No hay país en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos. El problema de la “barrera racial” o color line -en palabras de W.E.B. DuBois todavía coletea. Y el hecho de preguntar: ¿Cómo empezó? O, dicho de otra forma: ¿Es posible que blancos y negros convivan sin odio? va más allá de una cuestión de interés meramente histórico.
Si la historia puede ayudar a responder a estas preguntas, entonces los inicios de la esclavitud en América del Norte -un continente donde podemos identificar la llegada de los primeros blancos y los primeros negros- puede que nos proporcione algunas pistas.
En las colonias inglesas, la esclavitud pasó rápidamente a ser una institución estable, la relación laboral normal entre negros y blancos. Junto a ella se desarrolló ese sentimiento racial especial -sea odio, menosprecio, piedad o paternalismo- que acompañaría la posición inferior de los negros en América durante los 350 años siguientes -esa combinación de rango inferior y de pensamiento peyorativo que llamamos “racismo”.
Todas las experiencias que vivieron los primeros colonos blancos empujaron y presionaron para que se produjera la esclavitud de los negros.
Los virginianos de 1619 necesitaban desesperadamente mano de obra para cultivar suficiente comida como para sobrevivir. Entre ellos estaban los supervivientes del invierno de 1609–1610, el “tiempo de hambruna” o starving time, cuando, enloquecidos de hambre, erraban por los bosques en busca de frutos secos y bayas, abrieron las tumbas para comerse los cadáveres, y murieron en masa hasta que, de quinientos colonos, tan sólo quedaron sesenta.
Los virginianos necesitaban mano de obra para cultivar el trigo de la subsistencia y el tabaco para la exportación. Acababan de enterarse de cómo se cultivaba el tabaco, y, en 1617, enviaron a Inglaterra el primer cargamento. Cuando vieron que, al igual que todos los narcóticos asociados con la desaprobación social, se vendía a buen precio, los agricultores, tratándose de algo tan provechoso, no hicieron demasiadas preguntas -a pesar de llenarse la boca de religiosidad.
No podían obligar a los indios a trabajar para ellos como había hecho Colón. Los ingleses eran muchos menos y aunque pudiesen exterminar a los indios con sus sofisticadas armas de fuego, a cambio se verían expuestos a las masacres indias. No podían capturarlos y mantenerlos como esclavos; los indios eran duros, ingeniosos, desafiantes, y estaban tan adaptados a estos bosques como mal adaptados lo estaban los trasplantados ingleses.
Puede que haya habido una especie de rabia frustrada respecto a su propia ineptitud en comparación con la superioridad india para cuidarse y que esto haya predispuesto a los virginianos a ser amos de los esclavos. Edmund Morgan imagina su estado de ánimo mientras escribe en su libro American Slavery, American Freedom:
Si eras colono, sabías que tu tecnología era superior a la de los indios. Sabías que eras civilizado, y que ellos eran salvajes… Pero tu tecnología superior se había mostrado insuficiente para extraer nada. Los indios, en su aislamiento, se reían de tus métodos superiores y vivían de la tierra con más abundancia y con menos mano de obra que tú… Y cuando tu propia gente empezó a desertar para vivir con ellos, resultó ser demasiado… Así que mataste a los indios, les torturaste, quemaste sus poblados, sus campos de trigo. Eso probaba tu superioridad, a pesar de tus fallos. Y te despachaste igual con cualquiera de los tuyos que haya sucumbido a su salvaje modo de vida. Pero aun así, no cultivaste demasiado trigo.
La respuesta estaba en los esclavos negros. Era natural considerar a los negros importados como esclavos, aunque la institución de la esclavitud no se regularía ni se legalizaría hasta varias décadas después. En el año 1619 ya se había transportado un millón de negros de África a América del Sur y el Caribe, a las colonias portuguesas y españolas, para trabajar como esclavos. Cincuenta años antes del viaje de Colón, los portugueses llevaron diez negros africanos a Lisboa; y así empezó el comercio regular de esclavos. Los negros africanos ya llevaban cien años con la etiqueta de esclavos, aunque al principio, con el ansia que había por contar con una fuente regular de mano de obra, se les considerara como a objetos, como a cualquier cosa menos como a esclavos.
Como esclavos, los negros estaban indefensos, y eso hacía más fácil su captura. Los indios estaban en su propias tierras. Los blancos estaban en su entorno cultural europeo. A los negros se les había arrancado de su tierra y de su entorno cultural. Se les obligaba a vivir en una situación en que poco a poco quedaban exterminados sus hábitos lingüísticos, su forma de vestir, sus tradiciones y sus relaciones familiares, sólo dejando los desechos que los negros no perderían por su extraordinaria perseverancia.
¿Era inferior su cultura, y resultaba tan asequible a la destrucción?
A su manera, la civilización africana era tan avanzada como la europea. Según cómo, resultaba incluso más admirable; pero también comportaba crueldades, privilegios jerárquicos y una predisposición al sacrificio de vidas humanas en aras de la religión o el beneficio material. Era una civilización de 100 millones de almas que usaba utensilios de hierro y que dominaba la agricultura. Tenía grandes aglomeraciones urbanas y podía alardear de grandes logros en el arte de hacer tejidos, en la cerámica y en la escultura.
Los exploradores europeos del siglo dieciséis quedaron impresionados con los reinos africanos de Tombouctou y Mali, ya estables y organizados en un tiempo en que los estados europeos justo empezaban a convertirse en naciones modernas.
África tenía una especie de feudalismo, basado en la agricultura como en Europa, con jerarquías de señores y vasallos. Pero el feudalismo africano no provenía, como en Europa, de las sociedades esclavistas de Grecia y Roma, que habían destruido la antigua vida tribal. En África, la vida tribal todavía prosperaba, y algunos de sus mejores rasgos -un espíritu comunitario, más generosidad en las leyes y los castigos- todavía subsistían. Y debido al hecho de que los señores carecían de las armas que tenían los europeos, la obediencia les resultaba más difícil de conquistar.
En Inglaterra, incluso en fechas tan tardías como 1740, a un niño se le podía ahorcar por robar un trapo de algodón. Pero en el Congo persistía la vida comunal, la idea de la propiedad privada les resultaba extraña, y se castigaban los robos con multas o diferentes grados de servidumbre. Una vez un líder congoleño, al saber de los códigos legales portugueses, preguntó a un portugués en tono burlón: “¿Qué castigo hay en Portugal para el que pone los pies en el suelo?”
En los estados africanos existía la esclavitud, y a veces los europeos utilizaban este hecho para justificar su propio comercio de esclavos. Pero, tal como apunta Basil Davidson (The Áfrican Slave Trade), los “esclavos” de África se asemejaban más a los siervos de Europa -o sea, eran como la mayoría de la población de Europa. Era una dura servidumbre, pero gozaban de derechos que no tenían los esclavos llevados a América, y eran “del todo diferentes al ganado humano de los barcos negreros y las haciendas americanas”.
La esclavitud africana carecía de dos de los elementos que hacían de la esclavitud americana la forma más cruel de esclavitud de la historia: el frenesí de beneficio ilimitado que nace de la agricultura capitalista y la reducción del esclavo a un rango infrahumano con la utilización del odio racial, con esa impenitente claridad basada en el color, donde el blanco era el amo y el negro el esclavo.
De hecho, los negros de África se encontraban especialmente indefensos cuando se les desarraigaba porque provenían de una cultura estable, de costumbres tribales y lazos familiares, de vida comunal y rituales tradicionales. Eran capturados en el interior (frecuentemente sus raptores eran negros que participaban en el comercio de esclavos), vendidos en la costa, y metidos en corrales junto con negros de otras tribus que a menudo hablaban en idiomas diferentes.
Al negro africano, las condiciones de captura y venta le confirmaban de forma abrumadora su posición indefensa ante una fuerza superior. Las marchas hacia la costa a veces sobrepasaban los 1.500 kilómetros. Las personas iban cargadas con grilletes en el cuello y eran hostigadas mediante el látigo y el fusil. Eran marchas de la muerte, en las que morían dos de cada cinco negros. En la costa eran recluidos en jaulas hasta su selección y venta.
Entonces los amontonaban en los barcos negreros, en espacios que casi no superaban las dimensiones de un ataúd. Se les encadenaba en los fondos oscuros y asquerosos de los barcos, y se ahogaban en la peste de sus propios excrementos.
En una ocasión, al oír un fuerte ruido que provenía de las bodegas donde yacían encadenados los negros, los marineros abrieron las escotillas y encontraron a los esclavos en diferentes estados de ahogo, muchos de ellos muertos, unos habiendo matado a otros en sus desesperados intentos de respirar. Los esclavos a menudo saltaban por la borda para ahogarse antes que seguir sufriendo. Según un observador, la cubierta de una bodega de un barco negrero estaba “tan cubierta de sangre y mucosa que parecía un matadero”.
En estas condiciones puede que murieran uno de cada tres negros transportados por mar, pero las enormes ganancias (a menudo el doble de la inversión realizada en un viaje) hacía que al negrero le resultase beneficioso. Los negros, pues, eran amontonados en las bodegas como si fueran pescado.
Los primeros en dominar el comercio de esclavos fueron los holandeses, y luego los ingleses. (En 1795, Liverpool ya tenía más de cien barcos negreros y controlaba la mitad de todo el comercio negrero de Europa.) Algunos americanos de Nueva Inglaterra se apuntaron al negocio, y en 1637 el primer barco negrero americano, llamado Desire, zarpó de Marblehead. Sus bodegas estaban divididas en cubículos de sesenta centímetros por ciento ochenta, con grilletes y barras para las piernas de los esclavos.
En 1800 ya se habían transportado entre 10 y 15 millones de negros como esclavos a las Américas, quizás la tercera parte de los capturados inicialmente en África. Se estima que en esos siglos que consideramos el inicio de la civilización occidental moderna, África perdió aproximadamente 50 millones de seres humanos. Unos morirían y los otros serían convertidos en esclavos de los negreros y de los propietarios de haciendas de Europa Occidental y de América, en los países considerados como los más avanzados del mundo.
Con todos estos factores -la desesperada búsqueda de mano de obra por parte de los colonos de Jameston, la imposibilidad de usar a los indios y las dificultades que comportaba usar a los blancos, la disponibilidad de los negros, ofrecidos en cantidades cada vez mayores por los ávidos comerciantes de carne humana, y con la sumisión de unos negros que habían pasado por un infierno que, si no les había matado, tenía que haberles dejado en un estado de total vulnerabilidad tanto psíquica como fisicamente- ¿puede extrañar a alguien que estos negros estuvieran maduros para ser esclavos?
En estas circunstancias, incluso si a algunos negros se les consideraba como criados, ¿se trataría igual a los criados negros que a los criados blancos?
Las evidencias que emanan de los informes judiciales de la Virginia colonial nos muestran que en 1630 se ordenó que a un hombre blanco llamado Hugh Davis “se le dieran unos buenos latigazos por abusar de sí mismo y ensuciar su cuerpo al yacer con un negro”. Diez años después, seis criados y “un negro del Sr. Reynolds” intentaron huir. Mientras que los blancos recibieron penas menores, la pena para Emanuel el Negro fue que “recibiese treinta latigazos y que se le marcase la letra ‘R’ en la mejilla con un hierro, y que trabajase un año o más con grilletes, según mande su amo”.
Esta desigualdad de trato, esta combinación cada vez más desarrollada de menosprecio y opresión, sentimiento y acción que llamamos “racismo”, ¿era el resultado de una antipatía “natural” del blanco hacia el negro? Si no se puede demostrar que el racismo sea natural, entonces será que nace de ciertas condiciones que estamos obligados a eliminar.
Todas las condiciones para negros y blancos en la América del siglo diecisiete estaban claramente dirigidas hacia el antagonismo y los malos tratos. En tales condiciones, la más mínima muestra de humanidad entre razas podría considerarse una prueba de una tendencia humana básica hacia el sentimiento comunitario.
A pesar de las ideas preconcebidas sobre lo negro, que en la lengua inglesa sugiere algo así como “sucio” o “siniestro” (Diccionario Inglés de Oxford), a pesar de la especial subordinación de los negros en las Américas del siglo diecisiete, hay evidencias de que ahí donde blancos y negros compartían problemas en común, un trabajo en común, o un amo enemigo común, se trataron entre sí como iguales.
El origen del rápido crecimiento de la esclavitud en las haciendas se puede encontrar en algo que no es un rechazo racial natural, sino en que el número de blancos inmigrantes, fuesen libres o criados contratados (con contratos de cuatro a siete años) no era suficiente para satisfacer sus necesidades. En 1700, ya había 6.000 esclavos en Virginia, lo que equivalía al 8,3% de la población. En 1763 había 170.000 esclavos, lo cual equivalía, aproximadamente, a la mitad de la población.
Desde el principio, los negros importados se resistieron a la esclavitud en las condiciones más difíciles, bajo pena de mutilación o muerte. Las insurrecciones organizadas fueron contadas. Su negación a la sumisión se manifestaba más a menudo con la huida. Más frecuentes eran los sabotajes, las huelgas de brazos caídos y otras formas sutiles de resistencia que afirmaban su dignidad como seres humanos aunque sólo fuese ante sí mismos y ante sus hermanos.
Un estatuto virginiano de 1669 se refería a “la terquedad de muchos de ellos” y en 1680 la Asamblea tomó nota de la celebración de reuniones de esclavos “bajo pretexto de fiestas y reyertas” que se consideraba como “una consecuencia peligrosa”. En 1687, en el virginiano Northern Neck, se descubrió un complot en el que los esclavos pretendían matar a todos los blancos de la zona y escapar durante un funeral multitudinario.
Los esclavos que habían llegado más recientemente y que todavía conservaban la herencia de su sociedad comunal tendían a escapar por grupos. Intentaban establecerse en poblados de fugitivos en el desierto o en la frontera. En cambio los esclavos nacidos en América solían escaparse solos. Con las habilidades que habían aprendido en la hacienda, intentaban arreglárselas como hombres libres.
En los periódicos coloniales ingleses, un informe de 1729 del teniente gobernador de Virginia al Comité Británico del Comercio habla de la manera en que “unos negros, cerca de quince… hicieron un plan para escapar de su amo y establecerse en la fortaleza de las montañas circundantes. Habían encontrado los medios con que provisionarse de armas y munición, y se llevaron provisiones, ropa, mantas y herramientas de trabajo… Aunque esta intentona ha quedado felizmente desbaratada, debería de despertarnos a la necesidad de tomar medidas efectivas…”
En 1710, el gobernador Alexander Spotswood avisó a la Asamblea de Virginia con las siguientes palabras:
… la libertad lleva un gorro que, sin lengua, puede convocar a todos los que suspiran por liberarse de los grilletes de la esclavitud y como tal, una insurrección seguramente traería las consecuencias más funestas. Por lo tanto creo que debemos prevenirnos contra ellos sin pérdida de tiempo, tanto mejorando nuestros sistemas defensivos como introduciendo una ley que prohiba las reuniones entre negros.
Efectivamente, si tenemos en cuenta la dureza del castigo a los fugitivos, el hecho de que tantos negros se escaparan debe tomarse como señal de un poderoso espíritu rebelde. Durante todo el siglo XVIII, el código virginiano de la esclavitud incluía lo siguiente:
Si se atrapa al esclavo… el juzgado del condado tendrá competencias para imponer castigos al esclavo en cuestión, bien sea por desmembramiento o cualquier otra forma de castigo… que a su discreción considerase adecuado, para la reforma de tal incorregible esclavo, y para aterrorizar a los demás de tales prácticas…
El miedo a las revueltas de esclavos parece haber sido un factor permanente en la vida de las haciendas. William Byrd, un rico negrero virginiano, escribió en 1736:
Ya contamos con por lo menos 10.000 de estos hombres descendientes de Ham, listos para portar armas, y su cantidad crece de día en día, tanto por nacimientos como por importación. Y en el caso de que apareciese un hombre de fortuna desesperada, pudiera ser que engendrase una guerra de esclavos con más suerte que Catalin… para teñir de sangre nuestros anchos ríos.
Los amos de los esclavos desarrollaron un sistema complejo y poderoso de control para mantener el abastecimiento de mano de obra y su estilo de vida, un sistema tan sutil como rudo. Empleaban todas las artimañas que usan las clases poderosas para mantener el poder y la riqueza en su sitio.
El sistema era psicológico y físico a la vez. A los esclavos se les enseñaba lo que era la disciplina, y se les recordaba contínuamente el concepto de su propia inferioridad, de que habían de “conocer su lugar”, de ver lo negro como señal de subordinación, de tener miedo al poder del amo, de aunar sus intereses con los de él, destruyendo así sus necesidades individuales. Para lograr esto se contaba con la disciplina del duro trabajo, la ruptura de la familia esclava, los efectos anestesiantes de la religión (que a veces llevaba a lo que un negrero denominó “las grandes travesuras”), el fomento de la desunión entre esclavos catalogándolos o bien como esclavos de campo o bien como esclavos domésticos -algo más privilegiados éstos- y finalmente, la fuerza de la ley y el poder inmediato del capataz para recurrir a los latigazos, quema, mutilación o muerte de los esclavos.
A pesar de todo, había rebeliones -no muchas, pero sí las suficientes como para crear un miedo persistente entre los colonos blancos.
Una carta enviada a Londres desde Carolina del Sur en 1720 contiene la siguiente información:
Acto seguido os he de informar que últimamente se ha sabido de un complot demoníaco y salvaje de los negros que pretendían asesinar a toda la gente blanca del país para entonces tomar Charles Town por la fuerza. Pero Dios quiso que se descubriera y muchos fueron capturados, algunos quemados en la hoguera, otros ahorcados y los demás expulsados del territorio.
Herbert Aptheker, que realizó un estudio en profundidad sobre la resistencia de los esclavos en América del Norte para su libro American Negro Slave Revolts, encontró unos 250 casos en que habían intervenido un mínimo de diez esclavos en casos de revuelta o conspiración.
De vez en cuando estaban involucrados blancos en los movimientos de resistencia de los esclavos. En 1663, una fecha muy temprana, criados blancos contratados y esclavos negros del condado de Gloucester en Virginia conspiraron para rebelarse y ganar su libertad. Hubo un chivatazo, y el episodio acabó en ejecuciones.
En Nueva York, en 1741, había diez mil blancos en la ciudad y dos mil esclavos negros. El invierno había sido duro y los pobres -esclavos y hombres libres- habían sufrido mucho. Cuando se declararon una serie de incendios, se acusó a blancos y negros de conspirar conjuntamente. Se produjo una reacción de histeria colectiva en contra de los acusados. Después de un juicio lleno de confesiones forzadas y las terribles acusaciones de los chivatos, ejecutaron a dos hombres blancos y a dos mujeres del mismo color, ahorcaron a dieciocho esclavos y quemaron a trece más en la hoguera.
Sólo había un temor más profundo que el temor a la rebelión negra en las nuevas colonias americanas. El temor a que los blancos descontentos se unieran a los esclavos negros para derrocar el orden existente. En los primeros tiempos de la esclavitud y antes de que el racismo se hubiera atrincherado como actitud mental, mientras a los criados blancos contratados se les trataba igual de mal que a los esclavos negros, existía la posibilidad de esa cooperación.
Por lo tanto se tomaron medidas en ese sentido. En aproximadamente el mismo período que la Asamblea de Virginia aprobaba los códigos para la esclavitud, con su disciplina y sus castigos, Edmund Morgan escribía:
Habiendo proclamado la clase dirigente virginiana que todos los hombres blancos eran superiores a los negros, acto seguido ofreció a sus inferiores sociales (pero blancos) ciertos beneficios que antes se les habían negado. En 1705 se aprobó una ley que obligaba a los amos a dar 350 kilos de maíz, treinta chelines y un fusil a los criados blancos cuando vencían sus contratos, mientras que las mujeres recibían 500 kilos de maíz y cuarenta chelines. A los criados recién liberados se les daba, además, 50 acres de terreno.
Morgan concluye: “Una vez que el pequeño colono se sintió menos presionado por los impuestos y empezó a prosperar un poco, se volvió menos inestable, menos peligroso, más respetable. Empezó a ver a su vecino mayor no como un extorsionista sino como un protector poderoso de sus intereses comunes”.
Ahora se nos aparece una compleja telaraña de hilos históricos para enredar a los negros en el mundo de la esclavitud en América: la desesperación de los colonos hambrientos, la especial vulnerabilidad del africano desarraigado, el poderoso incentivo del beneficio para el negrero y el colono, la tentación del rango superior para los blancos pobres, los controles complejos contra la huida y la rebelión, el castigo legal y social del colaboracionismo entre negro y blanco.
Hay que insistir en que los elementos de esta telaraña son históricos, no “naturales”. Esto no significa que se puedan desenmarañar ni desmantelar con facilidad. Sólo quiere decir que existe la posibilidad de algo diferente, en condiciones históricas que todavía no se han dado. Y una de estas condiciones sería la eliminación de esa explotación de clase que ha hecho que el blanco pobre aspire a pequeñas subidas de rango social, cosa que ha impedido la necesaria unidad entre negro y blanco para la rebelión conjunta y la reconstrucción.
En el año 1700, aproximadamente, la Casa de Diputados de Virginia declaraba:
Los criados cristianos de este país son en gran parte gente de la peor calaña de Europa. Y como se han importado tales cantidades de oriundos de Irlanda y otras naciones, de los cuales muchos han servido como soldados en las últimas guerras, en nuestras actuales circunstancias apenas podemos gobernarlos, y si se les armara y tuvieran la ocasión de unirse a través de un llamamiento, tenemos fundadas razones para pensar que pudieran rebelarse.
Era una especie de conciencia de clase, de miedo de clase. En la primitiva Virginia, y en las demás colonias, estaban pasando cosas que así lo atestiguaban.