En 1676, setenta años después de la fundación de Virginia y cien años antes de que liderara la Revolución Americana, la colonia se enfrentaba a una rebelión en la que se habían unido colonos fronterizos blancos, esclavos y criados; era una rebelión tan amenazadora que el gobernador tuvo que huir de una Jamestown -la capital- envuelta en llamas. Inglaterra decidió enviar mil soldados del otro extremo del Atlántico con la esperanza de restablecer la paz entre los cuarenta mil colonos. Esta fue la rebelión de Bacon. Después de la represión del levantamiento, la muerte de su líder -Nathaniel Bacon- y el ahorcamiento de sus colaboradores, un informe de la Comisión Real describió a Bacon de esta forma:
… Sedujo a la gente más vulgar e ignorante para que le creyera (dos terceras partes de la gente del condado son de ese pelaje), y así todos sus corazones y sus esperanzas estaban puestos en Bacon. Acto seguido acusó al Gobernador de negligencia y maldad, de traición e incapacidad, tildó de injustos y opresivos las leyes y los impuestos e hizo un llamamiento sobre la necesidad que había de cambio.
La Rebelión de Bacon empezó con un conflicto sobre la manera en que se había de tratar a los indios, que estaban cerca, en la frontera occidental, siempre en actitud amenazante. Los blancos que no habían sido tomados en cuenta en el momento del reparto oficial de enormes porciones de tierra en las proximidades de Jamestown, se habían desplazado hacia el oeste para encontrar nuevas tierras, pero ahí habían topado con los indios. ¿Estaban resentidos esos virginianos de la zona fronteriza con el hecho de que los politicastros y la aristocracia terrateniente que controlaban el gobierno colonial en Jamestown les hubieran empujado hacia el oeste y el territorio indio, para luego mostrarse remisos a la hora de luchar contra esos indios? Eso podría explicar la naturaleza de su rebelión, que no se puede clasificar a la ligera ni de anti-aristocrática, ni de anti-india, porque era ambas cosas a la vez.
¿Se mostraban más conciliadores el gobernador William Berkeley y su cuadrilla de Jamestown con los indios (sedujeron a varios para que les hicieran de espías y aliados) ahora que habían monopolizado los ya desarrollados territorios del este virginiano? El frenesí del gobierno para suprimir la rebelión parecía tener un doble motivo: el desarrollo de una política respecto a los indios que les dividiera para su mejor control, y el hecho de enseñar a los blancos pobres de Virginia que la rebelión no llevaba a ninguna parte. Esto lo consiguió con un alarde de fuerzas superiores, con la petición de tropas de la mismísima Inglaterra, y con los ahorcamientos en masa.
Corrían tiempos difíciles en 1676. “Había auténtica angustia social, pobreza de verdad… Todas las fuentes contemporáneas hablan del hecho de que la gran masa vivía en condiciones económicas muy difíciles”, escribió Wilcomb Washburn, un estudioso que ha hecho un trabajo exhaustivo sobre la Rebelión de Bacon basándose en el estudio de la documentación colonial británica.
Bacon tenía un buen pedazo de tierra, y probablemente sentía más entusiasmo por la matanza de indios que por el alivio de las necesidades de los pobres. Pero se convirtió en un símbolo del resentimiento masivo contra el establishment virginiano, y fue elegido para la Casa de Diputados en la primavera de 1676. Cuando insistió en la organización de destacamentos armados para luchar contra los indios, fuera del control oficial, Berkeley le acusó de rebeldía y lo hizo apresar, con lo cual dos mil virginianos entraron en Jamestown para prestarle su apoyo. Berkeley soltó a Bacon a cambio de pedir perdón, pero Bacon marchó, junto a sus milicianos, y empezó a atacar a los indios.
“La Declaración del Pueblo”, redactada por Bacon en julio de 1676, muestra una mezcla de resentimiento populista contra los ricos y de odio fronterizo hacia los indios. Acusaba a la administración de Berkeley de infligir impuestos injustos, de nombrar “a dedo” a los altos cargos, de monopolizar el comercio de castores y de no proteger a los agricultores occidentales de los indios.
Pero en otoño, Bacon -que entonces tenía veintinueve años- enfermó y murió, porque -en palabras de un contemporáneo suyo- “montones de malos bichos habitaban en su cuerpo”.
Después de aquello la rebelión no duró mucho. Una nave provista de treinta cañones empezó a recorrer el río York, convirtiéndose así en el garante del orden. Su capitán, Thomas Grantham, usó la fuerza y el engaño para desarmar a las últimas huestes rebeldes. Al llegar a la principal guarnición de los rebeldes, se encontró con cuatrocientos ingleses y negros armados, una mezcla de hombres libres, criados y esclavos. Prometió el perdón para todos y la concesión de libertad a los esclavos y criados, pero cuando embarcaron en la nave, los apuntó con sus grandes cañones, los desarmó, y, finalmente, entregó a los esclavos y a los criados a sus amos. Las restantes guarniciones fueron vencidas de una en una. Veintitrés líderes rebeldes fueron ahorcados.
En Virginia había una compleja cadena de opresión. Los poblados indios eran saqueados por los blancos de la frontera, que a su vez padecían los impuestos y el control de la élite de Jamestown. Y toda la colonia era explotada por Inglaterra, que compraba el tabaco de los colonos al precio que ella dictaba y que para el rey suponían 100.000 libras anuales.
Según el testimonio del propio gobernador, la rebelión contra él contaba con el abrumador apoyo de la población virginiana. Un miembro de su Consejo informó de que la deserción era “casi general”, y la atribuyó a las “perversas disposiciones de algunas personas de actitud temeraria” que tenían “la vana esperanza de sustraer el país al control de Su Majestad y de apoderarse de él”. Otro miembro del Consejo del Gobernador, Richard Lee, apuntó que la Rebelión de Bacon se había producido por el tema de la política india. Pero las “arduas inclinaciones de la multitud” en favor de Bacon se debían, decía, a las esperanzas que tenían de “equipararse”.
“Equipararse”1 quería decir, simplemente, redistribuir equitativamente la riqueza. El espíritu de la “equiparación” era el trasfondo de numerosísimas acciones protagonizadas por los blancos pobres contra los ricos en todas las colonias inglesas durante el siglo y medio que precede a la Revolución.
Los criados que se unieron a la Rebelión de Bacon formaban parte de una extensa subclase de blancos muy pobres que llegaban a las colonias norteamericanas desde las ciudades europeas y cuyos gobiernos anhelaban su marcha. En Inglaterra, el desarrollo del comercio y del capitalismo en los siglos XVI y XVII, más el cercado de las tierras para la producción de lana, llenaron las ciudades de vagabundos. A partir del reinado de Isabel, se introdujeron leyes para castigarlos, encerrarlos en talleres de trabajos forzados o deportarlos.
En los siglos XVII y XVIII, a causa del exilio forzado, los engaños, las promesas, las mentiras y secuestros, unido a la necesidad urgente de escapar de las condiciones de vida en su país natal, los pobres que buscaban un pasaje a América se convirtieron en fuente de ingresos para negociantes, comerciantes, capitanes de navío, y, finalmente, para sus amos de América.
Después de firmar contratos en los que los inmigrantes aceptaban el pago de su pasaje a cambio de trabajar cinco o siete años para el amo, a menudo se les llevaba a la prisión hasta que zarpase el barco. Así no se escapaban. En el año 1619, la Casa de los Diputados de Virginia, nacida ese año como primera asamblea representativa de América (también fue el año de las primeras importaciones de esclavos negros), se encargó de estipular el registro y el cumplimiento de los contratos entre criados y amos. Como en todo contrato entre poderes desiguales, aunque en la documentación las partes aparecieran como iguales, el cumplimiento resultaba mucho más fácil para el amo que para el criado.
El viaje a América duraba ocho, diez o doce semanas, y los criados eran amontonados en los barcos con el mismo afán por conseguir beneficios que regía a los barcos negreros. Si el tiempo era malo, y el viaje duraba demasiado, se quedaban sin comida. Gotlieb Mittelberger, un músico que viajó de Alemania a América en 1750, escribió acerca del viaje:
Durante el viaje el barco se ve asediado por terribles señales de aflicción - pestes, humos, horrores, vómitos, diferentes modalidades de mareo, fiebres, disentería, dolores de cabeza, calor, estreñimiento, furúnculos, escorbuto, cáncer, podredumbre bucal, y otras penalidades- todas ellas causadas por estar la comida pasada y demasiado salada, especialmente la carne, así como por el estado malo y sucio del agua… Añadan a esto la escasez de comida, el hambre, la sed, la escarcha, el calor, la humedad, el miedo, la miseria, la vejación, los lamentos y otros problemas… A bordo de nuestro barco, un día que tuvimos una gran tormenta, había una mujer que debía dar a luz, pero que en esas condiciones no podía. Pues la echaron al mar por una de las escotillas…
A los criados contratados se les compraba y vendía como a los esclavos. Un anuncio aparecido en el Virginia Gazette, el 28 de marzo de 1771, rezaba así:
Acaba de llegar en Leedstown el barco Justitia, con cerca de cien criados sanos, hombres, mujeres y niños… La venta empezará el martes 2 de Abril.
En contraste con las descripciones optimistas de las condiciones de vida -supuestamente mejores en América- hay que referirse a muchas otras, como la contenida en una carta de un inmigrante en América: “El que esté bien en Europa hará bien en quedarse ahí. Aquí hay miseria y aflicción, como en todas partes, y para ciertas personas y condiciones, incomparablemente más que en Europa”.
Los azotes y los latigazos eran frecuentes. Las criadas sufrían violaciones.
En Virginia, en la década de 1660 a 1670, un amo fue acusado de violar a dos criadas. También se sabía que azotaba a su propia mujer y a sus hijos; había dado latigazos a otro criado, y lo había encadenado hasta que murió. El tribunal regañó al amo, pero fue absuelto de los cargos de violación a pesar de lo evidente de las pruebas.
El amo intentaba controlar por completo la vida sexual de los criados. Le interesaba impedir que las criadas se casaran o tuvieran relaciones sexuales porque los embarazos interferían con el trabajo. Benjamin Franklin, que firmaba con el seudónimo Poor Richard (pobre Ricardo), dio su consejo a los lectores en 1736: “Que su criada sea fiel, fuerte y domesticada”.
A veces los criados organizaban rebeliones, pero no se produjeron en el continente las conspiraciones a gran escala que existieron, por ejemplo, en la isla de Barbados en las Antillas.
A pesar de la escasez de las rebeliones de criados, siempre existía la amenaza, y los amos tenían miedo. Después de la Rebelión de Bacon, permanecieron en Virginia dos compañías para prevenir futuros problemas. Su presencia fue justificada en un informe dirigido a la Diputación del Comercio y de las Colonias (Lords of Commerce and Plantation). Decía: “Hoy en día Virginia es pobre y está más poblada que nunca. Hay mucho miedo a un levantamiento de los criados, debido a sus severas carencias y su falta de ropa; puede que saqueen los almacenes y los navíos”.
La huída resultaba más fácil que la rebelión. Richard Morris ha realizado una inspección de la prensa colonial del siglo XVIII e informa en su libro Government and Labor in Early América: “Los criados blancos protagonizaron múltiples casos de huida en masa en las colonias sureñas… El ambiente de la Virginia del siglo XVII estaba cargado de conspiraciones y rumores de intentos de huida por parte de los criados”.
El mecanismo de control era muy elaborado. Los extraños tenían que mostrar pasaportes o certificados para demostrar que eran hombres libres. Había acuerdos entre colonias para la extradición de criados fugitivos. Estos llegaron a ser la base de la cláusula de la Constitución estadounidense que estipula que las personas “empleadas en el servicio o en el trabajo en un Estado… y que escaparan a otro… serán devueltas…”
A veces los criados se declaraban en huelga. En 1663, un amo de Maryland se quejó al Tribunal Provincial diciendo que sus criados “se habían negado de forma premeditada y firme, a hacer sus labores ordinarias”. Los criados respondieron que sólo se les alimentaba con “alubias y pan” y que estaban “tan endebles que no podemos realizar el trabajo que nos manda”. El juez les condenó a recibir treinta latigazos.
Más de la mitad de los colonos que llegaron a las costas norteamericanas en el período colonial lo hicieron en condición de criados. En el siglo XVII fueron mayoritariamente ingleses; irlandeses y alemanes en el XVIII. Con el tiempo, al huir en busca de la libertad o al acabar sus contratos, fueron reemplazados cada vez más por esclavos. No obstante, en 1755, los criados blancos todavía representaban el 10% de la población de Maryland.
¿Qué ocurría con estos criados cuando ganaban su libertad? Hay versiones optimistas que hablan de su ascensión a la prosperidad, llegando a ser terratenientes y figuras destacadas. Pero Abbott Smith, después de un minucioso estudio (Colonists in Bondage), llega a la conclusión que la sociedad colonial “no era democrática y nada igualitaria; estaba dominada por hombres que tenían suficiente dinero como para conseguir que otros hombres trabajaran para ellos”. Además, “pocos de estos hombres eran descendientes de criados contratados, y casi ninguno había pertenecido él mismo a esta clase”.
Parece claro que las barreras de clase se fueron endureciendo durante el período colonial; la distinción entre rico y pobre se agudizó. En 1700 ya había cincuenta familias ricas en Virginia, con una riqueza equivalente a 50.000 libras (una suma inmensa en ese tiempo). Vivían del trabajo de los esclavos negros y de los criados blancos, tenían la propiedad de las haciendas, figuraban en el Consejo del Gobernador, y ejercían de magistrados en el juzgado local. En Maryland, los colonos eran gobernados por un propietario al cual el rey inglés había concedido el control total de la colonia. Entre 1650 y 1689 hubo cinco conatos de revuelta contra el propietario.
El estudio de Carl Bridenbaugh sobre las ciudades coloniales, Cities in The Wilderness, revela un sistema de clase absolutamente patente. Encontró que:
Los líderes del Boston primitivo eran caballeros de grandes fortunas quienes, en asociación con la iglesia, buscaban la reproducción en América de las relaciones sociales de la Madre Patria.
En 1630, en los albores de la colonia de la bahía de Massachusetts, el gobernador, John Winthrop, había definido así la filosofía de los gobernantes: “… en todas las épocas, algunos deben ser ricos, otros pobres; algunos elevados y eminentes en poder y dignidad, otros de condición baja y sumisa”.
Los comerciantes ricos construyeron mansiones; la gente “distinguida” viajaba en carruajes o en sillas de manos, se hacía pintar el retrato, llevaban pelucas y se saciaban de buena comida y vino de Madeira. En 1678 llegó una petición de la ciudad de Deerfield al Tribunal General de Massachusetts: “Quizá les complacerá saber que lo más selecto del territorio, la mejor tierra, el mejor emplazamiento al tratarse del mismo centro de la población, y en lo referente a la cantidad, casi la mitad pertenece a ocho o nueve propietarios…”
Nueva York era en el período colonial como un reino feudal. Los holandeses habían establecido un sistema de alquileres a lo largo del río Hudson, con enormes fincas, donde los barones controlaban por completo la vida de los arrendatarios. En 1689, muchas de las quejas de los pobres estuvieron presentes en la revuelta campesina de Jacob Leisler y su grupo. Pero Leisler fue ahorcado, y la parcelación de las enormes fincas continuó. Bajo el mandato del Gobernador Benjamin Fletcher, se concedió el 75% del territorio de Nueva York a unas treinta personas, y el gobernador regaló medio millón de acres a un amigo a cambio de un alquiler simbólico de 30 chelines.
En 1700 los mayordomos eclesiásticos de la ciudad de Nueva York pidieron fondos del consejo común porque “los gritos de los pobres y desvalidos -por su falta de alimentos- son muy hirientes”. En la década de 1730 a 1740, empezó a aumentar la demanda de instituciones para recluir a los “muchos mendigos que se permite vagar a diario por las calles”.
En 1737, una carta aparecida en el Journal neoyorquino de Peter Zenger, describía al pobre muchacho callejero de Nueva York como “un objeto de forma humana, medio muerto de hambre y frío, con ropa gastada en los codos y las rodillas, pelos de punta… De cuatro a catorce años, aproximadamente, pasan sus días en la calle… entonces les cogen de aprendices durante cuatro, cinco o seis años…”
En el siglo XVIII las colonias crecieron deprisa. A los colonos ingleses se les unieron escoceses, irlandeses y alemanes. Los esclavos negros llegaban en tromba; en 1690 equivalían al 8% de la población, y al 21% en 1770. En 1700 la población de las colonias ascendía a 250.000 habitantes, y en 1760 a 1.600.000. La agricultura estaba en expansión. También la industria a pequeña escala, el cabotaje y el comercio. Las grandes ciudades -Boston, Nueva York, Filadelfia, Charleston- doblaban y triplicaban sus poblaciones.
A pesar de todo este crecimiento, era la clase dirigente la que recibía la mayor parte de los beneficios y la que monopolizaba el poder político. En el Boston de 1770, una élite compuesta por el 1% de los terratenientes acumulaba el 44% de la riqueza.
En todas partes los pobres tenían que luchar por sobrevivir y por evitar la congelación en invierno. En la década de 1730 a 1740 todas las ciudades construyeron asilos, y no sólo para ancianos, viudas, discapacitados y huérfanos, sino para desempleados, veteranos de guerra y nuevos inmigrantes. A mediados de siglo, el asilo municipal de Nueva York, que tenía una capacidad para cien pobres, albergaba ya a cuatrocientos. Un ciudadano de Filadelfia escribió en 1748: “Resulta sorprendente el aumento que ha habido en la cantidad de mendigos en la ciudad este invierno”. En 1757, las autoridades de Boston hablaban de “una gran cantidad de pobres… que a duras penas pueden conseguir un poco de pan diario para ellos y sus familias”.
Las colonias, según parece, eran sociedades compuestas por clases en conflicto -un hecho que oculta el énfasis que ponen las historias tradicionales en la pugna externa contra Inglaterra y la unidad de los colonos en la Revolución. Por lo tanto, el país no “nació libre”, sino que nació esclavo y libre, criado y amo, arrendatario y terrateniente, pobre y rico. En consecuencia, las autoridades políticas tenían que actuar a menudo “de forma ruidosa y, a veces, violenta”, según Gary Nash. “Los brotes de disturbios marcaron el último cuarto del siglo diecisiete, derrocando los gobiernos establecidos de Massachusetts, Nueva York, Maryland, Virginia y Carolina del Norte”.
Los trabajadores blancos libres tenían una situación mejor que los esclavos y los criados, pero todavía les escocía el trato injusto que recibían de las clases dirigentes.
En 1713, una falta severa de alimentos en Boston provocó la alarma de la gente influyente de la ciudad en la Asamblea General de Massachusetts. Decían que la “amenazadora escasez de alimentos” había desembocado en unos precios tan extravagantes, “que las necesidades de los pobres en el invierno que se avecina serán acuciantes”. Andrew Belcher, un comerciante rico, exportaba grano al Caribe porque el beneficio que ahí sacaba era mayor. El 19 de mayo doscientas personas se manifestaron en el parque de Boston. Atacaron los navíos de Belcher, irrumpieron en sus almacenes en busca de grano, y mataron a tiros al teniente gobernador cuando intentó intervenir.
Entre 1730 y 1740, la gente de Boston protestó por los altos precios impuestos por los comerciantes y destrozó el mercado público de Dock Square. Al mismo tiempo -y tal como lo reflejó un crítico autor conservador- “murmuraban contra el Gobierno y la gente rica”. No se arrestó a nadie, después de que los manifestantes avisaran de que cualquier arresto provocaría “la respuesta de quinientos hombres conjurados” que destrozarían cualquier mercado creado para el beneficio de los comerciantes ricos.
Los ciudadanos de Boston también se manifestaron contra el reclutamiento forzoso que se llevaba a los hombres para el servicio naval. Rodearon la casa del gobernador, golpearon al sheriff, encerraron a su ayudante y tomaron por la fuerza la casa donde se reunía el Tribunal General. Cuando se ordenó a la milicia que redujera a los manifestantes, ésta no salió, y el gobernador tuvo que huir. La multitud fue condenada por un grupo de comerciantes, que la tildó de “asamblea violenta y tumultuosa de marineros extranjeros, criados, negros y otra gente de la peor calaña”.
Entre 1740 y 1750, los campesinos de Nueva Jersey que ocupaban y se disputaban terrenos con los terratenientes se rebelaron cuando se les exigió el pago de alquileres. En 1745 Samuel Baldwin, que llevaba años viviendo en un terreno cuyo título indio le confería la propiedad del mismo, fue arrestado, acusado de impago de alquiler al propietario y encarcelado en la prisión de Newark. Un contemporáneo describió lo que pasó entonces: “La gente de a pie, pensando que los propietarios pretendían arruinarlos… fue a la prisión, abrió las puertas y sacó a Baldwin”.
Durante este período, Inglaterra estaba luchando en varias guerras (la Guerra de la Reina Ana en los primeros años del siglo XVIII, la Guerra del Rey Jorge en la década de 1730 a 1740). Algunos comerciantes acumularon grandes fortunas en estas guerras, pero para la mayoría de la gente conllevaban impuestos más altos, desempleo, pobreza. Un panfletista anónimo de Massachusetts describió con ira la situación tras la Guerra del Rey Jorge: “La pobreza y el descontento se hacen patentes en todas las caras (excepto las finas caras de los ricos) y en todas las lenguas”. Habló de unos pocos hombres, alimentados por “la codicia del poder, la codicia de la fama” y “la codicia del dinero”, que se enriquecieron durante la guerra. “¿A quién puede extrañar que tales hombres puedan construir navíos y casas, comprar haciendas, arreglar sus carruajes y sus carros, vivir con todos los lujos, comprarse la fama, los puestos de honor?” Los tildó de “aves de presa, enemigos de toda comunidad -dondequiera que vivan”.
En 1747 hubo una revuelta contra el reclutamiento forzoso de marineros en Boston. La muchedumbre arremetió contra Thomas Hutchison, un comerciante rico y oficial colonial que había prestado su apoyo al gobernador para sofocar los disturbios, y que también diseñó un plan financiero para Massachusetts que parecía discriminar a los pobres. La casa de Hutchison ardió misteriosamente y se juntó una multitud en la calle que le insultaba y gritaba “¡Que se queme!”
En los años de la crisis revolucionaria, en la década de 1760 a 1770, la élite rica que controlaba las colonias británicas del continente americano ya tenía 150 años de experiencia. Había aprendido los principios del mando. Tenía varios temores, pero la verdad es que había desarrollado tácticas para enfrentarse con aquellos a quienes temían.
Además del problema de la hostilidad india y el peligro de las revueltas de esclavos, la élite colonial tenía que vérselas con la ira clasista de los blancos pobres -los criados, los arrendatarios, los pobres de las ciudades, los sintierra, los pagadores de impuestos, los soldados y los marineros. Al cumplir las colonias los cien años y al acercarse el ecuador del siglo XVIII, a medida que se abría la brecha entre ricos y pobres, al aumentar la violencia y la amenaza de violencia, el problema del control se hacía cada vez más grave.
¿Qué iba a pasar si se unían diferentes grupos odiados -los indios, los esclavos, los blancos pobres? Incluso antes de que hubiera tantos negros, en el siglo XVII había -en palabras de Abbott Smith- “un temor real de que los criados se unieran a los negros o a los indios para imponerse al reducido grupo de los amos”.
La Rebelión de Bacon resultó instructiva: era muy peligroso conciliar una población india en decadencia a expensas de causar las iras de una coalición de colonos fronterizos. Era mejor declarar la guerra a los indios, ganar el apoyo de los blancos y desbaratar cualquier posibilidad de enfrentamiento de clase a base de enfrentar a los blancos pobres con los indios. Así se aseguraba una mayor seguridad para la élite.
¿Podían confabularse negros e indios para enfrentarse al enemigo blanco?
En las Carolinas había más esclavos negros e indios -en las tribus cercanasque blancos; en la década de 1750 a 1760, 25.000 blancos se enfrentaban en la zona a 40.000 esclavos negros y a 60.000 indios creek, cherokee, choctaw y chickasaw.
Los dirigentes blancos de las Carolinas parecían ser conscientes de la necesidad de una política que, en palabras de uno de ellos, “hiciera marcarse mutuamente a los indios y los negros, para evitar que seamos masacrados por unos u otros debido a su población infinitamente mayor”. Así que se aprobaron leyes que prohibían a los negros libres viajar en territorio indio. Los tratados con las tribus indias contenían cláusulas que exigían la devolución de los esclavos fugitivos. El gobernador Lyttletown de Carolina del Sur escribía en 1738: “Este gobierno siempre ha tenido la política de crear animadversión en ellos (los indios) hacia los negros”.
Los negros huían hacia los poblados indios, y los creeks y los cherokees albergaban a centenares de esclavos evadidos. Muchos de ellos fueron asimilados en las tribus indias, se casaban y tenían hijos. Pero el control lo mantenía la combinación de duros códigos de esclavitud y los sobornos a los indios para que ayudaran a capturar a los negros rebeldes.
Era la combinación potencial de blancos pobres y negros que causaba más miedo entre los colonos blancos ricos. Si hubiera existido la repugnancia racial natural que algunos analistas han dado por hecho, el control hubiera resultado más fácil. Pero la atracción sexual era fuerte entre razas. En 1743 el gran jurado de Charleston, Carolina del Sur, denunció “la práctica harto común de las relaciones criminales con las esclavas y otras mujerzuelas esclavas en esta provincia”.
Lo que aterraba a la casta dirigente virginiana de la Rebelión de Bacon era que los esclavos negros y los criados blancos se unieran. A lo largo de esos primeros años, los esclavos blancos y negros y los criados huían juntos, como así lo demuestran las leyes aprobadas para impedirlo y los anales de los juzgados. Una carta escrita en las colonias sureñas en 1682 se quejaba del hecho de que no había “hombres blancos para vigilar a los negros, ni para reprimir una revuelta de negros”. Un informe de 1721 al gobierno inglés decía que “últimamente los esclavos negros han intentado -y casi consiguen- llevar a cabo una nueva revuelta… y, por lo tanto, quizá sea necesario… proponer alguna nueva ley para animar la contratación de más criados blancos en el futuro”.
Este temor puede ayudar a explicar la razón por la cual en 1717, el Parlamento institucionalizó la deportación al Nuevo Mundo como castigo legal para los crímenes cometidos. Después de esa fecha, se enviaron decenas de miles de reos a Virginia, Maryland y las otras colonias.
El racismo se estaba convirtiendo en algo cada vez más práctico. Edmund Morgan, basándose en su profundo estudio de la esclavitud en Virginia, no ve el racismo como algo “natural” en la diferenciación blanco-negro, sino algo que nace del desprecio de clase, un artefacto realista para el control. “Si los hombres libres desesperados hicieran causa común con los esclavos más temerarios, los resultados podrían ser peores que lo ocurrido con Bacon. La respuesta al problema… era el racismo, para separar, con una pantalla de menosprecio racial, a los blancos libres más peligrosos de los esclavos negros peligrosos”.
También hubo otra forma de control que adquirió importancia a medida que crecieron las colonias, y que tuvo consecuencias cruciales para el predominio continuado de la élite a lo largo de la historia americana. Al lado de los muy ricos y los muy pobres, se desarrolló una clase media blanca de pequeños colonos, agricultores independientes y artesanos urbanos que, a cambio de pequeñas recompensas por unirse con los comerciantes y los colonos potentes, se convertirían en un sólido antídoto contra la amenaza de los esclavos negros, los indios de la frontera y los blancos muy pobres.
Mientras que los ricos dominaban Boston, también había tareas políticas disponibles para los moderadamente ricos, como “cortadores de duelas”, “medidor de cestas carboneras”, “vigilante de cercas” etc. Aubrey Land encontró que en Maryland había una clase de pequeños colonos que no eran “beneficiarios” de la sociedad agrícola, como lo eran los ricos, pero que gozaban del honor de llamarse “colonos”, y que eran “ciudadanos respetables”.
En el Pennsylvania Journal de 1756 se puede leer: “La gente de esta provincia normalmente son de clase media, y actualmente de un mismo nivel social. Por lo general son agricultores emprendedores, artesanos o comerciantes…” El hecho de llamarles “la gente” equivalía a omitir a los esclavos negros, a los criados blancos y a los indios desplazados. Además, el término “clase media” ocultaba algo que durante largo tiempo ha sido verdad en este país. Como ya apuntara Richard Hofstadter, “era una sociedad de clase media gobernada en gran medida por las castas dominantes”.
Para gobernar, dichas castas dirigentes necesitaban hacer concesiones a la clase media sin comprometer su propia riqueza ni su propio poder. Esto se conseguía a costa de los esclavos, los indios, y los blancos pobres. La estrategia era la de comprar su lealtad. Y para fijar esa lealtad con algo todavía más poderoso que el beneficio material, entre 1760 y 1780 la casta dirigente encontró una artimaña tremendamente útil. Esa artimaña era el lenguaje de la libertad y de la igualdad: así podía reunir a los blancos suficientes como para afrontar una Revolución contra Inglaterra sin acabar ni con la esclavitud ni con la desigualdad.
1. “Levelling” en inglés. (N.del T.)