Capítulo 7

MIENTRAS CREZCA LA HIERBA Y CORRA EL AGUA

Si las mujeres, entre todos los grupos subordinados de una sociedad dominada por blancos ricos, eran las que más cerca estaban de casa (de hecho, estaban en la misma casa) -las más “interiores”, pues- los indios serían los más extraños, los más “exteriores”. Las mujeres, al estar tan cerca y ser tan necesarias, eran tratadas con más paternalismo que fuerza. Al indio, que era innecesario -incluso era un obstáculo- se le podía tratar con fuerza bruta, aunque a veces la quema de los poblados estuviera precedida de un lenguaje paternalista.

Y así, la “mudanza5 de los indios”, como amablemente la han llamado, despejó el territorio entre los montes Apalaches y el Mississippi para que fuera ocupado por los blancos. Se despejó para sembrar algodón en el Sur y grano en el Norte, para la expansión, la inmigración, los canales, los ferrocarriles, las nuevas ciudades y para la construcción de un inmenso imperio continental que se extendería hasta el Océano Pacífico. El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos, ni siquiera de forma aproximada. La mayoría de los libros de historia que se dan a los niños pasan de puntillas sobre esta época.

En la Guerra Revolucionaria, casi todas las naciones indias importantes lucharon del lado de los británicos. Sabían que si los británicos -que eran quienes habían establecido un límite a la expansión occidental de los colonos-perdían la guerra, no habría manera de contener a los americanos. Efectivamente, cuando Jefferson llegó a la presidencia en 1800, había 700.000 colonos blancos al oeste de las montañas. Jefferson entonces emplazó al gobierno a promocionar la futura “mudanza” de los creeks y los cherokees de Georgia. La actividad agresiva contra los indios fue en aumento en el territorio de Indiana durante el mandato del gobernador William Henry Harrison.

Cuando, con la compra a Francia del territorio de Luisiana en 1803, se dobló el tamaño de la nación -extendiendo de esta forma la frontera occidental desde los montes Apalaches, a través del Mississippi, hasta las montañas Rocosas- Jefferson propuso al Congreso que a los indios se les debería de animar a establecerse en territorios más reducidos y dedicarse a la agricultura. “… Se consideraron dos medidas urgentes. La primera era la de animarlos a que abandonaran la caza… En segundo lugar, se promocionaron las casas de comercio entre ellos… llevándoles de esta forma hacia la agricultura, la industria y la civilización…”

El vocabulario de Jefferson resulta revelador: “agricultura… industria… civilización”. La “mudanza” de los indios era necesaria para abrir el vasto territorio americano a la agricultura, al comercio, a los mercados, al dinero, al desarrollo de la economía capitalista moderna. Para todo esto, la tierra resultaba indispensable, así que después de la Revolución, los especuladores ricos, incluidos George Washington y Patrick Henry, compraron enormes áreas del territorio. John Donelson, un cartógrafo de Carolina del Norte, se hizo con 20.000 acres de tierra cerca de donde hoy se encuentra Chattanooga. Su yerno hizo veintidós viajes desde Nashville en el año 1795 para comprar tierras. Se llamaba Andrew Jackson.

Jackson era un especulador inmobiliario, comerciante, negrero y el más agresivo enemigo de los indios de la primitiva historia americana. Llegó a ser héroe de la Guerra de 1812, que no fue (como a menudo nos dan a entender los libros de texto americanos) simplemente una guerra por la supervivencia contra Inglaterra, sino una guerra para la expansión de la nueva nación hacia tierras de Florida, Canadá y el territorio indio.

Tecumseh, un jefe Shawnee y famoso orador, intentó unir a los indios contra la invasión blanca. “La tierra”, dijo, “pertenece a todos, para el uso de cada uno…”

Enfurecido cuando sus colegas indios se vieron obligados a ceder una gran porción de su territorio al gobierno de los Estados Unidos, Tecumseh organizó un gran encuentro indio en 1811. Reunió a cinco mil indios en la ribera del río Tallapoosa en Alabama, y les dijo: “¡Que perezca la raza blanca. Ellos nos toman las tierras; corrompen a nuestras mujeres, pisotean las cenizas de nuestros muertos! Hay que enviarles por un rastro de sangre al sitio de donde provinieron”.

Los indios creek ocupaban la mayor parte de Georgia, Alabama y Mississippi. En 1813 algunos de sus guerreros mataron a 250 personas en Fort Mims y seguidamente las tropas de Jackson quemaron un poblado creek, matando a hombres, mujeres y niños. Jackson estableció la táctica de prometer recompensas en tierras y botín.

Pero entre los hombres de Jackson hubo motines. Estaban cansados de la lucha y querían volver a casa. Jackson escribió a su mujer, hablando de “los antaño valientes y patrióticos voluntarios… reducidos… a la condición de meros quejicas, sediciosos y amotinados y llorones”. Cuando un tribunal militar condenó a muerte a un soldado de diecisiete años por haberse negado a limpiar su comida y por encañonar a un oficial, Jackson desoyó la petición de clemencia y ordenó que se llevara a cabo la ejecución. Pero se alejó para no oír los tiros.

Jackson se convirtió en un héroe nacional en 1814, cuando luchó en la batalla de Horseshoe Bend contra mil creeks, de los cuales mató a ochocientos, con pocas bajas entre los suyos. Sus tropas blancas habían fallado en el intento de atacar frontalmente a los creeks, pero los cherokees, a quienes había prometido la amistad del gobierno si se aliaban en la guerra, nadaron a través del río, atacaron a los creeks por la espalda, y ganaron la batalla para Jackson.

Cuando acabó la guerra, Jackson y sus amigos empezaron a comprar las tierras confiscadas a los creeks y Jackson se hizo nombrar comisario del tratado dictado en 1814, por el cual se dejaba a la nación creek sin la mitad de su territorio.

El tratado dio pie a algo nuevo e importante. Concedía a los indios la propiedad individual de la tierra, consiguiendo así abrir fisuras entre ellos, rompiendo la costumbre de la tenencia comunal de la tierra, sobornando a unos con tierras, dejando a otros sin ella, introduciendo entre ellos la competividad y la confabulación que marcaría el espíritu del capitalismo occidental. Se asociaba bien con la vieja idea jeffersoniana respecto a la manera en que se debía tratar a los indios, en base a su incorporación a la “civilización”.

Entre 1814 a 1824, en una serie de tratados con los indios del Sur, los blancos se apoderaron de las tres cuartas partes de Alabama y Florida, una tercera parte de Tennessee, una quinta parte de Georgia y Mississippi, y partes de Kentucky y Carolina del Norte. Jackson jugó un papel clave en estos tratados, con el uso del soborno, el engaño y la fuerza para apoderarse de más tierras; y además dio empleo a sus amigos y parientes.

Estos tratados y estas violaciones del territorio indio, permitieron la implantación del reino del algodón y el establecimiento de las fincas negreras.

Jackson había extendido las colonias blancas hasta la zona fronteriza de Florida, que era propiedad de España. Aquí yacían los poblados de los indios seminoles, y se refugiaban algunos esclavos negros. Con el pretexto de que era un santuario de esclavos fugitivos e indios saqueadores, Jackson empezó a realizar incursiones en Florida. Florida, según dijo, era esencial para la defensa de los Estados Unidos. Era el prólogo clásico a una guerra de conquista.

Así empezó la Guerra Seminoie de 1818, que acabó con la adquisición americana de Florida. Aparece en los mapas escolares con el lema discreto de “Compra de Florida, 1819” -pero en realidad nació de la expedición militar de Andrew Jackson más allá de las fronteras de Florida, quemando poblados seminoles y capturando fuertes españoles, hasta que España se vio “persuadida” de la necesidad de vender. Actuó, dijo, según las “inmutables leyes de la autodefensa”.

Así llegó Jackson a ser gobernador del territorio de Florida. Ahora podía dar buenos consejos comerciales a sus amigos y parientes. A un sobrino le aconsejó que se apoderara de propiedades en Pensacola y a un amigo, cirujano general del ejército, le aconsejó que comprara todos los esclavos que pudiera, porque el precio estaba a punto de subir.

Cuando dejó el ejército, también dio consejos a los oficiales sobre cómo tratar el tema de la alta incidencia de la deserción. (Los blancos pobres -incluso si inicialmente estaban dispuestos a dar sus vidas- puede que ya hubieran descubierto que las recompensas de la batalla eran para los ricos). Jackson recomendaba los azotes para los dos primeros intentos, y la ejecución para la tercera vez.

Si repasamos los libros de texto de la historia americana en los institutos y en las escuelas primarias, encontraremos al Jackson soldado fronterizo, demócrata y hombre del pueblo -no al Jackson negrero, especulador inmobiliario, ejecutor de soldados disidentes y exterminador de indios.

Después de la elección de Jackson como presidente en 1828 (después de John Quincy Adams, que siguió a Monroe, que había seguido a Madison, que había seguido a Jefferson), los dos partidos políticos eran los Demócratas y los Whigs, que no se ponían de acuerdo sobre el tema bancario y las tarifas, pero sí en los temas cruciales referidos a los blancos pobres, los negros, y los indios-aunque algunos trabajadores blancos veían a Jefferson como su héroe, porque se opuso al Banco del hombre rico.

Durante el mandato de Jackson y el del hombre que él mismo eligió para sucederle, Martin Van Buren, obligó a setenta mil indios a desplazarse desde sus tierras al este del Mississippi, hacia el oeste. En Nueva York quedó la Confederación Iroquesa. Pero expulsaron a los indios sac y fox de Illinois, después de la Guerra del Black Hawk (Halcón Negro). Cuando el jefe Black Hawk fue derrotado y capturado en 1832, hizo un discurso:

Black Hawk… es ahora prisionero del hombre blanco… No ha hecho nada que tuviera que avergonzar a un indio. Ha luchado por sus compatriotas, las indias y los hijos, contra el hombre blanco, que venía año tras año a engañarlos y quedarse con sus tierras… Los blancos son malos maestros de escuela; llevan libros falsos, y hacen acciones falsas; sonríen en la cara del pobre indio para engañarlo; les dan la mano para ganar su confianza, para emborracharlo, para engañarlo, y deshonrar a sus mujeres…

Los hombres blancos no cortan la cabellera; hacen algo peor -envenenan el corazón… ¡Adiós, mi nación! ¡Adiós Black Hawk!

El secretario de la Guerra, gobernador del territorio de Michigan, ministro de Francia y candidato a la presidencia, Lewis Cass, explicó así la “mudanza” de los indios:

El principio del avance progresivo parece ser un elemento casi inherente de la naturaleza humana… Todos estamos esforzándonos en la carrera de la vida para adquirir las riquezas del honor, o del poder, o de algún objeto más, la posesión del cual equivale a realizar los sueños de nuestras imaginaciones; y la suma de estos esfuerzos constituye el progreso de la sociedad. Pero hay poco de esto en la constitución de nuestros salvajes.

Cass, pomposo, pretencioso y cargado de honores (Harvard le concedió un doctorado honorario en Derecho en el año 1836, en plena época de la “mudanza” de indios), robó millones de acres a los indios en base a los tratados desde su puesto de gobernador del territorio de Michigan: “A menudo debemos promocionar sus intereses en contra de su voluntad… Es un pueblo bárbaro y su subsistencia depende de los escasos y precarios abastecimientos que les da la caza, no pueden vivir en contacto con la comunidad civilizada”.

En un tratado realizado en 1825 con indios shawnees y cherokees, Cass se comprometía -siempre que los indios se limitaran a trasladarse a las nuevas tierras del otro lado del Mississippi- a que “los Estados Unidos nunca os pedirán vuestras tierras ahí. Esto os lo prometo en nombre de vuestro gran padre, el Presidente. Ese territorio lo concede a sus pieles rojas, para que lo tengan, y para que lo tengan los hijos de sus hijos para siempre”.

Todo el legado espiritual indio hablaba en contra de marchar de sus tierras. Un viejo jefe choctaw había dicho, años atrás, en respuesta a las propuestas de marcha hechas por el presidente Monroe: “Lamento no poder cumplir con el deseo de mi padre… Queremos quedarnos aquí, en la tierra donde hemos crecido como las hierbas del bosque; no queremos que nos trasplanten en otra tierra”. Un jefe seminole dijo a John Quincy Adams: “Aquí cortaron nuestros cordones umbilicales y aquí nuestra sangre se hundió en la tierra, haciendo que este país nos sea tan querido”.

No todos los indios aceptaban la designación común de los funcionarios blancos como “niños” del “padre” Presidente. Se supo que cuando Tecumseh se encontró con William Henry Harrison, luchador contra los indios y futuro presidente, el intérprete dijo: “Tu padre quiere que cojas una silla” ante lo cual Tecumseh respondió: “¡Mi padre! El sol es mi padre, y la tierra es mi madre; yo descansaré en su pecho”.

Cuando Jackson llegó a la presidencia, Georgia, Alabama y Mississippi empezaron a introducir leyes para extender la autoridad de los estados sobre los indios en su territorio. Se dividió el territorio indio para su distribución a través de la lotería estatal.

Los tratados y las leyes federales daban al Congreso -y no a los estados- la autoridad sobre las tribus. Jackson los ignoró, y dio su apoyo a la acción de los estados.

Ahora había encontrado la táctica más correcta. No se podía “obligar” a los indios a ir hacia el Oeste. Pero si decidían quedarse, tendrían que acomodarse a las leyes estatales, que destruían sus derechos tribales y personales, y los exponía a vejaciones interminables y a la invasión de colonos blancos que deseaban sus tierras. Sin embargo, si marchaban, el gobierno federal les daba apoyo económico y les prometía tierras más allá del Mississippi. Las instrucciones de Jackson a un mayor del ejército enviado para hablar con los choctaws y los cherokees, lo contemplaba así:

Decid a los jefes y a los guerreros que soy su amigo… pero deben confiar en mí y marchar de los límites de los estados de Mississippi y Alabama y establecerse en tierras que les ofrezco ahí, más allá de los límites de ningún estado, en posesión de tierra suya, que poseerán mientras crezca la hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les protegeré.

La frase “mientras crezca la hierba y corra el agua” sería recordada con amargura por generaciones de indios. (Un GI indio, veterano de la guerra de Vietnam, testificando en público en 1970 no sólo sobre el horror de la guerra, sino sobre los malos tratos recibidos como indio, repitió esa frase y empezó a llorar).

Cuando Jackson ocupó el cargo en 1829, se descubrió oro en el territorio cherokee, en Georgia. Hubo una invasión de miles de blancos que destruyeron las propiedades indias y reclamaron la tierra para sí. Jackson ordenó a las tropas federales que les expulsaran, pero también exigió que, además de los blancos, también los indios dejaran de buscar el oro. Cuando retiró a las tropas, los blancos volvieron, y Jackson dijo que no tenía competencias para interferir en la autoridad de Georgia. Los invasores blancos se apropiaron de tierras y ganado, obligaron a los indios a firmar cesiones de sus tierras, apalearon a los que se negaban, vendieron alcohol para debilitar su resistencia y mataron la caza que los indios necesitaban para subsistir.

Unos tratados firmados bajo presión y por engaño dividieron en minifundios las tierras tribales de creeks, choctaws y chickasaws, convirtiendo a cada individuo en presa fácil de contratantes, especuladores y políticos. Los creeks y los choctaws permanecieron en sus terrenos individuales, pero muchos de ellos fueron engañados por las compañías inmobiliarias. Según un presidente de banco de Georgia, accionista de una de estas compañías: “El robo está a la orden del día”.

Los creeks, desprovistos de su tierra, faltos de dinero y comida, se negaron a ir al oeste. Unos creeks hambrientos empezaron a atacar las granjas blancas, mientras que la milicia de Georgia y los colonos atacaban los poblados indios. Así empezó la Segunda Guerra Creek. Un diario de Alabama, solidario con los indios, publicó lo siguiente: “La guerra con los creeks es una hipocresía. Es un plan miserable y diabólico, confeccionado por hombres con intereses, que pretenden despojar a una raza de gente ignorante de sus justos derechos, y robar las migajas que han quedado bajo su control”.

Un creek de más de cien años, llamado Serpiente Moteada, reaccionó de esta forma a la política de “mudanza” introducida por Andrew Jackson:

¡Hermanos! He escuchado a muchas intervenciones de nuestro gran padre blanco. Cuando atravesó por primera vez las anchas aguas, no era más que un hombrecito… muy pequeñito. Sus piernas estaban encogidas por haber estado largo tiempo sentado en su gran bote, y nos suplicó un trocito de tierra donde pudiera encender un fuego… Pero cuando el hombre blanco se hubo calentado ante el fuego de los indios y hubo llenado la tripa de su maíz molido, se hizo muy grande. Con un solo paso salvó las montañas, y sus pies cubrieron las llanuras y los valles. Su mano alcanzó el mar oriental y el occidental, y su cabeza descansó en la luna. Entonces se convirtió en nuestro Gran Padre. Quería a sus niños pieles rojas, y dijo: “Apártate un poco más por si te piso”.

Dale Van Every, en su libro The Disinherited (Los desheredados), resumió lo que significaba la “mudanza” para el indio:

El indio era especialmente sensible a cada atributo sensorial de cada rasgo natural de su entorno. Vivía al aire libre. Conocía cada marisma, claro de bosque, pico de montaña, roca, manantial, cañón, como sólo los conoce el cazador. Nunca había acabado de comprender el principio que guiaba la propiedad privada de la tierra, ni veía que fuera más racional que la propiedad del aire. Pero quería la tierra con una emoción más honda que ningún propietario. Se sentía tan parte de ella como las rocas o los árboles, los animales y los pájaros. Su patria era tierra sagrada, bendecida como la morada de los huesos de sus antepasados y el santuario natural de su religión.

Justo antes de que Jackson llegara a la presidencia, en la década de 1820–30, después del trauma de la Guerra de 1812 y de la Guerra Creek, los indios sureños y los blancos se instalaron a menudo muy cerca el uno del otro, viviendo en paz en un ambiente natural que parecía satisfacer a todos. A los hombres blancos se les permitió visitar las comunidades indias y con frecuencia los indios eran huéspedes de los hogares blancos. Personajes de las zonas fronterizas como David Crockett y Sam Houston nacieron en estos ambientes, y ambos -al contrario que Jackson- se hicieron amigos del indio de por vida.

Las fuerzas que llevaron a la “mudanza” de los indios no nacían de los habitantes pobres de la zona fronteriza que cohabitaban con los indios. Nacían de la industrialización y del comercio, del crecimiento de las poblaciones, de los ferrocarriles y las ciudades, de la subida del precio del suelo, y de la codicia de los hombres de negocios. Los indios iban a acabar muertos o exilados, los especuladores inmobiliarios más ricos, y los políticos más poderosos. Por lo que hace al pobre fronterizo, él jugaba el papel de peón, empujado hacia los primeros encuentros violentos, pero era un elemento del que se podía prescindir fácilmente.

Los 17.000 cherokees rodeados por 900.000 blancos en Georgia, Alabama y Tennessee, decidieron que la supervivencia exigía una adaptación al mundo del hombre blanco. Se hicieron agricultores, herreros, carpinteros, albañiles y propietarios.

La lengua cherokee -cargada de poesía, metáforas y una expresividad sublime complementada con el baile, el teatro y el ritual- siempre había sido una lengua de voz y gesto. Ahora su jefe, Sequoyah, inventó un lenguaje escrito, que muchos aprendieron. El Consejo Legislativo de los Cherokees, poco después de su constitución, otorgó fondos para una imprenta que, el 21 de febrero de 1828, empezó a publicar un periódico en inglés y en el cherokee de Sequoyah -el Cherokee Phoenix.

Antes de esto, los cherokees, como las tribus indias en general, se las habían arreglado sin un gobierno formal. En palabras de Van Every:

El principio fundamental del gobierno indio siempre había sido el rechazo del gobierno. En opinión de prácticamente todos los indios al norte de México, la libertad del individuo era una norma mucho más valiosa que el deber del individuo a su comunidad o nación. Esta actitud anárquica afectaba todo comportamiento a partir de la unidad social más pequeña, la familia. El padre indio siempre era reacio a la hora de disciplinar a sus hijos. Todas sus muestras de voluntad propia se aceptaban como indicios favorables del desarrollo de un carácter en vías de emancipación…

A veces se reunía la asamblea, que tenía una composición muy flexible y cambiante. Sus decisiones no eran vinculantes a menos que así lo decidiera la influencia de la opinión pública.

Ahora, rodeados por la sociedad blanca, todo esto empezó a cambiar. Los cherokees empezaron incluso a emular a la sociedad esclavista de su entorno: tenían más de mil esclavos. Empezaban a parecerse a esa “civilización” de la que hablaban los blancos. Incluso dieron la bienvenida a los misioneros y a la fe cristiana. Pero nada de esto les hizo tan deseables como la propia tierra en donde vivían.

El mensaje de Jackson al Congreso en 1829 clarificaba su posición: “Informé a los indios que habitan zonas de Georgia y Alabama que sus intentos de establecer un gobierno independiente no sería contemplado por el Ejecutivo de los Estados Unidos, y les aconsejé que emigraran más allá del Mississippi o que se sometieran a las leyes de esos Estados”. El Congreso actuó rápidamente para aprobar una ley de “mudanza”. No mencionaba la fuerza, pero estipulaba unas disposiciones para ayudar a los indios a que emigraran. Lo que daba a entender era que si no la cumplían, se encontrarían sin protección, sin fondos, y a la merced de los estados.

Los indios tenían sus defensores. Quizás el más elocuente fue el senador Theodore Frelinghuysen de Nueva Jersey, que se dirigió al Senado en un debate sobre la “mudanza”:

Hemos acumulado las tribus en unos pocos acres miserables de tierra en nuestra frontera del Sur; es lo único que les queda de su antaño inacabable bosque: y aun así, como una sanguijuela caballar, nuestra codicia insaciable grita: ¡queremos más!… Señor… ¿Cambian las obligaciones de la justicia con el color de la piel?

Entonces empezaron a presionar a las tribus, una por una. Los choctaws no querían marcharse, pero se ofrecieron sobornos secretos de dinero y tierra a cincuenta de sus delegados, y se firmó el Tratado del Cañón de Rabbit Creek: se cedía la tierra choctaw al este del Mississippi a los Estados Unidos a cambio de ayuda económica para pagar la “mudanza”. Una multitud de blancos, entre los cuales había vendedores de alcohol y estafadores, penetró en sus tierras.

A finales de 1831, trece mil choctaws empezaron la larga odisea hacia el oeste a una tierra y un clima totalmente diferentes a los que conocían. Marcharon en carros tirados por bueyes, a caballo, a pie, y les ayudaron a cruzar el Mississippi en transbordadores. En teoría, el ejército les tenía que haber ayudado a organizar su viaje, pero se produjo el caos. No había comida y llegó el hambre.

La primera migración coincidió con el invierno más frío que se había conocido, y la gente empezó a morir de pulmonía. En el verano, se declaró una gran epidemia de cólera en Mississippi y murieron centenares de Choctaws. Los siete mil choctaws que se habían quedado se negaron a desplazarse, eligiendo la sumisión antes que la muerte. Muchos de sus descendientes todavía viven en Mississippi.

Por lo que hace a los cherokees, se enfrentaron a una serie de leyes aprobadas por el estado de Georgia: confiscaron sus tierras, su gobierno fue abolido, y se prohibieron los mítines. Se encarcelaba a los cherokees que aconsejaban a otros que no emigraran. Los cherokees no podían testificar contra un blanco en los tribunales. Tampoco podían buscar el oro que se acababa de encontrar en su tierra.

La nación cherokee dirigió un memorial a la nación, una petición pública de justicia:

Somos conscientes que algunas personas suponen que hay ventajas en nuestra emigración más allá del Mississippi. Pensamos todo lo contrario. Toda nuestra gente piensa lo contrario… Queremos quedarnos en la tierra de nuestros padres… los tratados que han hecho con nosotros, y las leyes estadounidenses que complementan esos tratados, garantizan nuestra residencia y nuestros privilegios, y nos dan seguridades contra los intrusos. Nuestra única petición es que se cumplan esos tratados, y que se ejecuten esas leyes…

Ahora iban más allá de la historia, más allá de la ley:

Emplazamos a aquellos a quienes van dirigidos los párrafos anteriores a que recuerden la gran ley del amor: “Haz a los demás lo que quisieras que los demás te hicieran”… Les rogamos que recuerden que, en honor al principio, sus antepasados se vieron obligados a marchar, expulsados del viejo mundo, y que los vientos de la persecución les impulsaron a través de las grandes aguas y les llevaron a las costas del nuevo mundo, cuando el indio era el único señor y propietario de estos grandes dominios -que recuerden la forma en que fueron recibidos por el salvaje de América, cuando el poder estaba en su mano… Que traigan a la memoria todos estos hechos, y estamos seguros que… se solidarizarán con nosotros en nuestras tribulaciones y sufrimientos.

La respuesta de Jackson a este memorial llegó en su segundo Mensaje Anual al Congreso, en el mes de diciembre de 1830. Señaló el hecho de que los choctaws y los chickasaws ya habían mostrado su conformidad con el éxodo, y que una “rápida mudanza” de los demás supondría ventajas para todos. Reiteró un tema familiar: “Nadie puede atribuirse una disposición más amistosa hacia los indios que yo…” Sin embargo: “Las olas de población y civilización avanzan hacia el Oeste, y ahora nos proponemos adquirir los territorios ocupados por los pieles rojas del Sur y del Oeste con intercambios justos…”

Georgia aprobó una ley que criminalizaba la estancia de personas blancas en territorio indio sin haber hecho antes un juramento al estado de Georgia. Cuando los misioneros blancos en territorio cherokee manifestaron abiertamente su solidaridad con la permanencia de los cherokees, la milicia de Georgia entró en el territorio y en la primavera de 1831 arrestó a tres de los misioneros, entre los cuales se encontraba Samuel Worcester. Al negarse a jurar fidelidad a las leyes de Georgia, Worcester y Elizar Butler fueron condenados a cuatro años de trabajos forzados. El Tribunal Supremo ordenó la libertad de Worcester, pero el presidente Jackson se negó a sancionar la orden del tribunal.

Jackson fue reelegido en 1832, y se dispuso a acelerar la “mudanza” india. La mayoría de los choctaws y algunos de los cherokees habían marchado, pero todavía quedaban 22.000 creeks en Alabama, 18.000 cherokees en Georgia y 5.000 seminoles en Florida.

Los creeks habían luchado por su tierra desde los tiempos de Colón: contra los españoles, los ingleses, los franceses y los americanos. En 1832 sólo les quedaba un pequeño territorio en Alabama, mientras que la población de este estado alcanzaba ya los 30.000 habitantes, y aumentaba a gran ritmo. En base a extravagantes promesas hechas por el gobierno federal, los delegados creek desplazados a Washington firmaron el Tratado de Washington, dando su conformidad a la “mudanza” más allá del Mississippi. Abandonaron 5 millones de acres con la contrapartida de que 2 millones de esos acres serían para particulares de raza creek, que bien podían venderlos o quedarse en Alabama bajo protección federal.

Casi de inmediato se rompieron las promesas incluidas en el tratado y empezó una invasión blanca de las tierras creek -saqueadores, buscadores de nuevas tierras, estafadores, vendedores de whiskey y matones-, lo cual ahuyentó a miles de creeks de sus casas hacia las marismas y la selva. El gobierno federal no intervino para nada. Al contrario, negoció un nuevo tratado que contemplaba la rápida emigración de los creeks hacia el oeste, bajo su propia iniciativa, con la financiación del gobierno nacional. Un coronel del ejército que dudaba respecto a las posibilidades de que este plan funcionara, escribió lo siguiente:

Temen morirse de hambre en el camino; y no podría ser de otra manera, porque muchos de ellos ya están cerca del hambre… No pueden ustedes hacerse una idea del deterioro que han sufrido estos indios en los últimos dos o tres años, desde un estado general de relativa abundancia a uno de desdicha general y necesidad… Están cabizbajos, aterrorizados, sumisos, y deprimidos, con la sensación de que no tienen protección adecuada en los Estados Unidos, ni capacidad para autoprotegerse.

A pesar de sus dificultades, los creeks se negaron a emigrar, pero en 1836, tanto las autoridades estatales como las federales decidieron que debían marchar. Bajo el pretexto de unos ataques de creeks desesperados contra colonos blancos, se declaró que la nación creek, al haber hecho la “guerra”, había perdido los derechos adquiridos en el tratado.

El ejército impuso el éxodo de los creeks hacia el oeste. Se envió un ejército de once mil hombres tras ellos. Los creeks ni se resistieron, ni hubo disparo alguno: se rindieron. El ejército reunió a los creeks que suponían rebeldes o desafectos y esposó y encadenó a los hombres para su marcha hacia el oeste bajo vigilancia militar. Las mujeres y los niños les siguieron en la retaguardia. Los destacamientos militares invadieron las comunidades creek, y condujeron a sus moradores a diferentes puntos de reunión. De ahí les llevaron hacia el oeste en grupos de dos o tres mil. Nadie mencionó la posibilidad de que se les compensara por los territorios y las propiedades que dejaban atrás.

Para la marcha se redactaron contratos privados del mismo estilo de los que habían fallado en el caso de los choctaws. De nuevo hubo demoras y falta de comida, de refugios, de ropa, de mantas, de cuidados médicos. De nuevo viejos vapores y transbordadores medio podridos, llenos hasta la bandera, para llevarlos a la otra ribera del Mississippi. El hambre y las enfermedades empezaron a hacer estragos.

Ochocientos creeks se habían ofrecido voluntarios para ayudar al ejército estadounidense para luchar contra los seminoles en Florida, a cambio de que sus familias se pudieran quedar en Alabama hasta su vuelta con la protección del gobierno federal. La promesa no se cumplió. Las familias creek fueron atacadas por saqueadores blancos y hambrientos de tierras que les robaron, les expulsaron de sus casas y violaron a sus mujeres. Entonces el ejército se los llevó del territorio creek a un campo de concentración en Mobile Bay, aduciendo que era por su propia seguridad. Ahí murieron a millares de hambre y enfermedades.

Cuando los guerreros de la Guerra Seminole regresaron, fueron obligados a emigrar hacia el oeste junto con sus familias. Al pasar por Nueva Orleans, se encontraron con una epidemia de fiebre amarilla. Cruzaron el Mississippi 611 indios, metidos como sardinas en el viejo vapor Monmouth, que se hundió en el río Mississippi, muriendo 311 personas, cuatro de ellas hijos del comandante de los voluntarios creek en Florida.

Los choctaws y los chickasaws habían mostrado sin reparos su conformidad con la “mudanza”. Los creeks eran testarudos y tenían que ser empujados. Los cherokees practicaban una resistencia pasiva. Pero una tribu, los seminoles, decidió luchar.

Ahora que Florida pertenecía a los Estados Unidos, el territorio seminole se abrió a los saqueadores americanos. En 1834 se reunieron los jefes seminoles con el agente de asuntos indios de los Estados Unidos, que les dijo que debían emigrar hacia el oeste. Los seminoles respondieron así:

A todos nos creó el Gran Padre, y todos somos sus hijos por igual. Todos nacimos de la misma Madre, y nos amamantó el mismo pecho. Por lo tanto somos hermanos, y como hermanos, debemos tratarnos de forma amistosa… Si de repente arrancamos nuestros corazones de las casas donde estaban atados, las cuerdas de nuestros corazones se romperán.

En diciembre de 1835, la fecha en que se había ordenado a los seminoles reunirse para emprender el viaje, no apareció nadie. Por el contrario, los seminoles iniciaron una serie de ataques de guerrillas contra los poblados blancos de la costa, en todo el perímetro de Florida, golpeando por sorpresa y en ataques sucesivos desde el interior. Mataron familias blancas, capturaron esclavos y destruyeron propiedades.

El 28 de diciembre de 1835, los seminoles atacaron una columna de 110 soldados y, salvo tres, todos murieron. Luego, uno de los supervivientes contó el episodio:

Eran las 8. De repente oí un disparo de rifle… seguido de un tiro de mosquetón… No tuve tiempo de pensar en el significado de estos disparos porque una descarga, como de mil rifles, nos llovió de la parte del frente y en nuestro flanco izquierdo… sólo podía verles la cabeza y los brazos entre la larga hierba, cerca y lejos, y detrás de los pinos…

Era la clásica táctica india contra un enemigo con superiores armas de fuego. Una vez, el general George Washington había dado este consejo a uno de sus oficiales antes de partir: “General St. Clair, en tres palabras, cuídese de sorpresas… una y otra vez, general, cuídese de sorpresas”.

El Congreso asignó una partida de dinero para emprender la guerra contra los seminoles. Se puso al mando el general Winfield Scott. Pero cuando sus tropas -formadas en columnas- entraron -de forma majestuosa- en territorio seminole, no encontraron a nadie. Se cansaron del barro, de las marismas, del calor, de las enfermedades, del hambre -dando señales de la clásica fatiga de un ejército civilizado que lucha contra un pueblo en su propio territorio. En 1836, presentaron la dimisión del ejército regular 103 oficiales, quedando sólo cuarenta y seis…

La guerra duró ocho años. Costó $20M y 1500 vidas americanas. Al final, a mediados de la década de 1840, los seminoles empezaron a cansarse. Era un grupo minúsculo enfrentado a una enorme nación de recursos inmensos. Pidieron repetidamente el alto el fuego. Pero cada vez que avanzaban bajo la bandera de tregua, eran arrestados, una y otra vez. En 1837 arrestaron a su jefe -Osceola-, que iba bajo la bandera de la paz. Lo encadenaron y murió, enfermo, en la prisión. La guerra se había agotado.

Mientras tanto, los cherokees no habían respondido con las armas, pero habían resistido a su manera. Entonces el gobierno reinició el viejo juego de enfrentar entre sí a sus oponentes, en este caso, a los cherokees. En la comunidad cherokee la presión iba en aumento: su periódico fue suprimido, su gobierno disuelto, los misioneros encarcelados y su tierra dividida en parcelas y repartida entre los blancos por un sistema de lotería. En 1834 setecientos cherokees, cansados de la lucha, acordaron mudarse al oeste; ochenta y uno murieron durante el viaje, entre ellos cuarenta y cinco niños -la mayoría de sarampión y cólera. Los que sobrevivieron llegaron a su destino allende el Mississippi en plena epidemia de cólera, y la mitad murió en un año.

Fue en este momento cuando los blancos de Georgia redoblaron sus ataques contra los indios para acelerar la “mudanza”.

En abril de 1838, Ralph Waldo Emerson dirigió una carta abierta al presidente Van Buren en la que se refería, con indignación, al tratado de “mudanza” de los cherokees (firmado a espaldas de la gran mayoría de esa nación). Preguntaba qué se había hecho con el sentido de la justicia en América:

Usted, Señor mío, hará que ese digno cargo que ocupa caiga en el descrédito más profundo si marca con su sello ese instrumento de la perfidia; y el nombre de esta nación, hasta ahora tenido como sinónimo de religiosidad y libertad, será la peste del mundo.

Trece días antes de que Emerson enviara su carta, Martin Van Buren había ordenado la entrada del teniente general Winfield Scott en territorio cherokee, invitándole a utilizar cualquier tipo de fuerza militar necesaria para desplazar a los cherokees hacia el oeste. Cinco regimientos de tropas regulares y cuatro mil milicianos y voluntarios iniciaron una ocupación masiva del país cherokee.

Al parecer, algunos cherokees habían abandonado su posición de no-violencia: encontraron sin vida los cadáveres de tres jefes que habían firmado el Tratado de Mudanza. Pero pronto juntaron a los diecisiete mil cherokees y los amontonaron en empalizadas. El 1 de octubre de 1838 salió el primer destacamento, en lo que se conocería como el Camino de las Lágrimas. Al desplazarse hacia el oeste, empezaron a morir de enfermedades, sed, calor, y frío. Había 645 carros, y gente que marchaba a su lado. Los supervivientes explicaron, años después, cómo habían parado al lado del Mississippi en pleno invierno, con las aguas llenas de hielo: “Había centenares de enfermos y moribundos metidos en los carros o tumbados en el suelo”. Durante su confinamiento en la empalizada y durante la marcha murieron cuatro mil cherokees.

En diciembre de 1838, el presidente Van Buren dijo al Congreso:

Me produce un placer muy sincero informar al Congreso de la completa “mudanza” de la Nación de los indios cherokee a sus nuevos hogares al oeste del Mississippi. Las medidas autorizadas por el Congreso en la última sesión han tenido un éxito completo.

5. En inglés removal, que a la vez quiere decir mudanza y eliminación.