las profundidades de los bosques y marjales de Florida, territorio casi inaccesible para los foráneos. Junto a ellos vivían los llamados indios negros, esclavos fugitivos, cimarrones, que habían logrado una excelente convivencia con ellos, protegiéndose mutuamente de los intentos de incursión de las tropas norteamericanas.

Los documentos de la época reflejan el temor que causaba esta situación a los propietarios de esclavos, ya que la proximidad de sus plantaciones al territorio indio podía favorecer la consumación de la amenaza más inquietante para la elite esclavista: la insurrección general de los esclavos. Este puede ser un factor que explique la duración de esta guerra, además de la habilidad de seminolas y cimarrones para mantener con éxito una verdadera guerra de guerrillas contra el ejército estadounidense. El temor a una insurrección de esclavos hacía que gran parte de las milicias tuvieran que mantenerse relativamente próximas a las plantaciones, reduciendo su capacidad ofensiva. También fracasaron las tentativas de los oficiales estadounidenses, como el general Jesup, de separar a los seminolas de sus aliados negros, prometiéndoles a los primeros que no serían procesados y que se les permitiría abandonar Florida con sus pertenencias si entregaban a los esclavos fugitivos o si aceptaban irse a una reserva en lo más profundo de Florida y mantenerse lejos de las plantaciones, lo que evitaría que volvieran a brindar refugio a los esclavos que escapaban de ellas.

En 1835, los seminolas se negaron una vez más a dejar Florida, lo que condujo a la Segunda Guerra Seminola. El líder seminola más importante de esta guerra fue Osceola (c. 1800-1838), que dirigió a su tribu en su resistencia contra el traslado. De sangre mestiza, pues era hijo de un comerciante inglés, de quien recibió el nombre de Willis Powell, y de una india creek, Osceola se vio obligado a exiliarse junto a su madre a Florida cuando apenas contaba diez años. Siendo aún un muchacho, participó en la primera guerra seminola contra el poder estadounidense (1817-1818). En 1823, algunos jefes seminolas firmaron el Tratado de Moultrie Creek, por el que se creaba su reserva. Años después, en aplicación de las cláusulas del nuevo Tratado de Payne’s Landing (1832), se exigió a los seminolas que abandonasen la reserva en un plazo de tres años y que todos los descendientes de afroamericanos (que convivían en igualdad con ellos) fuesen vendidos como esclavos. A pesar de la unanimidad del descontento, a los líderes indios les costaba tomar decisiones pues estaban enfrentados por su diversidad de opiniones respecto a lo que debían hacer.

Cuando en 1830 se aprobaron en Washington las leyes de traslado forzoso, Osceola dejó patente su negativa a acatarlas, así como a reconocer el resto de lo pactado en el tratado de Payne’s Landing, firmado por algunos líderes a espaldas de la opinión mayoritaria de la mayoría de los seminolas. Escondiéndose en la región pantanosa de los Everglades de Florida, Osceola y su banda usaron los ataques sorpresa y la guerra de guerrillas para derrotar al ejército estadounidense en muchas batallas. De esa forma, consiguió mantener a raya durante casi tres años a las fuerzas del ejército enviado por Washington.

La tensión contenida estalló en 1835, cuando el agente de asuntos indios Wiley Thompson dictó un nuevo tratado que ordenaba taxativamente, por enésima vez, el desplazamiento seminola. Las opciones presentadas por Thompson eran pocas y diáfanas: o firma o muerte. El 3 de abril, Thompson mantuvo un enfrentamiento personal con Osceola al reiterar este su negativa a obedecer al gobierno. Según la tradición seminola, Osceola, constituido ya en uno de los principales jefes de su pueblo, exclamó, mientras clavaba su cuchillo en el nuevo tratado: “Este será mi tratado”. Inmediatamente, fue detenido y encarcelado.

Para muchos, esa podría ser la fecha del inicio de una guerra que nunca fue declarada oficialmente y que cobró trascendencia nacional cuando Osceola, nada más ser liberado, asesinó a quien hasta pocas semanas antes había sido un amigo personal, Charlie Emathla, un seminola que acababa de recibir dinero del agente a cambio del traslado junto a su familia. Osceola le mató, despechado por lo que consideraba una grave traición, y arrojó monedas sobre el cadáver como muestra de su desprecio. Pocos meses después sucedieron otros dos hechos violentos casi simultáneos. En el amanecer del 28 de diciembre de 1835, una columna de unos 200 soldados que se dirigía a Fort King fue emboscada por rebeldes seminolas y la mitad de los soldados abatidos. Esa misma noche, aparecían muertos Willey Thompson, con 14 balas en el cuerpo, y un acompañante, presuntamente a manos o por orden de Osceola. La movilización de más de 5.000 soldados y milicianos no fue suficiente para capturar al grueso de los rebeldes, que superaban poco más de los 1.000 guerreros y que, con sus técnicas de guerrilla, mantuvo las hostilidades en dos frentes simultáneos: el occidental, liderados por Gato Montés, y, el oriental, por el propio Osceola.

En 1837, tras el relevo de otros tres comandantes en jefe y el aumento a 8.000 soldados del contingente de fuerzas perseguidoras, Osceola fue capturado cuando negociaba la paz durante una tregua concertada al efecto. El general Jesup pactó una tregua con Osceola y se ofreció para una entrevista personal en la que llegar a un acuerdo que dejara sin valor el tratado de Payne’s Landing. En ese encuentro, que tuvo lugar el 22 de octubre, pese a la tregua pactada, Osceola fue hecho prisionero. Después fue paseado por las calles de la ciudad San Agustín bien custodiado por soldados, como si le hubieran capturado en una acción de combate.

Unos meses después, el 30 de enero de 1838, Osceola falleció en su reclusión en Fort Moultrie, Charleston, Carolina del Sur, derrotado solo por las fiebres de la malaria (aunque otros aseguran que asesinado), pero orgulloso tras haber pedido a sus familiares que le ayudaran a vestirse con sus ropas de guerra y sus pinturas de combate. En sus manos apoyadas sobre su pecho mantuvo hasta el último momento su cuchillo de caza.

El recuerdo del jefe muerto siguió alentando durante años a los grupos seminolas que se negaban a abandonar Florida, y que continuaron oponiendo una feroz resistencia. Algunos se adentraron mucho más en el interior de los Everglades, mientras que otros se desplazaron al Oeste. La Segunda Guerra Seminola terminó en 1842, con la victoria, como era de esperar, blanca.

Unos años antes de aquella victoria anunciada, se produjo uno de los sucesos más dramáticos de la historia de las guerras indias: el traslado en condiciones inhumanas de la tribu cheroqui a un nuevo emplazamiento en el Territorio Indio.

EL SENDERO DE LÁGRIMAS CHEROQUI

Con la arrolladora reelección en 1832 del presidente Jackson y su política de desalojo de nativos, algunos de los cheroquis más contrarios a la colaboración comenzaron a reconsiderar sus posturas. Lo que terminó por conocerse como “Partido del Tratado” o “Partido Ridge” estuvo liderado por el comandante Ridge (c. 1771-1839), su hijo John Ridge (1792-1839) y sus sobrinos Elias Boudinot y Stand Watie, quienes creían que el tratado era lo más beneficioso para los cheroquis al poder obtener buenas condiciones por parte del gobierno estadounidense, antes de que los colonos ilegales, los gobiernos estatales y la violencia empeoraran la situación. John Ridge emprendió conversaciones no autorizadas por su pueblo con la administración Jackson a finales de los años 1820. Mientras tanto, anticipándose al traslado cheroqui, el estado de Georgia comenzó a realizar subastas para dividir sus tierras entre los georgianos blancos. Las tensiones entre Georgia y la nación cheroqui entraron en la crisis definitiva con el descubrimiento en 1829 de oro cerca de Dahlonega, que produjo la primera fiebre del oro de la historia de los Estados Unidos. Los especuladores empezaron a invadir las tierras cheroquis y a presionar al gobierno georgiano para que cumpliera las promesas del pacto de 1802. Cuando Georgia quiso aplicar las leyes estatales en las tierras tribales cheroquis, el asunto llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos. Finalmente, la Corte Marshall dictaminó que los cheroqui no eran una nación soberana e independiente y, por tanto, se negó a atender el caso. Sin embargo, en otra resolución de 1832, la corte dictaminó que Georgia no podía imponer sus leyes al territorio cheroqui, ya que solo el gobierno nacional, y no los estatales, tenía autoridad en los asuntos indios.

Pero el presidente Jackson estaba totalmente entregado a la política de traslado de indios y no tenía interés alguno en que el gobierno federal protegiese a los cheroquis de Georgia. Con la Ley de Traslado Forzoso de Indios de 1830, el Congreso estadounidense había concedido a Jackson autoridad suficiente como para negociar y cerrar tratados, intercambiando territorios indios del Este por tierra al oeste del río Mississippi. Jackson usó la disputa con Georgia para presionar a los cheroqui para que firmasen el tratado. Sin embargo, el principal jefe electo cheroqui, John Ross (1790-1866), también conocido por su nombre indio, Kooweskoowe (“La Garza”), y la mayoría del pueblo cheroqui permanecieron inflexiblemente opuestos al traslado. Entonces, comenzó la maniobra política final: el jefe Ross canceló las elecciones de 1832 y el Consejo impugnó a los Ridge, mientras que un miembro de su partido era asesinado. Los Ridge respondieron creando su propio consejo, que representaba solo a su facción. Esto dividió a la nación en dos bandos: los cheroquis del oeste, liderados por el comandante Ridge, y la facción este, con John Ross al frente.

En 1835, Jackson nombró al reverendo John F. Schermerhorn comisario de tratados. El gobierno propuso pagar a la nación cheroqui 4,5 millones de dólares, entre otras compensaciones, para que ellos mismos se trasladaran. Estas condiciones fueron rechazadas en octubre de 1835 por el consejo de la nación cheroqui. El jefe Ross, en un intento de establecer un enlace entre su administración y el Partido Ridge, viajó a Washington con John Ridge para abrir nuevas negociaciones, pero fueron rechazados e informados de que tratasen con Schermerhorn. Al mismo tiempo, este último organizó un encuentro con los miembros del consejo favorables al traslado en la localidad de New Echota, Georgia. Solo 500 cheroquis, de entre varios miles, respondieron a la citación y, el 30 de diciembre de 1835, 20 partidarios del traslado, entre los que se encontraban Ridge y Elias Boudinot, firmaron el Tratado de New Echota. El jefe Ross, tal como era de esperar, se negó. Las firmas violaban la ley de la nación cheroqui de 1829, cuyo borrador era obra del propio John Ridge, que había convertido la cesión por escrito de tierras cheroquis en un crimen, cuyo castigo era la pena capital.

Ni un solo miembro del consejo cheroqui firmó el documento, que entregaba todo el territorio cheroqui del este del río Mississippi. A pesar de las protestas del Consejo Nacional Cheroqui y del jefe Ross argumentando que el documento era un fraude, el Congreso ratificó el tratado el 23 de mayo de 1836, por un solo voto de diferencia. Inmediatamente, algunos cheroquis, incluidos partidarios de Ridge, se unieron a los que ya habían emigrado. A finales de 1826, más de 6.000 cheroquis se habían trasladado al Oeste. No obstante, más de 17.000 se quedaron en el Sur: los términos del tratado les daban un plazo de dos años para emigrar. Durante ese plazo, las protestas contra el tratado continuaron. En la primavera de 1838, el jefe Ross presentó una petición con más de 15.000 firmas de cheroquis, pidiendo al Congreso que invalidase el tratado. Muchos estadounidenses blancos estaban indignados por la dudosa legalidad del tratado y pedían al gobierno que no forzase a los cheroquis a emigrar. Sin embargo, a medida que la fecha tope para el traslado voluntario del 23 de mayo de 1838 se aproximaba, el nuevo presidente Van Buren encargó al general Winfield Scott (1786-1866) que preparara la operación de traslado a la fuerza. Scott llegó a New Echota el 17 de mayo al mando de 7.000 soldados. Comenzaron a acorralar a los cheroquis en Georgia el 26 de mayo de 1838; diez días después, las operaciones comenzaron en Tennessee, Carolina del Norte y Alabama. Durante tres semanas, unos 17.000 cheroquis, además de apro ximadamente unos 2.000 esclavos propiedad de los más ricos, fueron sacados a punta de pistola de sus casas y agrupados en campos, a menudo con lo puesto. Los soldados asaltaban las granjas y, a punta de bayoneta, conducían a las familias a las reservas. Los que intentaban escapar eran asesinados o apresados. Todos fueron reunidos en el desembarcadero de Ross (Chattanooga, Tennessee) y en el de Gunter (Calhoun, Tennessee). Desde ahí, fueron enviados al Territorio Indio. Los cheroquis recorrieron unos 1.285 kilómetros, la mayoría a pie, aunque otros a caballo, en tren o en barco. Mientras tanto, los hogares y posesiones de los cheroquis fueron saqueados. Sin demora, los colonos blancos se iban apoderando de sus tierras. El centro cultural y formativo de los indios, Spring Place Mission, fue convertido en una taberna para blancos. La milicia de Georgia destrozó la imprenta del Cheroqui Phoenix, auténtica seña de identidad de la tribu.

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En 1834, algunos jefes firmaron el Tratado de New Echota, por el cual se dictó la deportación forzosa de miles de cheroquis, en lo que se dio en llamar “el Sendero de Lágrimas”, durante el cual murieron no menos de 4.000 indios, la mayoría por desnutrición y enfermedades.

El éxodo fue durísimo. Los campos del camino estaban plagados de disentería y otras enfermedades, lo que ocasionó muchas muertes. Cuando ya habían partido tres grupos en tren, un grupo de cheroquis pidió al general Scott que esperase hasta que el tiempo más fresco hiciese el viaje menos arriesgado. El militar se avino a ello. Mientras tanto, el jefe Ross, aceptando finalmente la derrota, logró que la supervisión de lo que quedaba del traslado pasase a manos del Consejo Cheroqui. Aunque hubo algunas objeciones por parte del gobierno estadounidense debido al coste adicional, el general Scott concedió al jefe Ross un contrato para trasladar a los 11.000 cheroquis restantes. La marcha comenzó el 28 de agosto de 1838, con el grueso de indios divididos en 13 grupos con una media de 1.000 personas cada uno. Pese a que este último viaje supuso para todos los implicados una mejora en las condiciones, aún murieron muchos por enfermedad.

El número de personas fallecidas durante el que fue llamado Sendero de Lágrimas Cheroqui ha sido objeto de diferentes estimaciones. El gobierno federal hizo un recuento en su momento de 424 muertes; un doctor estadounidense que viajó con una partida calculó unos 2.000 fallecimientos en los campos y otros 2.000 en el tren; su total de 4.000 muertes permanece como la cifra más citada. Un estudio demográfico de 1973 estimó un total de 2.000 defunciones; otro, de 1984, concluyó que fueron 8.000. Durante la marcha, se dice que los cheroquis no dejaron de cantar “Amazing Grace” (“Gracia Increíble”) para levantar la moral. Se escribieron las letras en el idioma cheroqui y la canción se convirtió en una especie de himno nacional para el pueblo cheroqui.

Los trasladados se asentaron inicialmente cerca de Tahlequah, Territorio Indio. La confusión política que ocasionó el Tratado de New Echota y el Sendero de Lágrimas condujeron a los asesinatos del alcalde Ridge, John Ridge y Elias Boudinot. Al llegar a su destino, las familias fueron separadas. Las tierras no resultaban apropiadas para las técnicas de cultivo que conocían los cheroquis y también la caza era otra. Tropezaron, además, con la hostilidad de los indios de las llanuras, que habían sido obligados a cederles parte de sus tierras. Se encontraban ciertamente, al final del sendero.

Tal vez unos 1.000 cheroquis evadieron a los soldados y se instalaron en Georgia y otros estados. De entrada, los que vivían en terrenos privados propios no estuvieron sujetos al traslado forzoso. En Carolina del Norte, unos 400 cheroquis vivían en terrenos de las Grandes Montañas Humeantes, propiedad de un hombre blanco llamado William Holland Thomas, adoptado por los cheroquis, y también quedaron fuera del traslado.

El Sendero de Lágrimas o, en idioma cheroqui Nunna daul Isunyi (“el camino en que lloramos”), es considerado comúnmente como uno de los episodios más lamentables de la historia estadounidense. Pero no fue un suceso único en el desarrollo de las guerras indias en el Este de Norteamérica ni, como veremos enseguida, en la mitad occidental del subcontinente, cuando los estadounidenses se volcaron a la conquista y colonización de las vastas tierras ignotas que se extendían desde la ribera occidental del Mississippi hasta la Costa Oeste del Pacífico.