CAPÍTULO 49

 

 

 

Le describí mi sueño a Alice sin dejar escapar un sólo detalle por cuanto pude rescatar.

—Es sólo otra pesadilla, amor. No tienes por qué preocuparte.

—Alice, eso fue tan real. Lo juro.

—Todas las pesadillas lo son. Por alguna extraña razón siempre son las que recordamos con más claridad.

—Las cosas buenas, no. No lo entiendo.

—Ven aquí.

Me abrazó maternalmente. Logró tranquilizarme.

—Tienes que dormir.

—Alice, prométeme que no te reunirás con esas señoras. O al menos mantendrás distancia de ellas.

—¿De qué hablas, Stephen?

Sabía que los sueños eran una ilusión de nuestro subconsciente. Una pérdida de tiempo si trataba de entenderlos… Pero era la imagen de mi padre, y aunque haya sido una visión fantasmal, bíblica, y afortunada, su aparición en mis sueños no era coincidencia… No había aparecido en mis sueños por el azar…

—No te acerques a la Rowell y a sus colegas, ¡he dicho!

—Son sólo buenas vecinas.

—¿Acaso las buenas vecinas tienen guardaespaldas, Alice?

—¿Qué?

—Ellas tienen a unos matones. Ayer fui al bar de Carl, un amigo de Bill, y fue ahí donde me enteré.

—No sé de qué hablas. Son sólo unas ancianas, Stephen. ¡Joder!

—Las apariencias engañan. No me digas que nunca has oído ese refrán.

—Sí, pero no creo que sea aplicable para ellas.

«Te han atrapado, Alice», me dije. Intenté persuadirla con la ternura de un esposo enamorado. El tipo que ella conoció en la universidad.

—Amor, sólo te pido que no te acerques a ellas. En el vecindario tienen una mala reputación… Un oscuro pasado…

Le había hablado sobre el pasado de las viejas y el orfanato. De la muerte de los incontables niños.

—¡Santo Dios! No es posible.

—Es la verdad, cariño. No hay razón para mentirte.

La preocupación y el terror se apoderaron de su rostro. Al fin había entendido a qué clase de seres humanos defendía.

—Eso sí que me ha dejado helada… De todos modos, tenemos que pasar tiempo con tu madre. A los niños les vendría bien conocer más a su abuela. ¿No lo crees?

Mi persuasión parecía haber funcionado, pero no al cien por cien…

—Tienes razón.

No podía negarme. No me apetecía cruzarme con mi madre, prefería que las cosas siguieran como habían estado, desde que hui a California, a tener que sonreír hipócritamente a ella y a esas viejas (también Bob lo pensaba así… donde quiera que esté ahora).

—Piensa en los niños, Stephen.

—Está bien. Iremos a ese evento. Pero luego, prométeme que no te reunirás o permitirás que esas ancianas entren a esta casa… Prométemelo, Alice…

—Está bien, cariño…

Volvimos a dormir.