La lluvia otoñal salpica la carretera. El cielo de primera hora resplandece, pero parece impregnado de una tristeza fría. El director Ma, con traje azul marino, se sube al coche oficial. Hoy tiene lugar en la plaza Jardín del recién ampliado Parque Industrial de Yaobang la ceremonia «El Sueño Chino: el Sueño de las Bodas de Oro». Es el proyecto más importante que ha supervisado desde que dirige la Agencia para el Sueño Chino. Se recuerda que no debe desviarse del discurso que ha preparado. Si quiere conservar el cargo hasta la jubilación, no puede permitirse divagar más. Repite el mantra de cuatro palabras que le ha enseñado su amante Li Wei para sacarse a su yo pasado de la cabeza: «No eres yo. Vete. No eres yo. Vete».
El señor Tai, el chófer, enciende la radio: «Gracias al nuevo espíritu emprendedor promovido por el Parque Industrial de Yaobang, la industria láctea la Vaca de Oro ha ganado el primer premio del concurso de innovación tecnológica del condado…».
—Apágala, quiero escuchar el buzón de voz —dice el director Ma, consultando el móvil.
El primer mensaje le informa de que Xu An, jefe del Departamento de Quejas de Ziyang, se ha suicidado en el despacho y se ha abierto un hilo de debate sobre su muerte en la sección de comentarios de la página web de la Agencia para el Sueño Chino. El director Ma sabe que hay que cortar de raíz este tipo de noticias negativas. El segundo mensaje transmite la decepción de saber que todavía no se ha aprobado el presupuesto para el Dispositivo para el Sueño Chino.
—¿Un atasco? —pregunta, levantando la vista—. Pon la sirena.
—No, no servirá de nada —replica el señor Tai—. Esta mañana el alcalde iba a trabajar en bici y han cortado la calle desde las ocho para que pase.
—Ah, sí, mira que olvidarme. Anoche la policía revisó la zona para garantizar que la ruta era segura.
Al segundo, el director Ma oye una sirena y ve a ocho bellas policías desfilar despacio en moto. Después aparece el alcalde Chen, pedaleando en pantalones cortos y una camisa blanca Aertex, con la panza gorda de pingüino, flanqueado por otras cuatro policías y seguido por una ambulancia y una furgoneta de televisión. El público que se ha congregado ahoga un grito de incredulidad y sonríe admirado, pasmado ante tanto vigor y vitalidad.
—Qué estampa tan feliz… un ejemplo magnífico de interacción positiva entre los líderes y la masa —le comenta el director Ma al señor Tai.
De inmediato recuerda la muchedumbre eufórica que desfiló por esa calle durante la Revolución Cultural cargada con enormes mangos hechos de papel maché en honor a los mangos que unos días antes el presidente Mao había regalado a unos obreros de una fábrica de Pekín que habían conseguido pacificar a los guardias rojos demasiado entusiastas de la Universidad de Qinghua. El gentío alborozado comprendió que el regalo de aquella fruta significaba el final de las luchas violentas. El director Ma se quita la imagen de la cabeza, vuelve a mirar por la ventanilla y dice:
—Y bien, señor Tai, ¿qué opinas? ¿A partir de ahora tendré que ir en bici a trabajar?
—No se preocupe —responde el señor Tai, arrancando—. El alcalde Chen busca publicidad. Saldrá en las noticias de esta noche y mañana volverá a la limusina con chófer.
Él también mira a las policías motorizadas que circulan delante mientras siguen el desfile del alcalde hasta el Cielo Blanco.
En cuanto entra en el ascensor, Ma Daode se acuerda de una cita largo tiempo olvidada: «Al primer disparo, cargaré. Hoy, moriré en el campo de batalla…». ¿Por qué me ha venido a la cabeza esa cita del mariscal Lin Biao? Me acuerdo de arrodillarme con la cabeza gacha delante de un guardia rojo que iba un curso por encima de mí y farfullar: «Me rindo, hermano mayor». Pero de todos modos el chico de al lado me dio un porrazo en la cabeza y gritó: «Te voy a matar, hijo de un perro derechista».
—¿Estás soñando que has vuelto al campo de batalla, Ma Daode? —pregunta con una sonrisa socarrona Song Bin. Siempre tiene la cara inflada y cetrina por la mañana. Ma Daode tiene entendido que la mujer de Song Bin quiere abrir una franquicia de la Tienda de Dumplings de Qingfeng—. ¡Parece que el Sueño Chino hace milagros! —dice al resto de las personas del ascensor—. Nuestro director Ma, por ejemplo, no deja de componer maravillosos poemas soñados. Escuchad lo que acaba de postear en WeChat: EL OLVIDO ES EL ALIADO DE LOS SUEÑOS VERDADEROS. / LOS SUEÑOS VERDADEROS SON EL ENEMIGO DEL OLVIDO. / ERES EL SUEÑO CON EL QUE SUEÑO. YO SOY…
El director Ma lanza una sonrisa gélida a Song Bin y cruza las puertas abiertas del ascensor. Luego aprieta el paso hacia el despacho, cierra la puerta, se desploma en el sofá de cuero negro y hunde la cabeza entre las manos.
Necesita unos momentos de tranquilidad para decidir qué hacer con sus dos yoes en conflicto. Sí, tengo que matar a uno de los dos. El pasado, por supuesto. Pero ¿cómo erradicar el pasado? Faltan meses para que empiece a fabricarse mi Dispositivo para el Sueño Chino. No puedo esperar tanto: los dos Ma Daodes se han enzarzado en un combate que los destruirá antes de que llegue el implante. Que yo sepa, solo los muertos olvidan para siempre el pasado, cuando beben el Caldo de la Amnesia de la Vieja Dama de los Sueños en el inframundo, antes de reencarnarse. ¡Pues claro! Justo lo que necesito. Tengo que conseguir la receta inmediatamente…
—¡El Caldo de la Amnesia! —grita el director Ma, como recién despertado de un largo sueño—. ¡Al despacho, Hu! Quiero que llames al maestro Wang Lin, el sanador qigong que encanta serpientes, y lo invites al Sueño de las Bodas de Oro de esta noche.
Cuando Ma Daode abre mucho sus ojos saltones se parece a un sapo.
—¿Es consciente de que el alcalde Chen suele invitar al maestro Wang? —apunta Hu con una leve condescendencia.
—Como si tienes que pagarle, me da igual, tú asegúrate de que viene. Dile que será mi invitado de honor.
Ahora que tiene un plan, sus cinco vísceras y seis entrañas se relajan. Selecciona un expediente del escritorio y lo hojea. Es el informe elaborado por el jefe de la Unidad de Seguimiento de Internet sobre la colaboración de la Agencia para el Sueño Chino con la Prisión Número 3. La Agencia paga trescientos yuanes mensuales a la prisión a cambio de que un grupo elegido de presos borre regularmente cualquier crítica de la web de la Agencia y la sustituya por comentarios positivos. El mes pasado, no obstante, dos internos adjuntaron unas fotografías muy explícitas de las víctimas, que habían descargado de las redes sociales, a un breve artículo sobre el accidente de un tren de alta velocidad. Para impedir que se repitan errores similares, el informe recomienda que la Agencia contrate a un centenar de administrativos que revise los antecedentes políticos de los presos. El director Ma anota en la última página del informe lo siguiente: DE ACUERDO. PRESENTAR AL DEPARTAMENTO DE PROPAGANDA PARA SU APROBACIÓN.
A mediodía, el coche del director Ma se detiene justo en el mismo lugar donde hace tres meses demolieron la casa de hormigón. El Templo de la Luz de Buda sigue en pie, pero el resto de Yaobang ha sido derribado y convertido en un aparcamiento provisional. El director Ma vuelve a recordar la imagen de Genzai con la cabeza rapada precipitándose hacia la muerte entre una nube de polvo de hormigón. La semana pasada, Liu Qi le entregó al director Ma diez mil yuanes en un sobre rojo con la esperanza de que le ayude a sacar del calabozo a su padre, Dingguo, dado que la familia no puede permitirse los ciento cincuenta yuanes diarios que la policía cobra por el alojamiento y la manutención. Pero por primera vez en la vida Ma Daode se niega a aceptar un soborno. Quiere asegurarse de que su propio futuro está a salvo antes de ayudar al prójimo.
Un puñado de parejas ancianas que han llegado temprano bajan de las limusinas y se dirigen a charlar con las azafatas. La tienda de moda nupcial de Claire, la nueva amante de Ma Daode, ha enviado varios trajes a medida que esperan en un montón a ser distribuidos. La ceremonia del Sueño de las Bodas de Oro se celebra aquí para que coincida con la gran inauguración del puente de acero sobre el río Fenshui. En honor al romántico acontecimiento, el Comité Municipal del Partido ha decidido llamarlo el Puente de las Urracas, por el legendario puente sobre la Vía Láctea donde dos amantes igual de míticos se abrazan una vez al año. Al inicio de la ceremonia se cortará la cinta a la entrada del puente.
El derroche decorativo sorprende al director Ma. Se ha desplegado una alfombra roja sobre el puente, adornado con un gran arco de bienvenida confeccionado con chucherías y flores más brillantes que el mismísimo azul del cielo. Claire ha hecho un trabajo excelente. Dentro de cincuenta minutos, las parejas de ancianos caminarán por la alfombra roja para cruzar el arco y el puente y entrar en la plaza Jardín, festoneada con guirnaldas de seda y globos de colores.
La plaza se ha construido justo encima del antiguo camposanto. Un sauce solitario es lo único que queda del bosquecillo. Se trata de un árbol viejo con ramas nudosas y retorcidas que crecen en todas direcciones.
El director Ma sabe que debajo de las losas de hormigón que rodean el sauce yacen los cadáveres de sus padres y de los camaradas y enemigos que se mataron unos a otros por el Pensamiento de Mao Zedong. De nuevo se acuerda de su padre musitando cansado: «Estoy bien… Es hora de acostarse», antes de apagar el interruptor de la luz. Mientras me quedo dormido en el sofá oigo hablar a mi madre y a mi hermana: «Deberíamos lavarle los pies a tu padre…». «Pongo agua a hervir…». «¿Hay suficiente en el cazo?». «Sí, llega. No te levantes…». Ma Daode vuelve a oler el hedor del suicidio. Cuando mira al viejo sauce disfrutando del sol de octubre, nota que se le hiela el corazón, frío como las raíces que se clavan en la tierra.
Cuando la banda militar comienza a tocar «Tú eres mi bastón» una procesión de parejas ancianas, las mujeres con vestido blanco de novia y los hombres con traje de brocados rojos, echan a andar cogidas de la mano bajo el arco ceremonial y continúan lentamente por el puente. Algunas ancianas lucen tiaras plateadas y zapatos de salón rojos como las princesas de los cuentos de hadas europeos. Otras caminan encorvadas y con dificultades, apoyadas en muletas y con chaquetas gruesas por encima del vestido nupcial. Los hombres, a la derecha, forman una larga hilera de cabezas grises salpicada de algunas calvas y algunos sombreros de copa negro. Sus trajes tradicionales de brocado rojo complementan los vestidos blancos de sus mujeres en una armoniosa unión de Oriente y Occidente. A una anciana se le cae una margarita del tocado floral e intenta agacharse para recogerla, pero tropieza con el velo y se cae, y arrastra con ella a su anciano marido. El arco ceremonial se alza ante ellos como las puertas del paraíso. A Ma Daode se le humedecen los ojos viendo a las parejas ancianas avanzar hacia él. Claire y las azafatas de uniforme rojo entregan una rosa a cada uno de ellos conforme van pasando.
Aunque todo sale según lo previsto, los nervios hacen sudar a Ma Daode, no porque estén Claire, Yuyu y su mujer y todas lo vigilen, sino porque desde que ha empezado el desfile del centenar de parejas mayores, su otro yo ha comenzado a asaltarle la mente con eslóganes y escenas de su juventud.
Mi hermana y yo arrastramos el ataúd de mis padres desde Ziyang en plena noche, cargado en una maltrecha carretilla de madera. Cuando por fin llegamos aquí, mi hermana cayó de rodillas, agotada. Cavamos la tierra bajo los árboles hasta alcanzar el nivel del agua. El ataúd pesaba demasiado para descargarlo de la carretilla. Pensamos en bajar el cadáver de mi madre y enterrarla a ella primero, pero no conseguimos separarle los dedos de la mano de mi padre, así que al final empujamos el ataúd a la tumba con los dos cuerpos apretujados dentro. Ve la escena tan vívida que está convencido de que el lugar sigue encantado por la presencia de los espíritus de los muertos.
Sube despacio a la tarima, luego alza la cabeza hacia el cielo azul y comienza el discurso: «Como la brisa otoñal, a ratos cálida, a ratos fría, la vida conlleva penas y alegrías. Hoy, no obstante, es un día feliz. Por fin el glorioso Sueño Chino se ha hecho realidad. Mirad el magnífico arco ceremonial. Debe de ser el más grande del mundo en su género. Y mirad esta multitud de rostros ancianos, arrugados, ¡radiantes de alegría y esperanza!». Tras una breve pausa, grita: «¡Que comience el Sueño de las Bodas de Oro!». Menos mal que mi yo pasado no la ha fastidiado, se dice para sí, antes de repetir su mantra: No eres yo. Vete. No eres yo. Vete…
Mientras la banda militar arranca de nuevo, los líderes de todos los niveles del Comité Municipal del Partido junto con los empresarios extranjeros del Parque Industrial de Yaobang ocupan sus asientos en la tarima. El Templo de la Luz de Buda de la otra orilla está recubierto de andamios y plásticos. De lejos parece el yacimiento arqueológico de una tumba antigua. Por encima, como un arcoíris ensangrentado, una pancarta roja proclama: LA ÚNICA FORMA DE HACER REALIDAD EL SUEÑO CHINO ES SEGUIR FIELMENTE AL PARTIDO COMUNISTA DE CHINA. Una pareja tras otra, flanqueadas ahora por niños, rodea una tarta de bodas gigante decorada con rosas fondant y luego sube a la tarima a recibir una insignia conmemorativa de manos del alcalde Chen.
El anciano seleccionado para hablar en nombre de las parejas participantes dice al micrófono:
—Estimados invitados, tengo ochenta y un años y mi mujer setenta y seis. Hemos caminado juntos por la vida durante cincuenta y dos años. El día que nos casamos, celebramos una comida sencilla con los amigos más cercanos y nos regalaron una cama, dos colchas, tres jin de semillas de calabaza y cuatro de dulces… nada más. Ni en nuestros sueños más descabellados habríamos imaginado que al llegar a las bodas de oro nos regalarían una ceremonia tan lujosa, al estilo occidental. Ojalá nuestra hija pudiera verlo, entonces sería perfecto.
Su mujer, ataviada con un vestido blanco resplandeciente y con las mejillas sonrosadas, se acerca al micrófono y añade:
—Me embarga la emoción. Siempre soñamos con regalarle a nuestra única hija una gran boda como esta. Desde que murió, mi marido y yo hemos sufrido mucho. Así que cuesta creer la suerte que tenemos al participar en esta ceremonia tan bella, tan romántica.
El director Ma, con los ojos llorosos, se aproxima a la entrañable pareja y dice:
—Queridísimos padres, habéis despertado en el Sueño Chino. ¡Por fin habéis regresado a mí! —Luego se pellizca y añade—: Quiero decir que no estéis tristes aunque hayáis perdido a vuestra única hija, ¡porque ahora sois padres para todos nosotros!
Hoy, antes de pedirle a la pareja que interviniera, ha comprobado sus antecedentes políticos para asegurarse de que eran miembros fiables del Partido.
Cuando el viejo coloca el anillo de oro en el dedo arrugado de su esposa, la mujer grita: «¡Mi sueño se ha hecho realidad!», y el público rompe a aplaudir.
El director Ma vuelve a levantar el micrófono:
—Demos las gracias a nuestros líderes por permitir que estos padres hagan realidad su Sueño Chino y agradezcamos también su generosidad a los patrocinadores extranjeros. Hace cincuenta años aquí había una fosa común llena de cadáveres sin nombre, ¡pero hoy es un jardín donde celebramos bodas de oro! ¡El Sueño Chino erradica todos los sueños del pasado y los sustituye por otros nuevos! Viendo vuestras caras sonrientes no puedo evitar acordarme de mi padre y de mi madre, que yacen enterrados a nuestros pies. Lamentablemente, no pudieron soportar los despiadados escarnios a los que fueron sometidos y hoy no se cuentan entre nosotros. —Mientras las lágrimas siguen anegándole los ojos trata de controlarse—. Pero hay que enterrar el pasado para forjar el futuro. Solo entonces nuestros sueños se harán realidad. Solo entonces los jóvenes podrán experimentar la belleza del amor…
—A nuestra hija la mataron durante las luchas violentas de la Revolución Cultural —dice el viejo, con la voz repicando como una campana—. Me entristece mucho que no pueda compartir este día con nosotros.
—¿Cómo se llamaba? —pregunta el director Ma al micrófono chirriante, mirando al viejo inquisitivamente a los ojos. Le parece que pertenece al Comité Municipal de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo.
—Se llamaba Pan Hua. Yo soy Pan Qiang. —El viejo se señala la chapa con el nombre de la solapa. Las miradas de todos convergen en él.
—¡No puede ser! —El director Ma ahoga un grito—. Querido camarada, ¡conocía muy bien a tu hija! La última vez que la vi me regaló su ejemplar de El libro rojo. Todavía lo conservo. Tenemos… ta-tanto... de que hablar… Yo…
El director Ma tartamudea y se atasca, tratando de expresar todo lo que quiere decir. Antes de terminar la frase, dos guardias de seguridad suben de un salto a la tarima y le ordenan bajar. Cuando toca el suelo con los pies, se le aparecen de pronto los cadáveres de sus padres. Al final resulta que no estaban bajo el sauce viejo, sino mucho más lejos, más cerca del río. Ahora se acuerda de que cuando cavó la tumba con su hermana, estaba tan oscuro que apenas veían. Solo después de enterrar los cadáveres y alejarse un poco por el bosquecillo la luna asomó fugazmente entre las nubes y Ma Daode vio las ramas retorcidas del sauce hendiendo el aire nocturno.
El jefe Ding lo sustituye.
—Estimados compatriotas y ancianos. ¿Por qué promovemos el Sueño Chino? ¡Por un mañana mejor! Y el Sueño de las Bodas de Oro de hoy es un paso más en el camino. Que siga la ceremonia. La banda tocará un tema final y después el Grupo de Danzas de Ziyang interpretará un nuevo ballet titulado La tienda de dumplings de Qingfeng. Luego todos podréis sentaros a comer el banquete de boda.
Un hombre de traje blanco sube a la tarima y canta:
—Tu sonrisa es dulce como una flor abriendo los pétalos con la brisa primaveral…
Meten al director Ma en el asiento trasero de un coche de policía. Mientras lo conducen a Ziyang, apoya la cabeza en la ventanilla y escucha cómo se pierde en la distancia el Sueño de las Bodas de Oro.